miércoles, septiembre 17, 2008

Cavilaciones 02: La otra teoría. Tareas pendientes, 2

Por: Círculo de Estudio de Marxismo Ortodoxo Recalcitrante de Frases Cavernosas y Propuestas sin Contenido Histórico

(segunda y última parte)

El artículo que se entrega ahora y su primera parte hace 15 días se publicó originalmente en el número especial de la revista Palabras Pendientes dedicado a la Otra campaña a finales de 2006, la presente es una versión corregida y aprobada por los autores

En estos últimos días ha quedado claro que ni los medios de comunicación ni l@s intelectuales subordinados al sistema cederán con respecto a la disputa ideológica y seguirán sin concebir ni promover el proyecto en ciernes como una opción de participación para la sociedad. Este punto es importante, porque entre los desafíos que nos presenta la situación actual, como era de esperarse, junto a la otra forma de hacer política, deberá existir otra forma de hacer teoría.
Primero habrá que superar las posiciones triunfalistas y las pesimistas que, aunque parecen antagónicas, tienen en común una carencia de discusión y valoración de las condiciones reales. Decir pues, sin el debido análisis, que la Otra Campaña “ha sido superada por el movimiento contra el fraude electoral” es tan erróneo como afirmar que por nuestra respuesta coordinada frente a la represión, o porque hay adherentes de todos los estados de la República, “tenemos ya una organización nacional”. Hace falta construir tal organización sobre bases sólidas, sobre análisis conjuntos de la realidad, compartiendo un rumbo y un programa, evitando la improvisación y las reacciones viscerales. Todo ello hay que hacerlo sin precipitarnos, discutiendo y llegando a acuerdos para avanzar.
Es en este sentido que se nos presenta la tarea pendiente de hacer Otra Teoría, pero no sólo en el sentido de las grandes disertaciones o las tremendas argumentaciones que hacen referencia a autores de fama mundial, sino también de la teoría que nace de las reflexiones propias, sobre el actuar cotidiano en la lucha, la teoría de todos los días.
Para las nuevas formas de hacer teoría, es fundamental aprender de nuestros errores y aciertos, porque estos son el producto de una práctica consciente y deben convertirse en su causa. Así, por un lado, se asume que la única forma válida de promover las reflexiones es a la par y desde una práctica constante, para garantizar la terrenalidad y funcionalidad de nuestras críticas y propuestas; por otro lado, resulta imperante, al menos al seno de la “Otra Campaña”, superar la figura del intelectual que pretende erigirse por arriba de la sociedad para juzgar la práctica de los demás y que promueve también, la existencia de una sociedad estratificada.
Es preciso dejar atrás la concepción de que la otra teoría la harán l@s intelectuales que están “de este lado”, pues eso sería reproducir esa división del trabajo aberrante y que ha conducido a tantos desatinos (muchos a propósito) en el trabajo intelectual. En definitiva, o la hacemos entre tod@s o no hay nueva teoría, pues esta Otra Teoría no se diferencia de la oficial sólo por su contenido, sino por la práctica que le da forma y sentido. Nuestra teoría será nuestro producto histórico, hasta ella nos habrán traído nuestras propias necesidades.
Es momento de negar al intelectual como proceso histórico producto de la división capitalista del trabajo, como el único pensante o el iluminado que da orientaciones al resto de l@s compañer@s, que sólo son “prácticos”. Más que exigir a l@s académic@s e intelectuales de oficio –incluso a aquéll@s que decidida y comprometidamente están dentro de la Otra- que sean consecuentes con la verdad y dejen de hacer teoría para el poder, lo que queda pendiente es constituirnos en nuevos sujetos para hacer teoría, y darle contenido en la acción a la horizontalidad y la construcción en colectivo.
La negación del intelectual va de la mano con la reivindicación de nuestros medios de comunicación y nuestros espacios de discusión, esos que construimos desde y para la práctica revolucionaria, así como con la construcción de una organización en donde tod@s y cada un@ de nosotr@s, tengamos las herramientas y oportunidades para aprender, escuchar y opinar. La participación integral de tod@s l@s involucrad@s en el proceso es imprescindible para la gestación de una teoría que contemple conceptos y categorías de acuerdo con la realidad y las necesidades de tod@s nosotr@s. Por supuesto, esta toma del poder sobre el conocimiento y la teoría no niega a l@s intelectuales como personas, ni llama al desconocimiento de las contribuciones que SÍ han hecho a esta nuestra lucha. Se trata de superar esta división de tareas, poniéndole fin a la comodidad de quienes delegan en otr@s el deber de reflexionar, analizar y trazar los objetivos y rumbos que nos atañen a todos.
La implicación de una nueva teoría es la de una nueva práctica teórica. Para ello superar el individualismo se vuelve imperativo. La división de las tareas y la “especialización de l@s teóric@s” lleva, aún sin pretenderlo, a la realización individualista de la teoría. La superación de esta división de tareas promoverá la práctica teórica colectiva, dialógica, y por lo mismo, más compleja y larga de miras. Incluso es posible que nos aporte elementos para superar la confusión entre lo que es importante, como la autonomía y la identidad individual o de grupo, y los extravíos como la mistificación de la diferencia y un culto a la pluralidad que disocian los esfuerzos y no permiten avanzar en la construcción de una organización.
El opuesto de este individualismo es llegar a consensos a través de la discusión y de un análisis que tendrá que encontrar otras vías porque no es posible de hacer únicamente en las asambleas. Con esto no se afirma que la diferencia sea irrelevante, por el contrario, se hace una distinción entre las diferencias que nos enriquecen, aportan visiones nuevas a nuestra tarea y que debemos respetar y otras que son creadas y mantenidas por el sistema como un medio de control que no podemos reproducir. En ambos casos, lo importante es ver las diferencias y entenderlas en su contexto, sin prejuicios que nos alejen, pero tampoco cayendo en la coexistencia que, en la apariencia del “respeto”, ignora al otro o a la otra.
Otro aspecto importante es que no puede soslayarse ningún aspecto de la realidad para hacer un análisis, no podemos partir de lo que queremos ver, sino de lo que necesitamos ver. La consigna de “no voltear hacia arriba” debe entenderse en términos de no subordinar nuestro proceso al de la élite política, a los tiempos, dinámicas, prácticas, etc., y no como una forma de dividir en dos partes independientes a la realidad: la de arriba y la de abajo, en cuyo caso se vuelve una consigna romántica que pudiera conducir a errores irremediables en el actuar político o a retrasar nuestro propio proceso de organización. No podemos negar lo existente sólo porque nos parece inapropiado, injusto o incluso incorrecto. Es importante entender que todo forma parte del contexto en el que damos nuestra lucha, y que ciertas condiciones facilitan o dificultan nuestro actuar.
Consecuentemente con esta disposición a la Otra Teoría, habría que erradicar el romanticismo en el análisis que conduce a voluntarismos en la práctica. No podemos caminar sin ver alrededor, aunque ese alrededor sea justamente lo que haya que poner en cuestión. Se nos vuelve una necesidad abandonar el romanticismo al que nos conduce nuestra idealización de los procesos. El pragmatismo y el protagonismo son otros vicios que arrastramos y que podemos superar mediante la construcción y el ejercicio de una nueva forma de hacer teoría, pues será posible el trabajo conjunto que deje de lado las acciones individuales o de grupo, aisladas, en favor de las tareas coordinadas, coherentes entre sí y que aportan más al movimiento en general.
Respecto a nuestro papel específico como estudiantes y jóvenes en la construcción de Otra Teoría, también es urgente hacer una reflexión colectiva. Es aceptado de común que la teoría se origina a partir de las universidades y las instituciones educativas para los jóvenes. Esto es cierto, lo cual significa que ahí se forman los intelectuales a quienes debemos superar. La cuestión es si lo necesario es superarlos a través de la propia práctica académica o en la práctica fuera de las escuelas. Este cuestionamiento coloca al sector estudiantil y juvenil –hoy llamado a discutir en estas páginas- directamente vinculado a esta discusión sobre la otra teoría.
Comencemos diciendo que como producto de nuestra formación, que nos da acceso a libros, discusiones, artículos, etc., aunado a esa concepción que erróneamente señala que sólo l@s jóvenes estudian, existe una inercia por la que tendemos a posicionarnos por encima del movimiento y a juzgar como falso todo lo que no entra en nuestros “parámetros revolucionarios”, bajo el supuesto de teorías que pierden su validez sin una participación activa.
Esta inercia puede llevar a uno o a varios caminos errados. Por ejemplo, frases como la que reza que “la revolución está fuera de los muros de la universidad”, conducen en ocasiones a negar la necesidad del estudio teórico; en otros casos, nos lleva a optar por un “asistencialismo revolucionario” que mantiene al estudiante como el intermediario indispensable entre el saber y la gente. Incluso nos puede llevar a la pretensión de salir a dirigir movimientos sobre los que poco conocemos. La verdad de esa frase no se pone en cuestión, se discute aquí la necesidad de asumirla como parte de una concepción clara del proceso, como producto de un convencimiento real que nos obligue a poner al servicio de esos movimientos las herramientas que adquirimos dentro de las aulas, para comprender, no para imponer; para contribuir, no para dirigir. Reconociendo la disociación inicial entre nuestro conocimiento y nuestra realidad hay que impulsar su unidad, la unidad teoría-práctica, incomprensible una sin la otra.
Se transita, pues, a esa nueva teoría apropiándonos los métodos de conocimiento disponibles, colocando esas herramientas en manos de quienes no se vieron privilegiados por el sistema para recibir educación formal. Nuestra negación de la teoría tradicional no puede llevarnos a renunciar a aquello de lo que disponemos, sino a usarlo a favor de la mayoría, entregarlo a los actores de la nueva teoría para que lo juzguen –juzguemos– de acuerdo a los parámetros que habremos de desarrollar, a la luz de nuestra práctica.
Por encima del desencanto y el desánimo que se promueve desde las clases dominantes para nuestras generaciones, el sector estudiantil y juvenil tiene grandes experiencias que reivindicar y de las cuales aprender. Tenemos como jóvenes y estudiantes cuentas pendientes con nuestras propias experiencias organizativas recientes como el movimiento en la UNAM de 1999 y en el IPN en 2002, la defensa de un lugar en las instituciones de educación media superior y superior, o las movilizaciones altermundistas de los últimos años y no podemos esperar aportar a una nueva forma política si no aprendemos de nuestros errores y aciertos.
La no reflexión sobre aciertos y errores cometidos en los últimos años nos representa un problema, pues el sector reproduce las prácticas que promovieron las condiciones idóneas para la ofensiva estatal, por ejemplo cuando la entrada de la PFP a la UNAM: el sectarismo, la falta de humildad y fraternidad o, al interior del movimiento, el surgimiento de corrientes que en lugar de comprender el sentir de las bases y presentar propuestas serias, buscan imponer su posición y terminan enredadas en pugnas de poder entre sí, olvidando, en más de un sentido, que el enemigo está afuera.
Hemos demostrado que sabemos organizarnos dentro y fuera de nuestras escuelas y salir a las calles a promover y practicar las diferentes expresiones de la izquierda. Los jóvenes hemos sido una parte importante de la “Otra Campaña” y no podemos olvidar la responsabilidad que tenemos como parte del pueblo oprimido.
En suma, no deberíamos tener miedo a definir nosotr@s mism@s el papel histórico que nos corresponde como jóvenes y estudiantes en estos procesos revolucionarios. No será suficiente con intercambiar esa certeza por consignas vacías que disfrazan nuestra incapacidad de construir dentro y fuera de las escuelas. Cuando hablamos de nuestro “papel histórico” no queremos decir que esté ya determinado, porque no podría estarlo. No es otra de esas frases hechas que nos sirven de disculpa, no responde ni siquiera a tareas asignadas al estudiantado en función de alguna teoría. Hay que buscarlo para afrontarlo, y no lo encontraremos aislados y especulando.
La consigna de La Otra Campaña es ahora la libertad de los presos políticos, y eso lo conseguiremos a través del fortalecimiento de nuestra organización, del avance en la discusión de los programas, los objetivos, las formas, los alcances. Es preciso tener claro que tales actos represivos sólo podrán revertirse, y evitarse en el futuro, si promovemos las discusiones y les damos poco a poco mayor profundidad, para organizarnos despacio y cada vez mejor, promoviendo nuestra formación en colectivo y llegando a consensos. La tarea apremia y es mejor empezar temprano.  

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