domingo, septiembre 21, 2008

Reyertas 04: La amenaza no fantasma

El estallido de una granada de fragmentación al finalizar la ceremonia del Grito en la ciudad de Morelia, causó un gran revuelo en los medios de comunicación durante toda la semana. La gran mayoría de los sesudos analistas políticos sugiere que el evento fue obra de los grupos armados al servicio del narcotráfico. La otra, la minoritaria, duda de las versiones oficiales y deja entrever que los grupos de poder en torno al gobierno federal tienen más motivos para realizar una acción de ese tipo. Sin embargo, resulta poco relevante el saber quién fue el verdadero artífice de tal atentado frente a las consecuencias que se han venido dando en los días posteriores. El discurso que Felipe I, el breve, dirigió a la nación desde el monumento a la Independencia con motivo del desfile militar que conmemoró el 198 aniversario del inicio de la guerra de independencia, tuvo un sesgo de oportunismo político dirigido a menoscabar a la oposición política. Con el pretexto de hacer un llamado a la unidad de los mexicanos, algo que idealmente siempre es deseable, el discurso presidencialista incluyó un golpe que descalifica a todo el que no esté de acuerdo con él, o mejor dicho, nos otorga el derecho a disentir, pero no a actuar en función de nuestras ideas. Véase nada más la joya que es el la siguiente referencia:

La Patria, la Patria exige la unidad nacional, unidad que supone un repudio unánime y sin matices a tan repudiables hechos, unidad que implica dejar ya, a un lado acciones o intereses que buscan dividir a los mexicanos, unidad que supone apoyar la tarea del Estado para hacer frente a los criminales. Unidad que asume el hecho de que toda la fuerza de los mexicanos concentrada en las instituciones que lo representan y en el Estado que organiza a la Nación se aboque, precisamente, a esta prioridad nacional. La Patria exige unidad en los mexicanos. Se puede discrepar pero no deliberadamente dividir y enconar. Se puede opinar distinto en la libertad que nos han heredado nuestros próceres, en el marco de libertad que el propio Estado garantiza pero no se puede atentar contra el Estado mismo. (ver discurso completo)

Sin mucho pudor de por medio Felipillo I supone que él es el Estado: no posible estar oponerse en la práctica a lo que él realiza como actos de gobierno. La gran diferencia entre el Jefe de Estado y el Estado mismo radica en que el segundo es el conjunto amplio de instituciones, formales e informales, que integran la nación mexicana. El Jefe de Estado es parte integrante del gobierno, es decir, del conjunto de instituciones que tienen por objeto el regular las relaciones en el Estado. La necesidad social por una instancia que regule las relaciones dentro del Estado existe debido a que no solamente hay una gran diversidad de ideas dentro de éste, sino porque las prácticas sociales concretas suelen contraponerse constantemente, y, a menudo, no por desdeñables ligerezas como supone el inquilino de Los Pinos.

Por su parte, la unidad que tanto exige Felipillo I es una unidad abstracta sin fuerza, carente de verdadero sentido social. Resulta, por consiguiente, que se pretende dar los elementos concretos a partir de adjetivos imprecisos que llegan a ser completamente falsos. Al calificar los sucesos del 15 de septiembre en Morelia, se dice que fueron “terroristas” y quienes los realizaron son “traidores” a la patria. En el caso del primer adjetivo empleado: el de terrorismo, según la definición del Código Federal Penal (CFP) el ataque podría entrar en tal definición. Aunque, es cierto que la definición dada por el artículo 139 de dicho Código es tan ambigua que cualquier cosa podría ser calificada como terrorismo, incluso la protesta más pacífica lo sería si un funcionario argumenta que ese hecho es violento contra su persona e intenta presionarlo para que tome alguna determinación. Aún partiendo de que la definición del CFP es la válida, según las leyes mexicanas, resulta irresponsable que sea el representante del poder Ejecutivo el que se apresure a calificar el delito pasando por encima de las instancias Judiciales. Más irresponsable, todavía es emitir un juicio de ese tamaño, cuando aún no se tenían los primeros resultados de las investigaciones.

En el caso del calificativo de “traidores”, se da a entender en el discurso que a la patria, resulta más preocupante la ligereza con que se emplea. Suponiendo que, en efecto, fue un acto de terrorismo lo ocurrido en Morelia y aunque es cierto que el numeral XV del artículo 123 del CFP considera al terrorismo como una de las causales para tipificar la traición a la patria, la misma fracción de dicho artículo también señala que debe cumplirse la condición de que haya una declaración formal de guerra, cosa que no puede hacerse sin concederle a los grupos narcotraficantes el estatus de grupos beligerantes. Así, resulta claro que viniendo de un Jefe de Estado tal calificativo no es más que una irresponsabilidad imperdonable que puede tener como consecuencia una mayor polarización social que desuna a los mexicanos.

El discurso de Felipillo I deja en claro, también, que la estrategia presidencial es ganar la legitimidad que no se obtuvo en el proceso electoral de 2006 es, en lugar de la de limpiar la elección, la de aprovechar cualquier tragedia para presentarse como el paladín que defiende a los mexicanos. Algo que no difiere mucho de lo hecho por George Bush II después de los atentados que demolieron las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001.

Además de quedar al descubierto esa mezquina estrategia, quedan exhibidas otras dos cosas más. Por el lado de las consecuencias que traerá la detonación de esa granada en Morelia, dada la actuación que ha tomado el gobierno federal, es de esperarse, como se ha señalado en otros medios, que se incremente la presión para la endurecer las leyes judiciales más severas y para la aprobación de las reformas petrolera y laboral. Es de esperar que parte de dicha presión se refuerce la persecución contra los disidentes, lo cuál en el escenario más difícil podría llegar al grado de reeditar los crímenes de Estado que se cometieron durante la llamada “Guerra sucia”.

El otro elemento que quedó descubierto con los sucesos de Morelia, y que no suelen ser mencionados, es el incremento en el tráfico de armas que se ha venido haciendo de forma silenciosa. Al respecto resulta esclarecedor el artículo de Alejandro Gutiérrez, “La 'doble moral'” publicado en el semanario Proceso (núm. 1663, 14/IX/2008), en el se da cuenta del negocio redondo que están haciendo las empresas armamentistas españolas con la venta de armas, incluso a particulares, en México. Curiosamente, las empresas españolas fabricantes de armas han sido denunciadas por organizaciones defensoras de Derechos Humanos porque fabrican... granadas de fragmentación.

El panorama para quienes nos oponemos al modo de producción capitalista y/o al modelo de acumulación neoliberal pinta bastante complicado. Pero también puede ser un punto de arranque para ir construyendo una unidad sobre bases concretas, y no sobre los buenos deseos, que permita repeler la intención oficialista por aislar a sus opositores, al tiempo que endurece la represión contra ellos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No podía esperarse que Felipillo hablara sustentado en derecho, menos aún desde la sensatez y la razón. El llamado a la unidad es como siempre una especie de cortina de humo que deliberadamente oculta las causas de la polarización social; causas, digamos, más "estructurales". Es el mismo llamado que cacarean buena parte de los comunicadores con mayor fuerza desde hace 2 años tras el fraude. El mismo que se invocó en la marcha blanca de 2004 y en el reciente "Iluminemos México" (sic). Seguramente es más violento dicho llamado (en un juego de legitimación del uso más abierto de la fuerza contra los opositores) conforme va siendo más evidente que las contradicciones sociales rebasan por mucho los discursos vacíos.
Saludos, Asaltante.
Lorena.