En estos días en que el ambiente se ha revuelto gracias a eventos que resultan espectaculares y que muy probablemente aceleren el desarrollo de la lucha de clases, es difícil abstraerse de ellos para encontrar la calma indispensable para darles una valoración más objetiva. En especial han acaparado la atención de millones de seres humanos la elección presidencial de Barack Hussein Obama como el presidente número 44 de los Estados Unidos de América (en lo internacional) y el avionazo en que perdieron la vida 14 personas, incluyendo al polémico secretario de gobernación, Juan Camilo Mouriño; y al principal asesor de Felipillo I en materia de seguridad, José Luis Santiago Vasconcelos (en lo nacional). Ambos sucesos han sido cubiertos por todos los medios más por lo que podrían ser que por lo que son ahora. Por la manera en que se dio y las repercusiones mundiales que tendrá sobre los trabajadores de todo el mundo, la elección estadounidense merece un trato más profundo: que requerirá de mayor atención analítica en alguna entrega futura. En esta ocasión, preferimos abordar un hecho que de alguna manera ha sido relegado a un segundo plano; sin embargo, constituye un evento muy relevante para el proletariado mundial, pese a haberse realizado en una nación muy específica: Argentina.
¿Por qué concederle una trascendencia internacional a la nacionalización de los fondos de pensión de los trabajadores argentinos? La respuesta se encuentra en los sistemas pensionarios neoliberales del resto del mundo. Sin duda que el legado de Milton Friedman fue haber desarrollado ese experimento económico que hoy llamamos neoliberalismo, el cuál comenzó a aplicarse desde los años setenta en aquellas naciones sudamericanas regidas por dictaduras militares, el caso más sonado fue el de Chile, pero esto también ocurrió en Brasil, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Argentina. Una de las políticas económicas neoliberales fue la sustitución de los sistemas estatales de ahorro para el retiro de los trabajadores por sistemas manejados por los grandes genios financieros, cuya su especialización en el manejo del dinero garantizaría mejores rendimientos a que podrían aspirar los trabajadores. En poco tiempo esas medidas fueron extendidas al resto del mundo.
Paralelamente a ello, la ganancia para los capitalistas se incrementó por la vía de quitar los elementos reguladores de los mercados financieros. Cabe señalar aquí que dentro del modo de producción capitalista las bolsas de valores son una herramienta necesaria para garantizar que las empresas tengan la liquidez que les permita echar a andar el proceso productivo. El problema es que garantizar el efectivo implica por el lado contrario entregar buena parte de la producción en manos de los especuladores, quiénes aprovechándose de la situación ejercen un poder sobre la circulación de mercancías que les permite controlar los precios de éstas para obtener mayores ganancías que el simple interés que podría pagarles una empresa por financiarla. La desregulación neoliberal del sector financiero acentúo el poder de los especuladores sobre la circulación tanto de mercancías como de dinero, en todas sus formas. Debido a las crisis económicas de los noventa, que tuvieron su epicentro en los mercados bursátiles, los genios econométricos desarrollaron instrumentos cada vez más complejos, basados en experimentos matemáticos, para reducir, según ellos, los riesgos de la especulación financiera: algo muy similar a lo que haría cualquier ludópata que quisiese evitar ser derrotado en los juegos de naipes.
Con fe ciega, pese a ir perdiendo la partida, los apostadores de bolsa convencieron a los legisladores de varias naciones para que legalizasen reformas que les entregasen los fondos de los trabajadores para poder seguir jugando en el casino bursátil. En todos los países donde se ha permitido que los ahorros de la clase obrera se empleen en el sector financiero, la privatización de éstos se había iniciado prometiendo que el dinero se pondría en instrumentos seguros que no están sujetos a los mecanismos de control de los especuladores y que pagan una tasa de interés por encima de la inflación; principalmente bonos del tesoro nacional. Una vez consumada la privatiazación de las pensiones, poco a poco se fue ampliando la posibilidad de utilizar ese dinero por los especuladores para maximizar sus ganancías sin importar que los trabajadores terminasen recibiendo una ganancia residual.
Tras el colapso financiero iniciado en Estados Unidos a mediados de 2007, en algunos países se utilizaron con mayor premura los fondos de ahorro para el retiro de lo trabajadores para evitar las consecuencias inevitables; el caso mexicano es completamente ilustrativo de ese hecho. Tan solo en lo que va del año las administradoras de fondos para el retiro han reportado pérdidas (llamarlas minusvalías en nada atenúa la situación, pues de todas maneras significa que los trabajadores tienen menos dinero ahorrado) por más de 53 mil millones de pesos, ello sin contar aún que el dinero mismo pierde valor frente al resto de las mercancías circulantes por efecto de la inflación.
La nacionalización de las pensiones en Argentina es un avance de los trabajadores que impide a la burguesía incrementar por ese medio la explotación de la clase obrera, no en balde los reclamos de los parlamentarios proneoliberales, como en el caso del dirigente del partido Propuesta Republicana (PRO), Federico Pinedo, quién amargamente protesto contra la aprobación de la nacionalización en la Cámara de Diputados diciendo: “Esto es una confiscación de la propiedad privada”. El buen burgués sabe dónde le afectan más los golpes a su clase. No nos llamemos a engaño, Cristina Fernández (la presidente que responde a los intereses de la burguesía de mercado interno) pudo haber sido la proponente de tal reforma, pero el que ésta avanzara en el congreso argentino y no tuviese el mismo resultado que la propuesta para redistribuir los ingresos por exportaciones agrícolas, fue producto del apoyo y organización de las clases subsumidas. Es un avance que se debe celebrar dado el contexto de crisis económica mundial que se vive en el mundo, pero no más que eso: este episodio apenas es el primer round. Si la organización obrera no se mantiene, madura y crece, esos fondos bien podrían volver a las inquietas (desconfiables) manos de la burguesía neoliberal gracias a la corrupción gubernamental, bien por la vía del pago de obligaciones de deuda o bien por la vía de los personajes que administren directamente el fondo de jubilaciones.
Por su parte, resulta inaplazable que en el resto del continente se comience a pugnar por dar el primer paso que se ha concretado el pasado viernes 7 de noviembre en Argentina, es decir que se nacionalicen los sistemas de pensiones de los trabajadores. Este tipo de medidas economicistas pueden servir como un eslabón más en la conscientización de la clase obrera internacional y en la construcción de un sociedad socialista. Ni la muerte ni la derrota son opción ya, ¡Necesario es vencer!
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