miércoles, diciembre 17, 2008

Problemas fundamentales del universo. Análisis filosófico del conocimiento, dios, el alma, el universo, la nada y la libertad, 09:

EL YO

Análisis filosófico de la idea del alma

Para Angélica

por  nuestra amistad.

INTRODUCCIÓN

En el presente ensayo se abordará el problema de la existencia del alma, así como el de la inmortalidad. Se empleará el método analítico y se complementará el discurso filosófico con bases científicas elementales.

LA IDEA DEL YO

La individualidad humana suele denominarse con el concepto del alma o espíritu, pero no existe un solo criterio, pues los filósofos griegos ocuparon el concepto del alma para denominar lo que le da vida al cuerpo, mas dicho concepto no implicaba la inmortalidad; para los atomistas el alma se componía de átomos físicos, es decir, de un alma material, y el cristianismo y otras religiones sí implican la inmortalidad en la idea del alma. Del mismo modo la idea de espíritu suele tomarse unas veces como el alma y otras veces como las operaciones mentales. Por todo ello, dichos conceptos soportan una carga histórico-religiosa de tal ambigüedad  que dificulta su problematización actual. Para evitar esas complicaciones nos referiremos al alma con el concepto del yo y a las funciones del espíritu como funciones mentales. Esto no impide que se pueda afrontar el problema de la inmortalidad, pues no tendría sentido hablar de inmortalidad del alma si no nos refiriéramos a nuestro yo.

Ahora bien, deseo saber lo que específicamente soy yo, sé que tengo un nombre y que tengo un cuerpo, pero yo no soy exactamente eso, pues son mi nombre y mi cuerpo, pero no yo mismo. Si eliminara mi nombre seguiría siendo yo, si me cortara los brazos y las piernas seguiría siendo yo, finalmente si me cortara la cabeza y se lograra hacer que mi cabeza tuviera conciencia seguiría siendo yo. Este es el punto que buscamos, pues lo que me hace ser yo mismo es mi conciencia (entendida como la propiedad humana de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta), ya que si tuviera una disfunción cerebral y mi condición fuera vegetativa, podría objetarse que ya no soy yo, sino que es sólo mi cuerpo.

INMATERIALIDAD

Dentro de la ontología científica actual que expone Bunge, la naturaleza psíquica del humano se puede desglosar de la siguiente manera:

En un primer nivel está nuestro cerebro, quien es el sustento fisicoquímico  de las funciones mentales.

En un segundo nivel están dichas funciones tales como los pensamientos, la memoria y la conciencia, los cuales son el resultado de las funciones cerebrales. En ese sentido, la conciencia no es inmaterial en tanto que todo proceso mental es un proceso cerebral, la confusión surge al querer tomar las propiedades emergentes como elementos autónomos, pretendiendo que puede haber fenómenos mentales en ausencia de conexiones neuronales. En el caso particular de los sentimientos, también hallamos tal actividad cerebral, por ejemplo: el enamoramiento es producido por una hormona llamada endorfina, la cual también se encuentra en pequeñas cantidades en el chocolate negro, evidentemente que el amor es mucho más complejo que lo que hace una hormona, pero es un hecho que sin ella no seríamos capaces de enamorarnos.

En un tercer nivel están la mente y el yo, (en donde podemos incluir las ideas del alma y del espíritu), en el caso de la mente no podemos otorgarle una existencia real, pues como expone Hume: “Pensar es siempre pensar algo (...) Por tanto, no existe un puro ni una distintos de las percepciones e ideas particulares (...) resulta falso inferir, como hiciera Descartes, la existencia de una sustancia pensante a partir de la actividad del pensar, del mismo modo que es falso inferir una sustancia comedora a partir del comer”. De la misma forma, el yo no es físico como el cerebro, así como tampoco deriva directamente de la actividad neuronal como las funciones mentales; pues el yo no es más que una idea que se deriva de la autoconciencia con el apoyo de la memoria, que adquirimos desde una edad muy temprana y que nos sirve para identificarnos a nosotros mismos y a reconstruir nuestro pasado, pero que no deja de ser un mero concepto. En otras palabras, si buscamos el yo como un elemento químico físico o biótico dentro del cuerpo no lo encontraremos, aun dentro del cerebro sólo hallaremos neuronas y conexiones neuronales, pues el yo como tal no es de esa categoría. Llinás explica la naturaleza del yo con una analogía: “El yo, aquello por lo que trabajamos y sufrimos es tan sólo un término útil, referente a un evento tan abstracto como lo es el concepto del Tío Sam respecto de la realidad de algo tan complejo y heterogéneo como son los Estados Unidos”.  Por tanto, el yo y la mente son solamente ideas que nos ayudan a comprender nuestra individualidad, pero no poseen existencia real, por lo que no tiene sentido considerarlas inmateriales.

INMORTALIDAD

La idea de la inmortalidad surge en el ser humano por diversas razones, tales como el factor emocional o el afán de trascender. Ahora bien, si tuviéramos una autonomía mental, sería posible que conserváramos la memoria aun cuando la parte del cerebro que le corresponde se dañara, o bien, sería posible pensar sin que se registrara actividad cerebral, o enamorarse sin la correspondiente segregación de endorfina. Pero todo ello no es posible, pues padecemos una evidente dependencia en nuestras funciones con respecto a la actividad cerebral. Sin embargo, aun podemos imaginar separarnos del cuerpo perdiendo dichas funciones, ¿qué pasaría en tal caso? No podríamos pensar, ni sentir, ni siquiera recordar, lo cual sería desastroso. Al respecto, Hospers menciona que “Si yo no tuviera memoria, aun cuando fuera de una fracción de segundo a la siguiente, no existiría una entidad permanente, el yo. Habría un cuerpo, pero no identidad personal. La memoria es lo que conecta un estado momentáneo con otros estados momentáneos precedentes (...) ¿Qué significaría que una persona ha sobrevivido a la extinción tanto de su cuerpo como de su memoria? Ya no tiene un cuerpo, ni recuerda nada de su estado anterior; es difícil ver qué es lo que podría significar el que se dijera que continúa existiendo la misma persona...”.

Ahora bien, si a la muerte del cuerpo nuestra conciencia queda vacía: necesitaríamos de otro cuerpo para continuar existiendo, lo que provoca que seamos inmortales en tanto conservemos un cerebro determinado. Pero hasta que no logremos transferir las funciones mentales de un cuerpo a otro, o al menos de un cuerpo a una computadora muy sofisticada: continuaremos siendo mortales. Sobre este punto es importante aclarar que la reencarnación sólo sería posible precisamente si nos pudiéramos llevar las funciones mentales con nosotros, como tales funciones poseen una base estrictamente material, la única forma de reencarnación sería por medios electrónicos o fisicoquímicos.

SOBRENATURALIDAD

Otra vía para buscar la inmortalidad es a través de una condición sobrenatural, entendida como aquello que excede las leyes o límites naturales. Hemos visto que la mente o el yo no son inmateriales, por lo que no cabe sobrenaturalidad alguna, pues las funciones mentales son procesos cerebrales, por lo que no sobrepasan su naturaleza intrínseca. Ahora bien, si ya nos hemos planteado el problema de la inmortalidad y la explicamos a través de la sobrenaturalidad, lo único que hacemos es generar dos problemas en lugar de uno (la inmortalidad y la sobrenaturalidad). Y debido a la estricta dependencia de las funciones mentales con el cerebro, no es posible hallar dicha sobrenaturalidad dentro de nuestro organismo. Además, para poner en duda la autosuficiencia de la complejidad humana en tanto perteneciente a las leyes y límites de la naturaleza, es preciso conocer a fondo tales leyes, por lo que es preferible enfocarse en desarrollar integralmente los estudios psicológicos, psiquiátricos y antropológicos, entre otros, que apostar por opciones poco fundamentadas, por lo que es más prudente centrarse en la complejidad biopsicosocial del hombre que aventurarse a inventar una presuntuosa sobrenaturalidad. Además, si le atribuimos una categoría sobrenatural a los procesos mentales, estaríamos igualmente autorizados a atribuirle dicha cualidad a cualquier propiedad emergente. Así por ejemplo los compuestos químicos tendrían un “alma” con respecto a los físicos, lo cual no es digno de considerarse.

Finalmente, el hecho de asumir que poseemos un alma inmortal conlleva a suponer que nuestro cuerpo es un mero depositario efímero de nuestro ser, lo que genera que nos sintamos ajenos a nuestro organismo. Esta negación de nuestra naturaleza biológica puede derivar en un repudio a nuestra sexualidad o, como propone Marx, en una cosificación. Es decir, que entendamos nuestro cuerpo como una mera cosa, como una carga o como un cúmulo de tentaciones y no como parte constitutiva de nuestra naturaleza humana.

CONCLUSIÓN

Hemos visto que la mente y el yo, donde se incluyen el alma y el espíritu: son meras ideas que nos permiten entender nuestra singularidad, también vimos que la inmortalidad sólo es posible mediante la tecnología y que la idea de lo sobrenatural genera más problemas de los que pretende solucionar. Sin embargo, el objetivo de demostrar la mortalidad del humano no es otro que situarlo en su realidad, pues al dejar de creer en una vida después de la muerte podemos revalorar nuestra propia humanidad y, como postula Schiller, no buscar una permanencia de la existencia en su simplicidad, sino reafirmar la existencia presente mediante el desarrollo de las capacidades humanas, y en todo caso buscar la inmortalidad metafórica, es decir, no con la permanencia del yo, sino con la trascendencia artística, científica y filosófica, entre muchas otras.

BIBLIOGRAFÍA

Introducción al Análisis Filosófico, por John Hospers

Cartas sobre la Educación Estética del Hombre, por Schiller

El cerebro y el mito del yo, por Rodolfo Llinás.

Materialismo y Ciencia, por Mario Bunge

Tratado de la Naturaleza Humana, por Hume.

Manuscritos económico-filosóficos, por Karl Marx


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