Semanas atrás una antigua amistad me preguntaba mi opinión sobre la cuestión del Amero. No fue una producto de la espontánea ocurrencia de mi amiga, en realidad su temor está más que fundado. Hace más de un año circula en Internet un video de un supuesto periodista, quién presume objetividad, advirtiendo al pueblo norteamericano de la amenaza que significan los tratados secretos de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), una actualización del TLCAN. La advertencia periodística del reconocido xenófobo Hal Turner se basa en el debilitamiento del dólar como dinero mundial, la acelerada expansión del mercado de valores y la discreción con la cual se ha manejado la información en torno al ASPAN. Pero lo planteado por Turner busca alimentar el rencor de los estadounidenses WASP (Blanco Anglosajón Protestante) en contra de todo aquello que no sea estadounidense: un nacionalismo chauvinista, sectario, estrecho e intolerante. Sin embargo, el punto se torna confuso e incluso peligroso cuando académicos respetados de la talla de Alfredo Jalife-Rahme toman como irrefutable la explicación de Turner y la presentan como sí fuese una realidad inevitable.
Antes que nada el dinero, desde la perspectiva materialista, es una mercancía especial, carece de valor por sí mismo, permitiéndole convertirse en una mercancía clave de la economía porque asume el valor de las mercancías que se hallan en circulación al mismo tiempo. Es decir, la masa monetaria tendrá el mismo valor siempre que las mercancías en circulación. No obstante, el crédito distorsiona la circulación al mismo tiempo que genera otras mercancías (que satisfacen necesidades subjetivas) con lo cuál la distorsión va haciéndose mayor, y peor cuando se presentan estos fenómenos a gran escala. Así, entre más crezca la desproporción entre cantidad de dinero circulante en comparación con las mercancías, la inflación también. Pero resulta que en el capitalismo actual, posmoderno según ciertos autores o hipermoderno según otros, los mercados financieros no solamente tratan de realizar ganancias apoyándose en el valor de los productos que circulan o que circularán en cuanto esté terminada la producción en proceso; de lo que se trata es de apostar sobre el valor que tendrán las producciones enteras de varios años. De lo anterior se genera una contradicción entre el valor dinerario subjetivo de las acciones empresariales y el valor dinerario real de las producciones; su agudización se va haciendo más antagónica con el tiempo. En un momento dado, cuando la sobreproducción impide que el precio de las mercancías siga al alza, el antagonismo explota entre ambas tendencias del capital. Justamente para evitar ese efecto tan notoriamente nocivo e inevitable, los capitalistas han construido diversos instrumentos financieros mediante los cuales pretenden eliminar los riesgos. El neoliberalismo sabe de eso.
La primera traba que el neoliberalismo quitó para poder expandirse fue el patrón oro ($35 USD por onza) en 1971 cuándo EU se desligó del pacto de Bretton-Woods. El dólar dejó de ser un intermediario para convertirse en un mediador directo entre las mercancías circulantes y sus realizadores. Pero tal movimiento trajo consigo un mal que ni siquiera Milton Friedman quiso comprender, mucho menos Alan Greenspan pudo; la transformación del dólar estadounidense como dinero mundial debía apoyarse en algo; ese algo fue la propia producción estadounidense.
Por desgracia, la planta productiva norteamericana enfrentaba la necesidad de recurrir a la dislocación de sus empresas (es decir, trasladar algunos procesos a otras regiones del mundo) para reimpulsar la tasa de ganancia. Conforme la expansión de las marcas estadounidenses se manifestaba alrededor de todo el mundo, fue necesario incrementar el tamaño del sector financiero, pero específicamente de aquél que manejaba un valor dinerario subjetivo. Para finales de los años noventa del siglo XX, las últimas trabas para el crecimiento sin medida del sector financiero fueron eliminadas con la abolición de la Glass-Steagall Act, que prevenía actos de especulación.
Las condiciones arriba descritas son las que han dado el principal argumento tanto a Turner como a Jalife-Rahme para proclamar la verdad inevitable del Amero. Pues, para mantener el crecimiento de dicho sector financiero se requiere de inyectar constantemente a la economía norteamericana grandes cantidades de mercancías y de dinero, por ello, en la década en curso la balanza comercial de Estados Unidos (diferencial entre importaciones y exportaciones) ha tenido incrementos constante que superan por mucho el déficit de 3% que los organismos financieros internacionales le recomiendan al resto del mundo. En 2001, el déficit estadounidense equivalía al 3.8% del PIB, mientras que para 2006 se alcanzó el techo de 5.98%. Colateralmente, el efecto de esa política comercial ha ido debilitando al dólar frente a otras monedas de amplia circulación internacional, máxime que la gran mayoría de los instrumentos financieros en todo el planeta se comercian en dólares norteamericanos. Por estas razones no es descabellado decir que el dólar se ha convertido en una moneda chatarra. Para evitar que tal situación siguiese sería muy útil que las instancias monetarias estadounidenses realizasen una reforma monetaria. Aquí es donde entra el cuento del Amero que en efecto existe como propuesta y no es tan nueva sino que data de 1999 cuando un par de institutos canadienses (C.D. Howe Institute y Fraser Institute) propusieron la creación de la Unión Monetaria de América del Norte, hasta ahora la idea no ha prosperado no solamente por los tecnicismos (el cambiar dólares por ameros a razón de
Para los Estados Unidos no representaría un cambio, en primera instancia, el denominar distinto su divisa, como desde la teoría de la conspiración lo pretende el señor Turner, sino a mediano y largo plazo. Como señalamos arriba, la masa monetaria circulante tiene el mismo valor que las mercancías en circulación (por eso resulta inútil la ley de la oferta y la ganancia para fijar los precios), esas grandes asimetrías entre la economía canadiense con la estadounidense y todavía más las de la mexicana con la segunda son las que resultarían inconvenientes para el mercado gringo, pues mientras sus mecanismos de circulación son más eficientes que los de sus socios comerciales, la tasa de ganancia se reduce con dicha eficiencia. Instaurar una moneda común para las tres naciones implicaría, políticamente, la apropiación que el socio mayor haría de la producción de las tres naciones; con ello iría de tras la necesidad de homogeneizar las condiciones económicas a la brevedad, lo cual ahondaría la deslocalización del aparato productivo estadounidense en pro de abatir el valor de la fuerza de trabajo.
Pero para qué correr el riesgo de cargar con la responsabilidad de impulsar la construcción del mercado interno de los socios comerciales (obviamente a cambio de su sometimiento absoluto), cuando puede sometérseles absolutamente sin cargar con la responsabilidad de fortalecerles su mercado interno (aunque fuese integrado al de EU) y con tasas de ganancia muy superiores gracias a las benditas trabas en la circulación de mercancías.
Precisamente uno de los mecanismos mediante los cuales el imperialismo ejerce plenamente su hegemonía sobre las neocolonias es la exportación de capitales. Por un lado, los capitalistas imperialistas directamente o en alianza con capitalistas locales se van apropiando de los sectores clave de un mercado interno, en este caso del mercado monetario. En unos cuantos años, la banca extranjera se adueño del 90% del sistema de pagos mediante la inversión de sumas irrisorias. Durante este tiempo el crédito para la producción industrial o agrícola ha sido escaso, pero para el consumo reproductivo no ha tenido límites, prueba de ello es el crecimiento de la morosidad en tarjetas de crédito e hipotecas. Pero aún sin cumplir la arriesgada función de solventar la estructuración de un mercado interno, la banca se las ha arreglado para tener las ganancias más altas posibles, incluso cuando sus casas matrices sufren pérdidas históricas. Tales ganancias en suelo mexicano han permitido que bancos como Citigroup tengan la solvencia para seguir existiendo, no solamente con el trasladar recursos monetarios de su sucursal en México, Banamex, a su matriz en Estados Unidos sino también obteniendo un extra con la venta de porciones accionarias a otros capitalistas. Así, el dinero utilizado por Carlos Slim para comprar el 1% de Banamex será exportado hacia EU. Por cierto, que dado el escandaloso descubrimiento del fraude mediante el cuál Bernard Madoff embaucó a varios bancos, las posibilidades de que las matrices extraigan dinero mexicano para subsistir, mientras relegan a México su deterioro financiero, no son remotas y podrían conjuntarse con la insolvencia generalizada de los deudores. Por el momento la unificación monetaria es una utopia hasta para los capitalistas, pero el riesgo contra los trabajadores y demás clases subsumidas es mayor con la crisis en puerta que con la amenaza del Amero, de aquí la necesidad de destruir los mecanismos que ponderan el valor dinerario subjetivo, no es casual que los capitalistas se rasquen las vestiduras cuando se les hable de la posibilidad de someter a plebiscito la política monetaria del Banco de México. Ni la muerte ni la derrota son opciones, ¡NECESARIO ES VENCER!
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