viernes, abril 09, 2010

Memoria 9: Zapatismo

Obviamente relacionado con un personaje icónico, Emiliano Zapata Salazar, el zapatismo es una de las doctrinas agraristas más importantes, sino la más, en México. En vida de Zapata sus partidarios se concentraban en la parte centro-sur del país, principalmente en el estado de Morelos. Tras su muerte, el personaje trascendió su fama carnal para convertirse en uno de los principales iconos de la Revolución Mexicana. Pero también en una imagen que inspiró a los campesinos a defender su territorio. Más recientemente, surgió en Chiapas un grupo guerrillero, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que le dio un giro importante a la idea del zapatismo. Por ello es que más de uno nos referimos a esta nueva forma de agrarismo como el neozapatismo. No obstante sí es importante hacer la distinción entre la reivindicación moderna y la del agrarismo tanto de la revolución como de las primeras décadas posrevolucionarias. En la presente entrega damos algunas valoraciones con respecto a cómo se fue erigiendo el zapatismo.

Chinameca 1919

Corrido de la Muerte de Emiliano Zapata

Intérprete: Bola Suriana


La pieza que se ofrece en el video anterior es uno de los corridos más conocidos de la Revolución Mexicana. Como el lector puede apreciar la obra da noticia del asesinato de Zapata. La versión más conocida es la de la cantante, ya fallecida, Amparo Ochoa, aunque hay muchas otras de este corrido compuesto por Armando Liszt Arzubide. Tanto el “Corrido de la Muerte de Zapata” como cualquiera de los 147 que se tienen registrados pueden hallarse en la página: Bibliotecas Virtuales de México.

La antigua hacienda cañera de Chinameca, Morelos se ubica a 25 Kms al sur de Ciudad Ayala (antes Villa de). Según la Enciclopedia de México, t. 2, Planeta, 2008, p. 844, esta fue una de las últimas haciendas que se integraron en el Porfiriato. La fundó el latifundista Vicente Alonso en 1899. Llegó a ser la más extensa de Morelos, además de ser la más modernizada para la elaboración de azúcar.

Eran mediados de marzo de 1919. El general Pablo González, quién tenía la misión de perseguir a los zapatistas, ordenó que el coronel Jesús María Guajardo tomase el poblado de Huautla. Guajardo no cumplió con la orden y fue encerrado por mandato del propio González. Al enterarse del suceso, Zapata le envió una carta el prisionero invitándolo a unírsele. El mensaje fue interceptado por las tropas carrancistas, lo que les sirvió para desarrollar un nuevo plan de ataque contra los zapatistas. Al ser puesto en libertad, Guajardo simuló un pleito con González. Supuestamente el resultado fue la respuesta del coronel prometiéndole a Zapata desertar del ejército carrancista. La fingida deserción se llevó a cabo el 6 de abril, cuando se declaró en rebeldía. Tres días después, el 9, Guajardo tomó Jonacatepec, e incluso mandó fusilar a Victorino Bárcenas. La trampa estaba tendida y tenía trazas que la hacían bastante creíble. La misma tarde, a las 4pm, Zapata tuvo su primera entrevista con el supuesto desertor en Tepalcingo. Allí se intercambiaron cortesías. Por un lado, Guajardo le entregó un caballo al Caudillo del sur, por el otro, Zapata le dio una pócima al coronel para aliviar una dolencia que decía traer. Al finalizar ese primer encuentro, cada quién fue a descansar a sus propios campamentos.

A la mañana siguiente, 10 de abril, corrieron los rumores de la proximidad de un batallón carrancista. Para garantizar la integridad de la región, Zapata se hizo cargo de organizar la defensa con la colaboración de Guajardo. La falsa alarma quedó esclarecida antes del medio día, por lo cuál el coronel aprovechó la ocasión para invitar al general a almorzar juntos en la hacienda de Chinameca. Llegaron hacia la 1:30 de la tarde. Aquí vale la pena retomar el testimonio del mayor Salvador, Reyes Avilés, secretario particular de Emiliano Zapata.

—“Vamos a ver al coronel, dijo el jefe Zapata: que vengan nada más diez hombres conmigo”, ordenó. Le seguimos diez, tal como él lo ordenara, quedando el resto de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas. La guardia formada (la gente de Guajardo) parecía preparada para hacerle los honores (al jefe). El clarín tocó tres veces llamada de honor, y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar las pistolas, los soldados que presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles y nuestro inolvidable general Zapata cayó para no levantarse más. Su fiel asistente, Agustín Cortés, moría al mismo tiempo. Palacios debe haber sido asesinado al interior de la hacienda. La sorpresa fue terrible; los soldados del traidor Guajardo, parapetados en las alturas, en el llano, en la barranca, por todas partes (cerca de mil hombres), descargaban sus fusiles sobre nosotros. Bien pronto la resistencia fue inútil; de un lado éramos un puñado de hombres consternados por la pérdida del jefe y del otro un millar de enemigos que aprovechaban nuestro desconcierto encarnizadamente… Así fue la tragedia, así correspondió Guajardo, el alevoso, a la hidalguía de nuestro general en jefe. Así murió Emiliano Zapata. Así mueren los valientes, los hombres de pundonor, cuando sus enemigos, para poder enfrentarse a ellos, recurren a la traición y al crimen… (Salvador Reyes Avilés, citado en Antonio Díaz Soto y Gama, La Revolución Agraria del Sur y Emiliano Zapata su Caudillo, México, INEHRM, 1961, p. 238.)

Propiedad 1957-1910

Como bien señaló Soto y Gama, en el texto antes citado, la manera en que se consumó la independencia mexicana impidió que las ideas sustentadas por Hidalgo y Morelos, con respecto a la propiedad de la tierra, se implementasen. Por el contrario, con Iturbide se mantuvieron las condiciones para el latifundismo. La falta de una estructura del Estado mexicano fue un factor que imposibilitó la realización de verdaderas reformas que le diesen un marco jurídico para la creación de un mercado interno, incluyendo el asunto de la propiedad de la tierra. La inconformidad social no se hizo esperar durante las primeras décadas del México independiente, en Guerrero, Michoacán, Oaxaca y la península de Yucatán (la propiedad fue uno de los motivos de la Guerra de Castas, 1847-1901) hubo alzamientos en contra de los despojos sufridos por los pueblos a manos de los grandes terratenientes y la Iglesia. No fue casual que fuese en Ayutla dónde comenzase la revolución que acabó con el Santaannismo.

Las Leyes de Reforma fueron un parte aguas en la situación de la propiedad en México. En primer lugar ello se debió a que los liberales tenían mayor claridad sobre la importancia de acelerar el desarrollo del capitalismo en el país. Para ajustar a ese propósito las normas jurídicas fue que se Ignacio Comonfort expidió el 25 de junio de 1856 la Ley de desamortización de las fincas rústicas y urbanas de las corporaciones civiles y religiosas de México, mejor conocida como Ley Lerdo. El sentido de dicha reforma era triple, por un lado la venta de los terrenos a los particulares permitiría recaudar fondos para la operación del gobierno. Segundo, se echaría a andar la producción agropecuaria, pues se establecerían criterios de mercado. Tercero se le restaba poder político al quitarle una de sus principales fuentes de ingresos. No obstante, un efecto que también trajo la aplicación de esta reforma fue el desconocimiento legal de los títulos de propiedad expedidos en tiempos del virreinato, perjudicando de manera directa a las comunidades rurales que quedaron desamparados por la ley.

La Guerra de Reforma (1858-1860) obligó al gobierno liberal, ya con Juárez a la cabeza, a promulgar en 1859 un complemento a la Ley Lerdo, la Ley de nacionalización de los bienes de la Iglesia.

Al igual que las demás leyes de la reforma y la Constitución de 1857, las normas sobre el régimen de propiedad únicamente alcanzaron su plena vigencia tras la derrota del Segundo Imperio Mexicano (1864-1867). Durante ese período, especialmente en el Porfiriato, la concentración de la tierra se fue haciendo cada vez más evidente. Unos cuantos terratenientes fueron apropiándose de los campos. Pero, la esperada modernización del país y consolidación del mercado interno no acontecía. A los grandes propietarios les bastaba el poder económico y social que les otorgaba la extensión de sus haciendas. No tenían necesidad de arriesgar su capital en la industrialización del país. Por ello, es que cuándo Porfirio Díaz abrió aún más las puertas para la inversión extranjera, los terratenientes solamente exigieron mantener sus privilegios, además de convertirse en socios minoritarios de las compañías extranjeras.

Durante el Porfiriato, las reformas sobre el régimen de propiedad fueron complementadas mediante el Decreto del Ejecutivo sobre Colonización y Compañías Deslindadoras, publicado el 15 de diciembre de 1883, y la Ley sobre Ocupación y Enajenación de Terrenos Baldíos, promulgada el 26 de marzo de 1894. Mediante éstas se aceleró la concentración de tierras, incrementando el despojo hacia las comunidades rurales, principalmente las indígenas.

En esas leyes se fundamentaron los grandes latifundios porfiristas. Mientras el capital extranjero, básicamente el estadounidense, inglés y francés, se apropiaba de la industria y de los transportes, los latifundistas se expandían territorialmente al tiempo que amasaban grandes fortunas derivadas de su alianza con los empresarios provenientes de las potencias imperialistas. Eso ocasionaba que además de la tierra, también el ingreso se fuese concentrando en unas cuantas manos. Para colmo, el mercado interno no se concretó debido a que los bienes producidos en México eran exportados hacia las potencias imperialistas. Por si fuese poco, la mano de obra liberada por las expropiaciones de los latifundistas, no se tradujo en la creación de una amplia clase obrera industrial. Sí, se desarrolló una forma de proletariado, pero principalmente agrícola dado que una buena parte de los trabajadores de las compañías extranjeras eran traídos desde otras naciones por éstas, al tiempo que las haciendas absorbían a los campesinos desposeídos bajo la forma de jornaleros.

Las compañías deslindadotas, principalmente extranjeras, también fueron grandes usufructuarias del despojo contra los pueblos originarios. En principio los terrenos que les fueron entregados como pago a sus servicios de medición y delimitación de tierras no podían ser enajenados, pero esa situación cambió hacia los últimos años del siglo XX, creando un gran negocio inmobiliario a costa de la población.

Entre la expansión de los latifundios y la especulación, las protestas no se hicieron esperar. La Guerra de Castas hasta 1901, en su fase final los indígenas mayas tuvieron que combatir contra el poderío de las grandes haciendas henequeneras de la península. En Sonora, el pueblo yaqui se enfrentó a varios intentos de despojo por parte de los colonizadores apoyados por la dictadura. Así, de 1897 a 1908 la Guerra del Yaqui marcó a la región. El Porfiriato resolvió esa crisis recurriendo a una medida drástica: deportó a cuantos yaquis pudo hacia la península de Yucatán para que sirviesen en los latifundios. Finalmente, en el recuento de insurrecciones campesinas contra el Porfiriato hay que recordar la Rebelión de Acayucan, en Veracruz, que estalló el 30 de septiembre de 1906. Ésta fue la primera insurrección rural que enarbolaba el programa floresmagonista del Partido Liberal Mexicano (PLM).

Con cada rebelión se hacía explícito que conforme envejecía el antiguo régimen la efectividad de las guardias rurales también se iba perdiendo. Así, poco a poco las causas agraria e indigenista fueron adquiriendo terrenalidad conforme se acercaba la revolución.

El origen de Emiliano

Emiliano Zapata nació en el seno de una familia campesina del poblado de Anenecuilco, Morelos, el 8 de agosto de 1879. Aunque quedó huérfano antes de alcanzar la mayoría de edad, las pocas propiedades que heredó le fueron suficientes para no quedar obligado a contratarse como peón en las haciendas de la región. Su formación básica a manos de un antiguo soldado juarista, el profesor Emilio Vera; el contacto estrecho con las condiciones de miseria vividas en su región y la vida un poco más desahogada en comparación con otros campesinos de la zona, fueron todos factores que moldearon el espíritu justiciero del joven Emiliano.

Entre 1902 y 1906 participó ayudando a los poblados de Yautepec y Anenecuilco a defenderse contra la apropiación de terrenos que intentaba el latifundista Pablo Escandón. En represalia a su rebeldía fue reclutado en 1908 para formar parte del ejército mexicano. Se le enroló en el noveno regimiento con sede en Cuernavaca. Ahí alcanzó el grado de caballerango a las órdenes de Pablo Escandón, primero, y después a las de Ignacio de la Torre y Mier.

Al terminar sus servicios en el ejército, en 1909, regresó a su pueblo natal y fue electo para representar a la comunidad en la lucha por defender las tierras de Anenecuilco. Los ancianos le entregaron la documentación de la comunidad, en la cuál, se hallaban títulos que databan de la época colonial. Zapata se dedicó a estudiar esos textos para defender los terrenos.

Para mayo del año siguiente, 1910, participó en la recuperación por la fuerza de las tierras de Villa Ayala. Tal hecho le valió ser declarado bandolero por parte de la justicia. Zapata se dedicó a escapar de la policía porfiriana. Tal marginación encontró cierto reposo y rencausamiento con la aparición del Plan de San Luis Potosí, por parte de Francisco I. Madero, hacia fines de 1910.

El maderista

Cabe subrayar que Zapata no se adhirió al maderismo desde el comienzo. Por el contrario, el caudillo del sur no confiaba en las promesas de la campaña presidencial de Madero porque éste excluía el asunto de la restitución de las tierras. Fue hasta que tras algunas reuniones secretas entre los enviados de Zapata y el propio excandidato en San Antonio, Texas, que los zapatistas decidieron incorporarse al movimiento revolucionario. Así, junto a 70 compañeros más, el 10 de marzo de 1911, se incorporó como jefe guerrillero partiendo de Villa de Ayala, Mor. En poco tiempo el ejército creció, permitiéndole tomar la ciudad de Cuernavaca el 27 de mayo del mismo año. Tan sólo unos días después, en el norte, Pascual Orozco y Francisco Villa encabezaron la toma de Ciudad Juárez, lo dio pasó a la firma de los Tratados de Ciudad Juárez el 21 de junio que dieron fin a más de 30 años de dictadura porfirista.

Durante el interinato de Francisco León de la Barra los zapatistas fueron perseguidos por las tropas de los generales Aureliano Blanquet y Victoriano Huerta. En medio de tal situación, Francisco I. Madero decidió entrevistarse con el Atila del sur en agosto para mediar en el conflicto entre el gobierno y los zapatistas. Las negociaciones fueron un rotundo fracaso. Mientras los hacendados morelenses le exigían a León de la Barra que aniquilara a los insurrectos, los partidarios del Ejército Libertador del Sur (ELS), por el contrario, los segundos no querían menos que la restitución de las tierras a los pueblos. La posición de Madero fue la de pedirle a Zapata que entregase las armas y licenciase a su ejército a cambio de la promesa de un gobierno que negociaría para obtener la restitución. Los avances de Madero fueron rápidamente saboteados por las acciones militares del gobierno federal. Para los zapatistas quedó evidenciado que el máximo jefe de la revolución carecía de la fuerza necesaria para controlar las fuerzas desatadas por el proceso revolucionario, incluyendo a las contrarrevolucionarias de León de la Barra, Blanquet y Huerta.

El descontento zapatista se concretó tan sólo 22 días después de la toma de posesión de Francisco I. Madero como presidente del país. El 28 de noviembre de 1911 fue promulgado en Villa de Ayala, Morelos, el Plan de Ayala cuyas dos principales demandas eran la restitución de tierras a los pueblos y el desconocimiento del gobierno de maderista.

Impresión del Plan de Ayala

La negativa del presidente a cumplir con la restitución de tierras aunado a la insurrección zapatista, fueron la gota que desató otros levantamientos anti-maderistas. El más sonado de ellos fue el de Pascual Orozco, quién se levantó en armas contra el maderismo el 3 de marzo de 1912. La rebelión orozquista, por cierto, se adhirió al Plan de Ayala.

Floresmagonismo

La política que la dictadura porfirista aplicó hacia la oposición resultó ser altamente efectiva, al menos en las primeras dos décadas. La base de ésta fue el doble rasero que manejó. Por un lado, anulaba el poder político de los opositores que pertenecían a las clases adineradas al trocarles sus demandas en mayores ganancias económicas. Así, aquéllos renunciaban a sus aspiraciones políticas pero obtenían mejores ganancias. En cambio, hacia los grupos opositores que surgían de las clases populares, el método de anulación era menos sofisticado: la represión total.

Las cosas comenzaron a cambiar a partir de los primeros años del siglo XX. Para entonces, en San Luis Potosí, Camilo Arriaga convocó a la conformación del Club Liberal Ponciano Arriaga. El objetivo era el de abrir este tipo de organizaciones en todo el país para conseguir la refundación del Partido Liberal Mexicano (PLM). Al llamado respondieron, entre otros personajes, los hermanos Flores Magón (Enrique, Ricardo y Jesús) quienes abrevaron de la espléndida biblioteca de Arriaga para forjar su propio pensamiento.

Además de plegarse al anarquismo los Flores Magón se caracterizaron por desarrollar un intenso trabajo político que rápidamente los puso a la cabeza del PLM. Para 1906 se publicó el primer programa político del partido, que fue redactado en sus puntos esenciales por Ricardo Flores Magón. Ese texto le dio verdadero contenido a las luchas opuestas a la dictadura. Gracias a la estructura política que construyeron y a través de la publicación alternativa de sus dos periódicos: Regeneración y de El hijo de el Ahuizote, los postulados del floresmagonismo se esparcieron rápidamente por el país. Incluyendo al estado de Morelos.

Impresión del Programa Político del Plan de Ayala

La concepción de los Flores Magón se apoyó en dos elementos: la abolición de la propiedad privada, la cuál complementaron con la reivindicación de las formas comunalistas practicadas entre los pueblos indígenas.

Dada la composición social morelense, los preceptos del PLM tenían campo fértil para arraigarse, especialmente entre los zapatistas. No obstante, el floresmagonismo decidió enfocar sus fuerzas en el norte del país, dado que para ellos tenía mayor interés el trabajo con la clase trabajadora. Aunque no despreciaban la aportación campesina ni la indígena.

La política agraria de los Flores Magón no solamente tuvo importantes coincidencias con el zapatismo sino que también influyó a éste. Hecho que se notó más tras la ruptura del PLM en dos fracciones: la moderada con Antonio I. Villarreal a la cabeza y la radical dirigida por Ricardo Flores Magón. Ésta segunda publicó el 23 de septiembre de 1911 un manifiesto convocando a los mexicanos a luchar por la abolición del poder y de la propiedad privada. Todo ello bajo un lema: Tierra y Libertad.

Portada del Manifiesto Floresmagonista del 23 de septiembre de 1911

A más de brindarle ideas al zapatismo, el trabajo del floresmagonismo también se dio de manera directa. Uno de los colaboradores más conocidos del PLM, el señor Antonio Díaz Soto y Gama, se unió al ELS. Con el tiempo, Soto y Gama se volvió uno de los apoyos más sólidos que Zapata tuvo tanto en lo intelectual como en lo político.

Plan de Ayala

Como señalé arriba el Plan de Ayala fue promulgado poco después del comienzo del gobierno maderista. También remarqué la influencia que tuvo el PLM en éste. Además del Manifiesto del 23 de septiembre de 1911 publicado por los Flores Magón. Respecto al programa liberal de 1906 los zapatistas tomaron como base los puntos sobre la tierra (arts. 34-37), el de protección a los indígenas (art. 48) y el de confiscación de bienes mal habidos por los funcionarios de gobierno (art. 50). Aunque el ELS fue más insistente en sus demandas sobre la restitución de tierras, lo cuál no quedó solamente plasmado en el papel del Plan de Ayala. Para el 30 de abril de 1912, basándose en dicho plan, los zapatistas realizaron en Ixcamilpa, Puebla, el primer reparto agrario. El acto fue encabezado por Eufemio Zapata Salazar, hermano mayor de Emiliano.

Una vez conocida la insurrección zapatista en contra del presidente, los eventos se desataron. El desconocimiento de Madero como jefe de la revolución fue complementado con el reconocimiento de Pascual Orozco como máximo dirigente del movimiento armado. Así, cuando el presidente Madero le encomendó a Orozco la misión de combatir a los zapatistas, éste no sólo se negó, sino que se insurreccionó contra el gobierno federal al proclamar en marzo de 1912 el Pacto de la Embajadora.

La torpeza presidencial para resolver las demandas de los grupos que le habían apoyado en el derrocamiento del antiguo régimen, tuvo también el efecto de alentar las aspiraciones de los partidarios del porfirismo. Por ello, mientras Madero enviaba al general Juvencio Robles, primero, y después a Felipe Ángeles, para aplacar a los zapatistas, los generales Manuel Mondragón, Bernardo Reyes y Félix Díaz, férreos partidarios del Porfiriato, orquestaron un plan contra el gobierno mexicano: la Decena Trágica.

Con el Pacto de la Embajada, Victoriano Huerta asumió la presidencia de la República el 19 de febrero de 1913. A éste se había unido un acérrimo enemigo de Francisco I. Madero, el general Pascual Orozco.

Consumada la traición, no solamente contra el maderismo, sino contra todo el movimiento revolucionario, la ambición política de Orozco lo llevó a buscar la manera de pacificar a los zapatistas. Para ello, en abril del 1913 envió a su propio padre, el coronel Pascual Orozco, a negociar la rendición de los zapatistas. Por supuesto que Emiliano Zapata se rehusó a las propuestas del nuevo huertista y mandó fusilar al mensajero.

Mientras en el norte del país los grupos revolucionarios se compactaban en torno al Plan de Guadalupe, promulgado por Venustiano Carranza, que desconoció al gobierno usurpador, los zapatistas solamente le realizaron una reforma, el 30 de mayo de 1913, al Plan de Ayala mediante la cuál se desconocía la presidencia de Huerta. Dicha modificación también tomó su distancia con el Ejército Constitucionalista porque en lugar de reconocer a Carranza como el jefe máximo de la revolución, se le dio ese lugar al general Emiliano Zapata.

Durante la dictadura de Huerta el zapatismo se fortaleció y expandió considerablemente. Los estados de Morelos, Puebla, Guerrero, Estado de México, Hidalgo y el sur del Distrito Federal estaban ocupados por completo, o en parte, por las fuerzas zapatistas. En tanto, que en los estados de Chihuahua, Durango, San Luis Potosí, Michoacán, Tlaxcala, Veracruz y Oaxaca había grupos revolucionarios que decían compartir los postulados del Plan de Ayala aunque nunca se adhirieron al ELS.

El auge del zapatismo no solamente se fundamentó tanto en su capacidad militar sino en su política. Así, mientras la derrota de los usurpadores era garantizada con la firma de los Tratados de Teoloyucan el 13 de agosto de 1914, los zapatistas organizaron la formación de comisiones para repartir las tierras. Al frente de la consolidación de las demandas agraristas estuvo, una vez más, Eufemio Zapata.

Inmediatamente concluida la guerra en contra del huertismo, afloraron las diferencias entre los carrancistas y los zapatistas. En lugar de apropiarse de los postulados del Plan de Ayala, Carranza decidió adoptar la posición de defender los intereses de los hacendados. Conminó al ELS a rendirse incondicionalmente ante el nuevo gobierno nacional.

Para el 29 de agosto, 15 días después del arribo de Carranza a la Ciudad de México, el nuevo gobierno federal mandó a Antonio I. Villareal, Juan Sarabia y Luis Cabrera, todos ellos antiguos miembros del PLM, a negociar con los zapatistas. El fracaso de tales pláticas estaba más que cantado, pues los surianos seguían exigiendo que Carranza reconociese los postulados del Plan de Ayala.

El reinicio del conflicto armado solamente se contuvo por el llamado de los constitucionalistas a la conformación de la Convención Nacional (1 de octubre de 1914) que tenía por objetivo fijar las reglas para la conformación de un nuevo gobierno. En principio, los carrancistas tenían previsto ganarlo todo. Sin embargo, los trabajos de esta debieron ser suspendidos dada la ausencia de los villistas y zapatistas. Para enmendar el apuro se trasladaron la realización de la convención a la ciudad de Aguascalientes y el general Felipe Ángeles, presidente de la asamblea general, envió una invitación personal al general Zapata para que su bando se integrase a los trabajos. Para el 28 de octubre se integraron a las sesiones los delegados zapatistas, Paulino Martínez y Antonio Díaz Soto y Gama, este último protagonizó uno de los incidentes más ríspidos de la convención al negarse a firmar sobre la bandera porfirista.

Al perder el control sobre la convención, los carrancistas ya no consiguieron contener las fuerzas de las facciones revolucionarias; las que le exigían al jefe constitucionalista que se alejase del poder. El 30 de octubre la sesión acordó el cese de Venustiano Carranza como primer jefe revolucionario, colocando en lugar de éste a Eulalio Gutiérrez Ortiz como presidente de la república.

La guerra civil volvió a desatarse. Los zapatistas ocuparon la Ciudad de México desde el 24 de noviembre de 1914, en tanto que los carrancistas se refugiaron en Veracruz. Unos días después, el 4 de diciembre, Zapata y Villa se encontraron por primera vez en Xochimilco. Allí firmaron el Pacto de Xochimilco en el cuál el jefe de la División del Norte se comprometió a defender los puntos del Plan de Ayala.

Para dar cumplimiento al reparto de tierras se nombró como secretario de agricultura y colonización al general zapatista Manuel Palafox cuya tarea principal fue la de supervisar a las Comisiones Agrarias. No obstante, las derrotas que sufrió Villa en los llanos de Celaya en 1915 le restaron demasiada fuerza a la Convención. El ocaso de la junta revolucionaria se prolongó hasta mayo de 1916, cuando por fin fue disuelta. Los carrancistas quedaron entonces con todo el control sobre la nación, con excepción de los bastiones villistas y zapatistas. Aunque poco a poco las hostilidades fueron reduciéndose, el cerco en contra de los insurrectos fue cada vez más fuerte. A tal punto que para el 18 de junio de 1917 fue asesinado en Cuautla, Morelos, el general Eufemio Zapata. Supuestamente se trató de un pleito de cantina, pero el crimen nunca se esclareció satisfactoriamente. En el mismo año Palafox y otros oficiales surianos decidieron aceptar las propuestas de indulto del gobierno carrancista.

Entre 1918 y 1919 los federales infligieron varias derrotas a los zapatistas, pero no lograban derrotar a la guerrilla. Tuvo que venir la celada concebida por el general Pablo González, para acabar con el jefe del ELS. Aún después de ello, los rebeldes se mantuvieron en armas contra el gobierno de Carranza.

Los sobrevivientes

La emboscada de Chinameca pretendía terminar definitivamente con el zapatismo. Aunque tuvo éxito por el lado de exterminar a su principal dirigente, puede decirse que quedó limitado en dos rubros. Por un lado, el ELS continuó combatiendo a un carrancismo que cada vez estaba más aislado. Por el otro, quizá el punto más importante, marcó una separación tremenda entre la causa suriana y el zapatismo como ideología agrarista.

Tras la muerte de Zapata fueron nombrado jefes del ejército suriano, Gildardo Magaña y Genovevo de la O, sucesivamente, quienes un año después se aliaron con los rebeldes del Plan de Agua Prieta en contra de Venustiano Carranza. Irónicamente, muchos de los personajes aguaprietistas tuvieron parte en la persecución que padecieron los zapatistas, incluyendo el mismo asesinato del general Emiliano Zapata. Tras el triunfo que catapultó a Obregón como la figura más importante de la revolución, lo que aún quedaba del ejército suriano fue recompensado con su incorporación al Ejército Federal.

Pero no todos los oficiales leales a Zapata siguieron el nuevo rumbo, con el tiempo fundaron organizaciones agraristas que pusieron cierta distancia con las instituciones posrevolucionarias. No se olvide que la gran desventaja del ELS fue su informalidad como fuerza beligerante. Es decir, no conformaba un ejército regular, a diferencia de los carrancistas, sino que sus integrantes eran campesinos que dedicaban su tiempo al cultivo de la tierra y solamente lo interrumpían para defender sus propiedades.

Zapatismos

Aunque en varios puntos las condiciones de vida tradicionales de las comunidades morelenses poseían muchos de los elementos que se retomaron para conformar el pensamiento comunista-libertario de los Flores Magón, en realidad la vinculación e influencia mutua no tuvo demasiados frutos directos. Pues, pese a que floresmagonistas de la talla de Antonio Díaz Soto y Gama, quién llegó a ser el principal consejero político de Emiliano Zapata, participaron aportando elementos de contenido al Plan de Ayala; la tendencia del zapatismo sobre la propiedad de la tierra y el desprecio hacia las formas industriales del trabajo distanciaron enormemente a los floresmagonistas de los zapatistas. En general los integrantes del PLM, tanto en su versión moderada como en la floresmagonista, terminaron plegándose a colaborar con los gobiernos revolucionarios de Carranza, primero, y posteriormente con los emanados del grupo Sonora (Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles).

La imagen de Emiliano Zapata como un revolucionario rebelde ante el poder, fue erigida por el zapatismo sobreviviente a la revolución solamente hasta la década de los años 1940, pues la mayoría de los oficiales se había institucionalizado durante el gobierno de Álvaro Obregón. Es decir, una vez vengada la traición del carrancismo.

Una vez incorporado el ELS a las fuerzas federales, los reacomodos políticos alcanzaron a la cúpula suriana. A la integración militar de los generales Genovevo de la O y Gildardo Magaña, siguió la integración política de Antonio Díaz Soto y Gama a las instituciones posrevolucionarias con la fundación del Partido Nacional Agrarista (PNA) que decía defender los postulados del Plan de Ayala, haciendo uso indiscriminado de la figura del Caudillo del Sur. El resultado fue la desactivación del zapatismo como fuerza política agrarista. No es secreto que el PNA se dedicó a colaborar con los gobiernos aguaprietistas hasta el extremo de solicitar la reelección de Obregón. Aunque años más tarde el propio Soto y Gama quedaría atrapado entre su apoyo a la rebelión escobarista contra el gobierno de Emilio Portes Gil y la integración de las fuerzas revolucionarias en un partido único: el Partido Nacional Revolucionario (PNR).

Tampoco faltaron los zapatistas que lograron lucrar con la revolución. El caso más notable fue el del general Juan Andreu Almazán, quién llegó a ser secretario de Comunicaciones y Transportes durante la presidencia de Pascual Ortiz Rubio, cargo que aprovecho para convertirse en uno de los empresarios más exitosos del país. El antiguo militar zapatista, después villista, no se conformó con lo que había conseguido, así que para preservar y fortalecer su poder, tanto económico como político, de la amenaza “nazi comunista” creada por el cardenismo, lanzó su candidatura a la presidencia en 1940 apoyado por su propio partido, el Partido Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN) y el insipiente Partido Acción Nacional (PAN). Curiosamente Almazán había desarrollado amistad con grupos estadounidenses cercanos al nazismo.

La Reforma Agraria impulsada durante el gobierno de Lázaro Cárdenas sirvió para revitalizar las ideas del zapatismo. Pero nada más llegó a la presidencia Manuel Ávila Camacho las puertas se volvieron a cerrar para el agrarismo, incluido el zapatista. En respuesta a los obstáculos que el nuevo gobierno le imponía a los agraristas, antiguos zapatistas como Genovevo de la O y Rubén Jaramillo se dieron a la tarea de organizar a los pueblos morelenses. Rápidamente esas organizaciones se rebelaron ante los gobiernos federales. De la O fundó el Frente Zapatista en 1940 (cuya conformación intentó ser saboteada por Soto y Gama), y posteriormente participó en la integración de la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM). Por su parte, Rubén Jaramillo participó en la fundación de la Unión de Productores de Caña de la República Mexicana, al final del cardenismo, posteriormente fundó el Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM) y mantuvo cierta cercanía con el Partido Comunista de México (PCM). Además de ello encabezó rebeliones guerrilleras contra los gobiernos de Manuel Ávila Camacho (1943-1944), Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos (1945-1959). Hasta su asesinato en 1962, Jaramillo fue el máximo exponente de ese agrarismo zapatista que no se pliega a los designios del gobierno.

Durante décadas se impuso una visión de un zapatismo heroico, patriótico y constructor del nuevo régimen que no tuvo contradicciones con las otras facciones revolucionarias. El caudillo de la reforma agraria se erigió como una figura de bronce, aunque la reforma agraria hubiese sido saboteada constantemente para favorecer a las agroempresas.

Una revitalización del zapatismo solamente se consiguió hasta la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). El mérito del neozapatismo estuvo en conseguir una mejor integración entre los objetivos postulados por el agrarismo del ELS, el indigenismo y el comunismo libertario de los Flores Magón.

En términos históricos el neozapatismo resultó fundamental como nuevo punto de partida para los movimientos anticapitalistas. Además sentó las bases ideológicas para que el indigenismo saliese de su letargo corporativo y se acercase a posturas revolucionarias. Aunque es preciso recordar que si bien el neozapatismo fusiona elementos del agrarismo con el indigenismo y el floresmagonismo, también toma algunas de las limitaciones básicas de cada propuesta: no supera los objetivos pequeño-burgueses del campesino desposeído, desprecia (en los hechos, no en el discurso) al obrero industrial e intensifica la segregación, pues pese a su argumentación en pro de la unidad de los pobres, en la práctica la autonomía que desempeñan aísla a las comunidades del resto de los oprimidos.

Sin duda que ningún proyecto revolucionario, que realmente supere al capitalismo, es posible sin pasar por una reforma agraria consecuente y que genere una mística de lucha en los sujetos revolucionarios. Desde ese punto de vista es importante rescatar los elementos del zapatismo y del neozapatismo.



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