La jornada electoral, segunda ronda, que se realizó ayer en Colombia para definir quién será el sucesor de Álvaro Uribe en la presidencia arrojó un resultado bastante esperado. La ventaja que había tomado el candidato oficialista, Juan Manuel Santos, sobre su rival, Antanas Mockus del Partido Verde, fue definitiva. Según los primeros recuentos Santos obtuvo más de nueve millones de votos, que equivalieron al 69% de los sufragios, en tanto que Mockus apenas consiguió captar poco más de tres millones 500,000 papeletas, que representaron el 27.5% del total, para su causa. El abrumador resultado deja una estela de consecuencias que es importante tener claras, pues incidirán no solamente en el futuro colombiano, sino que afectarán de manera importante el desarrollo político, económico y social de América Latina.
Hace unas semanas, en Reyertas 92: La elección de los paras presenté un panorama general sobre la elección colombiana. En esa ocasión señalé que independientemente del triunfador en la segunda vuelta habría un margen demasiado estrecho para cualquier cambio. No se trata de un asunto de personajes, aunque el estilo para gobernar sea relevante, sino que es un asunto de la estructura que se ha construido en Colombia.
La oposición tuvo un gran avance ante el uribismo al forzar la segunda vuelta, sin embargo, tal cual los mencioné líneas arriba, los más de 40 puntos porcentuales de diferencia entre ambos candidatos son un cheque en blanco para que Santos gobierne a su antojo. Ese resultado favorecerá el endurecimiento de las políticas de Álvaro Uribe.
1. Perspectivas complicadas
Pese al alto abstencionismo, superior al 50% de los electores, el porcentaje de votación obtenido por Juan Manuel Santos le permitirá desprenderse de cualquier compromiso que haya adquirido con los pequeños partidos que se adhirieron a su candidatura tras quedar eliminados en la ronda del 30 de mayo. De esa manera los partidos Conservador y Liberal, pese a la retórica promesa de un gobierno de unidad nacional, pocos frutos palpables conseguirán del presidente electo.
Por el otro lado, la muy previsible derrota de los Verdes se suma a la que padecieron las organizaciones electorales de izquierda en la primera vuelta, además del resultado adverso que tuvieron en las elecciones legislativas de marzo reciente. Con base en ese conjunto de circunstancias, la consecuencia será el ampliar las facilidades para que el gobierno neocolonizado endurezca su posición. Oportunidad que casi con seguridad será cristalizada, dada la premura que tiene el imperialismo por avanzar en América Latina y el estilo autoritario, incluso más que el propio Uribe, exhibido por Santos en sus más inmediatos cargos en el gobierno.
Al menos en el caso de la izquierda colombiana que participa en los procesos electorales el fracaso es grande. Si no consigue generar una reestructuración orgánica que pase por el replanteamiento de sus demandas, así como por sus mecanismos de vinculación con la sociedad (principalmente con las clases subsumidas) y desarrolla unidad entre las diversas fuerzas políticas (independientemente de la estrategia de lucha que prioricen), difícilmente habrá un contrapeso real a las políticas de Santos. Cuando más el embellecimiento que pueden aportar los Verdes y liberales.
2. Santos sin santidad
En la entrega del 31 de mayo se presentó una breve reseña de la trayectoria de Juan Manuel Santos, la cuál vale ampliar un poco para entender porqué se afirma que el estilo del presidente electo es más duro que el del saliente Álvaro Uribe.
Santos nación en Bogotá el 10 de agosto de 1951 en el seno de una familia involucrada en la política, los agronegocios y el periodismo. Su abuelo paterno, Enrique Santos Montejo (Calibán), fue un conocido periodista colombiano; el hermano de éste, Eduardo Santos Montejo, fue el dueño del diario El Tiempo (el más importante de aquella nación) y además fue presidente de Colombia de
La formación profesional de Santos está cargada de escuelas con sede en Estados Unidos e Inglaterra. Después de su pasó como cadete en la Escuela Naval de Cartagena, cursó estudios en economía y administración de empresas en la Universidad de Kansas. Continuó con maestrías en economía en la London School of Economics y en administración en la de Hardvard. Posteriormente recibió becas de las fundaciones Fulbright y Nieman, en la primera para cursar estudios en la escuela de derecho y diplomacia de la Universidad de Tufts y la segunda para periodismo en la Universidad de Hardvard. Por cierto que esa universidad le otorgó el doctorado Honoris Causa en derecho.
Todos esos modernos títulos nobiliarios le han servido al señor Santos para desempeñarse en el triple papel de profesor universitario, empresario, periodista y político, en ese orden. Ejerció como profesor de economía política en la Universidad de los Andes. Entre 1972 y 1981 fungió como miembro de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia a la cuál representó durante nueve años ante la Organización Internacional del Café, con sede en Londres. A su regreso a Colombia se incorporó al negocio familiar, el diario El Tiempo, en el cuál desempeñó el cargo de subdirector entre 1981 y 1991.
Sus labores al frente del periódico se interrumpieron cuando César Gaviria creo el Ministerio de Comercio Exterior y se designó a Juan Manuel Santos como el primero en ocupar esa cartera. Al frente de ese cargo negoció Tratados de Libre Comercio con cinco naciones y la Comunidad del Caribe (Caricom). Sus méritos en campaña le valieron para ser designado por el presidente como Senador en 1993 y lo catapultó al interior del Partido Liberal (PL). Posteriormente estuvo en el triunvirato que dirigió a su partido de
En la presidencia de Andrés Pastrana (1998-2002) colaboró como Ministro de Hacienda en los últimos dos años de ese período presidencial. Sin embargo, eso no le fue suficiente para ser hecho a un lado en el primer mandato presidencial de su compañero de partido Álvaro Uribe (2002-2006). En esos cuatro años Santos volvió a la tarea de ir haciendo méritos personales con suma paciencia. La oportunidad de recuperar un lugar en el gobierno le vino cuando se presentó la reelección de Uribe en 2006. Debido al rompimiento entre el presidente con el PL fue necesario generar una coalición amplia de partidos que apoyase el proyecto reeleccionista, uno de esos partidos fue creado por Juan Manuel Santos con antiguos miembros del liberalismo: el Partido Social de Unidad Nacional (PSUN), mejor conocido como Partido de la U. En recompensa por su destacada intervención y dado que ese partido obtuvo la mayoría en el Senado, Álvaro Uribe designó a Santos como su Ministro de Defensa para su segundo período presidencial. La adhesión a la política de seguridad democrática que propagaba el uribismo fue tan plena que durante esa etapa 2006-2009 el Ministerio de Defensa se vio involucrado en dos grandes escándalos: los falsos positivos y el espionaje contra opositores a través del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). En ambos casos se mencionó, aunque sin comprobar fehacientemente, que Santos estuvo directamente involucrado en ellos, pero al final fue salvado por los congresistas tanto de su propio partido como por los aliados del uribismo: el Partido Cambio Radical.
Hacia la sociedad colombiana la imagen que se despliega de Santos a través de los medios de comunicación masiva es la del gran orquestador de la Operación Fénix (en que fue ultimado Raúl Reyes en territorio ecuatoriano) y de la Operación Jaque (liberación de Ingrid Betancourt y once miembros de las fuerzas armadas colombianas). Se le ve como el cerebro o, al menos, como el principal responsable de la ofensiva del gobierno que ha precarizado la situación de las guerrillas tanto del Ejército de Liberación Nacional (ELN) como de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Por si todos esos milagritos fuesen insuficientes para darse una idea de quién es en realidad Juan Manuel Santos, baste con recordarle al dilecto lector que junto a Tony Blair fue autor del libro La Tercera Vía que teoriza sobre la implementación del neoliberalismo a través de gobiernos socialdemócratas. Además es el creador de la Fundación Buen Gobierno (FBG) que ha justificado la implementación de las reformas estructurales librecambistas.
3. La marcha del tío Sam
Como señalé en Reyertas 92 el Plan Colombia ha sido en gran instrumento mediante el cuál los Estados Unidos se apoderaron de la nación sudamericana. Dicho plan fue puesto en marcha por el gobierno de Bill Clinton pero aprovechado extensamente por el de George W. Bush. El motivo del imperialismo es evidente: proteger sus intereses en la región que considera su espacio vital. Para EE.UU. Colombia representa una clave estratégica en lo político (mantener ingerencia directa en Sudamérica), en lo comercial (es la única nación bioceánica de la región), en lo económico gran fuente de materias primas como el café y receptora importante de capitales exportados desde EE.UU.) y militar (su ubicación geográfica cierra el Caribe, además de la extensa frontera que tiene con la nación petrolera, Venezuela).
No es casual que en el Plan Colombia estén involucrados fondos provenientes de diversos mecanismos establecidos por el gobierno estadounidense: Andean Counterdrug Initiative (ACI), Foreign Military Financing (FMF) y Department of Defense’s Central Counternarcotics Account. Tampoco lo es que oficialmente el plan establezca que solamente la tercera parte de los fondos se dediquen al combate contra el narcotráfico y el 0.8% a consolidar las negociaciones con los grupos guerrilleros. El resto de los fondos tendrían finalidades sociales y de gobierno: desarrollar la economía colombiana así como para solucionar las deficiencias del gobierno; en la práctica la mayor parte de los fondos se han destinado al combate contra los grupos guerrilleros.
4. Peligro de extinción
La prensa ya no registra nombres de narcotraficantes con tanta espectacularidad como se hizo con Pablo Escobar, pero ningún cálculo serio señala que se haya conseguido una disminución de la producción y envíos de cocaína hacia Estados Unidos y Europa, por el contrario se habla de ligeros incrementos en ambos rubros. Desde esa perspectiva el Plan Colombia debería considerarse un fracaso. Pero no lo es ni para el imperialismo estadounidense ni para el gobierno neocolonial de Colombia. El verdadero objetivo del plan han sido las organizaciones guerrilleras. Los tres años recientes han tenido la constante de las grandes operaciones militares contra las FARC. A tal punto ha llegado la ofensiva, reforzada con el fallecimiento de Tirofijo en 2008, que ya hay fuertes diferencias en la dirección entre los partidarios de buscar la negociación y los que pretenden endurecer sus posiciones.
Tras más de 40 años de existencia, las guerrillas parecen estar en una crisis terminal en Colombia. No obstante, los métodos militaristas e intervencionistas que está empleando el gobierno de Uribe, los que seguramente endurecerá Santos, no son una solución de fondo a las contradicciones reales en Colombia. Por el contrario, el fondo de la problemática colombiana permanecería vigente, aunque muy posiblemente los grupos guerrilleros se desarticularían políticamente. Pero no desaparecerían dado que el atraso en que permanecen varias comunidades rurales, lo que a la postre seguiría alimentando la existencia de los grupos guerrilleros.
5. ¿Colombianos revolucionarios?
En las condiciones que se proyectan para Colombia, las esperanzas para verdaderas transformaciones en aquella nación sudamericana recaen en las organizaciones de izquierda que se identifican con la revolución, aunque no optan por la vía armada como su método principal o prioritario de lucha. Tampoco se trata de los grupos que priorizan el trabajo electoral, como Polo Democrático Alternativo (PDA). Por un lado, el gobierno neocolonial tiene neutralizada la opción guerrillera. Por el otro, la presencia en las urnas es prácticamente testimonial, el propio PDA no representa más que la cuarta fuerza electoral, muy lejos de los contendientes. Su presencia en los procesos electorales ha rendido lo suficiente como para tener, entre representantes y senadores, doce congresistas en la actualidad.
Urge en consecuencia la maduración de las organizaciones sociales colombianas. Lo cuál no es algo sencillo dado que la política represiva del uribismo, que formalmente lleva el nombre de seguridad democrática, también ha golpeado fuertemente a las principales estructuras organizativas. Las condiciones de lucha no son las más favorables. Mientras las organizaciones campesinas e indígenas son perseguidas con el pretexto de ser colaboradoras de las guerrillas, aunque cabe reconocer que tanto las FARC como el ELN también han realizado ataques contra ellas al concebirlas como instrumentos del gobierno, el sindicalismo tiene una fuerte influencia del PL. La principal central sindical de izquierda, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), es encabezada por el liberal Tarsicio Mora Godoy. El problema no es el de la militancia partidaria del dirigente sino la vinculación con un partido que actualmente se divide entre los partidarios del uribismo y los opositores al estilo de la senadora Piedad Córdova, sin contar que tras el éxodo de 2006 el PL quedó reducido a posiciones muy secundarias en las elecciones. Por tanto, hace falta un desarrollo más independiente en el sindicalismo. En cuanto a los trabajadores organizados más allá de sindicatos, organizaciones populares, aún no tienen el avance que sí tiene este tipo de movimientos en la vecina Venezuela. Aunque dado el crecimiento de las desigualdades sociales su potencial orgánico va en aumento.
El previsible endurecimiento de la represión durante la presidencia de Juan Manuel Santos, cuyo gobierno comenzará el próximo 7 de agosto, haría más difícil la organización política para los partidos de izquierda y organizaciones sociales. Aunque la apertura que necesitará EE.UU. de Colombia podría ser una opción para el enriquecimiento en la teoría revolucionaria y en la experiencia organizativa. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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