La ligereza de palabra suele ser costosa. Por ello, tanto en la política como en la milicia la mesura es una cualidad indispensable. Sin embargo, para el general Stanley Allen McChrystal, quién hasta el pasado 24 de junio se desempeñó como Comandante de las Fuerzas de EE.UU. y de la OTAN en Afganistán. En breve, era el militar más poderoso en territorio afgano. El pecado de McChrystal puede verse como una banalidad: brindarle una entrevista a los reporteros de The Rolling Stone, una legendaria revista especializada en música.
La situación no habría pasado a mayores de no ser por que la lengua del general es más veloz que su cerebro. Con suma facilidad comenzó a responder varias de las preguntas del reportero Michael Hastings dejando ver su desacuerdo con sus propios jefes civiles. A tal punto llevó la crítica hacia la política de Barack Obama respecto a Afganistán que en un momento dado se mofó, en forma soez, de personajes como el vicepresidente Joe Biden, el asesor de Seguridad Nacional James L. Jones, el embajador estadounidense en Afganistán Karl Eikenberry y del representante especial para Afganistán y Pakistán Richard Holbrooke. Los desplantes del militar causaron la furia del máximo representante del imperialismo yanqui, el presidente Barack Obama. Así que sin más trámite que una simple convocatoria, pese a las disculpas ofrecidas por el general, Obama destituyó al general bufón de su encargo, aunque oficialmente sólo le aceptó la renuncia.
El incidente, por demás anecdótico, no tendría porqué tener mayor relevancia, puesto que en otras circunstancias la defenestración del imprudente sería más que suficiente para resolver el problema e imponer de nueva cuenta la disciplina dentro de las fuerzas armadas. No obstante, nada queda resuelto. Tras casi nueve años de invasión estadounidense en Afganistán, las cosas no parecen ir mejor para el imperialismo. El desgaste está ampliando las contradicciones entre el gobierno actual y la jerarquía militar atada a los intereses que representaba George W. Bush.
La anécdota afgana es un buen motivo para reflexionar sobre las dos guerras imperialistas en Asia, principalmente tomando en cuenta los efectos que está tiene en contra de la clase trabajadora del mundo.
1. Los pretextos
Independientemente de las especulaciones que se desataron a escala planetaria con motivo de los atentados del 11 de septiembre de 2001, lo cierto es que desde entonces EE.UU. desplegó una ofensiva militar en contra de sus principales enemigos en Asia. La paranoia de las teorías conspirativas encubre puntos fundamentales para comprender las guerras estadounidenses en Afganistán e Irak. Uno de esos puntos es que en ambos casos se trata de Frankensteins inventados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) durante la Guerra Fría que servir a los intereses de los EE.UU. La idea era crear muros de contención para detener a la Unión Soviética (URSS). El caso de Irak fue producto de una larga cadena de errores cometidos por la CIA, incluso más graves que el intento de invasión a Cuba en 1961. El caso que nos atañe en la presente ocasión es el de la formación de Al Qaeda (la base de información). Esta organización fue organizada por el saudí árabe Osama Bin Laden, quién fue reclutado en 1978 por el príncipe Turki Al Faycal, quién entonces era el director del servicio secreto saudí, para colaborar con la CIA. No se olvide que dentro del mundo árabe el principal aliado de los EE.UU. ha sido Arabia Saudita. A Osama se le encomendó formar una organización paramilitar a comienzos de la década de 1980 para lanzar una Guerra Santa (Yihad) en contra del ejército soviético que invadió Afganistán desde 1979 hasta 1989. Así surgió Al Qaeda.
El dinero aportado por los estadounidenses tuvo buenos réditos, pues Osama consiguió reclutar y entrenar a elementos altamente comprometidos con la liberación afgana. De manera paralela, el gobierno de EE.UU. también apoyó la organización de grupos guerrilleros que surgieron de los campos de refugiados de afganos en Pakistán: los Talibán. El término en español equivale a “estudiantes del Corán”. Dado que ambas organizaciones tienen un origen religioso afín, pues practican el Islam Sunnita, pronto comenzaron a tener una práctica común.
Al paso del tiempo la República Democrática de Afganistán fue derrotada por los guerrilleros musulmanes, pero ello no terminó con el conflicto. Tras el retiro de las tropas soviéticas en 1989 el país quedó repartido entre los Señores de la Guerra. Fue hasta 1996 cuando se consiguió establecer un gobierno fuerte que impuso el orden. Ese Estado estuvo regido por los Talibán. En principio EE.UU. apoyó al nuevo régimen, sobretodo como contrapeso regional contra la influencia que China e Irán pudiesen ejercer sobre las naciones que poco antes se habían independizado de la URSS en Asia Central.
Pese a la condena internacional por la violencia que los Talibán emplearon contra la sociedad afgana, el gobierno estadounidense se abstuvo de emitir juicios categóricos contra Afganistán. Ello a pesar que desde aquella época el régimen afgano protegía a Al Qaeda. Para entonces, segunda mitad de la década de los años 1990, la organización dirigida por Osama Bin Laden ya había realizado atentados terroristas contra varios blancos occidentales, incluyendo las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1998, así como el ataque suicida al buque de guerra USS Cole en las costas de Yemen. Fue solamente hasta el 11 de septiembre de 2001 cuando los EE.UU. cambiaron su actitud frente a Afganistán. Cabe señalar que, según información publicada en los meses recientes, de ser cierta la versión que responsabiliza a Al Qaeda de los ataques en Nueva York y Washington D.C., la actitud del gobierno de George W. Bush resulta sospechosa, pues su servicio de inteligencia supo con suficiente antelación que se preparaban esos atentados.
Al transcurrir el tiempo quedó completamente evidenciado que para los EE.UU. el objetivo principal de la invasión a Afganistán no estuvo en castigar a los Talibán o a Al Qaeda, sino en dos elementos de mayor alcance: 1) su posición estratégica en Asia Central, y 2) obtener el control absoluto del cultivo de amapola (planta de la cuál se obtiene la goma de opio).
La ubicación geográfica de Afganistán le otorga un doble valor: por un lado, es clave para el transporte de hidrocarburos desde las naciones del sur del mar Caspio hacia el mar Arábigo. Por el otro, dada su complicada orografía (el 75% de su territorio es montañoso con varias cumbres que superan los 6,000 metros), es un enclave económico-militar frente a tres posibles rivales del imperialismo estadounidense: India, Irán y China.
Antes de la invasión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), comenzada el 7 de octubre de 2001 (menos de un mes después de los atentados en EE.UU.), Afganistán ya era el principal productor de amapola en el mundo. No se olvide que los opiáceos más consumidos, la heroína y la morfina, tienen su principal mercado entre la población estadounidense. El cultivo de amapola ha crecido de forma desmesurada en los casi nueve años que lleva la invasión. De manera curiosa, justo un día antes que estallase el escándalo del general McChrystal se difundió la noticia sobre la duplicación del consumo de opiáceos en el propio Afganistán. El que más de un millón de afganos sean adictos al hachís o algún derivado del opio, solamente es posible por la superabundancia de narcóticos. De hecho el 90% de los opiáceos que se consumen en el planeta son producidos en el Afganistán liberado por la OTAN y los EE.UU.
2. Trampa Afgana
I. Nuevos gobiernos
Arriba señalé que el territorio afgano se compone de cadenas montañosas que cubren casi en su totalidad, la principal de ellas es la Hindu Kush. La población tradicionalmente subsiste de la agricultura y de la ganadería de especies pequeñas. El principal grupo étnico son los pastún. A lo largo de la historia Afganistán ha sido motivo de codicia por parte de diversos imperios, comenzando por el persa, el griego con Alejandro Magno, los hunos, los árabes, los turcos, los mongoles, los británicos y los rusos.
En el siglo XIX la expansión de los zares puso en peligro la independencia del pueblo afgano, pero éstos consiguieron derrotar a los rusos. Sin embargo, esa guerra obligó a que los ejércitos de Afganistán se concentrasen en las fronteras con el imperio ruso, lo que fue aprovechado por la corona británica para hacer su propia expedición de conquista. Sin embargo, fueron rechazados en 1847. Para finales de ese mismo siglo, el imperialismo inglés intentó una nueva ocupación que también fue repelida.
Sin embargo, la influencia de la Gran Bretaña se hizo sentir, pues los ejércitos de esta nación permanecían en la colonia británica de la India, que incluía el territorio del actual Pakistán. La corona inglesa no reconoció la soberanía de Afganistán, así que tras el final de la Primera Guerra Mundial hicieron un nuevo intento por ocupar el territorio. La tercer guerra Anglo-Afgana, de 1919, la cuál volvió a ser perdida por los británicos.
Una vez reconocida su independencia, el gobierno de la URSS brindó mucho apoyo económico y técnico para Afganistán. El objetivo era atraerla hacía su influencia para establecer un obstáculo geográfico entre los soviéticos y la colonia inglesa de India. No obstante, la fragmentación de la sociedad afgana, debido al atraso político, en tribus evitó que los intentos de modernización cuajasen. En parte, porque los jefes tribales se oponían a las reformas occidentalizadoras, en parte por el conflicto entre los pro-soviéticos contra los pro-británicos. La inestabilidad política redujo, o de plano impidió, la implementación de una estructura económico-política moderna en Afganistán. Al tiempo que los conflictos entre grupos de poder evitó que se instalase un verdadero gobierno para toda la nación. Afganistán se debatía entre la República y la Monarquía Constitucional.
Hacia la década de 1970 los republicanos consiguieron mantenerse con apoyo de la URSS. Una vez establecido el nuevo régimen, hubo una escisión entre los republicanos y los socialistas; los primeros intentaron alejarse de la influencia soviética, incluso acercándose al régimen iraní del mullah Jomeini. Los segundos buscaron el apoyo de la URSS, la cuál apoyó el golpe de Estado del 27 de abril de 1978. Las protestas de los jefes tribales no se hizo esperar, por lo que al año siguiente Moscú ordenó la incursión de sus tropas en territorio afgano, invasión que perduró hasta 1989.
Los duros reveses que las potencias occidentales han sufrido en los dos siglos más recientes, no les enseñaron nada a los estadounidenses que se sintieron con la suficiente superioridad en tecnología militar como para derrotar a los afganos. En cierta medida tuvieron razón, la operación Libertad Duradera derrocó al régimen de los Talibán en tan sólo unas semanas. Pero ni todos sus supuestos objetivos se han cumplido (no ha conseguido derrotar a Al Qaeda), ni mucho menos ha obtenido los verdaderos: controlar Afganistán.
II. Extensión de la guerra
El gobierno impuesto por los estadounidenses, el de Hamid Karzai, no ha sido capaz de pacificar a la región. Por el contrario, poco a poco el conflicto se extiende en una doble dimensión: se está prolongando en el tiempo, pues en ocho años y medio de intervención yanqui ni los Talibán ni Al Qaeda ni los grupos rebeldes que surgieron en oposición a la invasión han podido ser desmantelados. Los atentados en contra de objetivos militares y civiles por parte de los insurrectos se mantienen como una constante.
La otra dimensión en que se ha extendido el conflicto afgano es el territorial. Los grupos sobrevivientes de los Talibán, así como de las otras resistencias, han encontrado cobijo en Pakistán. En cierta medida por la afinidad que el actual régimen pakistaní tiene hacia el extremo Islam sunnita que practican los estudiantes del Corán. Aunque también en parte, por la habilidad de los combatientes afganos para eludir los ataques que EE.UU. está desplegando en territorio de Pakistán. Un tercer motivo que alienta la expansión de la guerra hacia territorio pakistaní es que el gobierno de éste está más ocupado en resolver su conflicto por los límites fronterizos con la India. El resultado es una compleja situación política que está descomponiendo aceleradamente a las sociedades de esa región asiática. Hasta el momento lo único que sí ha obtenido el imperialismo estadounidense es el, ya mencionado, incremento de la producción de opio y que algunas de sus compañías exploten los pequeños yacimientos de gas natural que se ubican en la región norte de Afganistán.
3. Confrontados
El episodio McChrystal es evidencia de los estragos que la presión política ejercida por la sociedad estadounidense en contra de las guerras de invasión está profundizando acelerando las contradicciones internas del imperialismo. Mientras los cárteles del armamentismo, la construcción y el petróleo empujan al sector más fanatizado de la milicia yanqui, en el otro lado varios políticos van construyendo la manera en cómo sacar a EE.UU. del atolladero con el menor daño posible para su hegemonía imperialista.
Lo más grave de todo es que esas mismas contradicciones se expresan dentro de la sociedad estadounidense pero en una forma mucho más descarnada. Las irresponsables opiniones vertidas por McChrystal no hacen más que reforzar la ideología supremacista que reconforta a muchos anglosajones. Para éstos, los EE.UU. tiene el deber moral de dictarle al mundo la manera en que deben vivir, por tanto, el ejército estadounidense tiene el derecho de invadir cualquier nación en el momento que así lo considere; y más aún, a las fuerzas armadas yanquis, al ser los buenos de la película, les corresponde el triunfo sin importar el costo. Frente a esos fanáticos de los hot dogs, hamburgers & Coke tenemos a los profesionales de la política, verdaderos administradores al servicio del capital monopolista, cuyo trabajo es generar las condiciones más favorables para que el conjunto de los monopolios, no únicamente un puñado, tengan el respaldo de un Estado fuerte. Para ese fin requieren que la estructura de gobierno cuente con los elementos objetivos y subjetivos indispensables para imponer las necesidades imperialistas en el mundo. Por desgracia, esos son los únicos dos polos sociales que han gobernado a los estadounidenses. Juegan entre ellas a responsabilizarse de las graves condiciones en que se halla EE.UU. Unos apuntan a los otros de ser los responsables de la crisis económica de 2008 por sus políticas irresponsables con la sociedad. Los otros señalan a éstos como los culpables de los reveses militares en Afganistán e Irak porque son débiles: no incrementan aún más el presupuesto militar ni se deciden a exterminar por completo a sus enemigos asiáticos.
Sin embargo, hay una tercera posición que se ha manifestado. La que comprende que el camino que está tomando EE.UU. es el de la autoaniquilación. Son los trabajadores que entienden perfectamente la necesidad de integrar plenamente a los migrantes. La que opta por el pacifismo, pero no en los términos de la candidez pequeño burguesa, sino porque sabe que las transformaciones requeridas por los EE.UU. pasan por eliminar el imperialismo que rige su política. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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