Por: Doser
¿Qué podemos decir del 68 que no se haya dicho ya? Probablemente nada, pero a veces la supuesta necesidad de la innovación y de nuevas concepciones no supone una superación de las anteriores. Muy al contrario, puede evidenciar la falta de comprensión histórica o una manifiesta posición por reconvertir el significado de los hechos sociales de gran calado, con el fin de obtener un beneficio particular. En otras palabras, la definición de las coyunturas históricas es siempre un asunto político e ideológico: las posiciones que pelean con mayor crudeza son precisamente las que niegan discursivamente la parcialidad de sus intenciones, las que se alzan sobre la sobriedad académica y pretenden una ruptura con pasiones políticas y visiones épicas. Son precisamente estas interpretaciones las que deben ser tomadas con el mayor cuidado.
Así es que hoy, como ayer, el movimiento estudiantil de 1968 es una cuestión política que habremos de enfrentar desde una perspectiva teórica. ¿En qué sentido? El 68 fue una desmitificación de la divina comedia mexicana: la revolución hecha gobierno. Evidenció el divorcio entre el discurso de la democracia a la mexicana y el verdadero ejercicio del poder. Así fue como José Revueltas caracterizó 1968.
Ahora, a 40 años de distancia, planteamos el asunto en los mismos términos: ver a la luz de los hechos pasados, pero sobre todo, de los actuales; la relación entre el discurso del poder y su ejercicio real. Con esto no dudamos en nada que, dadas las transformaciones en la dinámica social de unas décadas hasta hoy, la realidad social obviamente es muy diferente. Así mismo, rechazamos una beatificación o una nostalgia que nos lleve a ver el presente con la carga, más que con la experiencia y la reflexión, del pasado. Quizá sea verdad que: “siempre es bien visto decir que estamos pero, y eso vende mucho, aunque todos los datos lo nieguen”[1], pero también es bien visto decir que las cosas han mejorado, y en mucho, aunque no todos, pero sí muchos datos lo nieguen. El punto es saber desde qué ojos, o en otras palabras, desde qué intereses se vea.
Los intereses en torno del 68 son los intereses del poder: la forma en que se ejerce, sus límites y sus efectos en la sociedad. Pero estos intereses no se acaban, por mucho, en el 68; Tlatelolco fue solamente una coyuntura que desenmascaró los abusos del poder político en México, y eso, entre otras razones, porque la represión a estudiantes de una nebulosa clase media fue mucho más escandalosa que le ejercida sistemática y selectivamente contra otros sectores, en especial campesinos y obreros. La represión como política de Estado no surgió en 1968. Lo que aquí debemos tener bien presente es que: hablar de 68 es hablar del poder y al definir al primero tenemos que atender al segundo. Aquí postulamos dos tendencias en la definición del movimiento estudiantil de hace 40 años:1) Su seccionamiento esquemático entre lo constructivo y lo destructivo, y 2) su uso ideológico en la justificación de una democracia incongruente, por no decir: inexistente.
1. Nadie niega que el movimiento estudiantil del 68 fuera una lucha por la democratización de México, pero en cambio, se argumenta que la aportación a la democracia fue más un efecto colateral. Hay quienes hacen una distinción entre rebelión por la libertad y la construcción de la democracia; reprochan a los estudiantes del 68 no pensar en ella o en la posibilidad del voto como medio de transformación social.[2] Evidentemente esta crítica no ubica el contexto histórico de 1968, cuestiona de manera oportunista el protagonismo de la izquierda en la transformación del país al tacharla de dogmática y contraria a la democracia representativa-electoral.
Para quienes suscriben esta crítica, el 68 se duvude en dos legados. El positivo o la crítica al autoritarismo; el negativo o el destructor: “Aquellos jóvenes aceleraron el descrédito de la tradición… La ilustración burguesa es, por definición, crítica. Sin embargo, se trata de una crítica acotada por la funcionalidad y la sensatez”, la sensatez de la Ilustración que se explica con “la táctica kantina (que) se emparenta con la moral provisional de Descartes: aplicar la duda sistemática y universal, preservando las normas vigentes en tanto averiguamos si conviene abandonarlas. El conservadurismo burgués está dispuesto a reparar el barco, incluso desarmarlo, si es menestar. Pero no emprenderá los arreglos en altamar por miedo a hundir la nave… La juventud perdió el respeto por el establishment: no temió cambiar el casco del barco a la mitad del océano.” Ahora resulta que el priísmo fue el representante de la Ilustración en México, al menos eso da a entender uno que otro intelectual.[3] Así, se quiere ver al movimiento del 68 como el antecedente lógico del supuesto retraso doctrinal de la izquierda en México, así como su inclinación al conflicto. Por tanto, el mayor error del movimiento estudiantil fue no constituirse en partido político para dar la batalla electoral por la democracia. Arbitrariedades históricas en sesudos (¡!) razonamientos nutren esta crítica.
2. Por otro lado, 1968 representó un golpe ideológico que obligó a la redefinición de todas las ideologías presentes: por una parte, al gobierno le fue cada vez más difícil sostener su caduca pantomima ideológica del nacionalismo revolucionario, tanto que tuvo que recurrir a la demagogia populista con Luis Echeverría Álvarez, lo cuál provocó el recelo de gran parte del conservadurismo empresarial que arribó al PAN desde los 70’s. Pero el golpe ideológico más duro fue, definitivamente, para la izquierda quién se le atacó desde el gobierno y, en fechas más recientes, desde una derecha que quiere interpretar el 68 bajo una fórmula contradictoria: crítica al autoritarismo y objetivos no democráticos. A esto habría que rastrear la identificación unánime del carácter democrático del 68: la represión del movimiento estudiantil y la guerra sucia devinieron más en bandera propagandísta del oportunismo cuasi-democrático, eso lo demuestra la, hoy día, extinta Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), surgida de las promesas de campaña a la presidencia en 2000 de Vicente Fox. Quien fuera el responsable de aquella fiscalía, Carrillo Prieto, “ha sostenido que la Femospp fue ‘moneda de cambio’ (por uso propagandístico, más que de vinculación legal) para que el PRI apoyara a Felipe Calderón en
Para concluir. La izquierda en México no nace en 1968 ni tampoco su orientación hacia la democracia. Los intentos de la izquierda por acceder al poder mediante el voto son variados, pretender que siempre ha estado orientada por dogmatismos anti-democráticos es, o una falta de conocimiento histórico o una posición tendenciosa. Indudablemente grandes sectores de la izquierda mexicana, hoy día, tienen arraigada una cultura política sectaria. También es cierto que la izquierda en su conjunto, carga con el 68 como una tarea inevitable, por definir, para efectos prácticos respecto al México democrático de hoy; solamente lo podrá hacer en la medida que apele a la honestidad política e intelectual para reconocer el uso demagógico que se hace del 68 en la Democracia Bárbara del 2008, 40 años después.
[1] Luis González de Alba, “La vida cotidiana antes del
[2] Enrique Krauze, “El legado incierto del
Sinceramente hubiera resultado curioso que la “V” de la Victoria hubiera sido la del Voto libre y secreto y que el Patria o muerte mi destino hubiera sido Democracia o muerte mi destino o que se hubiera incluido un séptimo punto del pliego petitorio que propusiera una reforma electoral y una ley de medios que limitara la influencia de los caciques de los mass media.
[3] Héctor Zagal, “La aniquilación de la ancianidad, en Letras Libres, n. 210, p. 36-38.
[4] Ignacio Carrillo Prieto, citado en Gloria Leticia Díaz, “Ejército intocado”, en Proceso, n. especial 23, septiembre 2008, p. 53.
1 comentario:
muy interesante, siempre es importante realizar la contraofensiva ideològica, ante un hecho que supera cualquier visión unilateral.
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