Este domingo 23 de noviembre culminó el calendario electoral en América. En un balance preliminar sobre lo acontecido en las urnas durante todo el año podríamos comenzar apuntando que se confirma la polarización de las posiciones pro-neoliberales y anti-neoliberales. Para muchos camaradas que han entregado la vida por las clases populares, ha sido un año de jubilo, sobre todo por los resultados de las tres elecciones más recientes en el continente (Estados Unidos, Nicaragua y Venezuela) y el ascenso de Fernando Lugo a la presidencia guaraní. Sin embargo, el panorama continental no necesariamente es tan promisorio como el optimismo de esos camaradas lo sugiere.
En efecto, el triunfo de Barack Obama se debió al vuelco dado por el pueblo estadounidense hacia las urnas y en contra de la dirección desastrosa que ha tenido George II del imperialismo más poderoso de la tierra. Sin embargo, ese triunfo popular no va más allá de ser un avance muy importante (independientemente de las circunstancias bajo las cuales se dio) en contra del racismo que impera al seno de la sociedad estadounidense, por fin fueron capaces de elegir a un no-blanco para la presidencia. Pero todo parece indicar que será un triunfo que, en el mejor de los casos, en breve será expropiado por los usureros de Wall Street.
Por su parte, el triunfo de los sandinistas anquilosados del FSLN en Nicaragua, al ganar 105 de las 146 alcaldías disputadas en las elecciones de noviembre, es un avance para el pueblo nicaragüense que si bien sabe que el régimen de Daniel Ortega representa la corrupción histórica, por ello es uno de los presidentes más impopulares del continente (incluso más que George II), ahora no se fue tragó el engaño encarnado por el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) y que de manera subrepticia es dirigido por la familia Chamorro en alianza con personajes que le dieron la espalda al sandinismo como el excomandante Sergio Ramírez y el poeta Ernesto Cardenal. Recuérdese que a principios de los noventa la decepción con el FSLN encabezado por ya por Ortega, llevó a los nicaragüenses a votar por la señora Violeta Barrio (viuda de Pedro Joaquín Chamorro), quién impuso una serie de reformas de corte neoliberal. Lo verdaderamente alarmante en Nicaragua es que la posición de Ortega sea la de avanzada al interior del Frente Sandinista y el proyecto antineoliberal más aceptado en Nicaragua. Aquí duele aceptarlo, pero las posiciones revolucionarias están ausentes, la posición clasista del proletariado no logra estructurarse porque los mismos niveles de consciencia no salen del inmediatismo de la resistencia contra el imperialismo estadounidense.
En abril fuimos testigos del triunfo electoral de Fernando Lugo en Paraguay: algo que sin duda extiende esa cadena de victorias de los pueblos en el juego de la democracia liberal. Tal situación cobra mayor importancia dada la alianza que se formó entornó al ex-obispo; dentro de la cuál brilla de manera clara el papel que han desempeñado los miembros del Movimiento de los Sin Tierra (MST). Ver ese fenómeno como algo casual sería un grave error de interpretación, pues no es más que el producto de uno de los principales problemas que subyacen en Paraguay. Dada la debilidad de su mercado interno, el escaso desarrollo de sus fuerzas productivas, la nación guaraní se ha ido convirtiendo en una neocolonia de los agroempresarios brasileños que acaparan las mejores tierras de cultivo. Sin duda que el triunfo de Lugo es algo esperanzador para las clases subsumidas en América Latina, pero no deja de haber dos grandes nubarrones que deben confrontarse con la mayor decisión y firmeza. Uno es la ya mencionada, debilidad del mercado interno paraguayo; eso limitará mucho el margen de acción que pueda tener este nuevo gobierno para realizar las reformas antineoliberales que se requieren: las fuerzas del capitalismo internacional seguirán teniendo un gran peso, lo cuál dificultará concretar un nuevo proyecto constitucional. Dos, la supeditación estructural de la teología de la liberación (de la cuál emanó Lugo y entre la cuál cuenta con sus aliados más importantes) a la Iglesia católica romana. Mantener su apoyo sin que se convierta en un lastre será difícil, pues los teólogos liberales no solamente deberán luchar contra el poder que ejerce el capitalismo sino contra los propios intereses de Roma. No sería la primera vez que el progresismo católico limita dejando a la deriva las necesidades del pueblo, una vez más recuérdese el ejemplo de la Nicaragua sandinista de los ochenta con Ernesto Cardenal al frente.
Más recientemente, el domingo 23 de noviembre, las elecciones intermedias en Venezuela dejaron como resultado que la oposición ganase 5 de las 22 gubernaturas en disputa, incluyendo los estados de Zulia y Miranda. Aunado al triunfo del “no” en el referéndum constitucional de diciembre del año pasado, el avance de los opositores en los gobierno estatales, ha infundido un ánimo desmedido en la derecha venezolana que es aplaudido acríticamente por la Organización Demócrata Cristiana de las Américas (ODCA), encabezada por el impresentable Manuel Espino. Más allá del resultado surgido del proceso electoral, sale a la superficie un problema mucho más serio para las fuerzas progresistas tanto de Venezuela como del resto de América: la falta de una organización realmente cohesionada en torno a un programa revolucionario y con capacidad para llevarlo a las clases subsumidas. La reconfiguración de fuerzas políticas se fundamenta en que los venezolanos perciben como el principal problema nacional el de la delincuencia, según el informe 2008 de Latinobarómetro 57% de los habitantes de la nación sudamericana perciben que ese es el principal problema. A los venezolanos les está ocurriendo algo similar a lo que ocurrió en el mundo entre los años sesenta y ochenta. Según explica el historiador Eric Hobsbawm en su libro sobre la historia del siglo XX, la oleada revolucionaria iniciada en los sesenta tuvo como una de sus causas principales que los trabajadores habían alcanzado una serie de conquistas sociales que no estaban dispuestos a perder cuando se dieron las primeras señales de desgaste del modelo capitalista keynesiano, y en los ochenta, los trabajadores le dieron la espalda a los procesos revolucionarios porque estaban más absortos en conservar cierta estabilidad en el nivel de vida que en buscar transformaciones sociales. Así, el proyecto bolivariano de Hugo Chávez tuvo un mayor ascenso cuando las codiciones políticas y sociales de Venezuela eran más desesperadas en lo económico, paro ahora que se ha logrado un mejoramiento objetivo del nivel de vida, para la sociedad lo más importante se ha vuelto el mantenerlo. En ese sentido, el periodista argentino José Steinsleger en su artículo “Chávez: diez jonrones y medio” valora de manera muy acertada los datos que dá el propio Latinobarómetro, al concluir a partir de éstos que en los diez años de gobierno de Chávez se ha logrado mejorar la situación económica del pueblo, lo que olvida Steinsleger es justamente lo que señalábamos arriba, el principal problema se ha vuelto el combate al crimen. Tal fenómeno tiene dos elementos principales: por un lado, a los “ciudadanos” les interesa mantener lo conseguido hasta ahora; y por el otro, no hay una verdadera organización político-social que esclarezca a la sociedad venezolana que el problema no está en proteger lo conseguido hasta ahora, sino que hace todavía falta mucho por hacer para que las condiciones de vida de los venezolanos sean las óptimas. El Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) ha resultado inoperante para tal cuestión, al tiempo que los otrora aliados del chavismo, como el Partido Comunista de Venezuela (PCV), están más enfrascados en no alimentar la imagen presidencial. Es importante que Hugo Chávez tenga límites impuestos por la organización social, pero para construirlas es necesario tener claras las necesidades de las clases subsumidas. Hacer las cosas como lo han hecho los ex-aliados de Chávez es fortalecer a la burguesía librecambista, seguir en el papel arribista de paleros del chavismo significa fortalecer a la burguesía de mercado interno que encabeza Chávez, ninguna de las dos beneficia al proletariado venezolano. Sin duda, que el proyecto socialista en Venezuela es el más avanzado, dado que es la nación (entre las cuales se reivindica ese modelo) dónde las fuerzas productivas están mejor desarrolladas. Ni la economía cubana, ni la nicaragüense, ni la ecuatoriana y mucho menos la boliviana son tan grandes y diversificadas como la venezolana. He aquí la importancia que reviste el llevar la revolución bolivariana a convertirse en una auténtica revolución.
Del análisis sobre estos cuatro casos particulares en América, se observa que en los años venideros habrá una agudización doble: por un lado entre la reestructuración del imperialismo contra los gobiernos progresistas en la región, y por el otro, entre las clases subsumidas en el continente contra las burguesías unificadas (librecambistas y de mercado interno). Dado lo anterior urge plantear un programa revolucionario con alcances continentales que tenga como principal característica la superación de las utopías resistencialista, que hasta ahora han tenido un muy loable desempeño, pero que rápidamente se están volviendo insuficientes para la transformación de las sociedades.
Para cerrar esta entrega, vaya un saludo revolucionario para los camaradas de la Coodinadora Nacional de Electricistas del SUTERM (CNE-SUTERM), que consiguieron la reinstalación del compañero Jesús Navarrete tras cinco años de lucha en contra de su despido por haberse opuesto al charrismo de la güera Rodriguez Alcaide. Además, toda nuestra solidaridad con los camaradas de la Unión de Técnicos y Profesionistas Petroleros (UNTYPP) que en días recientes han sido víctimas de la represión por el crimen de formar un sindicato independientemente al charro. Es la tercera vez en cuatro años que trabajadores profesionistas y técnicos de PEMEX son despedidos injustificadamente y con lujo de violencia por la misma causa; antes fueron en 2004 la Organización Nacional de Trabajadores de Confianza de la Industria Petrolera (ONTCIP) y la Unión Nacional de Trabajadores de Confianza de la Industria Petrolera (UNTCIP).
1 comentario:
interesante el enfoque, es importante resaltar que aunque apoyemos toda propuesta revolucionaria, no todas son iguales y la venezolana posee un potencial digno de resaltar. Algunos espontaneístas olvidan que el avance de las fuerzas productivas es uno de los factores determinantes para la instauración del socialismo.
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