jueves, enero 29, 2009

Problemas fundamentales del universo. Análisis filosófico del conocimiento, dios, el alma, el universo, la nada y la libertad, 12:

El Ser

Análisis filosófico del universo

(3ra. de 4 partes)

Por: Sagandhimeo

3.2.2 Nivel biológico. Hemos visto que la materia requiere de movimientos cualitativos para existir congruentemente, por lo que la pluralidad de moléculas tendió a generar vida. Este proceso requirió de cierto tipo de moléculas que por su complejidad tuvieran la capacidad de almacenar información: las moléculas de carbono, además requieren de condiciones ambientales estables que permitan la conservación de tales moléculas. Por tanto, el nivel biológico es el primero en no ser universal, pues sólo puede darse en ciertos planetas, sin embargo, el sentido dialéctico del universo tiende necesariamente a la generación de vida, aunque no sea forzosamente en un tiempo y espacio determinado. En ese sentido, no tiene que ser necesariamente el carbono la base química de la vida y no tiene que ser solamente nuestro planeta el afortunado, pues basta con que un planeta tenga estabilidad y se componga de elementos con cierta complejidad para que se genere vida. Volviendo al tema, la ciencia aun no tiene claro el proceso de la generación de la vida, baste decir que las moléculas  de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, principalmente, tendieron a combinarse de tal modo que generaron organismos primitivos capaces de reproducirse y alimentarse, estos organismos fueron mutando y dieron origen a dos dominios: Bacteria y Archaea, de éste último se originó el dominio Eukarya, del cual se originan cuatro reinos: protista, fungi (hongos), plantae (plantas) y animalia (animales). Los animales siguieron evolucionaron en ocho grandes grupos, uno de ello, el chordata, dio origen a los vertebrados, éstos generaron los peces, de donde derivaron los anfibios, de éstos los reptiles, de éstos las aves y mamíferos, dentro de éstos últimos surgieron los primates y finalmente, el ser humano.

 

Por otra parte, el factor determinante en este nivel es la evolución, la cual tiene propiedades cuantitativas: al generar una infinidad de especies en cada nivel, y cualitativas, al generar organismos cada vez más complejos. Además, Simpson explica que la evolución no es azarosa ni teleológica, en tanto que la divergencia entre las especies evidencia que no se dirigen a ningún punto determinado y la convergencia entre sus características (como la similitud entre el ala de una mariposa y de un pájaro) muestra que no es mero azar, sino que cada especie busca su supervivencia y su desarrollo con un sentido o dirección. Por ejemplo, si la evolución consistiera en una mera selección natural azarosa los órganos que dejan de usarse no se atrofiarían ni desaparecerían, pues no constituyen ningún obstáculo para la supervivencia, de ese modo, los topos no se habrían vuelto ciegos y los humanos aun tendríamos cola, pero el hecho de que éstos elementos hayan desaparecido evidencia que los genes perciben el entorno para eliminar gradualmente lo que no contribuye a su adaptación. Consecuentemente, el papel protagónico en el nivel biológico lo juegan los genes (la unidad básica de herencia de los seres vivos), en tanto buscan perpetuar o mejorar su existencia mediante los seres vivos. Cabe mencionar que no se puede atribuir características humanas a los genes, pues no poseen conciencia como nosotros, por lo que todo adjetivo que se les otorgue deberá entenderse metafóricamente. En ese sentido, los genes poseen una capacidad de creación, pero no identificable con la creatividad humana, pues los genes no se proponen objetivos o fines como nosotros, sino que generan mecanismos en función de su supervivencia. En concreto, los genes de todo ser vivo perciben el entorno mediante los organismos que ocupan y buscan mejores adaptaciones al medio; en un principio optaron por alimentarse, pues percibieron que sus elementos constitutivos se desgastaban y debían ser reemplazados, en otro momento algunos optaron por la reproducción sexual, pues percibieron que si mezclaban experiencias de otros organismos podían introducir mejoras más seguras. Las mutaciones que introducen los genes son imperceptibles en pocas generaciones, pues si modificaran rápidamente su estructura correrían el riesgo de extinguirse repentinamente, por lo que la evolución a nivel biológico es muy lenta, tardando miles de años en surtir efecto, así por ejemplo cada especie animal genera los instrumentos de traslado adecuados al medio en el cual se ha adaptado: aletas, patas, alas, etc. Así como medios para percibir de manera más detallada el entorno: vista, olfato, gusto, tacto, oído, termocepción (de la temperatura), nocicepción (del dolor), equilibriocepción y propiocepción. En ese sentido, el primer ente en generar capacidad creativa fue el gen, el cual “genera” sus propios instrumentos mediante una percepción de su entorno y transformación de su constitución en procesos milenarios.

Asimismo, las especies no están meramente en lucha por la existencia, pues además del parasitismo (en donde un organismo se beneficia perjudicando a otro), existe el comensalismo (donde dos organismos conviven sin dañarse o beneficiarse) y el mutualismo (donde dos organismos conviven y se benefician mutuamente), por lo que el nivel biológico no representa una lucha de todos contra todos, sino un nivel en el cual cada especie busca su supervivencia de la manera en que logra acomodarse en el entorno.

Por otra parte, cada especie busca cierta estabilidad, pues cuando encuentra una garantía de su supervivencia puede mantenerse millones de años sin mutar (conservadurismo biológico), a su vez, cuando no se encuentra tan segura tiende a buscar nuevas alternativas, tales como la conciencia. En ese sentido, Llinás explica que los animales al lograr un desplazamiento autónomo, se vieron obligados a centralizar las decisiones motrices, de modo que pudiera preverse el movimiento, a fin de evitar contratiempos como una caída. De ese modo, los genes crearon la conciencia (véase mi obra EL YO) y ésta fue evolucionando hasta la psique humana, dado que la “característica esencial de los vertebrados consiste en la agrupación de todo el cuerpo en torno al sistema nervioso. Ello entraña la posibilidad de desarrollo hasta llegar a la conciencia de sí mismo”, tal como explica Engels. En ese sentido, toda característica psíquica como el amor, la belleza y el placer: poseen un origen biológico, aunque su complejidad no pueda reducirse a su génesis. Por tanto, el materialismo dialéctico supera a las otras ontologías tan sólo porque explica de mejor forma la conformación del universo, de la vida y de la mente.

3.2.3 Nivel social. En el universo, toda forma de vida tenderá al desarrollo psíquico y social necesariamente, aunque en espacio y tiempo contingentes. En nuestro planeta, el ser humano es el protagonista de este nivel, esto significa que los genes siguen siendo los actores del nivel biológico y también de nuestra constitución biótica, pero en lo que respecta a lo social somos nosotros los protagonistas. Este salto cualitativo no se dio por un mero desarrollo de pensamiento, pues eso negaría nuestra base física y biológica, sino que se dio precisamente con la interacción del hombre con la naturaleza, es decir que “el trabajo es la primera condición fundamental de toda la vida humana, hasta tal punto que, en cierto sentido, deberíamos afirmar que el hombre mismo ha sido creado por obra del trabajo” (Engels). Dicha actividad propició el desarrollo genético de nuestro propio organismo, pues “para que la marcha erecta, en nuestros peludos antepasados, se convirtiera en regla y, andando el tiempo, en necesidad, hubieron de asignarse a las manos, entre tanto, funciones cada vez más amplias” (Engels). Este desarrollo que partió de la conciencia animal, desarrollo genéticamente nuestra constitución física y manipuló el medio ambiente para la creación de herramientas: generó toda una superestructura que se levanta sobre tal base, en tanto que “el desarrollo del trabajo contribuyó necesariamente a acercar más entre sí a los miembros de la sociedad, multiplicando los casos de ayuda mutua y de acción común y esclareciendo ante cada uno la conciencia de la utilidad de esta cooperación” (Engels). Tal superestructura no cae en el idealismo, pues no pretende insertar agentes externos, sino que es el propio desarrollo de la materia el que genera un nivel social con su misma base material. Ahora bien, el hecho de que los humanos juguemos el papel protagónico en este nivel, implica que la superestructura no es un mero reflejo de su base, sino que tiene la posibilidad de determinarla, aunque en última instancia la base material es el factor fundamental. Consecuentemente, “los hombres en proceso de formación acabaron comprendiendo que tenían algo que decirse los unos a los otros. Y la necesidad creó su órgano correspondiente: la laringe no desarrollada del mono fue transformándose lentamente, pero de un modo seguro, mediante la modulación, hasta adquirir la capacidad de emitir sonidos cada vez más modulados, y los órganos de la boca aprendieron poco a poco a articular una letra tras otra” (Engels). De ese modo, vemos que no fue el pensamiento el que originó el lenguaje y el trabajo, sino que “al repercutir sobre el trabajo y el lenguaje el desarrollo del cerebro y de los sentidos puestos a su servicio, la conciencia más y más esclarecida, la capacidad de abstracción y de deducción, sirven de nuevos y nuevos incentivos para que ambos sigan desarrollándose, en un proceso que no termina” (Engels). Esta trasformación de la naturaleza y del hombre mismo que es el trabajo, implica que podemos conocer la realidad, pues no puede transformarse algo que no se conoce, así, las cosas en sí son congnocibles en tanto son aprehendidas como cosas para sí, lo que conlleva que hay una correspondencia  entre pensamiento y ser, esto lo observamos por ejemplo cuando se genera una nueva medicina, pues para poder curar el organismo, se requiere conocer tanto la estructura interna del cuerpo como la composición química de las sustancias, en otras palabras, nuestras ideas reflejan en mayor o menor grado las leyes del universo (Engels), es decir, podemos conocer la realidad, lo que constituye nuestra séptima y última certeza. Por tanto, llamar al ser humano homo sapiens solamente resaltaría uno de sus atributos, pero no el principal, pues el hombre también es sensible, pero fundamentalmente práctico, por lo que habremos de llamarlo homo praxis.

Asimismo, el desarrollo de un ser práctico deriva necesariamente del devenir cualitativo, en tanto que los genes poseen dos limitaciones: el hecho de que su comunicación solamente pueda ser sexual y el hecho de que solamente puedan insertar mutaciones lentísimas. En el humano hubo una tendencia a provocar un desarrollo en el cual hubiera una mayor comunicación y una más rápida transformación. En ese sentido, el ser humano no necesita, por ejemplo, esperarse miles de años rascando la tierra para generar uñas más fuertes, sino que puede construir palas; tampoco requiere obedecer a un plan predeterminado y estático como el que poseen las arañas para construir sus guaridas, pues posee la capacidad de construir habitaciones en mucho menor tiempo. Y no requiere de esperar a que sus genes se comuniquen sexualmente para insertar mejoras en su organismo, pues puede comunicarse con sus semejantes mediante el lenguaje y construir tecnología como la medicina sin esperar a que su organismo genere defensas por sí solo. Por tanto, la creatividad que surgió en los genes se ha exteriorizado (mediante el desarrollo del cerebro y de las manos, principalmente), por lo que el humano puede acelerar la evolución natural y de esta forma contribuir al desarrollo del universo, cosa contraria y antinatural sería, por ejemplo, la mera contemplación de la naturaleza.

Por otra parte, pretender que el sentido de la vida se revela en una angustia existenciaria ante la muerte, como propone Heidegger, consiste en partir de una cualidad psíquica para mistificarla en función de un proceso biológico ontologizado, pues si bien es cierto que el sentido de la existencia no se descubre en la mera cotidianidad de las cosas, tampoco puede revelarse mediante instrumentos tan arbitrarios, mas bien se requiere una visión complejizada y objetiva que logre una concepción como totalidad dialéctica. En todo caso, participar en el sentido de la existencia se logra siendo protagonistas en el desarrollo del universo. Asimismo, la corriente romántica que parte de Heidegger critica la razón instrumental de la humanidad, como un agente externo a la naturaleza que no hace más que destruirla para su beneficio, sin embargo, “el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente” (Engels). Y precisamente como jugamos el papel protagónico en el nivel social, tenemos la posibilidad de destruir a la naturaleza, pero también podemos continuar su proceso cualitativo hacia un desarrollo técnológico. “Y cuanto más ocurra esto, más volverán los hombres, no solamente a sentirse, sino a saberse parte integrante de la naturaleza y más imposible se nos revelará esa absurda y antinatural representación de un antagonismo entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo” (Engels).

Por otra parte, mediante el desarrollo de nuestras capacidades hemos creado las disciplinas de la cultura. Una de ellas, la religión, fue necesaria en su momento, pues el rápido crecimiento de nuestra razón y emoción se contrapuso a nuestra pobre resistencia a las catástrofes naturales, por lo que requerimos de un consuelo metafísico para no colapsar en la neurosis, por ello la religión tiene la forma de una neurosis colectiva. Este tipo de desfases también la tenemos en el nivel biológico, pues por ejemplo, como explica Sagan, nuestro cráneo aumentó de tamaño en función de nuestro cerebro, pero el hueso púbico de las mujeres no logró desarrollarse a la par, por lo que se pare con dolor. Hasta podemos empalmar tales contraposiciones con la sentencia bíblica: “parirás con dolor por caer en tentación” (¡!).  Otra de las disciplinas, el arte, surgió como un medio de creación de nuestra naturaleza sensible, la filosofía como una creación de nuestra razón y la ciencia como un avance cualitativo del estudio de las leyes de la naturaleza. En ese sentido (tal como explico en mi obra La episteme), con la conjugación de estas tres disciplinas, más la praxis social, se posibilita el conocimiento verdadero y la transformación de la realidad)… (continuará)

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