El pueblo hebreo, a lo largo de la historia, ha sido uno de los que ha sufrido mayor persecución y despojo. Su paso del nomadismo al sedentarismo no fue más complejo que para muchos otros pueblos. Independientemente de la posición que se tenga frente a los aspectos religiosos, el Antiguo Testamento nos brinda un testimonio histórico interesante sobre las vicisitudes que el pueblo hebreo pasó para establecerse. Siempre vagando por el norte de la península arábiga, en la zona que los historiadores y geógrafos conocen como la media luna fértil (desde la desembocadura de los ríos Tigris y Éufrates continúa hacia el norte a lo largo de la ribera de ambos ríos, hacia las tierras que hoy forman Siria y el sur de Turquía y vuelven hacia el sur siguiendo la costa mediterránea). Durante varios siglos los hebreos fueron estableciéndose en las ciudades fundadas por los sumerios, caldeos, asirios, hititas, egipcios y canaaneos, siempre como huéspedes: sin un territorio propio. Tal condición fue dejándoles un bagaje cultural importante; asimilaron muchas de las costumbres y ritos de los anfitriones, un par de ejemplos son: el diluvio universal que originalmente era una leyenda sumeria (pueblo que habitaba la región que los griegos denominaron Mesopotamia) y los mandamientos (no solamente los diez de Moisés sino todos los que se recogen en los cinco primeros libros del Antiguo Testamento) que fueron una adaptación de los Códigos legales vigentes en Babilonia (algunos historiadores se refieren al Código de Hammurabi). Entre ese carácter nómada y las costumbres eclécticas de los hebreos, sus anfitriones solían verlos con cierta desconfianza e incluso con frecuencia se les reducía a la esclavitud, claro que en aquella región y en aquél tiempo la esclavitud se desarrollaba de forma muy distinta a la que sufrieron los pueblos africanos a manos de los europeos en tiempos más recientes, pero no dejaba de ser un acto de sumisión forzada ante las clases dirigentes.
Tal desconfianza hacia los hebreos fue reforzada hacia finales del siglo XI a.C. cuando despojaron violentamente a las tribus canaanitas que poblaban Palestina, para fundar ahí el reino de Israel. Desde entonces los hebreos fueron construyendo un Estado basado en una ideología que se arrogaba para sí la preferencia de su Dios y el origen étnico semita, algo completamente paradójico pues tal origen se refiere a todos los pueblos que se asentaron en la península arábiga desde los trashumantes clanes árabes en el desierto hasta los armenios en el norte, desde los sumerios y caldeos en el oriente hasta los canaaneos e hititas en el occidente.
Con la expansión de Roma, al final de la República en el siglo I a.C. Israel quedó sometido a la administración secular romana que introdujo formas de esclavismo más parecidas a las europeas, pero el colaboracionismo de las clases dirigentes hebreas les permitieron conservar sus costumbres religiosas y la jerarquización de su sociedad. Esa situación originó diversos intentos del pueblo judío por liberarse del yugo romano y de los sacerdotes hebreos. Así, hacia el año 70 d.C., en los inicios del Imperio romano, Jerusalén fue destruida por orden del emperador Vespasiano y los judíos fueron exiliados de Palestina en represalia por sus insurrecciones contra Roma. Así comenzó un largo peregrinar de los grupos judíos por el mundo, principalmente por Europa. Durante diecinueve siglos volvieron a ser un pueblo huésped para otras naciones.
En todo ese tiempo los judíos desarrollaron las más diversas actividades, contribuyendo a enriquecer la cultura de sus anfitriones, bien directamente o financiando las artes; ejemplo de lo anterior fueron los Sefardíes, cuyas aportaciones fueron claves para la cultura española. Sin embargo, hubo también un segmento de los judíos que se dedicaron al comercio y la usura: el precio de su florecimiento fue la acentuación de su infamia. Aunque, en muchos sentidos, esta adición a su leyenda negra estaba cimentada en elementos verídicos: hacia finales de la edad media e inicios del renacimiento los usureros más exitosos eran judíos; así, el Shylock descrito por Shakespeare en El mercader de Venecia no era una simple invención propagandística “antisemita”, sino que era el reflejo de las prácticas que realizaba una parte del pueblo judío; la cuál, por cierto, supo aprovechar su fortuna para aliarse con las clases poderosas cristianas. Detrás de las repúblicas italianas y holandesas que desarrollaron los primeros intentos capitalistas entre los siglos XIV y XVI, estaba el financiamiento aportado por los usureros judíos. Posteriormente, el imperio napoleónico y el británico en el siglo XIX tuvieron detrás un apellido en común: Rothschild. Este apellido era el de la familia judeoalemana que dirigía al grupo financiero y bancario más importante de Europa en el siglo XIX.
La idealización de los judíos como usureros sumada a su perseverancia en sus costumbres, sus particularidades étnicas y la idea de su complicidad en la crucifixión de Jesucristo, sustentaron que se les viese como “enemigos” dentro de las sociedades en que se instalaban. Tal situación permitió a gobernantes usarlos como chivos expiatorios en momentos de crisis. En casi todas las naciones europeas hubo algún momento en que los judíos fueron expulsados. Como puede apreciarse la idea paranoica sobre la “gran conspiración judía” no es algo reciente, al menos en esencia.
Por otro lado, los Rothschild fueron también los principales financiadores de la discusión sobre la “cuestión judía”, que estuvo en boga durante el siglo XIX e inicios del XX, que dio origen al sionismo. El patrocinio del barón Edmond James de Rothschild permitió que en 1882 se fundase el primer asentamiento judío en Palestina (Rishon-LeZion) tras casi dos milenios. Gracias a la influencia de estos banqueros ante la corona británica (el imperialismo hegemónico entonces) continuó el experimento de repoblación judía en Palestina a costa de los demás pueblos semitas, que por entonces estaban bajo el yugo británico o turco. Poco después, los Rothschild aprovecharon la premura británica durante la primera Guerra Mundial para obtener la Declaración de Balfour en 1917, mediante la cuál Gran Bretaña se comprometió con el sionismo a crear un hogar nacional judío en territorio palestino. Las rebeliones de las naciones árabes obligaron a posponer la pretensión sionista en 1920, pero no a abandonarla.
En sus inicios el sionismo no solamente fue apoyado por la burguesía pro imperialista de los Rothschild, había un ala socialista encabezada por David Ben-Gürión, un judío polaco que en 1906 emigró a Palestina y fundó el Partido Laborista, además de las granjas comunitarias o Kibbutz. Gracias a esa segunda faceta del sionismo es que la idea de fundar un Estado hebreo en Palestina ganó el apoyo de la URSS. Con éste, al igual que el renovado entusiasmo británico por organizar los territorios de Palestina con la publicación del Libro Blanco, meses antes del estallamiento de la II Guerra Mundial; el sionismo obtuvo el apoyo necesario para fundar su Estado, lo cuál se concretó en 1947. El establecimiento de Israel, no solamente fue posible gracias a las alianzas internacionales, dentro de Palestina los mismos judíos realizaron una lucha intensa que en muchas ocasiones llegó al terrorismo: resulta hipócrita señalar hoy a Hamas por su terrorismo cuando la Hagana empleaba métodos bastante similares.
En Israel la línea conservadora-burguesa pronto logró establecerse como la dominante dentro del sionismo a tal punto que hasta la URSS terminó rompiendo relaciones con ese Estado, al tiempo que el apadrinamiento pasó de la Gran Bretaña a Estados Unidos. El belicismo expansionista israelí contra sus vecinos palestinos fue creciendo al ser solapado por el imperialismo yanqui. Se posibilitaron episodios realmente nefastos para la humanidad como la guerra de los Seis días en 1967 o las masacres de Sabra y Chatila en 1982.
Resulta ofensivo e irreal negar el genocidio contra los judíos realizado por los nazis durante la II Guerra Mundial, tanto como negar el genocidio contra los armenios realizado por los turcos entre 1915 y 1917, pero no por eso se puede caer en el cuento de apoyar todas las acciones que el sionismo israelí está realizando para exterminar al pueblo palestino en sus reductos de Gaza y Cisjordania. Los trabajadores del mundo (comenzando por los judíos) tenemos que oponernos a las acciones genocidas de Israel, sobre todo con la nueva ofensiva iniciada el 27 de diciembre de 2008; no porque sea políticamente correcto o por la visceral simpatía hacia el más débil. Ni Hamas ni la ANP son blancas palomitas, en el Islam conservador practicado por Hamas y el colaboracionismo de Mahmmud Abbas también hay una ideología opresiva contra los trabajadores; sino porque se trata de un pueblo al cuál se le está negando su derecho a la autodeterminación, y se lo está negando el imperialismo: los grandes capitalistas internacionales. Para que el proletariado palestino pudiese revolucionar Palestina, primero es indispensable que exista Palestina. Resulta insultante, además de demostrar el provincialismo de los intelectuales mexicanos, el distraer el punto central del problema judeo-palestino con estériles condenas contra un articulista, cuando el imperialismo impone la destrucción de miles de trabajadores. Ni la derrota ni la muerte son opciones para nosotros ¡NECESARIO ES VENCER!
3 comentarios:
Buenísimo y oportuno. Como siempre.
La Historia y el análisis sistemático de la información (al margen de las miles de opiniones vicerales que fluyen en estos días), permiten a l@s revolucionari@s evadir el engaño: El problema en Palestina no es ideológico, étnico ni religioso, a pesar de que estos elementos condimenten y enciendan los ánimos.
Nuestra posición no es defender a los desarmados, a los marginados y desplazados por compasión o empatía (aunque también la haya), ni la defensa de ninguna burguesía nacional aunque sea la Palestina.
Advertimos que este reciente avance militar no es ni el regreso a la "tierra prometida" ni la defensa justificada ante los cohetes de Hamas. Es el imperialismo posicionándose en Medio Oriente, la negación de la autodeterminación de un pueblo y la opresión de l@s trabajador@s por parte de una potencia extranjera.
Y la solución no es el luto ni las lágrimas, sino la movilización internacional. Adelante.
PD. Sí, y mientras tanto, la "intelectualidá" mexicana absorta en decidir si Jalife es antisemita o sólo mamón. Así es esto.
Muchas gracias tanto por el comentario como por las flores y por la carta de los judíos anti sionistas que hiciste llegar al correo electrónico. Es importante hacer notar que no todos los judíos son sionistas ni que todos los sionistas son judíos.
el sionismo, como tal, fue una iniciativa que explicamos en el texto de dónde viene, pero hes preciso señalar que en un inicio la mayoría del judaísmo la rechazó. No obstante con el tiempo ha cobrado mayor fuerza y se suele cometer el error de equiparar sionismo con judaísmo. Por cierto, también hay cristianos que apoyan fervorosamente el sionismo, principalmente entre la élite política de los Estados Unidos.
Hoy publica Jalife Rahme un argumento muy interesante. Así, la invasión de Gaza tiene motivaciones mundanas, objetivas y concretas: El gas y la salida al mar.
http://www.jornada.unam.mx/2009/01/28/index.php?section=opinion&article=018o1pol
El mundo no está dividido en judíos, blancos, musulmanes, negros, indígenas, cristianos e impíos, sino en clases. Todos los capitalistas saben olvidar sus diferencias étnicas, religiosas y partidistas cuando se trata de proteger ganancias, ganar territorios, abrir mercados, etc.
Va siendo hora de que l@s oprimid@s también entendamos que estamos tod@s en la misma olla.
Publicar un comentario