lunes, febrero 09, 2009

Reyertas 24: Víctima de su propio infierno

El talk show protagonizado por Ernesto Zedillo y Felipe Calderón durante el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) se convirtió en uno de los espectáculos más indignantes para los mexicanos. Entre bromas con el expresidente y la frivolidad rocanrolera en sus participaciones, Felipe el católico, aceptó que prefiere abstraerse de la realidad porque el país es un infierno. No es para menos, entre el fracaso de la política de seguridad y las evidencias del agotamiento del modelo económico, es una tentación preferir los “escenarios equilibrados que el manejo de las cifras negativas”. Es cierto que, al construir escenarios es fácil caer en subjetivismos, pero éstos son tanto por optimismo como por pesimismo. La objetividad radica en partir de la tendencia demostrada por los hechos y considerando el peso de las inercias circundantes. Así, se puede prever el margen de acción real que, en dado caso, se manifestará en más de un escenario factible con diversos grados de probabilidad.

En cuanto a la economía mexicana hay poco margen para decir con seriedad que ésta estará dentro de las cinco más grandes del mundo hacia el año 2050. Las reformas estructurales neoliberales no han hecho más que ralentizar el crecimiento del mercado interno. Según datos del propio Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), durante el periodo 1950-1979 la tasa anual de crecimiento de la economía fue de 6.47%. Ello permitía que el valor de la producción se duplicase cada 11 ó 12 años. En cambio, en el periodo 1980-2008 la tasa promedio de crecimiento apenas alcanzó el 2.66%, dos y media veces menor. ¿Es un escenario equilibrado pensar que México estará entre las cinco economías más grandes del plantea en el 2050 siguiendo el rumbo actual, cuando la economía mexicana tarda casi 30 años en duplicar su valor y la menor de las cinco más grandes (Gran Bretaña) es 1.5 veces mayor? La respuesta de Felipillo I, el espurio, es un rotundo sí. Los equilibristas que gobiernan la nación suponen que lo más objetivo, probable y posible es que durante 45 años se paralice la producción británica en 2.7 billones de dólares, para que México lograse alcanzarla, mientras las economías que están entre ambas crecerán por debajo de la mexicana.

A Calderón la realidad le resulta infernal porque su gobierno quedó atrapado en medio de una guerra entre empresarios agroexportadores, que para ganar los mercados recurren a su poder de fuego. La violencia desatada por el narcotráfico en todo el país pescó al gobierno federal en una posición en la cuál su capacidad de reacción ha sido inexistente. Tan irrelevante es el poder de las fuerzas armadas en el combate al narcotráfico que la violencia solamente disminuyó después que los principales narcoempresarios se reunieron a realizar acuerdos que les permitan reordenar sus negocios (ver Proceso, 1682, 25/01/2009).

La situación de impotencia en que se colocó el gobierno federal, no es más que un resultado de sus propias acciones: construyó su propio infierno. El establecimiento de un modelo de acumulación liberal ha ido desarticulando gradualmente al mercado interno. Cierto es que, con las aperturas comerciales se beneficiaron algunos sectores económicos (los exportadores), pero a costa de asfixiar al resto. Anclar la producción nacional a las demandas del mercado mundial, bajo la anquilosada teoría de las ventajas comparativas, es suicidio. Las necesidades de los compradores internacionales no necesariamente coinciden con las necesidades de un mercado interno dado. Cuando se vuelca las fuerzas productivas hacia los productos que mayor rendimiento dan en el mercado mundial, inevitablemente se dejan de producir las mercancías que satisfacen las necesidades del mercado interno. En consecuencia, el capital, expresado como medios de producción, invertido en los sectores que no son de exportación; se deteriora, tanto por la disminución del dinero circulante como por la corrosión de los medios de trabajo. Para los neoliberales, éste no es un problema: se puede suplir lo que deja de producirse internamente con importaciones. Tan sapiente solución olvida un insignificante detalle: cuando una economía depende de las importaciones para satisfacer una necesidad social, fomenta la inflación debido a que 1) la producción interna no es suficiente para hacer contrapeso a los costos de importación, y 2) porque queda a merced de los precios del mercado internacional (incluyendo la variable de la paridad cambiaria).

Adicionalmente, dado que el carácter de los capitalistas latinoamericanos, mexicanos incluidos, es predominantemente conservador (desde su consolidación en el siglo XIX prefieren el rentismo al desarrollo de las fuerzas productivas) se prioriza la inversión extrajera en lugar de la generación interna de capital. Aquí el problema es que la inversión extranjera supone el establecimiento de empresas internacionales en territorio nacional para que sean éstas las que corran los riesgos que implica el mercado, pero también son éstas las que obtienen los grandes beneficios en los periodos de auge económico: la exportación de capital se magnifica anulando las ganancias por las exportaciones.

Otro elemento que se deriva de la situación arriba expuesta, y que también ha sido determinante en la construcción de este infierno que Felipe I (el católico) debe gobernar, es la grave situación en que se halla la fuerza de trabajo. Las condiciones laborales en México han fortalecido a los capitalistas ilegales (narcotráfico) y otros grupos delictivos, entre otras razones, porque el desempleo y la ausencia de empleos dignos obligan a muchos trabajadores a buscar su en cualquier actividad que le genere a toda costa un ingreso. La complicación es que aún reactivando la economía costaría muchos esfuerzos recuperar a esa fuerza de trabajo debido a que las condiciones inherentes a la economía ilícita, ocasionan la desmoralización real de los trabajadores.

Los 30 años de bajas tasas de crecimiento económico mencionados arriba, se expresan también en la desaparición de condiciones laborales que puedan considerarse decentes. Con base en los criterios de que un trabajo debe garantizar un ingreso suficiente, el derecho a la salud y a la seguridad social encontraríamos una realidad que, aún siendo lo más “equilibrados” que nos permita la objetividad, no son lo suficientemente esperanzadores como para pronosticar que México estará entre las cinco economías más importantes del mundo en 2050. Utilizando los datos oficiales el panorama de la clase trabajadora es el siguiente. La proyección demográfica presupone que entre 2005 y 2008 la Población Económicamente Activa (PEA) creció 6.25%, mientras que la ocupación laboral solamente lo hizo 5.91%; 0.34 puntos porcentuales por debajo del crecimiento de la PEA. Esto es, en 2005 la PEA fue de 42.7 millones de mexicanos, para 2008 llegó a 45.4 millones. En contraste, la ocupación pasó de 41.2 millones de trabajadores en 2005 a 43.6 millones en 2008. No obstante, esto solamente mide la cantidad de trabajadores que hay sin contabilizar su situación laboral. El empleo con estabilidad laboral y seguridad social es mucho más reducido que eso: para 2008 apenas 15.25 millones de trabajadores cumplían con ambas condiciones: solamente uno de cada tres trabajadores, tomando a la PEA como referente, tenía un trabajo decente. Esta cifra queda mucho más escuálida al compararla con el referente de la población en edad de trabajar, mayor a 14 años, que en 2008 fue de 73.7 millones.

El valor de la fuerza de trabajo también ha sido golpeado por el neoliberalismo. Diversos trabajos académicos coinciden en la depreciación aguda del salario mínimo. Sin embargo, metodológicamente ese no es el valor real de la fuerza de trabajo. El mínimo que requiere la fuerza de trabajo para su reproducción, es igual al salario medio. Según los datos aportados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en México el salario medio por jornada en 2005 era de $139.13 y en 2008 de $164.17, que representó un incremento nominal de 18%. Sin embargo, al eliminar el factor de la inflación, descontando las variaciones de los precios al consumidor, tal incremento fue de 2.6% ó $3.62 por jornada. Aunque cabe señalar que durante 2008 el salario medio sufrió una pérdida real de 1.97% con respecto al 2007, equivalente a -$2.87 por jornada.

Eso significa que, otra vez, los trabajadores están pagando el costo de la crisis. Pero, lo más preocupante es que, pese al descontento creciente, no hay una acción coherente de las organizaciones que defienden los derechos de las clases subsumidas. Los propios sindicatos se abstienen de representar los intereses de sus agremiados, evidenciado por la tasa de estallamiento de huelgas, el cuál se contrajo de 2007 a 2008, pasando del 0.3 % de los emplazamientos, en el primero, al 0.1% durante el segundo. El que instancias como el Diálogo Nacional, en su séptima versión, se obstinen en mantenerse a la zaga del descontento social (todavía discute si conforma o no una nueva central obrero-campesino-social), resulta alarmante; más cuando es una de las expresiones más terminadas de lucha con la que cuentan las clases subsumidas. Urge que el espontáneo descontento social se organicé, o de otro modo, los capitalistas tendrán el campo libre para profundizar la opresión contra la sociedad mexicana. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!

2 comentarios:

Casandra dijo...

Hola,
No soy muy ducha en economía, pero gracias a la claridad y lucidez con que está escrito este post, aprendo mucho...y me espanto mucho, también.
Me dejó pensando la constatación (una vez más) del desastre económico en que se ha convertido México luego de tantos años de necias políticas neoliberales. Me dejó fría otra constatación más acerca de la rápida y profunda precarización laboral que hemos padecido en las últimas décadas.
Pero hay algo que en particular me llamó la atención -quizá porque tengo la impresión que no se le ha dado suficiente tratamiento- y es el caso de que, justamente como consecuencia del deterioro de las condiciones económicas y laborales en el país, cada vez más gente no sólo recurre a la migración, sino que también se une a las filas del narcotráfico. Y lo peor, como se señala en el post, ese fenómeno conlleva la "desmoralización real de los trabajadores", lo que hace verdaderamente difícil recuperar esa fuerza de trabajo. Y esto seguramente tendría que interesarle a los capitalistas. Pero acá, del lado de los intereses y la lucha de los trabajadores, ¿cómo enfrentamos eso? ¿Ese problema en particular merece algún tratamiento especial en la lucha de los trabajadores?
Un gran saludo.

Asaltante rojo dijo...

Saludos Casandra, muchas gracias por tus comentarios. Siempre es un placer leer lo que nos dejas.
Vaya que pones el dedo sobre la llaga con lo que preguntas. El discurso de las organizaciones identificadas de izquierda termina diciendo que la criminalidad es producto del desempleo. Pero se queda hasta ahí, no se interesa por las cuestiones prácticas que ocurren con la gente que cae en el mundo del crimen. Se les olvida decir que en ese ámbito también se generan códigos de conducta, prácticas sociales que van influyendo sobre la mentalidad de los sujetos. Entrar en el submundo del crimen implica, pues, que el sujeto se adapte para ser aceptado, como en todos los demás ámbitos. Pero los anterior implica renunciar a los códigos morales que se aprendieron fuera de las instancias criminales. Claro que esto lo señalo en términos muy sistemáticos, la realidad es mucho más gradual.
Este, el de la desmoralización del proletariado, no es un problema que preocupe a las izquierdas. Más allá de la creación de empleos, o la adopción de la estrategia derechista de reforzar a las policías, no propone nada para recuperar moralmente a esa fuerza de trabajo. Por desgracia, en la sociedad quienes más se ocupan de esa desmoralización (y eso restringiendo su accionar hacia el problema de la indigencia) son las instancias de beneficencia, sean públicas o privadas.