A raíz de la publicidad de una película protagonizada por Gael García y Diego Luna, en los últimos meses se ha vuelto fórmula común hablar de la contradicción rudo contra cursi para caracterizar diversos fenómenos de la vida cotidiana en México. En muchas ocasiones el abuso de los términos fuerza su significado. Formalmente en español el rudo es aquél personaje: 1) tosco, sin pulimiento, naturalmente basto, 2) que no se ajusta a las reglas del arte, 3) dicho de una persona: que tiene gran dificultad para percibir o aprender lo que estudia, 4) descortés, áspero, grosero, 5) riguroso, violento, impetuoso (según la Real Academia Española). En cambio, el cursi es aquél que: 1) se dice de un artista o escritor, o de sus obras, cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados, 2) dicho de una persona: que presume de fina y elegante sin serlo, 3) dicho de una cosa: que. Con apariencia de elegancia, es ridícula y de mal gusto. Por diversos motivos, mediante esta contraposición la prensa nacional difundió la semana anterior el encontronazo entre el empresario Carlos Slim (el rudo) y el gobierno de Felipe I, el católico, (el cursi). Felipillo y sus compinches no le perdonan a Slim que ante el Congreso de la Unión haya descrito un rudo escenario económico al señalar: “Va a haber una caída importante del comercio internacional. Se va a caer el empleo; va a haber mucho desempleo, como no teníamos noticia en nuestra vida personal. Van a quebrar las empresas, muchas chicas, medianas y grandes. Van a cerrar los comercios, va a haber locales cerrados por todos lados, los inmuebles van a estar vacíos. Es una situación que va a ser delicada.” Aunque al final remató con un. “No quiero ser catastrofista”.
Los señalamientos dieron al traste con la idílica imagen que Felipe I, el espurio, pintó sobre el país en su cursi ponencia: Riders On The Storm: Mexico Overcoming The Crisis (que en español equivaldría a Jinetes en la tormenta: México remontando la crisis). Para el “presidente del empleo” nuestro país hizo la tarea de sanear sus sistema de pagos (es decir, los bancos) después de la crisis de 1994. Con ello, la difícil situación mundial tendrá pocos efectos para el país y estará en condición de integrarse a las cinco economías más importantes del planeta hacia el año 2050. Esa capacidad financiera coloca, según Calderón, a México a la altura de los otros imperialismos emergentes conocidos con el acrónimo BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Así, los comentarios de Slim desataron la virulencia del gabinete de Felipillo. Particularmente del secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón, famoso por su vocación de golpeador mediático, calificó de aventuradas las declaraciones del empresario y remató acusándolo de haberlas hecho para ocasionar que “las empresas se abaraten para luego comprarlas”. Aunque no fue el único secretario que se lanzó contra Slim. Para el martes 10 de febrero la cargada integraba a Agustín Carstens (Hacienda), Alberto Cárdenas (Agricultura) y a Juan Molinar Horcasitas (director del IMSS).
No se trata aquí de proyectar a Carlos Slim bajo el tamiz del maniqueísmo que reduce a capitalistas buenos y capitalistas malos. Definitivamente no. Sin embargo, es preciso señalar que la descripción que le endosan los secretarios presidenciales al capitalista catastrofista corresponde al carácter que ha definido a los capitalistas en nuestro país desde su conformación como nación. La burguesía en México ha sido históricamente poco audaz, prefiere el rentismo a estimular la inversión que desarrolle las fuerzas productivas. Carácter que se agudiza en los periodos en los cuales la ideología liberal se ha convertido en la hegemónica. Específicamente durante el porfiriato los capitalistas nacionales se orientaron a promover el latifundismo, lo cuál generó las condiciones apropiadas para que fuesen los capitalistas extranjeros quienes corriesen el riesgo de desarrollar las fuerzas productivas. No es casual que las inversiones que durante ese periodo permitieron expandir los ferrocarriles, la modernización de la industria minera y el inicio de la industria petrolera, hayan provenido principalmente de Estados Unidos e Inglaterra. En las décadas recientes, las del neoliberalismo, se ha priorizado la inversión extranjera, no es casual que hoy casi la totalidad de la banca esté en manos de capitales extranjeros, así como los transportes y las manufacturas de exportación. En todos esos rubros, la columna vertebral de la economía mexicana, los capitalistas mexicanos son simples socios menores (incluso prestanombres) de los capitalistas extranjeros. En cambio, solamente fue el programa emanado de la Revolución Mexicana, el que logró desarrollar el mercado interno gracias a la política de sustitución de importaciones y la reforma agraria. Dicho programa, que en muchos sentidos era proteccionista, subvirtió la máxima de los economistas liberales de no permitir el gasto público, pues éste inhibe el gasto privado. Tal subversión, que no implicaba por ningún lado una idea socialista, sustituyó al conservadurismo de los capitalistas por la intervención directa del Estado, sobretodo después del gobierno del general Lázaro Cárdenas.
Con el proyecto legado por el cardenismo se fue creando una nueva burguesía integrada por muchos de los burócratas que aprovecharon sus cargos para enriquecerse. No obstante, en el largo plazo, esos nuevos capitalistas terminaron aliándose con los capitalistas-rentistas y adoptando su prácticas. Eso mismo permitió que hacia finales de la década de los 70 e inicio de los 80, fuesen precisamente algunos de los militantes del partido gobernante entonces (el PRI) los que instaurasen las reformas estructurales neoliberales en alianza con los capitalistas extranjeros y algunos capitalistas, de excepción, nacionales. Ejemplo de los primeros fueron las alianzas que estableció Zedillo con las empresas norteamericanas para impulsar la privatización de Ferrocarriles Nacionales; y ejemplo del segundo caso fue la alianza entre Carlos Salinas con el arriba citado Carlos Slim para la privatización de Teléfonos de México.
La obstinación calderonista por defender a ultranza las políticas neoliberales aún en medio de la tempestad deriva de que Felipe I, el católico, representa los intereses de esa burguesía conservadora que prefiere vivir de las rentas que le deja el libre mercado a desarrollar las fuerzas productivas del mercado interno. Lo anterior se refleja más claramente en la falta de inversión en el desarrollo de ciencia y tecnología. La mayor parte de ésta se realiza en nuestro país con recursos públicos a través de las universidades, no es casual que en la UNAM y el IPN sean las puntas de lanza, pero sí deja ver la ausencia de inversión privada en ésas actividades. Cabe resaltar, que la parte del desarrollo tecnológico no se reduce simplemente al de crear nuevas máquinas sino también implica el desarrollo de procesos de trabajo más eficientes, lo cuál implica la misma organización de la fuerza laboral. Justamente ese segundo elemento ha sido una de las actividades que mejor ha desarrollado el señor Slim: adquirir compañías en quiebra para reordenar sus procesos de trabajo y posteriormente venderla con ganancia. Eso es algo que los capitalistas nacidos en el país no suelen hacer.
Por el contrario, uno de los resultados de la política neoliberal ha sido que las condiciones laborales se desempeñen mayoritariamente bajo condiciones semiartesanales o artesanales. Según los datos del propio Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) de los 43.5 millones de mexicanos con empleo (en promedio) que había en 2008, únicamente dos millones se consideran empleadores, es decir, o son dueños de medios de producción o representan a los dueños de los medios de producción. Esa proporción representa apenas al 4.7% de la población ocupada y al 17.5% de los trabajadores independientes (según la categorización del INEGI). Esto quiere decir, que el 82.5% de la economía se desarrolla gracias a lo que la oficina estadística denomina: Trabajadores por cuenta propia, es decir, artesanos y semiartesanos; esto es gente que posee un medio de producción pero que no tiene la posibilidad de delegar en otros las tareas de dirección. Otro elemento que da mayor idea de lo poco que en realidad están desarrolladas las fuerzas productivas en México, es que esos dos millones de empleadores es todavía menor que la masa de fuerza laboral que se emplea sin remuneración alguna, la cuál en 2008 rondó el promedio de los tres millones de trabajadores. Estos datos explican buena parte del porqué el valor de la fuerza de trabajo en México está tan disminuido como lo mencionábamos en la entrega anterior (ver Reyertas 24: Víctima de su propio infierno). Para construir un proyecto alternativo al capitalismo, para nosotros los trabajadores es indispensable que las fuerzas productivas se desarrollen de forma plena, ya que eso permitiría incrementar la intensidad y la fuerza de trabajo, con lo cuál se posibilita la reducción de la jornada laboral, y a su vez, siembra las condiciones materiales para la abolición del plusvalor. La ruda cursilería del calderonismo revela el tamaño de las fisuras entre las diversas facciones de la burguesía, pero lo importante está en que los trabajadores requerimos de la construcción de las condiciones materiales para nuestra liberación. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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