Continuando con la revisión de los lineamientos presentados por el gobierno de Felipillo I (el espurio), mediante el secretario del trabajo, Javier Lozano Alarcón, en el documento Hacia una Reforma Laboral para la Productividad y la Previsión Social, en esta entrega abordaré un tema por demás delicado: el derecho de los trabajadores a la organización.
En la izquierda mexicana, incluso entre la gente que carece de identificación política, ha penetrado la idea de la inoperancia de los sindicatos. Se ve a estos como fuente de corrupción y atraso que en nada contribuyen a mejorar la vida de los trabajadores del país. El líder sindical modelo, para los medios capitalistas de comunicación masiva, son la Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps. La primera acaba de festejar 20 años de despótico cacicazgo al frente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). El segundo desapareció del escenario nacional a la hora de defender los intereses de los petroleros en medio de las discusiones del Congreso de la Unión para la reforma de la industria petrolera.
Del lado de los supuestos dirigentes democráticos, que encabezan la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) tenemos a personajes que tampoco destacan por su compromiso en la defensa de los derechos de los trabajadores. En primera instancia, el telefonista Francisco Hernández Juárez, quién desde 1976 es el Secretario General del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (STPR) y fungió como pivote en la privatización de Telmex a favor de Carlos Slim Helú. En la actualidad es uno de los principales candidatos a una diputación plurinominal por parte del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Otro integrante de ese sindicalismo “democrático” es Valdemar Gutiérrez Fragoso, quien además de la presidencia colegiada de la UNT, ostenta la Secretaría General del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social (SNTSS). Entre sus méritos está el haber permitido la modificación al régimen de pensiones y jubilaciones del Seguro Social para quitarles derechos a los trabajadores. Para colmo, en días pasados se difundió la noticia de que don Valdemar aceptó la candidatura a diputado plurinominal que le ofreció el Partido Acción Nacional (PAN), tal como lo comentamos en este espacio hace algunas semanas (ver Reyertas 33).
Incluso el sindicalismo más consecuente (¿o menos inconsecuente?) con las luchas de los trabajadores, contribuye en grado sobresaliente a incrementar el desprestigio social que tienen los sindicatos frente al resto de los trabajadores de este país. Basta con observar las formas de trabajo que siguen operando en Luz y Fuerza del Centro, donde el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) tiene entre sus integrantes a varios integrantes que ejercen prácticas que van contra toda forma de profesionalismo, desde la corrupción hasta el tortuguismo. Esas prácticas permiten a la burguesía fortalecer sus campañas de desprestigio contra el sindicalismo frente al resto de los trabajadores. En esos términos, la conquista de derechos laborales que quedan plasmados en los contratos colectivos de trabajo, quedan severamente comprometidas y los cuestionamientos se multiplican. Para muchos trabajadores no sindicalizados es un escándalo que “aquellos holgazanes tengan tantos privilegios cuando el sindicato les solapa que no trabajen”. El problema, contra lo que refiere la sentencia popular no es que haya “privilegios para los trabajadores” sino que esos privilegios no se extienden de manera justa hacia el resto de la clase trabajadora. Y lo que realmente resulta desastroso es que los propios gremios democráticos no creen una línea ética de trabajo, un profesionalismo, que en efecto evite que los capitalistas exploten la fuerza de trabajo, pero que al mismo tiempo obliguen al trabajador a cumplir de manera responsable con sus tareas. Además es preciso no perder de vista que esos “privilegios” no son cosas que se hayan obtenido por la bondad de los patrones o la linda carita de los trabajadores, sino porque hay una organización lo suficiente sólida para arrancarle al patrón una porción grande de la riqueza generada por los propios trabajadores.
Hasta este punto queda claro que organizativamente el sindicalismo es una herramienta política poderosa, el problema es cómo se emplea y quién se beneficia de ella. Si realmente se quiere un sindicalismo fuerte que represente a los trabajadores, al tiempo que resulta en beneficia tanto a los agremiados como a la sociedad; es indispensable generar las condiciones de democratización que renueven las formas de vida del sindicalismo. No es posible adoptar la posición que el neozapatismo ha adoptado, sin renunciar a la lucha directa por romper los mecanismos de explotación que benefician única y exclusivamente al capitalista.
Vale aquí introducir una breve digresión para quienes no conozcan la postura del EZLN. En el contexto de la Otra campaña, que se desprendió de la Sexta Declaración de La Selva, el 30 de abril de 2006 se realizó el 1er Encuentro de trabajadores y trabajadoras. En ese acto, el discurso del Subcomandante Marcos estableció la ruptura del neozapatismo con la coordinación de sindicatos organizados en torno a la Promotora en contra del Neoliberalismo, que encabeza el SME. Los otrocampañistas nunca le pudieron perdonar a los electricistas que establezcan alianzas para impulsar el fortalecimiento del movimiento obrero, cometieron el grave pecado de llegar a acuerdos con los sindicatos integrados a la UNT. Incluso, el delegado Zero le dio trato de traidores a los electricistas. Al paso del tiempo, los neozapatistas han demostrado su desprecio hacia los trabajadores, mantienen solamente relación con los movimientos marginales que les rinden pleitesía y han utilizado, como si fuesen botín político, a las viudas de Pasta de Conchos sin ocuparse de las vicisitudes que enfrentan los mineros en México.
Pues bien, retomando el tema, todo lo anterior vine al caso debido a la importancia que tienen las formas organizativas y de lucha de los trabajadores. Las dos formas más notables de éstas son los sindicatos y la huelga, respectivamente. Ambos son derechos que los trabajadores han ganado, incluso ofrendando su propia sangre, mediante luchas históricas que han librado en todos los puntos del planta. Es importante tener esto en cuenta, cuando el gobierno de Felipillo I (el breve) se prepara para darle en México los santos óleos a esos derechos. En mucho con la complicidad de muchos izquierdosos antiobreros (revolucionarios en el discurso pero ansiosos sepultureros del sindicalismo en los actos) y de los propios dirigentes sindicalistas corruptos.
En El imperialismo, fase superior del capitalismo Lenin deja claro que el poder corruptor del capitalismo cuando llega al punto en que se forma el capital financiero con la fusión del capital bancario y el capital industrial alcanza fácilmente a las capas más altas del proletariado. Más allá de que el revolucionario ruso era mucho mejor organizador político que creador de teoría, sus señalamientos en este punto tienen bastante precisión, pues el capital atrae a esas capas de obreros con la promesa de una vida más cómoda, un trato más digno y un futuro más promisorio para su descendencia, la ideología capitalista se filtra con mayor facilidad en el pensamiento de los trabajadores y sus familiares cercanos. Pero, ¡oh sorpresa! Esas promesas de igualación mediante la conversión del obrero en socio del capitalista, solamente se cumple para unos cuantos dirigentes obreros, de aquí la importancia de fomentar una democracia obrera sin el culto a la personalidad. Sin embargo, esa misma atracción de las capas altas del proletariado hacia su corrupción a la postre funciona en contra del propio capitalismo, pues como argumentaba el economista polaco Michal Kalecki, conforme la organización de los trabajadores se debilita, crece al grado de monopolio de una economía. La concentración del capital se dispara, se derrumba el nivel vida de una gran porción de los capitalistas y se incumplen las promesas hechas a esas capas altas de la clase trabajadora. Un sindicalismo fuerte, aunque carezca de un carácter revolucionario, permite una distribución más social del ingreso generado en la producción.
Un ejemplo interesante de lo anterior fue la bonanza del capitalismo estadounidense a mediados del siglo XX, lo que el historiador británico Eric Hobsbawm denominó: la Edad de oro del capitalismo. Es preciso reconocer que la hegemonía del imperialismo estadounidense en medio de la Guerra Fría se basaba en la eficacia de sus fuerzas de trabajo, es decir, en su poderosa clase obrera. Pero la fuerza de ésta radicaba en su capacidad organizativa. Pese a dirigentes gansteriles de la talla de James Hoffa, el sindicalismo estadounidense logró para los trabajadores prestaciones por su trabajo que les permitieron tener niveles de vida solventes. En función del debilitamiento progresivo de ese sindicalismo, los trabajadores estadounidenses han perdido esos niveles de vida y el imperialismo norteamericano va perdiendo su hegemonía mundial. Pese a esa experiencia histórica, los neoliberales recalcitrantes, los fanáticos del izquierdismo y los oportunistas de centro se coaligan en los hechos para echar a bajo los importantes logros de la clase obrera. De aquí la necesidad de los trabajadores mexicanos por cerrar filas en contra de las pretensiones por reformar la legislación laboral en un sentido neoliberal. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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