(Primeras impresiones sobre el escenario del trienio que viene)
Ganadores y perdedores
Conforme la niebla dejada por las mendaces campañas publicitarias de los partidos político-electorales y el IFE, se disipa y el barro que se arrojaron los unos a los otros se pulveriza de nuevo, se van haciendo claros muchos elementos que marcarán la línea política durante los próximos tres años.
Es cierto que el presidencialismo en México se ha caracterizado por su constante accionar para debilitar al Congreso, mas los avances en la consciencia democrática de la sociedad mexicana (aunque en apariencia se ven inexistentes), al ser canalizada por las estructuras hacia las instancias legislativas, han impedido el regreso a esa conformación en las cámaras de representantes que no le exigía al presidente más que convencer a las facciones de su propio partido. Recuérdese que hasta antes de 1997 el presidente y la mayoría absoluta en el legislativo trabajaban bajo las mismas siglas partidarias: PRI. También es cierto que en los últimos doce años las miserias de todos los partidos con representación en el Congreso han sido exhibidas a mansalva, debido a que la competencia les obliga a llegar a acuerdos entre ellos, lo cual supone que todos tienen que ceder algo a cambio. En más de una ocasión la sociedad ha visto cómo de la manera más indignante los partidos que supuestamente la representan ceden la defensa de los intereses de aquella para promover alcanzar los objetivos partidarios o personales. He aquí el por qué una fracción de la sociedad civil (1 millón 839 mil 971 votantes, el 5.39%) decidió ejercer su derecho a no entregarle la representatividad a un personaje que va a traficar, en términos políticos, con los votos de la colectividad. Sin embargo, y aunque a muchos no nos agrade la situación, la contradicción entre el presidencialismo, que tiende a la imposición de la voluntad unipersonal, y la defensa de los intereses de los grupos con bancada en el congreso, fenómeno que tiende a promover la oligarquía, serán los elementos que marquen la línea política bajo la cual seremos gobernados todos los habitantes del país durante los próximos tres años. Es por ello, que hacer las previsiones sobre los escenarios probables en esta etapa, requiere de tener claro el saldo arrojado por las elecciones del pasado 5 de julio.
Antes de entrar en materia, es importante dejar atrás algunos mitos que se han venido construyendo en el imaginario popular, fomentados por los medios masivos de comunicación, cómo aquél lindísimo que reza: “todos los partidos y/o los políticos son iguales”, o aquél otro que supone la conspirativa existencia de una igualdad absoluta entre el PRI y el PAN. Ambos representan a estratos de la clase capitalista más o menos afines económicamente, pero con orígenes, ideario y relaciones lo suficientemente distantes para no ser lo mismo ni perseguir exactamente lo mismo. Su principal diferencia está en la competencia por demostrar ser los más aptos para representar los intereses de la facción hegemónica de la burguesía en México: la de libre mercado.
Pero vayamos por partes para identificar en resumidas cuentas qué fue lo que esta elección dejó como resultado para las fuerzas políticas en el Congreso.
PAN (Partido Acción Nacional)
Las inadecuadas salidas que el panismo le dio a la crisis interna en que se metió cuando ganó la presidencia comienzan a expresarse de forma más clara. Sin duda que el PAN es el principal partido perdedor de la reciente elección. No solamente por la cantidad de curules que perdió en la Cámara de diputados y por los gobiernos estatales que se le fueron de las manos. Sino por la contundencia con que se expresó socialmente el rechazo a la línea política que ha seguido el gobierno de Felipillo I, el espurio.
La oscura elección del 2006 le dio a Calderón el poder, pero muy escasa legitimidad para poder ejercerlo a plenitud. Ello aunado al accidente que implica su carácter explosivo, le estrechó el margen de error desde el inicio de su gobierno. La salida que se le ha pretendido dar al problema ha sido una que en otras ocasiones y en condiciones similares ha funcionado muy bien en la historia. Crear un enemigo interno contra el cuál descargar todo el rigor del Estado con la finalidad de elevar el nivel de legitimidad y ampliar el margen de error para su gobierno. Dado que en los últimos años se ha hecho un estridente énfasis en la demanda de abatir la inseguridad pública, era completamente lógico que el enemigo creado se encarnase por el gobierno en las organizaciones empresariales del narcotráfico. La extensión de éstas, así como su diversificación en varias ramas económicas (legales e ilegales) las convertía en el candidato a enemigo ideal para los planes calderonistas. ¿Qué fue entonces lo que salió mal?, ¿Por qué entonces la sociedad no recompensó la estrategia presidencial con una mayor votación que le permitiese ampliar la bancada panista en la Cámara de Diputados para ya no tener que negociar con los otros partidos?
La respuesta no es tan simple, pues tiene que ver tanto con los excesos cometidos en el ejercicio del poder por Felipillo I y su grupo cercano, como con la polarización social que se ha dado gracias a la agudeza con que han luchado algunos de los opositores al calderonato.
Por más que se quiera excusar con la trillada metáfora del polvo que se levanta al hacer la limpieza hogareña, el ataque al narcotráfico basado en la utilización de las fuerzas armadas y policíacas siempre será un exceso, una irresponsabilidad. No tanto debido al poder corruptor que las organizaciones narcotraficantes pueden ejercer sobre policías, militares y políticos, sino porque ese mismo poder económico es el que les da una ventaja estratégica sobre el gobierno: le da trabajo y medios de subsistencia a una parte importante de la sociedad. En varias partes de la República, de manera voluntaria o forzada, los campesinos solamente pueden sobrevivir gracias a que se les paga mejor sembrar enervantes que alimentos. Además, en el tráfico de drogas la siembra no es la única fuente en que se genera riqueza, pues se requieren procesar las cosechas, transportarlas distribuirlas, brindar seguridad a las mercancías (incluyendo a sicarios que impartan justicia según las reglas del crimen) y transacciones, medios para “legalizar” los ingresos (lavado de dinero); son cadenas que requieren mano de obra que las desarrolle y por tanto dinero para pagar esa mano de obra.
Por otro lado, los excesos del panismo gobernante se pueden apreciar en su poca capacidad para negociar con la oposición, han preferido golpear lo más severamente a los adversarios para que éstos queden sometidos a su voluntad. El papel de árbitro conciliador que debería desempeñar el gobierno ha sido abandonado, lo cuál dejó el campo libre para que otro actor político lo retomase: el viejo “nuevo” PRI. La vehemencia con la cuál se agrede a los adversarios políticos, las continuas denuncias por intentos de ingerencia en los asuntos internos de la oposición, la forma de realizar la política basándose en los “compadrazgos”, la sistemática mentira que niega la gravedad de los problemas y la evidente obstinación por someter al PAN a la voluntad del presidente, le han hecho evidente a la sociedad (al menos a gran parte de ella) que se está gobernando al país en forma inadecuada.
Por el lado del activismo social opositor también se ha contribuido a que la estrategia del calderonato fracase. Las denuncias en la prensa que documentan los abusos del gobierno y la defensa de demandas sociales importantes como en el ramo petrolero, laboral, de la recaudación fiscal, en la organización de los procesos electorales, la legislación para los medios de comunicación e incluso en la estructuración de las instituciones; han servido para menoscabar los resultados de la estrategia presidencial. A una parte de la sociedad le ha hecho claro que la forma de gobernar de Felipillo I es inadecuada, pero a otra porción, quizá todavía más grande, al menos le hace dudar de la efectividad de la línea política calderonista.
La renuncia del beligerante Germán Martínez Cázares a la presidencia nacional del PAN, más allá de evidenciar que las heridas internas del partido no han sanado (al respecto, véase la entrevista que Álvaro Delgado le realizó a Manuel Espino en Proceso, 1705, 7/VII/09), podría ser un primer paso para que ese partido por fin tome distancia del presidente. Ello le vendría bien como partido ya que podría comenzar a regenerar fuerzas con miras a las elecciones de 2012, pero aún falta saber cuáles han sido las decisiones que se han tomado en el círculo cercano de Calderón respecto a su ingerencia en el PAN. El que Germán el bárbaro haya renunciado no quita que muchos de los funcionarios de ese partido e, incluso, los legisladores que llegaran a la Cámara en septiembre próximo, deben su lugar a Felipillo I.
Por esta ocasión se terminó el espacio, así que continuaré con esta reflexión en la siguiente entrega. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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