Hace unos diez años el filósofo estadounidense Michael Hardt junto al filósofo italiano Antonio Negri, sentenciaron la muerte del viejo topo, imagen mediante la cual Karl Marx explicaba las oleadas revolucionarias del proletariado. Así como el topo pasa largas temporadas construyendo sus túneles, intercomunicados entre sí, y solamente sale a la superficie en momentos muy específicos de su vida; para Marx los trabajadores pasan una buena parte de su tiempo en la aparente calma, mientras están realizando de forma cotidiana el proceso laboral, la experiencia e información que requieren para iniciar una nueva oleada de movimientos obreros que guardan bastante relación con el resto. Es decir, cuando estallan los movimientos obreros no lo hacen en condiciones de aislamiento sino porque en términos generales se han universalizado las condiciones para la lucha. Con cada nueva oleada revolucionaria de los trabajadores, el viejo topo emerge a la superficie, una vez pasada ésta el viejo topo vuelve a la construcción de sus túneles mientras los trabajadores se van preparando entre sí, inmersos en la cotidianidad que les hace ver su situación de miseria pero también transmitiéndose la información sobre las antiguas luchas.
Hardt y Negri decretaron la muerte del viejo topo pretextando que en la posmodernidad el desarrollo de los medios de comunicación eliminó las barreras que separan la vida cotidiana de la vida social y de la vida política. Para ellos todos los movimientos sociales de los años noventa, o al menos los más importantes: las huelgas de trabajadores franceses en 1995, los disturbios de Los Ángeles en 1992, la insurrección neozapatista de 1994; fueron acontecimientos aislados aunque de gran intensidad local, pero que ni tuvieron influencia de los movimientos obreros anteriores ni influyeron en los movimientos sociales posteriores.
Según ellos el camino de los nuevos movimientos sociales se puede expresar mediante una analogía con las serpientes que siempre dejan su huella en la superficie. Se olvidan que la influencia de los movimientos por la igualdad racial en Estados Unidos tuvieron como uno de sus bastiones a la ciudad de Los Ángeles y muchos de quienes participaron en las revueltas desatadas por la brutalidad policiaca contra Rodney King fueron hijos de simpatizantes con esos movimientos. También se olvida que la izquierda francesa de los años sesenta y setenta fue una de las más activas, recuérdese el verano francés, y que muchos de los migrantes (que ya entonces tuvieron un papel importante) venían de luchas muy fuertes en sus propias naciones o por alcanzar su objetivo de un trabajo mejor remunerado en el mundo desarrollado. También omiten que el núcleo del Ejército de Liberación Nacional que se trasladó de Monterrey a la selva chiapaneca a inicios de los años 1980 haya obtenido su experiencia política y organizativa en los movimientos estudiantiles, obreros y guerrilleros de finales de los 1960 y toda la década de los 1970. Menos les ha importado que precisamente esos movimientos “aislados” sean los que han alimentado el fervor revolucionario de los movimientos sociales que han creado una nueva oleada desde la insurrección de Seattle en 1999. Momento que ha marcado el ascenso de las izquierdas a escala mundial.
Precisamente el 10 de agosto anterior se llevó a cabo la III Reunión de Jefas y Jefes de Estado de la Unión de Naciones Suramericanas, que ha sido uno de los espacios ganados por la oleada revolucionaria de la clase trabajadora en los diez años recientes. Los proyectos de integración de Latinoamérica han tenido dos modalidades a lo largo de la historia; por un lado los que están en sintonía con los intereses del imperialismo estadounidense. En el extremo contrario están los proyectos sustentados en el planteamiento que Bolívar plasmó en la Carta de Jamaica, y que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, citó en su Carta a los presidentes de UNASUR: “completar la obra de nuestra regeneración”. Es decir la de América Latina. Es justamente esta segunda forma la que han impulsado históricamente las izquierdas en la región.
Pero hay dos errores que no deben cometerse al valorar la situación. Primero, la existencia de la UNASUR no es un producto de los dirigentes, no son los grandes mandatarios, por muy de izquierda (o bolivarianos) que se digan, los autores que posibilitan este proyecto. Segundo, la UNASUR no es un instrumento monolítico que haya exorcizado en términos absolutos la posibilidad que las derechas se lo apropien.
Respecto a la primera observación, es preciso recordar que todos los gobiernos emanados de las expresiones partidarias identificadas con las izquierdas lograron erigirse como tales gracias a la acción popular, independientemente de la manera en que hayan operado después (si han sido consecuentes o han traicionado los intereses de sus bases) son un producto de la organización social. Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez, Fernando Lugo, Luiz Inacio Da Silva, Álvaro Colom, Mauricio Funes, Manuel Zelaya, Daniel Ortega, Rafael Correa, Evo Morales y Hugo Chávez son todos presidentes que han ganado su lugar gracias a la movilización derivada de la gran oleada revolucionaria de los trabajadores en el mundo, y particularmente en América Latina. Pero el que se pronuncien partidarios de la izquierda no quiere decir que siempre van a estar del lado de la sociedad, para no ir más lejos, el gobierno de Chile con Bachelet, el de Uruguay con Tabaré Vázquez o el de Brasil con Luis Inacio Lula Da Silva han sido gobiernos que han favorecido a las burguesías imperialistas. De hecho la vocación protoimperialista brasileña se ha desbocado en los dos periodos de Lula.
La clave para que los gobiernos de América Latina mantengan la tendencia hacia la construcción de sociedades más equitativas es el conseguir que la dinámica activa de los pueblos se convierta en una constante de más largo aliento.
En la Declaración Presidencial de Quito firmada el 10 de agosto de 2009 se señalan acuerdos muy generales sobre el desarrollo de la región en materia de sistemas de salud, protección del medio ambiente, educación y ciencia. En donde se encuentran los acuerdos más relevantes es en las políticas económicas regionales. Pero es aquí donde más cuidado deben tener los movimientos sociales porque el principal motivo que se aduce es el de la crisis económica mundial. Los cual es muy loable, tanto a los capitalistas como a los trabajadores tienen interés por superar el desastre de la economía. Pero la coincidencia en el objetivo queda rebasada cuando se comprende que los caminos que se plantean desde el capitalismo y desde la clase trabajadora son completamente distintos y conducen a recuperaciones diametralmente opuestas. Incluso los críticos del neoliberalismo, aunque no necesariamente del imperialismo estadounidense ni del capitalismo, toman cierta distancia del camino de las necesidades de los trabajadores. Un ejemplo claro de esto son los señalamientos que recientemente hizo el economista Paul Krugman quién reconoce la posibilidad de que la crisis económica en EU esté terminando (véase La economía de EE.UU. está ahora empeorando más lentamente) gracias a que: “En resumen, el gobierno ha desempeñado un papel estabilizador crucial en esta crisis económica.” La clave de ello ha sido que el “…papel del gobierno en esta crisis no es lo que ha hecho, sino lo que no ha hecho: a diferencia del sector privado, el gobierno federal no ha reducido el gasto a medida que han disminuido sus ingresos.”
Mientras que hasta para los teóricos capitalistas ubicados más a la izquierda del espectro político el problema de la crisis es un problema de cómo los gobiernos estimulan a los capitalistas para que inviertan su capital. Para la clase trabajadora este tipo de crisis que afectan más ampliamente al sistema, y no solamente a la economía, necesitan salidas con mayor profundidad. La organización de nuevas formas de realizar las tareas productivas y su vinculación con el trabajo reproductivo son asignaturas que únicamente pueden desarrollarse desde el interior de la propia sociedad, porque hecho desde los centros de pensamiento capitalista o de los organizadores profesionales de las fuerzas productivas únicamente se va a seguir reproduciendo la dinámica capitalista de explotación y opresión tanto de los trabajadores como del resto de las clases subsumidas.
Cuando la clase trabajadora ha ejercido mayor presión pero sin conseguir que se apliquen sus salidas, no se ha conseguido más que perfeccionar al capitalismo. La mayor eficiencia productiva tanto en medios de producción como en la organización de los procesos sirve para hacer más eficiente la producción de mercancías, lo cual en términos relativos, es positivo para los trabajadores, aunque en última instancia tales beneficios son usados por el capital para agudizar la explotación. Las preocupaciones por el deterioro ambiental del planeta ocasionado por la sobreproducción capitalista podrían desembocar en tecnología más eficiente pero no eliminaría la producción superflua de mercancías, con lo cual a la postre la reducción de contaminantes se vería compensada con una mayor cantidad de mercancías producidas.
El que los trabajadores se apropien directamente de la producción requiere que directamente se establezca una coordinación amplia de los sectores productivos a escala internacional, lo que en consecuencia redundaría en la eliminación de la producción superflua de mercancías. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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