El video que comparto con los lectores y que abre la presente entrega es una de las más completas muestras de latinoamericanismo. El poema original fue escrito por el cubano Nicolás Guillén (1902-1989), la versión sinfónica fue compuesta por el mexicano Silvestre Revueltas (1899-1940) y la interpretación a cargo de la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar. Todo lo anterior viene a colación debido a la reunión de jefes de Estado de América Latina que se realizó el pasado 22 de febrero en Can Cún, Quintana Roo. Precisamente la idea de dicha reunión es la de generar los mecanismos para crear una mayor unidad entre las naciones de la región.
Sin embargo, la heterogeneidad de los participantes hace difícil encontrar los puntos en que pudiese existir un verdadero acuerdo, en primera instancia, y todavía más allá, que se respeten los compromisos adquiridos.
La necesidad de crear un nuevo mecanismo surgió de una serie de situaciones que están cambiando la perspectiva latinoamericana a mediano y largo plazo. La correlación de fuerzas en el continente ha presentado una serie de variaciones interesantes. Las clases subsumidas, durante la mayor parte de la década, empujaron hacia una serie de reformas políticas que abarcaron varios países de la región; principalmente en Venezuela y Bolivia. En contraparte, los tres años más recientes han sido los de recomposición de las fuerzas del imperialismo, de manera que la lucha se hace todavía más aguda. En medio de los dos polos se quedaron los gobiernos más abiertamente identificados con la burguesía promotora del mercado interno. En algunos casos, ésta ha funcionado como el fiel de la balanza, ya sea decidiendo las cosas en favor del imperialismo y en otras fomentando el desarrollo de las fuerzas productivas. El Chile de Michel Bachelet es el mejor ejemplo de esos gobiernos que se valieron del respaldo popular para profundizar las reformas imperialistas. Mientras que el de Brasil es el mejor representante de un gobierno que aprovecho la movilización de los subsumidos para desarrollar las fuerzas productivas, a tal grado de colocar al gigante sudamericano en la tendencia de convertirse en un nuevo imperialismo.
En ese marco, se presentaron sucesos muy específicos que detonaron el proceso de negociación para crear un nuevo mecanismo regional. Primero, a mediados de 2009, el golpe de Estado que derrocó al presidente Zelaya en Honduras y, segundo, el terremoto que destruyó Haití en enero del presente año. En el primer caso quedó exhibida la inoperancia de la Organización de Estados Americanos (OEA), así como de la Cumbre de Río como mecanismos multilaterales que garanticen la libertad y soberanía de los pueblos latinoamericanos. Por supuesto que no todos los gobiernos están en la sintonía de generar una nueva organización que promueva la cooperación regional en contra del imperialismo yanqui, pero ni los estadounidenses ni sus paleros pueden darse el lujo de aislarse del resto de las políticas regionales. Por ello es que la convocatoria a la conformación del nuevo mecanismo latinoamericano ha sido tan amplia e importante. Ello representa un avance de las clases subsumidas, pues de no ser por el empuje que le han dado con su lucha, los gobiernos progresistas no se habrían atrevido a desafiar los lineamientos de la línea imperialista.
Con todo lo hasta aquí expresado, queda claro que en la reunión de Can Cún se confrontaron dos posiciones, que son las que marcaron el pasado reciente y trazarán el futuro próximo en la lucha de clases en América Latina. La dicotomía continental se desdobla de la siguiente manera. Por el lado de los defensores del imperialismo anglosajón se destacan México, Colombia y la marinizada Haití. En cuanto al bando independentista se destacan las posiciones de Cuba, Venezuela y Brasil. Sin embargo, como todo hay matices, haremos un breve recuento de ellos, para dimensionarlos de manera más precisa en el contexto de Nuestra América.
El Club Yankee
Así como en la década de los años 1970 Chile se convirtió en la nación más proclive a favorecer los intereses estadounidenses, en la actualidad, las condiciones pintan para que ese papel sea ahora desempeñado por el trío arriba referido. Es decir, México, Colombia y Haití.
El golpe de Estado dado en México en 2006 no fue solamente un despliegue de innovaciones políticas para consolidar el sometimiento del gobierno de una nación a los intereses del imperialismo. También fue la primera piedra de una política exterior estadounidense que se enfila a disipar todas las energías que desplegasen los pueblos latinoamericanos para zafarse del yugo yanqui. En resumen, a México se le asignó el papel de ser el modelo operativo para las neocolonias en América Latina.
El famoso Plan Mérida no ha tenido mayor efecto que incrementar la dependencia de México hacia Estados Unidos, tal y como se preveía en la Alianza para la Prosperidad y la Seguridad de América del Norte (ASPAN). Estos elementos son el esqueleto que determina la política exterior de México. Sin embargo, la integración, o mejor dicho, la absorción norteamericana implica que haya una definición de tareas en el plano internacional. Para lo cuál se le ha asignado a nuestra nación la labor de ser la mano tendida que se solidariza y unifica a los pueblos latinoamericanos. Una especie de neoecheverrismo azulado. Aunque, por desgracia para el imperialismo yanqui, el estilo personal de Felipillo I, el católico, no le ayuda demasiado a cumplir dicha tarea. La rijosidad calderoniana suele conducir a la generación de asperezas obstaculizantes.
El otro gran aliado regional del Imperialismo estadounidense es el gobierno de Colombia. El papel que desempeña éste es muy distinto al del mexicano. Si a Calderón le tocó en suerte ser el conciliador proclive a conseguir los intereses imperialistas, a Álvaro Uribe Vélez le está asignado el papel del rijoso provocador. Su tarea es simple: confrontarse con los principales enemigos del imperialismo en la región. La disputa verbal entre el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y el colombiano no fue solamente un simple desencuentro de esos que podrían haberse dado más bien en el lavadero de cualquier vecindad. Más allá de la forma poco elegante en que se dieron los reclamos, el evento no es tan menor como se le quiere ver. Se trata de una confrontación entre dos posiciones, dos concepciones sobre la unidad latinoamericana.
La agresividad de Uribe iba encaminada a socavar la credibilidad y fortaleza negociadora de una de los principales gobiernos opositores al imperialismo. Con ello, restarle importancia a los mecanismos que Venezuela ha construido: como Petrocaribe, la Misión Milagro, la integración de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) o la iniciativa de una banca común. Para el imperialismo, recuperar al continente como su espacio de influencia vital requiere quitar del medio a los actores que han tenido éxito en abrir espacios de desarrollo e integración propio. Recuérdese que la unidad de varias naciones, encabezadas por Venezuela, fue el elemento que dio al traste con el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Estados Unidos ya debió haber aprendido que antes de proponer algo de esa envergadura, necesita primero aislar a los opositores.
Haití es un caso todavía más indignante. Los terremotos que devastaron la pequeña nación antillana fueron el pretexto utilizado por los Estados Unidos para convertirla en un bastión militar del imperialismo. Más allá del desliz de darle demasiada relevancia al cuento de las bombas tectónicas que los EE.UU. habrían utilizado para provocar los terremotos en Haití, el doctor Alfredo Jalife-Rahme identifica que el despliegue de marines en la nación afectada es en realidad un movimiento militar enfocado a apropiarse del mar Caribe, una zona estratégica tanto en términos militares como comerciales (véase “EU captura el Mar Caribe frente al BRIC”, en Contralínea, 21/II/2010, p. 18-19). Ese posicionamiento está enfocado en el debilitamiento de los imperialismos competidores que ponen en entredicho la hegemonía estadounidense. Ese supremo interés para el imperialismo pasa por eliminar a los obstáculos anti-imperialistas. Por ello es que la apropiación yanqui del mar Caribe es también una ofensiva en contra de Cuba y Venezuela. Entre las bases militares de Florida, las diversas bases de la armada estadounidense en Colombia, Curazao, Cuba y demás naciones caribeñas, sumado a la encubierta invasión a Haití; la soberanía caribeña queda acotada y los estados cubano, así como el venezolano quedan cercados.
Anti-imperialismo
El impulso de los movimientos sociales ha conseguido que en América Latina se crease una corriente de gobiernos que reclaman para sí la izquierda política. Sin embargo, no todos representan efectivamente una alternativa para las clases subsumidas, sino que son una simple mediación que favorece a las facciones de la burguesía. En mayor o menor medida varias naciones de la región han seguido esas vertientes anti-imperialistas. Sin embargo, no todas tienen el mismo peso específico a la hora de las negociaciones multilaterales. Así las naciones a seguir son específicamente tres: Cuba, Venezuela y Brasil.
Durante poco más de 50 años la Revolución Cubana ha sido el referente de los movimientos opositores al imperialismo hegemónico de los Estados Unidos. En la actualidad los procesos de cambio político combinados con la crisis económica están conduciendo a Cuba a una situación decisiva: un momento de transición que o bien sería hacia una profundización de la revolución o hacia una involución histórica. El dilema cubano es bien percibido por el gobierno estadounidense, de ahí que estén haciendo lo posible por cerrarle las alternativas a la revolución cubana.
El caso de Venezuela no está muy distante. La intensa actividad internacional que ha desplegado el gobierno de Hugo Chávez para crear un polo que frene el avasallamiento histórico de los norteamericanos ha sido algo llamativo, por eso es que resulta tan importante para los medios imperialistas, y sus paleros neocoloniales, el mermar la fortaleza venezolana. La imagen de Chávez como un dictador bananero ha sido cuidadosamente impulsada desde los EE. UU. con el auspicio tanto de los gusanos de Florida como de la propia oligarquía venezolana. El espejismo ha sido tan bien vendido que hasta los izquierdistas socialdemócratas, ideológicamente afines al bolivarianismo chavista, lo han comprado sin reparar en el alto costo para la libertad que tiene tal acción.
Pese a ello, resultaría mezquino negarle a Venezuela su papel central como creador de la unificación latinoamericana. Lo ha sido por encima de naciones con mayor poder económico y tradición unitaria en América Latina como México y Argentina.
Respecto a Brasil, es importante tener en cuenta que su política anti-imperialista es mucho más endeble que las anteriores. Primero porque desde la época de Fernando Henrique Cardoso como presidente, el gigante sudamericano ha tendido a construir un nuevo imperialismo. Por lo tanto, sus intereses son más frágiles que en el caso de Cuba y Venezuela: tiene más qué perder. Por ello es que pese a la eventual necesidad por enfrentar al imperialismo yanqui, también tiene la necesidad de llegar a acuerdos con éste. En segundo lugar, el PT de Lula ha sido un partido que ha jugado un mejor papel como mediador del conflicto social que a trasmano respalda los intereses del capital monopolista.
Posibles desenlaces
Los acuerdos de la Cumbre de Can Cún dejan entrever que hay dos líneas principales. La construcción de un entramado político multinacional y, segunda, la consecuente estructura económica que le dé vida. No obstante, sigue siendo inconcebible que el objetivo de las naciones del ALBA se alcance. Es decir, no hay posibilidades de convertir al organismo que se formalizará en Venezuela en el 2011 alcance a ser un mecanismo que sustituya a la OEA, pero sin la participación de Estados Unidos y Canadá. Cuando más, se tienen dos alternativas viables: que se convierta en un organismo tan intrascendente como la Cumbre de Río o en un instrumento cuya eficacia para neutralizar al imperialismo se sustente en la correlación de fuerzas de la lucha de clases. En el primer caso sería una victoria del imperialismo. En el segundo todo dependería del vigor que tengan los movimientos sociales. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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