El desencanto
Durante 2008 presenciamos el vertiginoso crecimiento de la figura del senador demócrata por Illinois, Barack Obama. Sin lugar a dudas, su campaña tuvo una explosividad que dejó sorprendido a todo mundo. En unos cuantos meses ganó con relativa facilidad la candidatura del partido demócrata a mediados de 2008, poco antes todo apuntaba a que esa candidatura sería de la senadora Hillary Clinton. Esa precampaña demócrata tuvo una arrasadora continuación durante la presidencial. La popularidad creciente de Obama se tradujo en el resultado de los comicios del 4 de noviembre, en los que ganó con 365 votos a su favor contra los 173 que obtuvo el republicano John McCain.
El éxito de Obama se basó en dos elementos fundamentales: el desgaste del gobierno de George W. Bush, que hacia el final de su ciclo como presidente era repudiado como uno de los peores presidentes que ha tenido EE.UU. El segundo elemento fue el discurso de cambio predicado por Barack Obama; el pueblo estadounidense lo concibió como un reformador dispuesto a componer todo lo que Bush estropeo. El estallido de la crisis económica durante el 2008 apuntaló la imagen de Obama, contrastando con el hundimiento de Bush.
No obstante, la euforia ocasionada por la elección de un presidente que prometió cambios profundos se ha ido disipando poco a poco desde el 20 de enero de
Es justo apuntar que las compañías que respaldan al actual presidente estadounidense tienen intereses encontrados con otros cárteles. Además, la viabilidad de la hegemonía imperialista de los norteamericanos depende de realizar una serie de reformas que tocan los intereses inmediatos de grupos empresariales. Sobre todo los de los cárteles que tienen desarrollada su estructura financiera por encima de la productiva. Como en el caso de la industria farmacéutica que domina todo el sector de la salud y las aseguradoras. Por ello es que ese sector ha sido el más hostil con la propuesta de reforma al sistema de salud que propuso Barack Obama. Aunque, además lidiar con la campaña negra de ese sector empresarial, el presidente de EE.UU. también tuvo que enfrentar el costo de sus propios errores y el incumplir con sus promesas.
Modelito agotado
Durante el gobierno de Ronald Regan (1981-1989) se introdujeron en Estados Unidos reformas económicas que desarticularon las redes de protección social. En contraste, se abrieron cada uno de los aspectos de la economía estadounidense al libre mercado. En lugar de ser el garante de la estabilidad nacional mediante el ejercicio de la soberanía del pueblo, se colocó al gobierno en el doble papel de policía de tránsito, por un lado, y por el otro como administrador de contratos para trabajos públicos que realizarían las compañías privadas que exclusivamente atienden intereses de mercado.
Recuérdese que hacia finales de los años setenta y comienzos de los ochenta era una necesidad para el capitalismo realizar modificaciones notables Al modelo de acumulación, para prolongar su existencia. Para los trabajadores del mundo, incluidos los estadounidenses, esa política económica resultó perjudicial. En cambio, para los dueños del capital se creó el mejor mundo posible. Es decir, tuvo resultados medibles que revitalizaron al capitalismo. Entre 1981 y 2000 el crecimiento económico de EE. UU. rondó la tasa anual del 3%; aún más, la absorción de la fuerza de trabajo mejoró considerablemente. Durante los primero años de la reaganomics (política económica) la tasa abierta de desempleo alcanzó el 9.7% de la fuerza laboral estadounidense. Esa tendencia se mantuvo en descenso constante hasta el año 2000 cuando llegó al 3.9%.
La teoría económica más básica señala que esos avances se dieron gracias a una mezcla de mayor inversión productiva y mayor ahorro. Sin embargo, al consultar los datos reales se encuentra con que el volumen de inversiones se mantiene desde 1981 alrededor del 20% del Producto Interno Bruto (PIB) estadounidense. Por su parte, el volumen de ahorros se redujo constantemente, así del representar el 20.6% del PIB en 1981 cayó hasta el 12% en 2008. Ningún ciclo económico puede reactivarse así, en consecuencia no puede haber renovación del modelo de acumulación, sin que haya un incremento de la inversión y ahorro.
El truco de los gobiernos estadounidenses ha variado muy poco: endeudar a su nación. Desde la presidencia de Ronald Reagan hasta la de William Clinton la deuda neta del gobierno se incrementó hasta superar la barrera del 50% del PIB. En cambio, hacia el final de la presidencia de Clinton esa tendencia comenzó a invertirse, pero la balanza de pagos se hizo cada vez más deficitaria, hasta alcanzar el 5.99% del PIB en 2006. En resumen. El desarrollo del neoliberalismo en Estados Unidos se financió primero gracias al endeudamiento con los bancos y después mediante la apropiación de la producción extranjera.
El instrumento que posibilitó ambas situaciones fue el mismo: la Reserva Federal, es decir el banco central de los EE. UU. Al frente de éste, tanto Alan Greenspan como su sucesor Ben Bernanke implementaron una política de dinero fácil. El objetivo es el de aumentar el circulante indefinidamente. Gracias a ello los créditos hipotecarios y demás parafernalia especulativa se facilitó, al mismo tiempo se simplificó la capacidad del dólar para apropiarse de mercancías producidas en el extranjero.
Sin embargo, el desgaste de las políticas económicas se aceleró. Muestra de lo anterior fue el gobierno de George W. Bush, durante éste el crecimiento en Estados Unidos apenas rondó el 2% anual. Además la tasa de desempleó superó en cinco de sus ocho años el 5% de la fuerza laboral. Es cierto, la crisis económica comenzó por el sector inmobiliario, pero también es la demostración sintomática de una política económica que está caducando.
Dado ese contexto, el triunfo electoral de Barack Obama fue una necesidad para el propio capitalismo. Días antes de su toma de posesión el actual presidente del imperialismo hegemónico sostenía dos vías paralelas para cambiar la situación de su nación. 1) Un plan de rescate del sistema financiero, y 2) la introducción de reformas en tres sectores: uso de combustibles, salud y educación (véase El País 11/1/09). Desde el punto de vista del capitalismo dicho plan sería lo más razonable. Sin embargo, el propio Obama no pudo ni puede desprenderse de los cárteles que lo respaldan, según algunos reportes de prensa empresas como IBM, Honeywell y Citigroup no estuvieron alejadas del proyecto de Obama para rescatar al sector financiero, incluso el 28 de enero de 2009, cuando se aprobó en la cámara de representantes dicho plan, funcionarios de esas empresas se encontraban reunidos con el presidente.
Aquel plan terminó de ser aprobado en el Congreso norteamericano a comienzos de febrero del mismo año. Sin embargo, entre la cercanía de ciertos grupos empresariales con el poder ejecutivo y las condiciones del propio rescate financiero, algunos grupos de capitalistas no quedaron tan conformes. Al respecto hay que reconocer que Obama tuvo un gran acierto al poner al frente de todo el asunto a su secretario del tesoro, Timothy Gaithner, pues éste ha sido quién ha recibido todos los ataques y protestas. El fuerte descontento era bastante previsible dado que el objetivo principal del rescate financiero es el de rehabilitar la capacidad de los bancos para prestar dinero a los sectores productivos, lo cuál va en detrimento de la especulación.
La reforma de salud
Durante décadas, uno de los problemas sociales más graves de los Estados Unidos ha sido su sistema de salud, pues en la actualidad los gastos administrativos, la falta de cobertura e información entre instituciones de salud han generado un sistema demasiado oneroso. Muchas compañías, como lo recordó Arturo Alcalde Justiniani en su artículo para el diario La Jornada “Obama y su reforma de salud” (1/8/09), sufren grandes pérdidas por las ineficiencias del sistema de salud. Sin embargo, los intereses de las compañías aseguradoras, farmacéuticas, mercaderes de la salud y políticos republicanos se centran en las ganancias fáciles y rápidas que se pueden obtener abaratando el costo de la fuerza de trabajo al obligar a ésta a pagar sus propios gastos de salud. Sin importar que muchas enfermedades comunes al trabajador se presentan de manera imprevista y representan costos impagables para éste.
Además, al capital financiero, encarnado en por las aseguradoras, a corto plazo le conviene más dejar fuera del sistema de salud a más de 46 millones de personas que tener que pagar primas de seguros por gente enferma o accidentada que paga cantidades mínimas. Ese panorama, al cuál muchos estadounidenses quedaron todavía más sensibilizados al enfrentar la crisis económica, motivó a Obama para presentar un proyecto de reforma en septiembre de 2009 que incluyó tres objetivos: ampliar la cobertura, afianzar a los que ya lo poseen y reducir los costos en el sistema de salud.
Los seis meses que han transcurrido desde el anuncio de la reforma hasta su aprobación en el Congreso estadounidense, han sido de un desgaste intenso en que los empresarios de la salud y los republicanos realizaron una campaña de desprestigio que llegó al extremo de tildar a Obama de socialista porque su reforma implicaría elevar los impuestos para solventar el gasto del gobierno en salud. Nada más fuera de la realidad.
Como los propios sectores progresistas estadounidenses señalan, la propuesta de Obama no es más que recetarle aspirinas a un enfermo de cáncer. Pues de entrada no se creó una cobertura universal, aunque si se sentaron las bases para ampliar en 32 millones la cantidad de asegurados. Al final se hizo una serie de agregados que le dan muchas concesiones a las aseguradoras, farmacéuticas y servicios privados de salud, lo cuál también limita el alcance de la reforma en pos de ganarse el apoyo de esos sectores. Ello permitió que por fin, el miércoles 24 se promulgase la reforma de salud, pero pese a que ese es un gran logro del gobierno de Obama los problemas no terminarán ahí. Ya la campaña de los republicanos logró unificarlos y dividir a los demócratas, recuérdese que en la cámara de representantes los 178 diputados del partido republicano tuvieron el apoyo de 34 miembros conservadores del partido demócrata. Además, la campaña continuará electoral de este 2010 permitirá que los republicanos continúen anatomizando a la reforma de salud y minando la base social de Barack Obama. Ello podría traducirse en que para finales de este año los demócratas pierdan la mayoría en el congreso.
Futuro de la reforma migratoria
La deteriorada popularidad del presidente estadounidense, como resultado del sainete de la reforma sanitaria, pone en entredicho algunas de las otras reformas que los Estados Unidos requieren para mantener su hegemonía planetaria. La más polémica y por tanto la que peores perspectivas tendría es la migratoria. Durante décadas la economía de estadounidense ha tenido su base en contener el precio medio de la fuerza laboral, en lo cuál desempeñan un papel central los trabajadores migrantes que llegan, en su mayoría, de América Latina. Si bien las organizaciones obreras de aquél país carecen de un carácter revolucionario, es preciso reconocerles que su capacidad organizativa les permitió tener mejores condiciones de trabajo. Lo que para los capitalistas no era buen negocio, así que se han aprovechado de la mano de obra migrante, sobre todo la ilegal, para presionar el abaratamiento de la fuerza de trabajo. No se olvide que los ilegales no pueden tener los derechos de los trabajadores organizados. Debido a ello, la xenofobia se ha incrementado de manera acelerada, sobretodo con la crisis que deja fuera a muchos trabajadores y se responsabiliza a los inmigrantes de la falta de empleo. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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