La Nada
Dialéctica de la fealdad, la falsedad y la maldad
(Segunda de tres partes)
Por: Sagandhimeo
2. La falsedad
Falso es aquel juicio que no es verdadero, por lo que su definición depende en gran medida de lo que se entienda por verdad. Existen básicamente tres formas de definir la verdad. La aristotélica como adecuación a la realidad, la científica como la aproximación a la realidad y la fenomenológica como aquello que muestra la realidad.
Aristóteles definió la verdad de ese modo, pues es la noción más intuitiva de la verdad, ya que comúnmente se entiende por verdadero todo lo real y viceversa. En la ciencia se considera que nuestros instrumentos y métodos son imperfectos, por lo que nuestros juicios sólo podrán ser probablemente verdaderos, pero nunca con exactitud (Bunge). Y en la fenomenología se considera que la verdad no puede decirse, pues se la estaría reduciendo al lenguaje conceptual, por lo que sólo puede mostrarse, ya sea en la vida cotidiana o en las acciones, entre otras.
Consecuentemente, para Aristóteles la falsedad sería todo juicio que no se adecue a la realidad, lo cual es sumamente difícil de determinar, pues para evaluar un juicio habría que conocer de antemano la realidad, pero ésta es evaluada mediante los mismos juicios. La fenomenología trata de resolver tal paradoja suprimiendo los juicios, pero si la verdad no puede decirse sino sólo mostrarse, no existe un criterio para separarla de la falsedad, por lo que todo podría ser tanto verdadero como falso. Por último, para la ciencia todo juicio posee cierto grado de falsedad y cierto grado de verdad, pues nuestro pensamiento no es idéntico a la realidad, pero tampoco es meramente arbitrario. Es decir, en la medida en que interactuamos con el ambiente y logramos controlarlo, alcanzamos un grado de certeza mayor, aunque nunca logremos la verdad absoluta, pues la realidad no es siempre la misma, sino que está en continuo movimiento.
Por otra parte, la falsedad no depende solamente de nuestros juicios e instrumentos, sino que también depende de condiciones sociales. Es decir, nuestros intereses políticos y económicos determinan en gran medida lo que consideremos como falso o verdadero. Esto es lo que comúnmente se entiende por ideología, la cual consiste en una serie de principios que adoptamos en razón del papel que jugamos en la sociedad. Consecuentemente, la verdad absoluta no solamente es inalcanzable porque nuestros instrumentos son limitados, también es imposible porque en todo momento estamos obligados a tomar partido ante cualquier situación.
En ese sentido, existen diversos tipos de intereses, los cuales siempre son particulares y en cierto grado comunes a todos. Por ejemplo, todos deseamos una buena alimentación, pero la diferencia radica en qué tanto la deseamos para uno mismo o para los demás y esto se determina a su vez por la posición económica que ocupemos, pues una persona de altos recursos tenderá a juzgar como falsos aquéllos juicios que reprueben su status. Por la misma línea, una persona de bajos recursos tendría que juzgar como falsos los juicios que afirmen que debe ser pobre por que así deben ser las cosas, pero esto no sucede así, pues la clase dominante se encarga de hacer creer a los oprimidos que no pueden mejorar las cosas o incluso que deben buscar su bienestar en el más allá.
En otras palabras, así como para la ciencia un juicio objetivo es un juicio universal que se aproxima a la realidad; para superar la ideología se requiere que los juicios de valor puedan universalizarse (Sánchez Vázquez), es decir, que la sociedad alcance un grado de conciencia en donde haga de los intereses sociales sus propios intereses, tales como la democracia, la justicia, la educación, la alimentación, la salud y la vivienda para todos, entre otras. Y esta universalización sólo puede efectuarse en aquélla clase que no se vea atada a sus bienes materiales, es decir, al proletariado (entendido como el conjunto de todos aquellos que no poseen medios de producción, tales como obreros, gran parte de los campesinos, empleados en general y pequeños comerciantes) o bien, en aquellos estudiosos que decidan unirse a los intereses del proletariado (Gramsci).
Negar o suprimir el factor ideológico, repercute en la creencia de que el juicio propio es el único verdadero e infalible, cosa que le ocurre hasta al más errado de los humanos, pues el peor de los asesinos tratará de justificar su comportamiento. Y también ocurre hasta en la mejor de las filosofías. En la actualidad existen dos grandes corrientes filosóficas, la analítica (donde a mi parecer el más importante es Bunge) y la neorromántica (término inventado por Bunge). La analítica se inclina por la lógica, la ciencia y la objetividad, y la neorromántica se inclina por las artes, el misticismo y la subjetividad. Bajo tales criterios es fácil ubicar a cualquier filósofo dentro de una u otra, aun cuando no sea un esquema rígido o absoluto.
La cerrazón de ambas posturas ha generado que la filosofía actual esté partida en dos, donde los analíticos tachan a los neorrománticos de decir cosas sin sentido lógico o de abordar falsos problemas. A su vez los neorrománticos acusan a los analíticos de no abordar problemas fundamentales como el sentido de la vida o de fragmentar la realidad. Sin embargo, si tales posturas visualizaran el valor de la falsedad, entenderían que tanto unos como otros reclaman aspectos valiosos, pues es importante para la filosofía una rigurosidad lógica y plantear claramente los problemas, pero también es crucial abordar problemas trascendentes y concebir la realidad como una totalidad.
En tal sentido, el que la verdad (que es una construcción humana) se aproxime a la realidad (que es la suma de lo existente), depende tanto de factores objetivos como subjetivos. Los factores subjetivos son los que nos posicionan como sujetos, los cuales hemos visto que son nuestro posicionamiento y la imperfección de nuestros instrumentos y lenguajes. Los factores objetivos dependen del grado de universalidad de nuestros métodos y juicios, es decir que lo objetivo no es otra cosa que lo universal subjetivo (Gramsci).
En otras palabras, en la medida en que perfeccionemos nuestra metodología científica y filosófica, lograremos un grado de verdad mayor. Pero no lograremos la verdad absoluta, pues nunca sabremos todo sobre el universo y ni siquiera sabremos absolutamente todo sobre un solo aspecto, como sostenía Lenin, pues nuestro lenguaje, al ser una abstracción, no puede alcanzar la complejidad de la realidad concreta, y cada fenómeno está estrechamente unido a los demás, por lo que no se puede conocer un fenómeno completamente sin conocer todos los demás, lo cual es imposible.
Por todo ello, la falsedad constituye un elemento sumamente importante de considerar para alcanzar la verdad, pues admitir que nuestros instrumentos son imperfectos y que nuestro posicionamiento nos parcializa: optimiza nuestro grado de verdad. En ese sentido, acercarnos a posturas que consideramos falsas facilita mejorar la propia.
3. La Maldad
Por mal se entiende todo aquello que cause un daño o perjuicio, el cual no puede ser absoluto, pues si existiera una entidad totalmente mala, no podría hacer otra cosa que provocar el mal tanto fuera como dentro de sí, lo que la autodestruiría. Ahora bien, podemos entender al mal como el concepto que engloba todo aquello que cause un perjuicio o daño.
Su origen biológico podemos encontrarlo en la lucha por la supervivencia, donde los primeros seres racionales juzgaron como “malo” aquello que impidiera su subsistencia o desarrollo. En tal sentido, la maldad como tal no existe mas que como un mero juicio, pues siempre encontraremos una explicación precisa para dar cuenta de cualquier fenómeno sin necesidad de determinar la realidad como buena o como mala. Por ejemplo, se dice que un niño es malo cuando mata a un animal, pero nunca lo hará meramente por dañarlo, el muchacho poseerá una infinidad de intenciones determinadas, puede tener curiosidad por la estructura interna del animal, puede tratar de desquitarse por un evento anterior o simplemente puede hallarlo divertido.
Socialmente hablando, el mal tampoco encuentra cabida, pues los grupos humanos siempre se mueven mediante intereses determinados, ya sea por afán de poder, de enriquecimiento o de subsistencia. Incluso, quienes aparentemente practican el mal por sí mismo, realmente sufren de desequilibrios mentales, tales como los psicópatas.
Del mismo modo, los individuos y los grupos humanos actúan en razón de intereses en mayor o menor grado colectivos, pues ninguna acción es totalmente perjudicial o benéfica, egoísta o altruista, sino una mezcla de ambas. Sin embargo, ninguna acción ética se encuentra al margen de intereses políticos, es decir, todo acto se efectúa en función del papel que desempeñe el individuo dentro de una sociedad. Por ejemplo, la compasión sólo puede darse cuando un individuo se identifica como socialmente superior a otro, pues de otro modo no sentiría lástima. Cosa contraria sucede con la empatía, donde el objetivo es ponerse en el lugar del otro de igual a igual.
Por otro lado, la caridad en sentido vulgar significa lo mismo que compasión, pero en sentido teológico representa el amar al prójimo como a uno mismo, esto implica varios elementos, primeramente no se puede dar por hecho que toda persona se ama a sí misma, pues a menudo atentamos contra nosotros mismos, cuando descuidamos nuestra salud o cuando no buscamos un desarrollo cultural. Por lo que amar al prójimo como a uno mismo puede significar amarlo tan poco como nuestro amor propio. Ahora bien, suponiendo que el amor a uno mismo es óptimo, amar al prójimo no siempre trae beneficios, pues puede traernos una reacción opuesta, en la que la persona desconfíe de nuestra acción y nos agreda o nos rechace. Sin embargo, suponiendo que poseemos amor propio y que la gente tiende a aceptar nuestras buenas acciones, éstas no lograrán un beneficio social, pues no implica que los demás nos imiten o que la gente que tiende a causar daño dejará de hacerlo por el beneficio que les proporcionamos. Por último, en el caso de que nos amemos óptimamente, que se acepten nuestras acciones y que la gente tienda a imitarnos y correspondernos, esto no podrá eliminar los conflictos sociales, pues los grupos humanos no se guían meramente por amor u odio, o porque busquen el bien o el mal, sino por intereses económicos, políticos y culturales, donde por más amor que se les muestre, tenderán a mantener su dominio u opresión sobre otros grupos.
En ese sentido, personajes profundamente religiosos o altruistas como Gandhi, no lograron cierta emancipación social por un mero amor al prójimo o una mera lucha contra el mal, sino que sus logros obedecen a condiciones históricas determinadas, en el caso de Gandhi la independencia de la India hubiera ocurrido aun sin sus acciones en razón de que al capitalismo inglés del que se emancipó la India, le beneficiaba más un imperialismo que un colonialismo, es decir, un dominio comercial más que político. Esto es evidente en la actualidad, donde las potencias mundiales ya no tienden a someter a los países pobres quitándoles el poder estatal, sino sujetándolos económicamente. Esto no significa que los grandes personajes históricos sean innecesarios, sino que todo fenómeno social obedece a condiciones históricas determinadas, por lo que si un personaje histórico no hubiera existido, se habría generado uno similar (Marx).
Por otra parte, las nociones de bien y mal están relacionadas con el deber ser, es decir, se dice que algo está bien porque así debe ser y viceversa. El problema consiste en que no hay un criterio objetivo para determinar el deber ser, ya que es relativo al juicio que se efectúe sobre las acciones. Por ejemplo, si sostenemos que las personas deben tener hijos, tendríamos razón en el sentido de perpetuar la especie, pero no en el sentido de aminorar la sobrepoblación. Además, el deber ser no permite analizar la realidad, pues predetermina los valores hasta petrificarlos, por ejemplo, si se habla del aborto, se pudiera decir que es reprobable porque la vida debe ser preservada, lo que no permite analizar qué se entiende por vida humana y qué beneficios traerá para la madre y la criatura. Es decir, hablar en términos de deber ser establece parámetros reduccionistas, donde se merman los aspectos benéficos y perjudiciales de las acciones, por lo que es preferible hablar en términos de intereses, pues incluso el deber ser suele utilizarse para manipular a la población en razón de intereses políticos de dominación.
En el caso de la violencia, si la analizamos en sentido abstracto resulta totalmente reprobable, pues implica el daño físico o emocional hacia un ser vivo. Pero dentro de ciertos contextos puede ser conveniente. El caso más obvio consiste en la defensa, pues es preferible agredir a un atacante que dejarse dañar por este. Pero también existe una violencia mucho más constante y reprobable que suele pasar desapercibida: la violencia capitalista. Esta es una violencia callada (Sánchez Vázquez), pues sólo en casos extremos se reprime con violencia física a los inconformes, por lo regular dicha violencia consiste en jornadas laborales de más de 8 horas, de más de 6 días a la semana, en sueldos miserables, desalojo de hogares, discriminación sexual o racial, despidos injustificados y un sinnúmero de casos en los que el pueblo se ve severamente perjudicado. En pocas palabras, la opresión y explotación del pueblo por parte de la burguesía es la mayor de las violencias (calladas o explícitas), por lo que si el pueblo llega a tomar el poder mediante la violencia explícita estará haciendo justicia, es decir, una violencia justificada.
Por todo esto, una óptima visión del mundo requiere superar, en la medida de lo posible, las nociones de bien y mal, pues incluso se impide la comunicación entre grupos sociales en conflicto. Por ejemplo, las izquierdas y las derechas tienden a atacarse con exceso de adjetivos, donde cada cual concibe al otro como el malo y esto les dificulta alcanzar cierta objetividad, donde podrían comprender los aspectos positivos de la postura contraria. En ese sentido, hablar en términos de deber ser o de bien y mal dificulta explicar las acciones, las cuales no se efectúan por meras voluntades, ya que siempre ocupamos una posición en la estructura social y esto provoca que nos movamos mediante intereses. Por lo que no habremos de buscar el bien, sino la justicia, donde la bondad no se practique olvidando las desigualdades socioeconómicas, sino tratando de superarlas, ya que “la aceptación irreflexiva del mundo de arriba y del mundo de abajo (entiéndase ricos y pobres) promueve el desprecio hacia el estudiar y comprender el arriba, ya que toda la clase política y la empresarial son (comprendidos como) un todo homogéneo caracterizado por la maldad” (MOR) y viceversa.
En otras palabras, acercarnos a lo que concebimos como “malo” contribuye a que nuestra visión se enriquezca, de modo que alcancemos una mayor objetividad en nuestros juicios ético-políticos y un plan de acción social que no se limite a meros actos de bondad, sino que combata las injusticias (para mayor profundidad véase mi obra LA PRAXIS).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario