En la entrega anterior (Reyertas 27) explicamos el mecanismo mediante el cuál los capitalistas mantienen un funcionamiento favorable para ellos de la organización económica: el subconsumo. Cabe agregar, antes de explicar cómo se carga éste a los trabajadores, que la tendencia al subconsumo genera crisis económicas a la postre, pues un consumo inferior a la producción ocasiona que las mercancías no realizadas se vayan almacenando convirtiéndose en capital ocioso. Es decir, se crea una sobreproducción, un capital superfluo. Es importante dejar en claro que si bien una crisis de subconsumo, como la actual, siempre es una crisis de sobreproducción, tiene particularidades la precisan. Por principio de cuentas, no se trata de que los capitalistas estén impulsando que la producción de mercancías vaya más allá de los límites dados por la cantidad de artículos que la sociedad requiere para satisfacer sus necesidades, sino que al restringir el ingreso que percibe una parte importante de la población, ésta tiene menos dinero disponible para consumir. No es que las familias necesiten ahora menos artículos para subsistir, adquieren menos productos de subsistencia porque el salario no les alcanza. Pero el mecanismo mediante el cual los capitalistas ocasionan la tendencia al subconsumo, tal cual lo adelantábamos en el cierre de la entrega anterior, es el mismo mediante el cuál generan la valorización del capital: la explotación de la fuerza de trabajo.
Aquí es importante no confundir, como se hace en el lenguaje cotidiano, el concepto de explotación con el de opresión. El primero nada tiene que ver directamente con la satisfacción o insatisfacción que le sienta el trabajador al desempeñar su labor, salvo que en ocasiones le hace sentir que su trabajo no tiene justa recompensa. Se puede estar contento con las tareas que se tienen asignadas y no por ello se deja de ser explotado. Por el contrario, la opresión laboral es justamente el principal factor de insatisfacción en el trabajo, porque ésa sí tiene como objetivo el ejercer coerción sobre el trabajador para que realice sus tareas cumpliendo las metas fijadas por el patrón. Claro que ambas suelen ir estrechamente vinculadas, pero para efectos del análisis es indispensable tener claros los límites entre una y otra. La explotación en términos simples es el producto del trabajo que el capitalista se apropia: la diferencia entre el salario que se paga a los trabajadores y el plusvalor. En esos términos, partiendo de que en las cadenas productivas de la economía mexicana se utilizan como insumos productos creados en procesos anteriores (lo cuál descuenta a las materias primas como capital constante, salvo aquellas que son de origen externo) y que tanto el capital fijo como la inversión extranjera están dados por las dependencias oficiales. Obtenemos así que en 2008 el valor agregado en la producción total ascendió a 11 billones 714 mil 028.6 millones de pesos. En contraste, tomando en consideración que el valor de la fuerza de trabajo por jornada laboral durante 2008 fue de $164.17 y que hubo un promedio de 43.6 millones de empleados, esto significa que al año el valor total de la fuerza de trabajo fue 2.6 billones de pesos. Al dividir el valor del producto total entre el valor de la fuerza de trabajo (capital variable) obtenemos una tasa de explotación, en el caso mexicano, al menos en una primera estimación, del 448%. Expresado en términos más ilustrativos: según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la jornada laboral en nuestro país promedia de 7 horas con 15 minutos. De éstas el salario del trabajador queda pagado con el producto de 1 hora 37 minutos; el resto, o sea 5 horas con 38 minutos, es tiempo de trabajo que el capitalista se apropia. Esta primera aproximación a la tasa de explotación es un cálculo grueso; los datos disponibles no permiten hacerlo con mayor precisión. Para poder calcular la tasa de explotación exacta sería necesario agregar al valor de la fuerza de trabajo el monto que los trabajadores perciben como prestaciones laborales, por un lado. Por el otro, habría que descontar del total de empleados la porción que representa a los empleadores y al trabajo improductivo (aquél que aunque sea útil no produce valor y que se concentra principalmente en las actividades de servicios doméstico, los personales, las actividades derivadas del comercio y ejercicio de gobierno). Aunque ambas tendencias tensan la tasa de explotación en direcciones diametralmente opuestas, es altamente probable que esta tasa sea todavía mayor al 448% que presentamos aquí, debido a que como señalamos en Reyertas 26 la estructura de seguridad social viene siendo desarticulada y ello redunda en el detrimento del valor de la fuerza de trabajo. Para efectos prácticos, no obstante, tomemos esta tasa de explotación del 448% en 2008 como válida, pese a que es altamente probable que sea mayor, al compararla con la tasa de explotación de 2005, obtenida con el mismo método y con las mismas salvedades, encontramos que en el lapso de tres años la explotación hacia los trabajadores mexicanos se incrementó en 21 puntos porcentuales. Esto es, en 2005 el trabajo que el capitalista se apropió equivalió al 427%. Tal incremento no significa otra cosa que mientras más valor se produce en México, los trabajadores menos capacidad tienen para adquirir la porción que satisfaga plenamente sus necesidades.
Si bien, la causa del subconsumo lesiona los intereses de los trabajadores; ¿las consecuencias de éste afectan principalmente a…? Si usted, amable lector contestó que a los mismos trabajadores está en lo cierto. Veamos algunos elementos derivados del fenómeno que se viene explicando. La tendencia al subconsumo de los trabajadores, suele ser resuelta por los capitalistas mediante varios mecanismos de compensación, ninguno de ellos para satisfacer las necesidades de los trabajadores. Entre ellas destacan: las exportaciones y el incremento del gasto del Estado (consumo improductivo). En cuanto al segundo es notable que en estos años de neoliberalismo aquél se ha concentrado en los sueldos exorbitantes que devengan los funcionarios públicos de niveles superiores. Tal cuestión genera una serie de desigualdades sociales que están a la vista de todos los mexicanos; éstas van desde los bajos salarios de los trabajadores al servicio del Estado (pregúntele a su profesor, médico, enfermera o policía más cercano: ¿cuánto le paga el gobierno?) hasta la reproducción de una corrupción que se desliza desde arriba: las autoridades son las primeras en fomentar la impunidad al solapar la violación de las leyes que hacen los grandes capitalistas.
Por el lado de las exportaciones, la burguesía rentista mexicana vende al exterior lo que se produce en el país con la finalidad de obtener mejores ganancias. En ese sentido han reconvertido la estructura productiva del país hacia las manufacturas de exportación, minando la articulación del mercado interno (ver Reyertas 25), así se posibilita un elemento que agudiza el subconsumo de los trabajadores: la especulación. Mientras entre los capitalistas circula rápidamente una gran cantidad de dinero, que nunca llega a los trabajadores, obtenido por las ventas al exterior; al mismo tiempo esa ganancia se pone en circulación sacándola del país mediante inversiones especulativas, o sobre la producción interna o sobre materias primas. El resultado es que la cantidad de dinero circulante se multiplica provocando que los precios se eleven rápidamente. Así, si la explotación ya deteriora la capacidad de compra de los trabajadores, la inflación derivada de la especulación refuerza el subconsumo.
Dado lo anterior, el escenario no pinta muy bien para los trabajadores, pues cuando el subconsumo se convierte en crisis sobrevienen las consecuentes depresiones económicas lo que conlleva la disminución del empleo, aumenta la concentración de los medios de producción (grado de monopolio) y con ello se acentúa el subconsumo de los trabajadores. En otras palabras: los trabajadores pagarán una vez más los costos de la codicia de los capitalistas por acumular una mayor masa de ganancia.
Sin embargo, eso no termina aquí. Justamente en el contexto de una situación como la descrita arriba, al secretario de Trabajo y Previsión Social se le ocurre presentar el pliego petitorio de los empresarios para reformar la Ley Federal del Trabajo y dejar en condiciones de mayor indefensión a los trabajadores mexicanos. Pero debido a que he llegado al límite del espacio disponible, eso será tema a tratar en futuras entregas. Pero antes de terminar, es preciso manifestar cierta indignación, por un lado, y toda mi solidaridad, por el otro. La una contra la banalización que se está haciendo entorno al día internacional de la mujer: ya se olvidó que no es un día de fiesta sino para reivindicar los derechos de las trabajadoras. Entre las “felicitaciones por ser mujer” que algunos extraviados reparten a diestra y siniestra y la mañosa publicidad de las tiendas que pretenden convertir en otro día para el consumismo. Vale la pena releer la fundamentación que la camarada Alejandra Kollontai hizo sobre este día de lucha revolucionaria, El Día de la Mujer. ¡Solidaridad con las trabajadoras de todos los países! Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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