Con el pretexto de enfrentar la crisis de la mejor manera posible, el gobierno de Felipillo I el breve, ha decidido combatir a sus peores enemigos para que al fin México supere su rezago y salga a flote: la ciencia y la educación. Durante los tres años de calderonato, el inquilino de Los Pinos ha demostrado tener la piel sumamente delgada ante la crítica de la oposición, ha demostrado que no aguanta que alguien esté en desacuerdo con su peculiar forma de ver las cosas. La intolerancia calderoniana se expresa en su afán por acabar con todo aquello que represente la amenaza de extender la actitud crítica en la sociedad. Por eso es que cual merolico vendiendo sus cursos de autoayuda para recetarle a los mexicanos que tienen toda la obligación de hablar bien de México, no importa que el país se esté cayendo a pedazos, hay que hablar bien de México. Sin embargo, lo que Felipillo I el espurio entiende por “hablar bien de México” se reduce a hablar bien de su gobierno federal. Una especie de regresión calderoniana en la que pretende equipararse con Luis XIV, aquel rey francés del siglo XVIII que decía: “el Estado soy yo”. En un sentido apologético, Calderón parodia al francés al decir: “México soy yo”.
Lo que no puede negarse, cuando se trata de enfrentar a la crítica, es que el señor Calderón es un personaje de soluciones radicales. Para evitar que la actitud crítica siga empañando los grandilocuentes logros de su tan exitosa administración, ha metido el acelerador para desarticular el sistema educativo del país.
Es cierto que muchos camaradas exageran al indicar que lo más importante para un pueblo es la educación. Se olvidan que antes de poder aspirar a que un pueblo tenga la posibilidad para ser educado, requiere satisfacer otras necesidades que hacen posible una vida digna, una vida humana. La garantía de una alimentación suficiente y el desarrollo de las capacidades de trabajo son las dos condiciones que preceden a cualquier aspiración por crear un sistema educativo que le dé una amplia cultura a todos los integrantes de una sociedad. Para los mexicanos la capacidad de trabajo es un hecho que se demuestra día a día, pese a las malas caricaturas que pretenda hacerse de sus trabajadores, éstos diariamente dejan clara tal capacidad. Pero las arbitrariedades cometidas por los capitalistas nacionales y trasnacionales no solamente les escatiman ese reconocimiento, sino también la propia posibilidad de tener una alimentación adecuada. Para colmo de males, los panistas no se han distinguido, en sus 70 años de existencia, por ser un partido que se preocupe de manera extensa por la formación de consciencias críticas. Más bien se han preocupado por perseguir toda expresión cultural que salga de sus estrechos límites. De modo que el panismo no puede presumir que haya tenido grandes lumbreras entre sus intelectuales. Antes por el contrario, le conviene mejor ocultar las pocas que ha dado. Por ejemplo, Carlos Castillo Peraza, el gran intelectual del PAN en tiempos recientes, no fue un personaje al que se le pudiesen reconocer grandes dotes como difusor de la cultura ni capaz de mostrar un bagaje cultural que impresionase a sus adversarios, si mayor cualidad era la de ser un defensor vehemente de sus ideas, pero no más.
Esta saña del panismo en contra de toda la cultura deriva de que justamente de la gente que posee cierta formación de pensamiento crítico es la que más ha cuestionado sus planes de gobierno. La situación se vuelve todavía más aguda cuando el PAN coloca en la presidencia a un sujeto como Calderón que es incapaz de soportar el mínimo disenso con su pensamiento.
Por ello es que la ciencia y la educación han sido los dos grandes blancos contra los cuales las armas del calderonismo se han enfocado. Esos rubros son, para Felipillo I el breve, más peligrosos que la aparición en escena de cualquiera de los integrantes de los Zetas. Por eso es que anteponiendo el pretexto de la crisis, la Secretaría de Hacienda recortó el presupuesto a los becarios de posgrado del CONACYT. A tal punto ha llegado esto, que los pocos investigadores que está formando el país, están quedando ahogados bajo el peso de las cuentas que requieren pagar para sustentar su vida. Esta situación no puede conducir a ningún otro camino que a la reducción de formación de cuadros generadores de ciencia y tecnología. Esa situación no ha pasado inadvertida para los becarios que están buscando convertirse en parte de los investigadores que requiere México, por ello es que se han venido agrupando para dar la batalla en contra de los recortes que la sensible secretaría de Hacienda está haciendo no únicamente hacia los becarios, sino a todas las instituciones encargadas de desarrollar la ciencia, tecnología y la educación superior en el país (véase el blog: que ni reduzcan las becas ni nos cierren las bocas).
En el extremo opuesto del sistema educativo mexicano, apenas puede creerse que algo que hace unos meses, apenas junio pasado, causó revuelo en el mundo, hoy México esté retomando las cosas nefastas que suceden en el mundo. Apenas el 7 de junio en Bolivia el gobierno de Evo Morales le cerró las puertas del jugoso negocio de los libros de texto para la educación básica a la trasnacional española editorial Santillana, y en nuestro país ya se están imitando las peores prácticas de ese corporativo. En Bolivia se le quitó la edición de libros de texto a la editorial Santillana porque promovía la eliminación de la identidad nacional boliviana. La línea de la casa editora iba en la tendencia de eliminar los puntos de conflicto entre las culturas indígenas prehispánicas y la cultura española de los conquistadores. Estos momentos que son los que definieron la cultura moderna de los pueblos de Latinoamérica, es decir los de conquista y colonia, son los puntos que el gobierno de Felipillo I el espurio intenta borrar de la memoria de los mexicanos.
Ya es preocupante el hecho de que por años se haya intentado eliminar la parte sustancial del pensamiento crítico de los mexicanos: la identidad, bajo el pretexto de que la educación “moderna” debe privilegiar el razonamiento verbal y matemático. ¡Bien! No es mala idea dejar atrás la enseñanza tradicional que se basa totalmente en la memorización, sin embargo, no puede ni debe abandonarse el fomentar que los alumnos tengan una buena capacidad de memoria porque finalmente cualquier habilidad de razonamiento resulta inútil, estéril, si no se tiene la materia prima sobre la cuál reflexionar, sobre la cual pensar; y esa solamente se puede obtener gracias a la memoria. No solamente en el campo de las ciencias sociales, que el ejercicio adecuado del razonamiento sobre la información que se concentra en la memoria nos daría por resultado excelentes ciudadanos capaces de ejercer sus capacidades críticas hacia los diversos gobiernos; también en el campo de las ciencias naturales y las ciencias exactas es indispensable que los investigadores tengan la capacidad para realizar la crítica sobre los conocimientos preexistentes a su investigación. De otra manera tendríamos una ciencia en estado permanente de estancamiento.
Como se afirmó arriba, la educación no es el problema más importante que se debe resolver, con perdón de los camaradas profesores y demás trabajadores dedicados a la educación, resultaría demasiado simplón, simplista y hasta cursi hacer la típica afirmación sobre la centralidad de la educación. Sin embargo, el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la adecuada educación son procesos que tienen una importancia decisiva en el desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual es un interés que los trabajadores debemos seguir persiguiendo porque son elementos que nos permitirán abrirnos el camino de la revolución.
Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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