La mayoría de los izquierdistas hemos juzgado con demasiada dureza la actual crisis económica mundial. Más de uno ha querido ver el surgimiento de una crisis estructural del capitalismo al empatar el proceso económico con los procesos de deterioro ambiental, los cambios en las relaciones políticas, la degradación de las relaciones sociales y el surgimiento de nuevas expresiones dentro de los movimientos sociales. No obstante, las cosas se están desarrollando de manera muy distinta a lo que los buenos deseos de los analistas de izquierda quisiéramos. El armagedón que representaría la actual crisis simple y sencillamente no está ocurriendo, por el contrario, comienzan a darse los primeros signos de que podría comenzar en los próximos meses una recuperación.
Como mencionábamos hace unos meses en el Reyertas 18: 2009, el año (del temor) por venir señalé, con base en el análisis desarrollador por el Círculo de Estudios de Marxismo Ortodoxo y Recalcitrante (CEMOR), que la actual crisis tiene muchas posibilidades de convertirse en el inicio de una fase descendente del ciclo largo económico (con duración total de 40-60 años), pero la condición indispensable de esto era el desempeño de la economía china en la presente crisis. Entre más tiempo durase la fase depresiva del ciclo económico medio (que en total dura entre 7 y 11 años), la floreciente economía de la República Popular China se vería cada vez más comprometida, lo cual en un momento determinado podría ocasionar el colapso definitivo del mercado estadounidense, que en los años recientes se va haciendo dependiente en forma progresiva de la productividad china.
Debido a los procesos de globalización, desatados en los años setenta del siglo XX por aquel supremo consejo revitalizador del capitalismo que fue la Comisión Trilateral, en las últimas tres décadas la interrelación entre el mercado norteamericano y el chino ha crecido de manera descomunal. Por el lado de China, la inversión proveniente de Estados Unidos pero sobre todo la transferencia de tecnología han sido los principales instrumentos que están convirtiendo a la nación asiática en una de las economías más sólidas del siglo XXI. El costo de ello ha sido que a cambio los estadounidenses han podido expandir sus corporaciones transnacionales, incrementar su control financiero sobre el mundo. El principal comprador de los bonos del tesoro norteamericano (deuda) es China, nación que entre sus reservas monetarias en el extranjero cuenta con más de un billón de dólares (un trillón según la forma anglosajona de hacer cuentas). De no ser por esa gran masa de circulante estadounidense que los chinos tienen atesorados, el valor del dólar como moneda de reserva internacional se habría desplomado hace tiempo. En otras palabras, el desarrollo de las fuerzas productivas en China se ha realizado gracias a la expansión de las empresas norteamericanas, no tanto por las inversiones directas sino por la transferencia de tecnologías y patentes, eso ha convertido al gigante asiático en el principal socio comercial de los EU. Las mercancías importadas desde China son las que le dan posibilidades de subsistir a los estadounidenses; al tiempo que el déficit comercial de los Estados Unidos frente a la economía china es el elemento principal que le da valor al dólar, y gracias a ello, es posible que los norteamericanos se apropien de la producción mundial de mercancías.
La crisis actual ha obligado a la dirección política china a redireccionar su capacidad económica hacia el fortalecimiento de su mercado interno, pues el que Estados Unidos se encuentre en condiciones adversas para seguir adquiriendo las mercancías básicas de otras naciones se traduce en un rápido incremento del capital almacenado improductivamente. Dada la capacidad productiva que tiene la economía china habría sido un golpe letal el perder el espacio físico en el cuál se realiza su producción. Pero, lo ventaja de China es que al basar su desarrollo económico en el sector de las exportaciones, dejando intacto el despliegue pleno de su mercado interno. Ante la difícil situación mundial, la economía asiática tiene la oportunidad de expandirse internamente, lo que implicaría un incremento considerable hacia su interior. El efecto de largo plazo de tal evolución económica china sería el vaciar a Estados Unidos de la rentabilidad financiera que le ha caracterizado en las tres décadas más recientes.
Un viraje chino de interiorización combinado con la reestructuración productiva estadounidense le daría una sobrevida a la fase ascendente del ciclo económico largo, pues se crearían condiciones que le devolverían a EE. UU. la posibilidad de competir, lo cuál implicaría reforzar su capacidad productiva y por extensión su mercado interno.
Pero cuidado. La reconstrucción del aparato productivo estadounidense requerirá que las medidas que el gobierno de Barack Obama está impulsando para restringir la especulación financiera sean adoptadas. Hasta el momento las reformas del sector industrial gringo han dado algunos resultados, pero de nada servirán si el libertinaje financiero continúa drenando la riqueza generada en la producción real de mercancías. En tal sentido, no basta con eliminar los Hedge Funds o cualquier otro de los instrumentos que se han multiplicado en la última década, también le es urgente al mercado norteamericano el crear un sistema de salud que se quite los grilletes impuestos por las poderosas empresas farmacéuticas. En términos financieros dichos corporativos son los que generan el pozo sin fondo que más recursos consume de forma improductiva, al tiempo que polariza el ingreso de los hogares, generando con ello mayor desigualdad entre aquellos que perciben los ingresos más altos dentro de la sociedad estadounidense y la porción social que obtiene más bajos ingresos. La situación política en los Estados Unidos apunta a que gracias a la férrea oposición del partido republicano, a la mezquindad que reina entre los congresistas demócratas (a quienes les aterroriza pagar el costo electoral de aprobar una ley que dañe los intereses de los grandes capitalistas) y la intensa campaña de intimidación y desprestigio social que los dueños de las farmacéuticas, aseguradoras y hospitales han lanzado en contra de la reforma al sistema de salud que promueve Obama.
Para colmo, algunos economistas ya comenzaron a reportar que el sentido positivo del crecimiento económico de la producción china no se basa tanto en el fortalecimiento de su mercado interno, sino en la adquisición especulativa de materias primas por parte del gobierno chino. Esta forma de proceder coloca un grave riesgo sobre la economía mundial.
Si EE. UU. no logra recuperarse pronto de la depresión, es decir si no se consigue reducir las posibilidades de la especulación financiera, el aletargamiento será todavía más prolongado y los alfileres con que China le estaría sosteniendo la economía mundial no podrían soportar demasiado tiempo, por lo que eventualmente la burbuja especulativa creada por la adquisición de materias primas terminaría arrastrando al mundo a una profundización de la crisis económica mundial. Entonces, y solamente entonces, el desplome alcanzaría los niveles que muchos de los analistas de izquierda hemos profetizado desde nuestros espacios de lucha.
Sin embargo, ese escenario sería precisamente el que cumpliría con aquella sentencia que reza: “cuidado con lo que se sueña, porque podría volverse realidad”. Contrariamente a los que se piensa desde la izquierda, tanto los momentos de crisis en el ciclo medio como las fases descendentes del ciclo económico largo son puntos en que el descontento social no se expresa mediante grandes cambios transformadores, por el contrario, en las crisis las organizaciones revolucionarias y la auto-organización obrera suele disminuir porque para las personas el obtener los medios de vida se vuelve más difícil y, por consiguiente, la tarea que ocupa más tiempo. Por su lado, en las fases descendentes ocurre algo similar, de hecho se puede comprobar que hay una correlación entre los momentos de auge revolucionario con el ascenso del ciclo económico largo, lo que supone que hay una correlación en el sentido inverso. Recuérdese que el momento de reflujo revolucionario más reciente se dio en la década de los años 80, justo cuando el ciclo largo se hallaba en su fase descendente más aguda, en cambio, en los años recientes las izquierdas han proliferado en el mundo a la par que se llegaba a la cima de la fase ascendente.
Nos encontramos en un punto histórico crucial para el desarrollo de las izquierdas y la evolución de los sistemas democráticos (en el sentido de superación del concepto de democracia burguesa). Por más que el crecimiento chino se esté dando como producto de su desarrollo interno, si EE. UU. no entra en su fase de recuperación pronto, la depresión se profundizará a tal punto que se iniciaría una fase descendente del ciclo largo, lo que plantearía una gran dificultad para los movimientos revolucionarios y habría que comenzar a plantearse estrategias de verdadera resistencia, de sobrevivencia. En cambio, si la economía estadounidense entra en una fase de recuperación (en la cual los movimientos sociales tienen más opciones para crecer), pese a que China estuviese sosteniendo su crecimiento mediante la especulación con materias primas, la fase ascendente se prolongaría un ciclo más, lo que nos daría tiempo (7-11 años) para desplegar estrategias de ofensiva revolucionaria más serias. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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