Apenas inicia el otoño boreal y llegó cargado de sucesos. Sobre todo en el plano nacional la humareda que dejaron los festejos patrios es densa, entre la ratificación del Arturo Chávez al frente de la Procuraduría General de la República (PGR) hasta las interminables, cuan estériles, batallas verbales en torno al presupuesto de 2010, pasando por la intensificación de la putrefacción amarilla que inicia entre los famosos Chuchos y alcanza a los puros que siguen a López Obrador, el incremento de la pobreza que reconoce la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) en sus proyecciones para el año que viene, las purgas de trabajadores (no de funcionarios de alto nivel) que se realizarán al interior de las Secretarías de Estado, Felipillo I, el espurio, que insiste en la privatización de la industria petrolera con reglamentos impuestos mediante albazos y el colapso al que la falta de democracia real está conduciendo al denominado sindicalismo democrático, son todos elementos que pintan de frente perfil el fracaso al que el neoliberalismo está conduciendo al proyecto de la nación mexicana. ¡Y todavía hay quién festeja la guerra contra el crimen organizado como si realmente estuviese salvando a la nación! Cuando no es más que el síntoma más claro de que el país se está deshaciendo a pedazos.
En el panorama internacional las cosas no parecen ser mejores. Aunque en días recientes ha surgido una pequeña luz de esperanza en el caso de la república de Honduras. Quizá la pequeña nación centroamericana no se vaya a convertir en la chispa que encienda la llama de la revolución mundial, pero sí está presentándose como un modelo a escala de lo que podría ocurrir en el mundo, o al menos en América Latina, en los próximos años.
En la entrega de la semana pasada (Reyertas 56: Ramificación del camino revolucionario) señalé que los escenarios posibles tras la actual crisis económica mundial. Por un lado bien podría ocurrir que con el inicio de un ciclo largo descendente, la actual oleada revolucionaria llegase a su fin para iniciar un período de restauración conservadora. Pero también es muy probable que si hay una rápida recuperación de la economía que conduzca al tope del desarrollo del ciclo económico largo, y eso implicaría una prolongación de la oleada revolucionaria, pero con la condición de que sería un momento decisivo que al movimiento revolucionario le urgiría aprovechar.
Pero en cualquiera de ambos escenarios, se presentaría una intensificación de la respuesta de la facción hegemónica para cerrarle el paso a cualquier oleada revolucionaria. Por ello no sería extraño ver que otra vez comenzasen a presentarse situaciones de reacción virulenta contra todo aquello que se perciba como proveniente de la izquierda.
Es justamente en ese sentido que señalo la posibilidad de apreciar al caso hondureño como una representación a escala. Por un lado, el golpe de Estado encabezado por el militar Romeo Orlando Vásquez Velásquez que depuso al presidente constitucional José Manuel Zelaya Rosales para sustituirlo por el presidente del Congreso Roberto Micheletti, es una clara expresión de que ante la oleada revolucionaria 1999-2009 las derechas se ven forzadas a responder. Conforme los intereses de los capitalistas neoliberales queden más restringidos por los avances del proletariado, la réplica que éstos den será menos escrupulosa y estarán más dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. Esas son precisamente las condiciones que cimentarían las bases de los regímenes totalitarios del corte de las dictaduras militares que aquejaron a América Latina durante gran parte del siglo XX.
En ese contexto, el golpe de Estado es el resultado de una burguesía de libre mercado que ante la amenaza de perder parte de sus privilegios realizó una acción desesperada, pero con plena conciencia de que ahora están obligados a llevarla hasta sus últimas consecuencias. Micheletti puede estar asustado o dispuesto a entregar la presidencia, pero el grupo que está detrás de él no está dispuesto a dejarlo ceder un ápice. Aquí no importa cuál es la voluntad del individuo que personifica al gobierno de facto, sino cuál es la necesidad de la clase hegemónica. Por eso es que antes que ceder el gobierno de Micheletti estaría dispuesto a incrementar la ofensiva y castigar al propio pueblo hondureño, incluso en detrimento de su base social, que ha estas alturas solamente puede compararse con el fervor fanático que alcanzan algunas sectas religiosas.
Esa obcecación de los golpistas combinada con las consecuencias sociales del haber alcanzado el punto más agudo de la crisis económica en Honduras fueron las circunstancias que frenaron la respuesta social. Por ello es que durante más de dos meses la ofensiva estuvo en manos de los golpistas, pese a la respuesta que ha dio la comunidad internacional al asunto, en contraste con la posición de resistencia que tuvieron que mantener los partidarios de Zelaya.
La inesperada aparición de “Mel”, el 21 de septiembre pasado, en las instalaciones de la embajada de Brasil en Tegucigalpa le dan a la situación hondureña un giro radical. El pueblo que apoya el regreso de la institucionalidad democrática a Honduras tiene la posibilidad, por fin, de tomar la ofensiva tras la victoria moral que representa. Pero también los golpistas quedan en una posición que los obliga a escalar la belicosidad de sus reacciones. De entrada, la sistemática negación de diálogo que Micheletti ha expresado de múltiples maneras, algunas directas y otras encubiertas en pretextos absurdos, se complementa con el incremento de la represión. Desde el reestablecimiento del toque de queda hasta el endurecimiento de la censura contra los medios que no se sometan a la línea periodística que el golpismo pretende imponer, aún a los corresponsales del extranjero, pasando por las represalias que el gobierno de facto pretende imponerle a la comunidad internacional (puede motivar justificadas carcajadas el berrinche de Micheletti implícito en el ultimátum contra los gobiernos de México, Venezuela, Argentina y España que se niegan a reconocer a su gobierno) pero no es más que un pésimo augurio en contra del pueblo hondureño. Se cierne sobre la clase obrera de Honduras el fantasma del genocidio.
Parte del envalentonamiento de los golpistas también se apoya en que aún hay sectores al interior del gobierno estadounidense que respaldan a Micheletti. Muestra de lo anterior son las declaraciones que el representante alterno de EE. UU. ante la Organización de Estados Americanos (OEA), el señor Lewis Amselem, en las cuales dejó caer su rechazo al regreso de Zelaya a Honduras cuando dijo: “El retorno del presidente Zelaya a Honduras es irresponsable e idiota”, tal como puede leerse en la nota que el corresponsal Jordi Zamora preparó para la Agence France-Presse (AFP).
El otro riesgo que corre Honduras es el de la intervención militar por parte de Estados Unidos, ya hubo un primer rumor en el Consejo de Seguridad de la ONU que sugería la intervención de las fuerzas de paz, que obviamente estarían encabezadas por EE. UU. como se ha hecho en otras ocasiones. Un movimiento de ese tipo despeñaría al pueblo hondureño hacia la guerra civil, porque la burguesía librecambista que mantiene a Micheletti en el poder tendría que jugarse su última carta: la guerra. Mientras tanto, el pueblo hondureño vería absolutamente clausuradas las vías democráticas, sin contar con que se echaría por la borda el poco prestigio de demócrata que aún mantiene el empresario metido a la política que trabaja como presidente, Manuel Zelaya, de aquella nación centroamericana.
Como puede apreciarse en el análisis que he desarrollado hasta este punto, las esperanzas de una solución democrática y favorable a los intereses de los trabajadores siguen siendo escasas. Sobre todo cuando se percibe claramente que la única idea que los golpistas están dispuestos a aceptar como solución al conflicto es el resistir un mes y medio más para celebrar unas elecciones en las cuales resulte electo un personaje bien esterilizado por ellos.
Para los trabajadores hondureños se estrechan las salidas. Por lo pronto urge que su consciencia de clase se desarrolle a pasos agigantados, que se coloquen en la disposición de llegar hasta las últimas consecuencias, incluyendo el concientizar a integrantes de las fuerzas armadas hondureñas. De otra manera, el apoyo que las fuerzas progresistas le estamos brindando al pueblo hondureño serán inútiles. No pasarán de un mero evento anecdótico. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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