viernes, mayo 07, 2010

Memoria 10: Día Internacional de los Trabajadores

Introducción

De algunos años a la fecha, la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores ha sido objeto de denuestos viscerales provenientes de los medios de comunicación masiva. En resumidas cuentas se pretende hacer ver a la más importante de las manifestaciones anuales del movimiento obrero internacional, como una simple fiesta que cae en la paradoja de celebrar el trabajo sin que los trabajadores vayan a laborar. Un reduccionismo que pese a su simplismo, o quizás gracias a él, funciona entre los elementos menos claros de la clase trabajadora y en estimula la chabacanería de la pequeña burguesía reaccionaria. Por su parte, el charrismo sindical, tan extendido en nuestro país, refuerza las ideas erróneas sobre la importancia del Primero de Mayo. Dada esa situación, es importante el retomar el punto para hacerles claro a los trabajadores que no se trata de un día de fiesta sino uno de lucha. Para ello es importante ponerles sobre la mesa los elementos, la información, del contenido histórico que tiene el día del trabajo.

1. La Revolución Industrial: Nace el proletariado

Una gran cantidad de los elementos que forman parte de las sociedades contemporáneas fueron desarrollados durante la Ilustración. Desde la aparición de las ciencias como tales hasta la consolidación de las ideas políticas sobre la democracia, pasando por la aparición de nuevas tecnologías, el Siglo de las Luces fue una etapa de grandes y rápidos cambios para la humanidad. Uno de esos grandes cambios aportados por la Ilustración fue el derrocamiento de los regímenes feudales para dar paso a la era del capitalismo.

Ese paso fue posible debido a la invención de la máquina de vapor. Patentada en 1784 por el ingeniero escocés James Watt, el nuevo invento abrió paso para que las fábricas sustituyesen a los talleres artesanales y a los de manufactura. La burguesía se acercaba a tomar su papel histórico como clase hegemónica en la sociedad, al tiempo que daba vida a una nueva clase social en la que cimentó todo su poder en la sociedad: el proletariado o clase obrera o clase trabajadora.

El término de proletariado viene del latín proletarius: linaje o descendencia. Era una clase social en la antigua Roma que carecía de cualquier cosa y solamente podía contribuir con el Estado entregando a sus hijos a la milicia. Durante el feudalismo esta clase quedó en casi completo desuso, puesto que el vasallaje proveía de soldados suficientes a los monarcas y señores feudales. Pero con el proceso de la acumulación originaria de capital que comenzó a dar frutos palpables en el siglo XIV tanto en el norte de la península Itálica como en Holanda e Inglaterra, los campos comenzaron a prescindir de una gran cantidad de mano de obra con la sustitución de la servidumbre por los jornaleros asalariados.

Como aplicación a diversos campos de la producción, la máquina de vapor hizo más sencilla la producción de mercancías, pero también exigió una mayor cantidad de unidades productivas. Regiones enteras de Inglaterra se transformaron rápidamente en grandes centros fabriles que atrajeron a miles e incluso millones de jornaleros sin trabajo. En su Situación de la clase obrera en Inglaterra de 1845, Engels presenta un cuadro muy duro de cómo ocurrió ese largo proceso de conformación de la clase obrera moderna, tema que después retomó en parte Karl Marx en el capítulo XIV “La acumulación originaria del capital” del primer tomo de El Capital. Las enormes ventajas comerciales que se obtuvieron con la industrialización se obtuvieron a costa de segar la vida de cientos de nuevos trabajadores y del someter a éstos a regímenes de trabajo infrahumanos.

La simplicidad del trabajo fabril condenó a los nuevos obreros a sacrificar sus capacidades físicas e intelectuales frente a las máquinas, el ejercicio físico y la agilidad mental que exigían los métodos de producción artesanales, incluso los de la antigua manufactura, fueron sustituidos por la monotonía de la operación del mecanismo que además demandaba la completa atención del obrero por jornadas superiores a las 12 horas y que fácilmente podían alcanzar las 18 ó 20 horas diarias. Además, la mano de obra calificada comenzó a ser menos demandada por los dueños de las fábricas, pues la simplicidad de las labores requería poca preparación; en consecuencia se prefirió a la mano de obra no calificada que tenía el plus de ser más barata. Así las mujeres y los niños (menores de 13 años) fueron incorporados a las tareas industriales, sin miramientos en el tipo de responsabilidades pero con ingresos menores a los de sus pares varones. Para colmo, en los talleres fabriles las condiciones de seguridad e higiene que restringiesen las enfermedades y accidentes laborales no era una preocupación de los capitalistas.

Las condiciones de vida de los trabajadores junto a sus familias tampoco eran las más paradisíacas que puedan imaginarse. Las principales ciudades inglesas multiplicaron su población en cuestión de unos cuantos años. Pero no había una planificación que pudiese sustentar un crecimiento demográfico tan acelerado. Por tanto, las condiciones de vivienda fueron deplorables. En los barrios obreros a la miseria del ingreso se sumaba el hacinamiento, la falta de servicios que garantizasen la higiene. Consecuentemente brotaron las epidemias infecciones, al tiempo que proliferaron los problemas sociales como la promiscuidad, la drogadicción, violencia intrafamiliar y la propagación de los crímenes.

Es decir, el nacimiento del proletariado estuvo marcado por la explotación y opresión en los centros productivos, sí. Pero también por las difíciles condiciones de subsistencia. Aunque no solamente fue así para los obreros de las ciudades, tampoco los obreros agrícolas encontraron condiciones de bonanza. Por el contrario, a la miseria heredada hubo que sumar el incremento en las cargas de trabajo. La migración hacia los centros industriales, como consecuencia de la falta de trabajo en el campo, se revirtió con la acumulación de labores que los jornaleros que se mantuvieron ahí debieron padecer.

2. Utopía ilustrada

Mientras en Inglaterra se consolidaba la Revolución Industrial en Francia las ideas de la Ilustración estaban por ser el detonante de un gran cambio social. Para 1789 la toma de La Bastilla fue el banderazo de salida que marcó una nueva era de cambios con la liquidación del Ancien Régime: la Revolución Francesa. La importancia de ésta radicó en que; si bien la Revolución Industrial aportó una nueva estructura social, la lucha política en Francia estableció una nueva superestructura cimentada en las ideas de la Ilustración.

Las ideas planteadas por ilustrados como Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Quesnay fueron poniéndose en práctica durante los nuevos gobiernos emanados de la Revolución. Creando todo un entramado novedoso para las relaciones sociales, políticas y jurídicas, que se consolidaron en forma definitiva durante la época napoleónica. Pese a los períodos de restauración monárquica que padeció Francia, tras las derrotas de Napoleón Bonaparte, la hegemonía de la nobleza quedó liquidado a favor de una nueva clase social: la burguesía.

Si bien la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano es el documento fundacional de la superestructura de la sociedad capitalista, la Revolución Francesa también fue el origen de las formas ideológicas antagónicas a las triunfantes. Curiosamente, el partido más consecuente con la defensa de la igualdad y la libertad como principios supremos de la Revolución fue el primero en defender los intereses de las clases subsumidas: los jacobinos. En particular la facción conformada por los Montañeses (Montagnards) y de los Descalzonados (Sans Culottes) fueron los grandes defensores del pueblo. No es gratuito que un personaje como Jean Paul Marat (El Amigo del Pueblo) fuese un férreo jacobino. Aunque, paradójicamente, los primeros teóricos del socialismo, así como de la clase trabajadora surgió de entre la añeja aristocracia francesa —más proclive a militar del lado de los Girondinos. Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon fue el primero en plantear algo que a la postre Federico Engels caracterizó como el Socialismo Utópico. El planteamiento de Saint-Simon se basaba en la justicia, pues aunque comprendía a la industrialización como algo positivo también planteaba que era necesario crear un sistema justo basado en el reparto de la riqueza en función de la productividad de cada cuál.

Las ideas de Saint-Simon le abrieron el camino a muchos otros pensadores que asumieron la meta de pensar una sociedad en que las diferencias sociales fuesen suprimidas. Étienne Cabet, Graco Babeuf, Charles Fourier, Louis Blanc y Robert Owen, entre otros, dieron continuidad a los esfuerzos intelectuales de Saint-Simon, pero siguieron dando soluciones poco terrenales a los problemas emanados de la industrialización. Estos pensadores basaron sus salidas en el cooperativismo. De hecho los falansterios de Fourier y las granjas cooperativas de Owen fueron los únicos intentos que tuvieron alguna aplicación temporal. Aunque ninguno de esos experimentos sobrepasó los 20 años de existencia. Uno de los problemas comunes, que llevaron al fracaso a esos experimentos, fue que se intentaba generar una sociedad con valores nuevos pero implantándolos a personas que se habían formado en la naciente sociedad capitalista. Por tanto, el pretendido tránsito automático del privilegiar los valores morales en sustitución de los valores económicos fue imposible, al ser la fuente de una gran cantidad de conflictos tanto entre los colonos de los experimentos como entre los propios organizadores.

A pesar de su rotundo fracaso las tentativas del socialismo utópico fueron importantes para la eclosión del movimiento obrero a mediados del siglo XIX.

Luddismo

Por sus propias limitaciones el socialismo utópico, principalmente francés, estuvo alejado de los procesos productivos capitalistas reales, por tanto no logró tomar fuerza entre el naciente proletariado. En contraste, el acelerado proceso de industrialización en Inglaterra fue dejando secuelas muy rápidamente en la misma sociedad inglesa. Los nuevos trabajadores padecían en carne propia el régimen del terror de las máquinas. Aunque carecían de la formación intelectual de los utopistas, algunos obreros británicos se movilizaron en contra de la tiranía maquinista, entre ellos se encontraba el mítico Ned Ludd en Leicestershire. Un par de décadas después el movimiento luddista cobró fuerza en Inglaterra, grupos de trabajadores intentaron emular las hazañas de su héroe entre 1811 y 1816, cuándo desplegaron cuatro oleadas de destrucción de talleres industriales. No obstante su virulencia el luddismo terminó siendo aplastado por el imperio británico. Su actuación práctica era demasiado costosa para la burguesía inglesa, además jamás lograron desarrollar elaboraciones teóricas que le diesen congruencia a la organización de los trabajadores. Hasta cierto punto, el fracaso del luddismo era previsible. Representó el último coletazo de una clase que se negaba a conformarse aún como clase en sí.

El luddismo consideraba a la máquinaria como la peor enemiga de la humanidad

Cartismo

En 1838 apareció en Inglaterra La Carta del Pueblo (The People’s Charter) que fue el primer documento presentado por el movimiento obrero que iba más allá de las simples demandas inmediatas. Para esas alturas del proceso de industrialización los trabajadores se habían dado que uno de sus problemas fundamentales como clase era la falta de representación ante las instancias del gobierno británico. En la misiva de los trabajadores se incluyeron demandas sobre el derecho al sufragio y condiciones para tener representantes propios en el parlamento. Los seis puntos que se incluyeron fueron:

  1. Sufragio universal masculino para mayores de 21 años
  2. Circunscripciones electorales de igual tamaño
  3. Votación por medio del sufragio secreto
  4. No fuese necesario el ser propietario para poder ser miembro del parlamento
  5. Dieta par a los miembros del parlamento
  6. Parlamentos trimestrales

Sin una cohesión más firme, el cartismo solamente alcanzó para lanzar tres intentos (1838-1839, 1842 y 1848) para alcanzar sus demandas, además de la abolición de las Leyes sobre Pobres. En cada ocasión, el gobierno inglés terminó por aplastar a los cartistas. Sin embargo, este movimiento obrero sí tuvo algunos triunfos que mejoraron las condiciones de vida de la clase trabajadora. Entre ellos, la limitación de la jornada laboral de 12 horas, inicialmente, y posteriormente a 10.

El movimiento cartista, o mejor dicho, los movimientos cartistas representaron un primer paso para que el propio proletariado tomase nota de su condición como clase en sí.

Manifestación de cartistas en 1842

3. Los socialismos obreros

A finales de febrero de 1848 el acuerdo europeo para reestablecer las monarquías, la Santa Alianza comenzó a resquebrajarse. El día 23 comenzó en París una insurrección que consiguió derrocar al rey Luis Felipe de Orleáns. A la postre se instauró la Segunda República Francesa por parte del gobierno provisional encabezado por el socialista utópico Louis Blanc.

Para esas alturas la industrialización se había generalizado por toda Europa, así como las condiciones económicas subsecuentes. También se extendió por todo el continente la Primavera de los Pueblos. En la Confederación alemana, los estados italianos, Dinamarca, Suiza, Austria, Hungría y los pequeños estados del centro de Europa acontecieron levantamientos populares exigiendo la liberalización de los regímenes. No obstante, la mala organización de los grupos revolucionarios, así como su relativo aislamiento de sus pares de otras naciones les costó ser reprimidos rápidamente por sus respectivos gobiernos, salvo en Austria.

Como muchos otros resultados del ciclo revolucionario de 1848 la aparición de nuevas teorías socialistas fue algo que se presentó subrepticiamente en los años posteriores. Si bien Joseph Marie Proudhon, Karl Marx y Friedrich Engels participaron en ese período revolucionario llevando consigo el embrión de sus teorías (el anarquismo para el primero y el comunismo para los dos últimos) lo cierto es que no tuvieron en primera instancia que sus postulados tuviesen una influencia fuerte entre los revolucionarios. De tal manera, mientras Luis Napoleón Bonaparte (sobrino de Napoleón Bonaparte) se ceñía la corona del Imperio Francés, anarquistas y comunistas comenzaron a desplegar una ardua labor entre los trabajadores.

La poco más de una década que duró el reflujo revolucionario en Europa permitió que el anarquismo se consolidase teóricamente con la aparición del ruso Mijail Bakunin; en tanto que exiliados en Inglaterra Marx y Engels afinaron muchos de los puntos del comunismo científico. Cuando el movimiento obrero logró asimilar la traición de los sectores burgueses y pequeño-burgueses participantes en la Revolución de 1848, por fin consiguió retomar un paso ascendente a comienzos de la década de 1860. Así, para 1864 las condiciones estaban dadas para una Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional que se fundó el 28 de septiembre de 1864 en el Saint Martin’s Hall de Londres, Inglaterra.

Las intensas polémicas entre comunistas y anarquistas marcaron el rumbo de la Primera Internacional. La unidad entre ambas fracciones se mantuvo hasta que la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871 acabó con el imperio de Napoleón III y el gobierno provisional de Adolphe Thiers fue incapaz de reestablecer el gobierno republicano francés. El resultado fue la insurrección popular conocida como La Comuna de París. La Primera Internacional se solidarizó con el experimento obrero, para ello desplegó toda sus fuerzas a favor de los comuneros. De hecho, muchos de los participantes en ese nuevo gobierno parisino eran integrantes de la AIT. Los 71 días que duró la comuna arrojaron una gran cantidad de enseñanzas para la clase obrera, aunque su interpretación tuvo diversas tendencias. Las dos principales fueron la del anarquismo y la del comunismo.

Los caminos que se abrieron para cada doctrina socialista acicatearon los enconos entre las ellas. Hasta que la separación definitiva llego en 1872 tras el V Congreso, realizado en La Haya. Poco tiempo más tarde (1876) la Primera Internacional fue disuelta. La existencia de la AIT coincidió con una etapa de consolidación de demandas obreras: la supresión de las leyes de salario máximo e implantación de los salarios mínimos, la implantación de la jornada laboral máxima de 10 horas, entre otras. Es decir, de las primeras conquistas grandes de los trabajadores.

En cambio, la disolución de la Primera Internacional fue el resultado de un reflujo del movimiento obrero que se prolongó desde la derrota de la Comuna de París, hasta comienzo de la década de 1870, hasta mediados de los años 1880. Durante ese tiempo de letargo los socialismos continuaron su penetración en los movimientos obreros. Comenzaron a surgir partidos socialdemócratas y laboristas que pugnaban por la defensa de los derechos del proletariado.


Reunión de la Asamblea Internacional de Trabajadores


Hacia mediados de la década de 1880 sobrevino una nueva oleada revolucionaria que derivó en la obtención de nuevas conquistas: derecho a la sindicalización, de huelga, jornada laboral de 8 horas, la expansión del derecho al sufragio sobretodo con el reconocimiento del voto de las mujeres, entre otras. Un papel importante en la consolidación de esas demandas en derechos lo tuvo la Segunda Internacional, fundada en 1889. Pese a esta organización obrera la consecución de tales avances tuvo altos costos.

4. Haymarket

Durante el último tercio del siglo XIX surgió en Estados Unidos una organización vinculada a la francmasonería que pretendía erigirse como la garante de la igualdad en el mundo del trabajo: la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo. Esta organización se basaba en la construcción de una hermandad entre los trabajadores y los patrones, en sus filas admitían tanto a trabajadores anglosajones como negros, mujeres; por igual, pero al mismo tiempo a los propietarios del capital. Las exclusiones más bien eran hacia los miembros de la sociedad que los Caballeros consideraban improductivos: médicos, corredores de bolsa, apostadores, abogados o fabricantes de licor. Por cierto, los Caballeros del Trabajo, pese a su “humanismo” francmasón, fomentaron la exclusión social de los trabajadores asiáticos en los Estados Unidos. El punto es que esta organización fue la primera en proponer en 1882 la celebración de un día del trabajo, para el cuál se tomó el primer lunes de septiembre.

En la misma época comenzó a promoverse la idea de reducir la jornada laboral a 8 horas. La principal organización que impulsó dicha demanda fue la incipiente central sindical American Federation of Labor (AFL), de raíz anarquista. Para 1886 la AFL convocó a una jornada de huelgas y movilizaciones de trabajadores a lo largo de todo EE.UU., pero solamente tuvo amplia repercusión en la zona urbana de Chicago, que era el segundo centro industrial estadounidense de la época. La jornada comenzaría el 1 de mayo. Unos días antes de estallar las manifestaciones la prensa estadounidense se lanzó en una cruzada contra los trabajadores a la cuál se adhirió la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo.

Para el 1° de mayo más de 200,000 trabajadores estallaron la huelga en Chicago. Todas las fábricas cerraron con excepción de la McCormik, de maquinaria industrial, que funcionaba gracias a los esquiroles. Mientras las protestas continuaron los días 2 y 3 la represión policiaca tomaba su parte disolviendo las concentraciones de trabajadores. Hasta que justo el día tres se presentó un enfrentamiento entre los esquiroles que salieron a golpear a un grupo de trabajadores que se habían apostado frente a la McCormik para realizar un mitin. La policía intervino abriendo fuego en contra de los trabajadores. Al menos seis manifestantes fueron abatidos por los disparos, más decenas de heridos por las balas. En respuesta, el movimiento obrero convocó a un mitin para el día siguiente en la plaza de Haymarket.

Volante convocando a la realización del mitin de Haymarket el 4 de mayo de 1886

A las 21:30 hrs. había más de 20,000 personas concentradas en la plaza cuando la policía de Chicago intervino para disolver la manifestación, pero en esta ocasión los trabajadores no se dejaron someter tan dócilmente. Un grupo de anarquistas detonó un explosivo para defenderse de la agresión policiaca. La respuesta fue nuevamente el disparar en contra de la multitud desarmada. Hasta la fecha no se conoce el número de muertos y heridos. De inmediato se declaró el estado de sitio. Durante los días siguientes cientos de trabajadores fueron arrestados y torturados hasta que por fin las autoridades judiciales de la ciudad responsabilizaron de los hechos a ocho trabajadores, de los cuales cinco fueron condenados a la horca y el resto a trabajos forzados o cadena perpetua.

El impacto que tuvieron los eventos de mayo de 1886 obligó al gobierno de los Estados Unidos a tomar varias medidas para contener el ímpetu de la clase trabajadora. Por una parte se aplicó sin restricciones la Ley Ingersoll, que había publicado el presidente Andrew Johnson en 1868 pero que hasta entonces había quedado sin practicarse. Por otra, un año después de los disturbios de Haymarket el presidente Grover Cleveland apoyó la iniciativa del los Caballeros del Trabajo para celebrar el Labor’s Day el primer lunes de septiembre. La intención era reducir el carácter socialista que se le estaba dando ya a los mártires de Chicago.

Los socialistas respondieron difundiendo los sucesos a escala internacional, a tal grado que durante el primer congreso de la Segunda Internacional, en julio de 1889, se acordó conmemorar el 1° de mayo como el Día Internacional de los Trabajadores. En parte para recordar la brutalidad que son capaces de asumir las clases propietarias cuando sienten amenazados sus intereses y en parte como una fecha que sirva para politizar a los trabajadores sobre sus derechos como clase, no solamente como trabajadores.

Aunque en Estados Unidos y en la mayoría de los países de habla inglesa no se conmemora el May Day, como llaman al Día Internacional de los Trabajadores, el proletariado estadounidense supo darle su lugar en la historia a los Caballeros del Trabajo, quienes perdieron por completo su influencia. En cambio, la AFL fue extendiendo su influencia en el proletariado estadounidense, aunque paulatinamente fue reduciéndose a las demandas inmediatas de los trabajadores, por lo que abandonó las de clase.

5. Actualidad

En México el Día Internacional de los Trabajadores se conmemora abiertamente desde 1913, por instancias de la Casa del Obrero Mundial. Para el desfile de 1921 estuvo presente Mary Harris “Mother” Jones, una de las principales figuras del Partido Socialista de Estados Unidos que había sido parte de los Caballeros del Trabajo pero renunció a dicha organización tras la masacre de Haymarket. La conmemoración fue tomando mayor fuerza al quedar en el contexto de la revolución triunfante. Los gobiernos posrevolucionarios aprovecharon la fecha para acercarse al sector obrero. Incluso con Lázaro Cárdenas sirvió para apuntalar el corporativismo a través de la Confederación de Trabajadores de México (CTM). De ahí que durante mucho tiempo el primero de mayo fue uno de los rituales del oficialismo priista hasta que en la movilización de 1984 el contingente de la Preparatoria Popular Tacuba lanzó bombas incendiarias hacia el balcón presidencial donde se encontraba Miguel de la Madrid Hurtado, presidente de México en aquél momento. A partir de ese momento se fue generando una fuerte división entre los sectores obreros democráticos, o al menos los más proclives a ella. Durante la época del neoliberalismo las manifestaciones del Día del Trabajo se han convertido en un termómetro que indica el estado de la lucha de clases en nuestro país. En ello, al igual que en todo el mundo, ha influido mucho el derrumbe del bloque soviético a comienzos de la década de los años noventa.

Entre la falta de referentes internacionales, la lucha ideológica desplegada por el capital monopolista que intenta minimizar la conmemoración a un acto realizado por holgazanes y oportunistas políticos; el sentido de la manifestación del 1° de mayo perdió parte de su contenido ante los ojos de las masas obreras. En muchas ocasiones ni siquiera se conocen las demandas de los trabajadores actuales, ya no se diga el origen de las conmemoraciones. Una tarea esencial de todo revolucionario en la formación de la conciencia de clase, es esclarecerle al resto de los trabajadores el sentido que tiene el Día Internacional de los Trabajadores.


Marcha de los sindicatos democráticos conmemorando el 1° de mayo (1° de junio) de 2009
Como consecuencia de la epidemia de Influenza se retrasó un mes la movilización

2 comentarios:

Casandra dijo...

Muy esclarecedor.
Al leer el post no pude evitar acordarme de la suerte similar que ha sufrido la conmemoración del "día internacional de la mujer", el 8 de marzo. (Y sí, recuerdo el post que en el blog se publicó al respecto)
Por eso conviene realizar estos rastreos, ante la falta de memoria histórica.
Bravo por el esfuerzo.

Asaltante rojo dijo...

Saludos camarada;

Además del agradecimiento por tus felicitaciones, también va uno por dejarnos ver que el objetivo de este esfuerzo se cumple al aportar algo al recuerdo sobre estas fechas.