La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), en su sesión ordinaria, hace unas horas desechó la controversia constitucional que había interpuesto la Procuraduría General de la República (PGR) en contra de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal por las reformas al Código Civil capitalino que permiten la realización de matrimonios entre personas homosexuales. Este suceso es un logro social, es una nueva conquista, pero al mismo tiempo es una evidencia más del talante del poder judicial. Utiliza como moneda de cambio el reconocimiento de un derecho para obtener la legitimidad que pierde al conculcar los laborales. En esos términos la conquista del matrimonio entre homosexuales no debe verse como algo exclusivo de un sector social sino como el avance de toda una clase.
Desde el punto de vista de la burguesía más conservadora que intenta imponer su concepción religiosa de lo moral, el asunto representa una afrenta y por ello es que apostó buena parte de sus recursos en echar abajo la reforma. La Iglesia católica desbocó sus fuerzas para evitarla, mientras que los panistas en el gobierno apoyaron a la curia empleando los recursos del Estado que están a su disposición. Sin embargo, la clase capitalista es más amplia que estos sectores y en su conjunto es capaz de esclarecerse con mayor precisión cuáles son sus intereses. Las consecuencias de la depresión económica que se viven en el país hacen que los conflictos obreros irresueltos sean una amenaza latente que encierra una peligrosidad mucho mayor que la de reconocer plenamente los derechos a la sexualidad. En parte ello se debe a que al ser una legislación local sus efectos pueden ser contrarrestados e incluso anulados mediante la aprobación de reformas en sentido opuesto en el resto de las localidades del país. Esto no sería una novedad, pues ha sido el camino que los gobiernos conservadores han seguido para contrarrestar el derecho al aborto. Tras su despenalización en el Distrito Federal ya van más de 17 entidades federativas en las que se aprueban contrarreformas que endurecen las penas contra las mujeres que recurran a la interrupción del embarazo. No sería extraño ver que en los próximos meses los congresos estatales se discutan iniciativas a proscribir lo que los textos eclesiásticos llaman: sodomía.
Ante dicho panorama queda más claro porqué, pese a todo el polvo levantado por la polémica, los capitalistas prefieren reconocer el derecho al matrimonio entre homosexuales, que en nada afecta la libertad de adopción, a realizar una defensa efectiva de los derechos de los trabajadores. Pero más allá de toda esta situación, el asunto exige definiciones políticas precisas sobre el derecho a la sexualidad. Quizá no con la profundidad de los especialistas en la materia, pero sí indicando las bases que tiene el asunto desde una perspectiva proletaria.
Acallando al monstruo
A lo largo de la historia la sexualidad, en su conjunto, ha sido reprimida en muchas formas. Las clases dominantes han utilizado diversos mecanismos para inhibirla como una manera de someter al resto de la sociedad. El objetivo es claro, el ser los propietarios de los recursos implica apropiarse de otros individuos para garantizar la perpetuación de las relaciones de dominio. Pero dadas las dificultades emanadas del proceso social de sometimiento, es que los mecanismos para conseguir éste es que se diversificaron tan ampliamente y en formas suficientemente sutiles como para ser asimiladas por los miembros de una sociedad, incluyendo a sus descendientes, como lo natural. Pese a tener una base netamente biológica, nada en la sexualidad humana puede considerarse como natural. En ésta hasta el hecho más simple es producto de la mezcla entre el desarrollo biológico de la humanidad con el de las relaciones sociales históricas. Es decir, la forma en que cada sociedad va desenvolviéndose en el tiempo se combina con las necesidades fisiológicas de los individuos cuya resolución está mediada por el entorno geográfico en que habite el grupo social, dando paso al surgimiento de tradiciones, costumbres, prácticas sociales y religiosas; a todos los elementos objetivos y subjetivos que definen a una sociedad.
Dado lo anterior queda más claro que la homosexualidad, a diferencia de lo que reza el argumento recurrente del fanatismo moralino, nada tiene que ver con lo natural o antinatural. Por cierto que tampoco la heterosexualidad tiene que ver con ese maniqueísmo.
La biología ha documentado ampliamente que en varias especies animales, incluso fuera de situaciones de cautiverio, se presentan relaciones sexuales homosexuales. No es una práctica exclusiva de la especie humana.
La conformación de parejas sexuales está ligado a un problema evolutivo común: la reproducción de la especie. El éxito de ésta depende del desarrollo de características de adaptación al hábitat. La información necesaria para atraer posibles parejas sexuales para la reproducción se transmite en todos los animales mediante el mismo mecanismo: las feromonas. Estas moléculas están compuestas por diversos químicos que al variar en concentración aportan información crucial para atraer la atención de otro organismo. En los seres humanos, la secreción de dicho compuesto se realiza a través de la sudoración. A su vez es percibido a través del olfato, aunque en la mayoría de los casos el propio receptor no es consciente de tal proceso. Por ello es que una persona nos puede resultar atractiva sexualmente incluso antes de verla. La cantidad de información que las feromonas humanas transmiten sobre quien las emite es muy grande; va desde información genética, incluyendo la propensión hacia algunas enfermedades, hasta la disponibilidad para la interacción sexual. Al llegar al cerebro, esa información es interpretada pero no necesariamente en busca de factores específicos sino de un mayor grado de compatibilidad. Ésta varía según las carencias de un organismo, pues la razón es que en la reproducción haya un mejor desarrollo de los elementos que permiten una mejor adaptación de la especie al medio. En sentido estricto esto apunta a que no necesariamente se sentirá atracción mayor atracción por alguien del sexo opuesto, pues el mismo cerebro podría pasar el detalle del género al darle preferencia al resto de los químicos.
No obstante, para bien o para mal, la sexualidad humana no sigue un determinismo biológico sino que también está conformada en un grado muy alto por una serie de condicionamientos sociales que se han construido a lo largo de la historia. Las conductas de cada individuo, e incluso las de una sociedad, pueden ser inhibidas o fomentadas por la acción que el medio ambiente ejerce sobre el ser humano y también como consecuencia de la interacción social.
En términos antropológicos existe una cantidad enorme de indicios que apuntan a que la homosexualidad existía en la misma antigüedad. En algunas sociedades era algo que se concebía como algo plenamente normal. En algunos casos se colocaba como algo deseable. El caso más conocido es el de la antigua Grecia. Entre los ciudadanos de las polis se entendía al matrimonio entre hombre y mujer como necesario para la reproducción de la especie, pero a la relación entre individuos del mismo sexo como algo favorable, sobretodo en el caso de los hombres. Lo igual es amigo de lo igual señalaba Platón en sus Diálogos.
La priorización de las relaciones heterosexuales es en realidad algo muy reciente. Al surgir los primeros Estados poco a poco se fue haciendo claro que hay dos conductas sexuales que pueden serle nocivas. Una es la promiscuidad, puesto que un individuo que gasta la mayor parte de sus energías en atraer parejas, deja de ser suficientemente productivo; además, la multiplicidad de parejas atenta contra el principio de la propiedad en la que se funda el Estado. La segunda es que la propia homosexualidad, pues este tipo de relaciones carecen del potencial reproductivo que tienen las heterosexuales. En una sociedad básicamente agrícola y militar que requiere del mayor número posible de miembros, la reproducción se vuelve un asunto de importancia central. No es casual que en casi todas las sociedades el momento en que se establecieron las primeras legislaciones que proscribían la homosexualidad fue durante el período de consolidación de sus primeros Estados. El caso que ofrece el ejemplo más acabado de ello es la sociedad hebrea. Es notable como a lo largo de su libro sagrado, la Torá que es conocida por los cristianos como el Antiguo Testamento de la Biblia, se insiste sobremanera en castigar a quienes tienen relaciones carnales con personas de su mismo sexo. La misma ciudad de Sodoma fue destruida, según el texto bíblico, por que sus habitantes se olvidaron de la prohibición divina. En los documentos utilizados como fuentes históricas, máxime tratándose de aquellos que incluyen una legislación, la insistencia sobre un tema y la virulencia de los castigos que promete contra tal; nos hablan claramente de lo difícil que resulta persuadir a la población de inhibir un comportamiento al tiempo que reflejan el grado de importancia que tiene para el Estado, comenzando por la clase dominante.
Dado lo anterior, si el debate sobre la sexualidad se redujese a lo biológicamente natural o antinatural, los procesos sociales que fomentan la heterosexualidad como vía única serían algo contra natura.
Capitalismo cosificante
La concepción moral de las religiones descendientes del hebraísmo (judíos, cristianos y musulmanes) tuvo su esplendor durante la denominada Edad Media. Esto se comprende por las precariedades demográficas de la época. Pero el control social ejercido por la herramienta de la moral hebraica fue bien valorada por el capitalismo que alentó tanto la homofobia como el sometimiento familiar al patriarca. Al reducir la sexualidad a las funciones procreativas y al estructurar las relaciones familiares bajo los preceptos de la propiedad privada, se garantiza la reproducción del capitalismo y su ideología en lo más profundo de la sociedad.
En forma paralela, el capitalismo (a través del liberalismo) ha desarrollado un discurso moral apropiado para sus estratos privilegiados. Ese doble rasero tiene el objetivo de profundizar la distancia subjetiva entre las clases dominada y la dominante. A las clases subsumidas se les impone socialmente el modelo de la pareja heterosexual, monógama y patriarcal, que al ser irrealizable al 100% para la mayoría de las personas se convierte en un elemento subjetivo de opresión, por tanto de dominación de clase. Las desilusiones amorosas, la condena moral por no buscar pareja del sexo opuesto, la infidelidad y la falta de un modelo masculino se convirtieron en elementos vergonzantes para muchos. Como consecuencia de tal incompatibilidad entre el modelo de relaciones de pareja y familiares que el capitalismo impuso a las masas subsumidas con la propia realidad de éstas es el ahondamiento de la individualización. En contraste, los miembros de la burguesía tienen la posibilidad de incumplir con ese modelo ya sea apelando a factores subjetivos como su status social privilegiado o mediante factores tan objetivos como el poder económico y político. De tal modo, para el capitalista quedaron tácitamente admitidas todo tipo de relaciones sexuales, al igual que todo tipo de preferencias para la realización de éstas, sin importar cuán depravadas pudiesen ser.
Con el avance de la industrialización se pudo colocar a la sexualidad como otro objetivo del mercado capaz de producir grandes ganancias. La planificación familiar no fue el único aspecto que se desarrollo con la liberalización sexual desatada a mediados del siglo XX, la producción de juguetes eróticos, la pornografía, la prostitución e incluso la proliferación de prácticas aberrantes como la pederastia, la explotación sexual y el ultraje también se han incrementado bajo el auspicio de la forma capitalista de concebir las relaciones sexuales.
La contradicción entre las dos tendencias capitalistas sobre la sexualidad converge para la consolidar una concepción que cosifica la subjetividad de los individuos. La enajenación mediante la sexualidad es un instrumento de control social muy eficiente para el capitalismo. Pese a ello, sería necio el hecho de no reconocer que durante las décadas recientes ha habido un avance en el reconocimiento de los derechos sexuales de la humanidad. Éste es, antes que nada, una conquista social.
Sexualidad: derecho obrero
Por su carácter ambiguo, es decir por lo general de las demandas por la liberación de la sexualidad, los derechos igualmente son exigidos por los socialistas más radicales que por los liberales menos conservadores. El asunto no es menor porque los efectos del contenido ideológico de cada concepción son muy diversos. La perspectiva del liberalismo tiende hacia el libertinaje, lo que significaría preservar el ejercicio de la sexualidad como un elemento de enajenación y, por tanto, como instrumento de control. Por el contrario, la perspectiva anarquista conduce a un individualismo irracional.
Una perspectiva de clase implicaría hacer conciente la sexualidad como un proceso que combina lo biológico con lo social. Lo que obliga a los trabajadores a plantearse la necesidad de desarrollar una nueva concepción sobre la moral pero que parta del materialismo y que contravenga los principios fundamentales del capitalismo. Lo que implica subvertir el concepto de la propiedad privada. Pero también, en el compromiso, equidad y solidaridad con el resto de la comunidad.
Las modas en cuanto a la sexualidad requieren ser combatidas con la misma vehemencia con la que se pelea por el reconocimiento a la sexualidad. La elección de una orientación sexual no debe ser nada más libre, también requiere ser tomada con una consciencia plena. Lo contrario implica construir relaciones carentes de contenido, lo que inevitablemente desemboca en la falta de compromiso y el sometimiento al otro.
La idealización es otro grave error que se suele cometer en nombre de la libertad sexual. Es común entre los izquierdistas sacralizar en nombre del amor las relaciones basadas en la desigualdad y la falta de compromiso. La experiencia desigual, la subordinación laboral mal manejada, el “amor libre”; son elementos de inequidad que originan relaciones enajenantes. El derecho a la sexualidad se vuelve en contra de uno mismo en cuanto se pierde la consciencia sobre limitación que representan las desigualdades concretas, pues el desarrollo del sujeto y su contribución social quedan menguados. En el mismo sentido, el asumir una sexualidad conciente implica reconocer las limitaciones físicas del cuerpo humano, al placer como un derecho y la mesura como una obligación.
Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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