Los pasados 12 y 13 del presente aparecieron en el diario Juventud Rebelde un par de textos escritos por Fidel Castro Ruz bajo el nombre común de “El gigante de las siete leguas”. El diario mexicano La Jornada reprodujo ambos escritos en sus ediciones de las mismas fechas. Los políticos profesionales, como buenos mercaderes interesados en la ganancia inmediata, no vieron en esos comentarios vertidos por Castro más que un tardío espaldarazo a Andrés Manuel López Obrador. Hecho que exhibe por los cuatro costados el provincialismo característico de nuestros representantes populares y de más de un sesudo editorialista, como en el caso de Carlos Marín quién en su columna “Asalto a la Razón” aparecida en el diarios Milenio del 16 de agosto lanzó una serie de frases inconexas que pretendían comentar el texto de Castro, pero constriñéndose a su aversión lopezobradorista. Mucho más allá de las consideraciones sobre el libro de Andrés Manuel López Obrador, La Mafia que se adueñó de México… y el 2012, los comentarios vertidos por Fidel Castro contienen aseveraciones muy fuertes en contra del gobierno mexicano, así como los dos partidos mayoritarios: PAN y PRI. Tal situación representa un rompimiento entre los gobiernos de ambas naciones. Si bien éste no es formal, dado que Fidel Castro no tiene ya cargos en el gobierno cubano, lo cierto es que se ha mantenido como el dirigente ideológico del régimen de Raúl Castro. Pese a dicho carácter informal la ruptura tiene una gran trascendencia debido a que por mucho tiempo México fue el principal aliado de la revolución cubana, aunque en los tres lustros recientes esa posición haya cambiado radicalmente. Lo cierto es que Cuba ya nada puede esperar del gobierno mexicano, pero no está en condiciones de abrir un frente de conflicto dado el papel que México está desempeñando en la región como agitador a favor del imperialismo yanqui. A ello se debe que sea Fidel y no Raúl quién lance el rompimiento: la informalidad deja abierta la puerta para que las negociaciones coyunturales tengan algún resultado significativo.
Para dimensionar mejor estas tesis que he planteado vale la pena hacer un breve análisis de la situación desatada tras los comentarios de Fidel Castro.
México y la Revolución Cubana
Durante cuatro décadas las presidencias priistas se empeñaron en convencer a los mexicanos de la valentía del país frente al imperialismo estadounidense, pues México era la única nación de América Latina que apoyaba a Cuba. El mito fue fomentado como un elemento adicional para legitimar al régimen postrevolucionario. Sin embargo, estaba fundado en dos elementos reales que le daban credibilidad: 1) el apoyo que el general Lázaro Cárdenas le brindó a los disidentes del Movimiento 26 de julio; 2) el voto en contra que México (única nación que lo hizo) emitió en la reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) de 1962 en Punta del Este, Uruguay ante la propuesta estadounidense de expulsar a Cuba del organismo multilateral.
En el primer caso se debió a que, a diferencia de sus sucesores, el general Cárdenas tenía claro que el desarrollo de una burguesía en México requería mantener una buena distancia con el imperialismo estadounidense. Para ello había que encontrar los mecanismos en la región que permitiesen contrarrestar el aplastante poder yanqui. La mejor solución que encontró el general era que el gobierno mexicano promoviese la política de la no intervención en los conflictos nacionales, mientras clandestinamente respaldaba a los movimientos populares anti-imperialistas. Ello le dio a México una gran capacidad de negociación en la región como contrapeso a EE.UU.
El segundo momento resultó más simple, aunque también más coyuntural: la presión ejercida por el imperialismo para desterrar a la revolución cubana de la OEA orilló a que varias naciones se hiciesen a un lado para defender sus territorios de la ingerencia norteamericana pero sin enemistarse con dicha potencia. Así Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador decidieron abstenerse. Curiosamente la posición neutral no le funcionó a esas naciones, pues en poco más de una década todos ellos padecieron golpes de Estado encabezados por militares apoyados por Estados Unidos.
Lo que provocó la política beligerante del imperialismo en contra de la Revolución Cubana fue que se convirtiese en un tema polémico en la región. La solidaridad con Cuba fue un arma que algunos gobiernos esgrimieron para granjearse a los pueblos. Pero esa misma motivación hacía que fuesen muestras de apoyo efímeras. Se llegó a absurdos como el respaldo que el dictador venezolano, Marcos Pérez Jiménez, le dio a la Revolución cuando triunfó ésta, para unos días después rechazar a los revolucionarios. El lance fue repetido por el gobierno civil que sustituyó a la dictadura venezolana, Rómulo Betancourt arrancó su gobierno simpatizando con el grupo encabezado por Fidel Castro, pero unos años después adoptó una oposición en sintonía con la posición estadounidense. Esos apoyos intermitentes no le resultaban muy productivos al régimen revolucionario de la isla; he ahí la diferencia con México que mantuvo una política más estable en sus relaciones bilaterales con Cuba.
Pero tampoco sería prudente idealizar el papel que desempeñaron los gobiernos mexicanos. No se olvide las revelaciones que hace unos años difundió la revista Proceso con base en archivos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés). En ellas se daba cuenta que el agente Litempo cuyo nombre real era Luis Echeverría Álvarez se entrevistó a comienzos de los años 1970 con el entonces presidente estadounidense Richard Nixon para plantear el papel que México desempeñaría en las relaciones internacionales de la región. El objetivo acordado por ambos mandatarios fue el que el gobierno mexicano le ganase a Cuba la autoridad moral en la región enarbolando un discurso izquierdoso. En realidad la estrategia no era una novedad, pues fue el tipo de política exterior que les dio resultados a los gobiernos de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz.
La estrategia tuvo éxito, pues Cuba quedó un tanto aislada de la región, lo que se agravó con el fracaso de casi todas las guerrillas que fueron apoyadas por el régimen cubano. Incluso, el triunfo de la Revolución Sandinista en 1979, más afín con el régimen de la isla, no fue suficiente para que se le pudiese quitar a México la supremacía ideológica en la región.
La política de solidaridad con Cuba siguió siendo un elemento para exponenciar la legitimidad de los gobiernos priistas, máxime que crecía en aquellos momentos la crítica social contra éstos. El ascenso de Carlos Salinas de Gortari a la presidencia de México en 1988, tras la sospecha de un gran fraude electoral, es el mejor ejemplo de lo señalado. El propio Fidel Castro, en el texto que dio pie a la presente reflexión (“El gigante de las siete leguas”) recordaba cómo Salinas se acercó obsequiosamente a Cuba para ganar legitimidad. A ello se prestó el propio Castro por dos elementos: 1) el Partido Revolucionario Institucional (PRI) siempre había ganado las elecciones presidenciales, por lo que no podía tener certeza sobre la realización de un fraude; y 2) la constancia que los priistas habían mostrado en su relación con la revolución cubana era un elemento que permitía mantener a ésta.
Cuba posfideliana
Actualmente el socialismo cubano se encuentra en un momento de definiciones. No ha sido tanto el retiro de Fidel Castro del poder lo que lo ha generado, sino los propios vicios que se fueron gestando, principalmente tras el acontecimiento del período especial de la década de los años 1990. Las adecuaciones obligadas por el colapso del régimen soviético han sido el germen de diversas irregularidades entre la burocracia. Esteban Morales lo expuso con mayor precisión en su artículo Cuba: corrupción, ¿la verdadera contrarrevolución? El mercado negro creado, solapado y fomentado por funcionarios del gobierno afecta gravemente a la sociedad cubana, pero más allá de ello, la red de complicidades que se genera detrás de dicho flagelo, abre un boquete por el cuál la información fluye de manera que los servicios secretos de España y Estados Unidos se han apoderado de información que compromete la soberanía de la isla, ya no solamente a la revolución.
La actual recesión económica mundial ha sido el factor que aceleró la degradación del aparato de gobierno. Las reformas económicas se hacen indispensables pero se corre el riesgo de abrir lo suficiente para permitirle al imperialismo infiltrar el aparato productivo hasta destruir la revolución desde dentro. A ello es preciso agregar el problema del envejecimiento de la jerarquía política. Por un lado exhiben lo deficiente que resulta construir regímenes socialistas en torno a la figura de personajes. El culto a la personalidad se convierte en una barrera que impide la formación de nuevos cuadros revolucionarios. La viabilidad del socialismo cubano está en duda principalmente por esos dos elementos. Los mismos que fueron los factores principales de la degradación del socialismo soviético.
Tres lustros de degradación
El escándalo desatado por Vicente Fox durante la Cumbre de las Naciones Unidas para el Financiamiento del Desarrollo celebrada en Monterrey en 2002, cuando le solicitó al presidente cubano, Fidel Castro, retirarse lo antes posible de la reunión porque estaba por llegar el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, fue el momento en que más se exhibió la degradación de las relaciones entre México y Cuba. El episodio fue conocido como el “comes y te vas”. No obstante, estuvo lejos de ser un hecho aislado o espontáneo. Por el contrario, el deterioro de las relaciones entre los gobiernos mexicano con el cubano deriva del ascenso de Ernesto Zedillo a la presidencia de México. Las razones principales fueron dos: el mayor acercamiento al imperialismo yanqui como resultado de la crisis de 1995 y la adopción de un discurso de defensa de los derechos humanos a escala mundial como un elemento para legitimar la ofensiva contra los neozapatistas de Chiapas.
Desde el zedillato México se adhirió a la condena sistemática de la política interna de Cuba. El argumento, la violación de los derechos humanos por la existencia de presos políticos en la isla. Curiosamente de
Durante el foxiato, especialmente el período en que Jorge Germán Castañeda Gutman estuvo al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), las relaciones bilaterales entre México y Cuba alcanzaron su peor nivel. Después de ello, aunque no han vuelto a caer tan bajo, no se han recompuesto. Ello se debe a que durante los gobiernos emanados del Partido Acción Nacional (PAN) el país, junto a Colombia, se ha consolidado como el aliado estratégico del imperialismo yanqui que funciona como ariete frente a los intereses de las naciones latinoamericanas.
Cuba en México 2006
Contrariamente a las exaltadas diatribas de Carlos Marín, en el artículo señalado líneas arriba, lo cierto es que el gobierno de Fidel Castro sí le brindó cierto respaldo a Andrés Manuel López Obrador en su candidatura de 2006. Aunque a diferencia de las organizaciones de la derecha internacional, como el Partido Popular de España, que respaldaron la candidatura de Felipe Calderón, la injerencia cubana no fue ilegal. Explico. Desde 2003 el gobierno de Vicente Fox buscó la manera de descarrilar la trayectoria ascendente de López Obrador mediante el escándalo de los videos de Ahumada Kurtz. El gobierno de Cuba grabó entrevistas con el empresario de origen argentino mientras estuvo detenido por las autoridades de la isla. Esos videos fueron difundidos en México y exhibieron la conjura anti-lopezobradorista. Las revelaciones sumadas al fallido proceso de desafuero fueron elementos que catapultaron la aceptación social del candidato izquierdista. El propio Castro hace recuento de tal situación en el texto citado.
El rompimiento
Durante décadas las relaciones con México fueron útiles como punto de apoyo para la Revolución Cubana. Su importancia radicó en su consistencia. Algo que se hacía más relevante en el contexto regional. Sin embargo, el viraje dado por México en los tres lustros recientes había hecho necesario el rompimiento del gobierno de Cuba con esos gobiernos que han colocado la política exterior mexicana al servicio de los intereses del imperialismo estadounidense. Sin embargo, tal fractura no se había presentado antes por varias causas. Por un lado, los gobiernos latinoamericanos de izquierda no se habían consolidado como una opción diplomática que favoreciese al régimen revolucionario. Esa situación solamente cambió hasta 2005 cuando el Socialismo del siglo XXI promovido por Venezuela consiguió imponerse, con la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) ante la política estadounidense para la región, mejor conocida como Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA). Segundo, porque hasta 2006 no había una voz fuerte en Cuba, fuera de las instituciones oficiales, que pudiese marcar una línea de política exterior tan seria. Aún después de 2006 eso era impensable dada la larga convalecencia en que estuvo Fidel Castro. Finalmente, porque no se había dado en México el momento propicio para hacer un anuncio de ese calado, pues al contrario de Carlos Marín, el principal dirigente de la Revolución Cubana sí sabe utilizar los tiempos de la política. Por ello es que ha funcionado tan bien el culto a la personalidad de Castro.
El momento es crucial para los revolucionarios en México y Cuba. A diferencia de las múltiples facciones trotskistas que desconocen que la solidaridad de clase solamente ocurre en lo concreto, es fundamental afianzar el apoyo bilateral entre las dos naciones para hacer frente al imperialismo estadounidense, defender al socialismo cubano en el proceso de transición que enfrenta y poder derrotar a ese culto a la personalidad, que incuba su propia corrupción, sin abrir un proceso contrarrevolucionario. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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