domingo, octubre 25, 2009

Memoria proletaria 3: ¿Cuentos chinos; de la revolución a la contrarrevolución?

Según la astrología china, los años que transcurren bajo el signo el búfalo estarán colmados de prosperidad que se alcanza a través de la fortaleza y el trabajo. Al intentar compaginar el calendario gregoriano que rige la medición del tiempo en occidente con la sucesión de signos del calendario astrológico chino, encontraremos que la mayor parte de 1949 coincidió con un año regido por el signo del búfalo. Bajo esas premisas podría suponerse que el triunfo de la revolución encabezada por el Partido Comunista (PCCh), el 1 de octubre de 1949, es la demostración más clara de la sabiduría del ancestral pensamiento chino. Dicho triunfo no sería más que el justo reconocimiento, la prosperidad ocasionada por la perseverancia y arduo trabajo que los comunistas dirigidos por Mao Tse-Tung desplegaron, no solamente los últimos tres años de la Guerra Civil (1946-1949), sino durante buen parte de la etapa de la República China (1912-1237), pues el PCCH se fundó en 1921, y la invasión japonesa durante la Segunda Guerra Mundial (1937-1945).

Sin embargo, el pensamiento supersticioso (tan acremente criticado por Mao en sus escritos) deja sin explicar en realidad que la prosperidad también fue perseguida con mucho trabajo por los partidarios del Partido Nacionalista o Kuomintang (KMT), que era dirigido por Chiang Kai-Shek. Ambas partes fueron fuertes y trabajaron incansablemente por ganar el derecho a gobernar china bajo su programa político. Eso en un momento dado significaría que las dos facciones contendientes debieron alcanzar la prosperidad en su momento. Pero no fue así.

En realidad, la situación puede explicarse de forma más precisa cuando se hace uso de una concepción teórica apegada al pensamiento científico. Por un lado, debe reconocerse que el trabajo político desplegado por el PCCh fue amplio y consecuente con las necesidades del pueblo chino, lograron asimilar que se trataba de una sociedad mayoritariamente agraria que mantenía arraigadas muchas costumbres impuestas por tres siglos de dominación de la dinastía Qing, que gobernó el Imperio Chino desde el año 1644 hasta el acontecimiento de la Revolución Xinhai de 1912. Por el otro lado, estaba el KMT más empeñado en la lucha por el poder desde las capas superiores de la sociedad china, por ello es que, a pesar de contar con todos los recursos del Estado, fue incapaz de someter a los “Señores de la Guerra” por más de una década. Éstos habían ido incrementando su poder desde la deposición de Puyi, el último emperador de China hasta alcanzar su máximo esplendor en la primera parte de la década de los años 1920, para por fin ser controlados hasta 1927. En realidad la política del KMT no tenía más objetivo que proteger los intereses de los grandes terratenientes y comerciantes que habitaban en China, intereses que se contraponían con los partidarios del imperio, pero no de manera radical. Por ello es que en cierto sentido, algunas facciones de ese partido coquetearon con la idea de restaurar a Puyi como emperador, posibilidad que quedó completamente diluida cuando éste personaje aceptó el cargo en Manchuria (región al norte de China) que le ofrecieron los japoneses durante la invasión a China.

Pese al empeño puesto en modernizar al gigante asiático, Chiang Kai-Shek fue incapaz de encabezar un gobierno que aplicase propuestas que resolviesen los graves problemas de China, por el contrario la situación se agravó tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la expulsión de los japoneses. A ello, hay que agregar el factor de la enorme esperanza que le inyectaba al pueblo chino la política desplegada por el PCCh. En más de una ocasión el gobierno del KMT recurrió a la política de exterminar a sus adversarios políticos; el asesinato de dirigentes sindicales y agrarios se volvió común en esos años de guerra civil, pero ello no minó la fuerza del partido revolucionario. Al contrario.

Tras tres intensos años de guerra entre las fuerzas del KMT y del PCCh, éste obtuvo una gran victoria que le permitió promulgar la fundación de la República Popular China el 1 de octubre de 1949. Mientras que los partidarios de Chian Kai-Shek se refugiaron en las islas que rodean a la de Taiwán, desde donde han mantenido la existencia de la República de China.

Hacer la revolución en aquella nación asiática no fue sencillo, requirió de un gran esfuerzo por parte del pueblo que incluyo salir airosos de dos guerras civiles (1927-1937 y 1946-1949), una invasión extranjera (la japonesa, 1937-1945), una gran migración que obligó a miles de personas del sur hacia el norte del país para evitar el exterminio total, episodio que se conoció como la Gran Marcha, amén de los dirigentes sindicales, campesinos y populares que fueron asesinados por las fuerzas del KMT.

En días pasados ese esfuerzo fue celebrado con grandes fiestas por parte del gobierno chino encabezado por el presidente Hu Jintao, quien por cierto solamente tenía 6 años cuando Mao Tse-Tung proclamaba el triunfo de la revolución. Entre los actos de festejo del 60º aniversario de la Revolución China, se incluyó un fastuoso desfile militar, el más grande que la humanidad haya visto, con el cual se pretendió hacer gala de una pequeña porción del poderío militar que ha alcanzado China. Por cierto, que en los siguientes videos se pueden apreciar algunas imágenes del tamaño que tuvo tal parada.

Sin embargo, el desarrollo de las fuerzas armadas en la República Popular debería ser motivo para detenerse a reconsiderar qué ha sido de la Revolución. ¿Realmente hay una transformación en China que esté tendiendo a eliminar las contradicciones sociales a su interior? ¿El modelo chino de socialismo está permitiendo que las clases vayan desapareciendo paulatinamente? ¿El enorme progreso de las fuerzas productivas es un progreso que no solamente es construido por los trabajadores y campesinos, sino que es dirigido y va en beneficio de éstos? ¿El poder político no ha servido para consolidar nuevas burguesías en esencia anticomunistas? ¿El PCCh ha obligado a los trabajadores a convertirse en esquiroles del proletariado? ¿El enorme desarrollo chino de los últimos años no se trata de una fase de crecimiento capitalista protegido por el Estado, tal como ocurrió con las grandes potencias capitalistas de Europa y Estados Unidos? ¿El PCCh ha traicionado a la revolución, a los trabajadores, a los campesinos; para convertirse en un nuevo imperialismo capitalista?

Muchas interrogantes por resolver, por desgracia muy pocos elementos se tienen desde este lado del mundo para poder dar respuestas a profundidad a todas esas preguntas. Lo que sí es posible hacer es dar un esbozo que dé una respuesta al conjunto y permita ir sentando las primeras hipótesis para tener una mejor idea de cuán conveniente le es al proletariado mundial el ascenso de China.

Por principio de cuentas, el empeño por incrementar su potencial militar es un indicio de que existen en aquella nación más que una necesidad por defender al socialismo, hay cierta vocación hacia la construcción de un imperialismo que compita con los europeos, el japonés y el estadounidense. Esta idea se ve reforzada por la renuncia que en la práctica ha hecho el PCCh al carácter internacionalista del socialismo. Es cierto que cada pueblo está obligado a realizar su propia revolución socialista, ninguna nación podrá sustituir las fuerzas populares. Sin embargo, en el largo plazo la única manera en que realmente puede triunfar una revolución es que el socialismo se generalice por el mundo como modo de producción, de lo contrario el propio peso del capitalismo podría desmantelar abiertamente o en forma discreta a cualquier revolución. Al PCCh no le toca hacer la revolución en otras naciones, pero sí tiene la obligación de compartir información, experiencias, teoría, apoyo diplomático, etc. no solamente con otros gobiernos que se denominen socialistas, sino con los propios movimientos u organizaciones revolucionarias. En ese sentido, hay que reconocer que China despliega una política exterior poco revolucionaria pero altamente conveniente al desarrollo de sus fuerzas productivas y que eventualmente podrían convertirla en un contendiente a la hegemonía imperialista. En otras palabras, tanto con naciones de América Latina como de África y Asia ha establecido relaciones comerciales que le abren le garantizan fuentes de las cuales importa materias primas, pero que dejan abierto el camino para en un futuro no muy lejano incrementar el volumen de la exportación de capitales. En años recientes, Cuba, Brasil y Venezuela, por referir algunos, han anunciado que el gigante asiático realizará inversiones productivas en esas naciones. En cambio, Estados Unidos y Europa se están convirtiendo en los principales compradores de las manufacturas chinas; de hecho el crecimiento del PIB chino en la presente década está ligado estrechamente al crecimiento de sus exportaciones.

Por otro lado, es cierto que en su momento la revolución China sirvió como aliciente para el ánimo revolucionario en el mundo, en específico en América Latina. Como bien recordó Fidel Castro en uno de sus artículos de la serie Reflexiones de Fidel Castro, titulado “La historia no puede ser ignorada”, que la propia Revolución cubana fue animada por el acontecimiento de la china, cuando señaló: “Nadie había imaginado entonces que menos de cuatro años después de aquella memorable fecha, sin ningún otro vínculo que el de las ideas, en la lejana Cuba se produciría el ataque al Cuartel Moncada el 26 de Julio de 1953, y apenas nueve años después de la liberación de China triunfaría la Revolución Cubana a 90 millas de la metrópoli imperialista.”

Sin embargo, no es posible soslayar el papel que China comenzó a desempeñar desde inicios de la década de 1970, cuando las reuniones secretas de Mao Tse-Tung con Henry Kissinger (el supercanciller estadounidense que tuvo un papel clave en la política exterior estadounidense para servir como catalizador de la implosión del Bloque Soviético) en 1971 y la multipublicitada visita posterior que Richard Nixon realizó en 1973 a la nación asiática. Pese a la defenestración que Nixon sufrió poco después por el asunto del Watergate, la tendencia colaboracionista de China con Estados Unidos fue en aumento. A tal punto que hoy, aquélla es la principal socio comercial de ésta.

Es cierto que las reformas implementadas en los años ochenta por el máximo dirigente de la revolución Deng Xiaoping, han permitido modernizar a China a pasos acelerados. No obstante, la forma en que se han desarrollado las fuerzas productivas chinas ha permitido la creación de una nueva pequeña-burguesía que se apoya en el incremento exponencial de la absorción de millones de campesinos que cada año se convierten en trabajadores que perciben salarios que les impiden consumir todo lo necesario (lo cual va en detrimento del propio mercado interno) y que habitan en condiciones que, según los reportes de varios viajeros occidentales, recuerdan los cuadros descritos sobre los estragos sociales que ocasionó la Revolución Industrial en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX.

Finalmente, ni el pensamiento supersticioso ni el fanatismo religioso han sido erradicados entre el pueblo chino. Por un lado, muchos de los elementos del pensamiento que sustentaba ideológicamente a las dinastías imperiales se ha ido filtrando en los últimos años por todos los medios: Internet, medios de comunicación masiva, escuela, etc., de cierto modo el comercio exterior también es reflejo de ello. Actualmente en países bastante lejanos de China es posible hallar a vendedores que ofrecen productos milagrosos de origen chino, que dicen curar cualquier tipo de dolencia porque están basadas en la antigua sabiduría oriental. Por el otro lado, el incremento del fanatismo budista al interior de la nación asiática y a escala internacional ha sido bien aprovechada por ese merolico sinvergüenza de nombre Tenzin Gyatso, que no tiene empacho en explotar la miseria de su pueblo y la ignorancia del mundo al arrogarse un título de supuesta santidad suprahumana, el de Dalai Lama, pero que tiene toda la terrenalidad de haber sido impuesto por el nada sacro Gengis Khan; para reactivar una campaña de hostigamiento contra el gobierno chino, abriendo el paso para que la descomposición social impulsado por la religión vaya propagándose. No hace mucho el budismo ocasionó disturbios en el Tibet y hace todavía menos los musulmanes de la etnia uigur extendieron la confrontación hacia el noroeste de China. Finalmente, el fanatismo también se expresa en el arraigado culto a la personalidad que la sociedad china todavía realiza. Los juegos olímpicos de Pekín o Beijing (si se prefiere) de 2008 fueron el escaparate perfecto para mostrar que en China las figuras míticas de Mao Tse-Tung y Deng Xiaoping no solamente eclipsan al Mao y al Deng de carne y hueso, sino también oscurecen en términos absolutos el papel de los trabajadores chinos en la construcción de la actual modernidad china.

Para muestra del culto que se ha fomentado con la imagen de Mao, nada más obsérvese el cartel que insertamos aquí:


De los elementos anteriores se puede establecer como hipótesis tanto de investigación histórica como para la revolución internacional, que el PCCh traicionó desde tiempo de Mao a la revolución, y que en consecuencia, es necesario que el proletariado en China comience a preparar una nueve revolución, una verdaderamente socialista que aproveche el gran avance que no se tenía en 1949, ahora el desarrollo de las fuerzas productivas está muy avanzado.

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