La ferocidad con que el gobierno de Felipillo I, el espurio, lanza sus ataques contra el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) es motivo suficiente para que los revolucionarios de este país centremos nuestros esfuerzos en apoyar la organización de los obreros que defienden su materia de trabajo. Pero ello no quiere decir que dejemos de ver el bosque por actuar en el árbol. Es importante que hagamos en estos difíciles días un breve alto para reflexionar sobre los asuntos que se están presentando a escala internacional. Por principio de cuentas, habrá que señalar que, en las semanas recientes la situación de nuestra América ha estado marcada por cuatro escenas que se vienen desarrollando en cuatro naciones diferentes: México, Honduras, Nicaragua y Uruguay. El desarrollo estos escenarios está condicionado por el predominio a escala internacional de la fase depresiva del ciclo económico. Sin embargo, el carácter mundial no implica que la superación de la depresión económica se vaya a resolver al mismo tiempo en todas las naciones, por el contrario. Mientras la economía de algunas naciones de Sudamérica está entrando en una fase de recuperación, v. gr. Brasil, la mayoría de las latinoamericanas está arribando a la parte final de la depresión, y algunas otras, como México, sus gobiernos se obstinan en instalar al país lo más cómodamente que le sea posible en la fase depresiva del ciclo.
Aunque los hechos demuestren el próximo año que la recesión más fuerte desde 1929 (pero la cual sin duda sería un juego de niños ante una crisis en la que se combinen el quebranto de la economía estadounidense con el de la china), se superase o se prolongare, la realidad es que las tensiones sociales se están acumulando y el inicio de un nuevo ciclo económico, con el respectivo período de ascenso, serán campo fértil para que se multipliquen las expresiones sociales de lucha. Entre más rápido salga una nación de la depresión, menor potencial revolucionario se acumulara; pero al contrario, entre más se tarde en llegar la fase de recuperación mayores energías se acumularán en la sociedad. En estos términos vale la pena hacer un breve recuento de los cuatro escenarios que están acaparando la atención.
Sombras nada más
Nueve años después muchos mexicanos apenas se empiezan a dar cuenta que el cambio tan prometido no fue más que una promesa de campaña: los panistas de Fox y Calderón solamente se han distinguido de los gobiernos priistas en que presumen de ser más apegados a las costumbres de la mochería. Más allá de ello no hay evidencias reales de algo que diferencie objetivamente al PAN del PRI. Salvo para algunos ingenuos creyentes de la consigna “López Obrador es un peligro para México”, para nadie más era un secreto que la famosa guerra contra el narcotráfico que está desplegando el gobierno federal era un simple pretexto que encubría la tendencia creciente al crecimiento de las fuerzas represivas en el país, pero no para combatir a los cárteles de la droga u otras organizaciones criminales sino para enfrentar cualquier tipo de protesta social que pudiese surgir como efecto de la imposición de nuevas reformas estructurales.
De por sí resultaba ya sospechoso que pese al escándalo que se realiza en los medios masivos de comunicación cada que se detenía a algunos mandos medios del crimen organizado, mientras que el poder de esas mismas organizaciones se reafirmaba. Ahora, los operativos policíacos y militares que se desplegaron en el caso de la extinción de Luz y Fuerza del Centro (LFC) no dejan lugar a dudas. Felipillo I, el católico, está empeñado en cumplir las promesas que en campaña le hizo a sus verdaderos electores: el capital librecambista que lucra con los mexicanos. Al artero golpe en contra de los trabajadores electricistas se suma el proyecto para profundizar el carácter confiscatorio del ingreso de las clases subsumidas que tiene la política fiscal mexicana.
El rumbo que ha tomado el país con las políticas neoliberales, y la obstinación en recurrir a ellas en momentos de tremenda depresión económica mundial, auguran que las dificultades van para largo. Sobre todo cuando sobre la cabeza de los trabajadores pende la amenaza, cada vez más cercana, de la Reforma Laboral Neoliberal (RLN).
Tanta obcecación calderoniana está generando tanto descontento social que bien podrían hacer realidad una realidad con la que hasta ahora ha jugueteado ingenuamente la izquierda revolucionaria: 2010.
Broncas hondas y duras
Tampoco las cosas pintan muy claras en el caso del Golpe de Estado en Honduras. Esta semana se cumplen ya cuatro meses que el congreso encubrió la acción golpista del militar Romeo Velásquez al colocar en la presidencia al señor Roberto Micheletti. El conflicto estaba tomando un rumbo distinto a partir de que el 21 de septiembre el presidente José Manuel Zelaya, como lo comenté en Reyertas 57: Al filo en las Honduras, sin embargo en las semanas que han seguido el gobierno golpista ha conseguido, a duras penas, ganar un valioso tiempo que lo acerca a su objetivo: mantener un status quo benéfico para la conservadora burguesía terrateniente parasitaria (encabezada por los expresidentes Carlos Flores Facussé y Ricardo Maduro) que se benefician de las sumisas alianzas que establecieron con el capital imperialista.
Por desgracia, entre el papel de comparsa que ha desempeñado la Organización de Estados Americanos (OEA), la cuál si bien ha mesurado su papel como instrumento del imperialismo aún mantiene un sesgo que intenta ser discreto, y la falta de creatividad que ha exhibido el movimiento popular hondureño que respalda a Zelaya.
A estas alturas los escenarios más probables que se dilucidan como solución al Golpe de Estado en Honduras es que las elecciones se realicen bajo el gobierno de facto, y con ello se pretenda dar por zanjado el asunto con la formación de un nuevo gobierno que comience a funcionar a partir de 2010 e, incluso, los golpistas tendrían pocas trabas para aceptar el regreso de un presidente ya sin poder y sin capacidad para cambiar algo. La alternativa que se perfila, si es que el movimiento popular no logra crear algo sorpresivo, es que Zelaya acepte las condiciones de docilidad que le imponen los golpistas para, en consecuencia, se realice su regreso antes de las elecciones de finales de noviembre.
Entre Sandino y Somoza solo un Ortega
La resolución judicial, del 19 de octubre pasado, que abre la posibilidad para que el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, se reelija consecutivamente como presidente de la nación centroamericana confirma tres cosas que ya se sospechaban. Primero, que hace mucho tiempo que para Ortega el sandinismo y el socialismo no son más que una máscara para ganar cierta legitimidad en el plano internacional, pues ambas definiciones le facilitan la cercanía con gobiernos que han sido más consecuentes con su carácter socialista como el de Cuba o Venezuela. Pero, en realidad Ortega no tiene ningún prurito en violar los principios del sandinismo o del socialismo, cuando así le conviene.
Segundo, que la política de votar por el menos malo suele ser la peor decisión posible desde la perspectiva de los intereses de la clase trabajadora. No es posible negar que el triunfo de Ortega en las elecciones del 5 de noviembre de 2006 fue un triunfo del proletariado nicaragüense, pero a final de cuentas, el menos malo de los candidatos terminó cumpliendo su previsible destino fatal: traicionar al pueblo. Tercero, la mezquindad y oportunismo que caracterizan a los supuestos renovadores del sandinismo. Ésos discípulos de Sergio Ramírez y de Ernesto Cardenal que al no ver satisfechas sus ambiciones de poder fueron capaces de cambiar la camiseta de los principios socialistas que defendía el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) por las de la tercera vía, en un primer momento, o de plano llegar al “supuesto” retiro político pero sin dejar de hacer propaganda favor de ese fraude al pueblo que representa la socialdemocracia al estilo europeo, ¿alguien olvida que ésa está representada por personajes de la talla del español Felipe González o del escocés Anthony Blair?
Esperando la luz al final del túnel
Las elecciones presidenciales del pasado domingo 25 de octubre en Uruguay arrojaron el triunfo del candidato del Frente Amplio (FA), el exguerrillero tupamaro José “pepe” Mujica. Sin duda que la biografía de pepe muestra a un personaje comprometido y radical, por tanto, es mucho más prometedora que la del actual presidente Tabaré Vázquez cuando ganó las elecciones presidenciales en 2004. En consecuencia se puede pensar que, al menos, Mujica sería un presidente mucho más consecuente con el programa de las izquierdas uruguayas de lo que lo ha sido el tibio Tabaré.
Sin embargo, todavía hay dos escollos que los trabajadores uruguayos deben superar para festejar a pepe. Primero, deben lograr refrendar en la segunda vuelta el triunfo electoral (en la primera vuelta sacó ventaja de 18 puntos porcentuales pero no alcanzó el 50% de la votación total); y segundo, deben obligar a Mujica a ser consecuente con el programa, a evitar que el individuo traicione a la clase.
Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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