Materia, realidad y existencia en Mario Bunge
(octava de nueve entregas)
Por: Sagandhimeo
Partiendo de Bunge, en el capítulo primero hemos sostenido que el concepto de materia –entendida como todo aquello que posee energía (1.1)—puede brindar un punto de partida objetivo y cabal para explicar la naturaleza de cualquier fenómeno, pues mientras posea movimiento es material y en tanto no lo posea es conceptual. También expusimos que para no reducir todo a la mera materialidad podemos complementar tal elemento con la categoría “propiedad” (1.2), la cual explica la diversidad de los objetos materiales mediante sus manifestaciones, puntualizando que no existen propiedades en sí mismas, sino en tanto las posee la materia.
Vimos que un caso particular de propiedad lo constituye el espacio y el tiempo (1.3), los cuales son solamente propiedades de la materia, la cual se mueve en su propio espacio y sucede en su propio tiempo, ya que fuera del universo no hay ni uno ni otro. Además, la materia tiende a organizarse de tal modo que genera totalidades, las cuales pierden algunas propiedades y ganan otras (1.4). De esta forma emergen nuevos niveles de organización, tales como la vida, la mente, la cultura y la sociedad (1.5).
En el capítulo segundo planteamos que “real” es todo aquello que puede influir o ser influido por otro objeto (2.1), es decir que, la realidad es una totalidad de elementos interconectados, los cuales no pueden aislarse, pues en ese caso no son plenamente reales, sino tan sólo como ideas.
También observamos que una gran cantidad de elementos poseen una realidad menor que los objetos materiales (2.2), pues su influencia depende de tales objetos, dichos elementos son las propiedades, el espacio y el tiempo, las ficciones y las posibilidades, pues aun cuando ninguno de éstos sea plenamente real, son en menor o mayor grado reales. Inclusive, expusimos que la experiencia inmediata como las alucinaciones pueden ser menos real que los que jamás experimentaremos directamente, como los electrones, clarificando así, la situación de los trascendentales.
También hablamos de la relación entre materia y realidad (2.3), en donde todo lo material es real, en tanto todo lo mudable es capaz de influir sobre otro ente, pero no todo lo real es material, pues las ideas influyen a los hombres, pero no pueden cambiar por sí mismas.
Y en el capítulo tercero planteamos que la existencia es la propiedad fundamental de la materia (3.1), aquélla que define si un objeto es material o ideal, en tanto posea energía o haya sido pensado, respectivamente. En tal sentido, la existencia también posee grados como la realidad, en tanto sólo existe plenamente aquello que sea material. También vimos que los universales pueden ser materiales o ideales, ya sea que pertenezcan a la materia como la impenetrabilidad o a la mente como la refutabilidad.
Además abordamos la relación entre existencia, realidad y materia (3.2), en donde vimos que las dos primeras ocupan un espectro mayor que la última, pues las ideas son realmente existentes y no son materiales. Además, propusimos que aunque la existencia y la realidad comparten el mismo campo y cantidad, sus cualidades son distintas, en tanto que la realidad es una capacidad y la existencia una propiedad.
A partir de esta sección nos basaremos en la ontología de Bunge para postular nuestra propia visión, por lo que en adelante la reflexión es ajena a dicho autor.
Hemos visto que para dar cuenta de la realidad requerimos del concepto fundamental “existir”, el cual es una propiedad que categoriza a las cosas en tanto sean ideales o materiales (3.1.3). Este “sean” implica que el existir está vinculado con el verbo “ser”, por lo que llegamos al problema fundamental de la ontología: el ser en cuanto ser, es decir, responderemos qué es ser.
4.2.1 PRINCIPIO Y LÍMITE DE LA EXISTENCIA
Hemos visto que el espacio y el tiempo son propiedades (1.3), por lo que no existen por sí mismos. Si preguntamos ¿Qué hubo antes de la materia? Podemos contestar que nada hubo, pues “antes” se refiere al tiempo y éste es una propiedad material. Si preguntamos ¿De dónde surgió la materia? Podemos contestar que de ningún lado, pues “dónde” se refiere al espacio y éste es una propiedad material. En otras palabras, los objetos materiales ocupan todo cuanto existe y todo el tiempo que transcurre, en ese sentido la materia es absoluta. Pero no es absoluta en un sentido idealista, pues hemos visto que material es tan sólo aquello con la capacidad de cambiar (1.1). En ese sentido, no sabemos que hubo antes del Big-Bang, sólo sabemos que todo cuanto pudo haber ocurrido fue material.
Por otro lado, la ciencia actual considera que el universo se está expandiendo (Gribbin, 1986:13). ¿Cómo puede expandirse si la materia lo ocupa todo? Esto se resuelve con el concepto de la “nada”, esto es, si el universo se compone de materia, la cual genera su propio tiempo y espacio, lo que esté fuera del universo no es materia ni tiempo-espacio, sino absolutamente nada, por lo tanto, el universo se expande en la nada y a su paso (material) lleva consigo la red espacio-temporal.
Esto puede parecer ambiguo, pues hablar de la nada como “algo” es contradictorio, pero la nada no es algo propiamente dicho, sino tan sólo la condición de posibilidad de los objetos materiales para expandirse más allá de la red espacio-temporal que se entreteje entre sí. Y hemos visto que la posibilidad es también una propiedad de la materia (2.2.4). En otras palabras, el universo se expande en la nada, la cual es una propiedad de los componentes del universo (Esto ya lo habían intuido los atomistas griegos, quienes propusieron la noción de vacío como condición de posibilidad para el movimiento de los átomos).
Cabe mencionar que la nada no puede ser material puesto que no posee energía (1.1), tampoco puede ser plenamente real pues no es capaz de influir directamente sobre otros objetos (2.2) y tampoco existe como una mera idea pues posee una influencia indirecta sobre la materia. Su categorización adecuada se constituye como una propiedad, ya que la nada es la propiedad que posee el universo para expandirse, pues si el universo lo ocupara todo no podría moverse fuera de sí (como el ser parmenídeo). En ese sentido, el universo es un subconjunto perteneciente al conjunto compuesto por el ser (material) y la nada (como propiedad). Este conjunto es absoluto en tanto todo lo existente e inexistente cabe en esta categoría ser-nada.
Además, la ciencia actual considera que el universo es infinito (Gribbin, 1986). ¿Cómo puede ser infinito si se está expandiendo? Esto se resuelve si entendemos el infinito en acto y no como potencia, tal como proponía Aristóteles. Es decir, nada en absoluto es infinito en el sentido de no tener término, pues en todo momento se posee una magnitud determinada, por ejemplo, aun cuando los números sean potencialmente infinitos, no hay una suma absolutamente alta, pues siempre designarán una magnitud determinada. Asimismo, el universo es infinito en el sentido de no poseer un límite predeterminado, pero su expansión posee una magnitud específica, aunque nuestra tecnología no pueda medirla con exactitud. En otras palabras, el universo es infinito o más claramente indefinido, en el sentido de expandirse sin restricciones, no porque su magnitud sea absoluta.
En resumen, la existencia no tiene comienzo en el espacio ni en el tiempo, pues tales categorías son propiedades de la materia y no existen sin ella. Tampoco tiene término pues el universo se expande indefinidamente, tal expansión se efectúa en la nada, la cual no es un objeto, sino la condición de posibilidad del movimiento del universo.
4.2.2 LA EXISTENCIA DE “EL SER”
Si cada objeto fuera lo que es por sí mismo, no requeriría de la interacción con los demás para existir, lo que nos envolvería en un politeísmo en el peor de los casos (en el cual cada objeto es el fundamento de sí mismo y por tanto absoluto) o en una monadología leibniziana en el mejor de los mismos (en el que no es posible explicar la interacción entre objetos, ya que no la requieren).
En ese sentido, el fundamento de cada objeto no puede estar en sí mismo, sino porque forman parte del universo, así podemos pensar que “el ser” es un gran ente que rige la interacción en el mismo, lo cual es absurdo tanto porque nos haría caer en el idealismo de un agente externo a la realidad, como porque tendríamos que explicar el ser de este gran Ser y así indefinidamente.
También podemos concebir al ser como la suma de todos los entes, lo que no explica por qué los entes son lo que son. Incluso podemos concebir al ser como lo que está presente en todos los entes, pero que algo esté presente en todo: no constituye un punto de referencia determinado, pues su influencia se anula. Tanto como si todo creciera exactamente a la misma proporción al mismo tiempo, sería imperceptible y no causaría repercusiones.
Finalmente, proponemos entender al Ser como el sentido de la existencia, es decir, que el fundamento de todos los objetos consiste en el sentido o dirección que poseen. En el lenguaje común esto nos parece muy claro, los pensamientos son coherentes cuando poseen un sentido. En la realidad todo está en constante movimiento y el hecho de que tal movimiento contenga la posibilidad de generar vida, mente y cultura: implica que la realidad posee un sentido o dirección, pues incluso un movimiento sin sentido tiende a ser aparente.
Ahora bien, el sentido o dirección no debe confundirse con la finalidad, pues si bien los seres humanos actuamos mediante fines, no podemos atribuir tales mecanismos a la naturaleza. Si el universo tuviera un fin, su desarrollo estaría predeterminado y todo estaría “hecho” para algo, pero existen miles de objetos que no poseen una finalidad determinada, por ejemplo, nuestro planeta fue una de las condiciones de posibilidad para la generación de la vida, pero no podemos afirmar que su fin sea ese, pues existen millones de planetas que no generan vida, empezando por los más cercanos. De este modo, los objetos materiales se constituyen por su propio movimiento, el cual tiende a la complejidad, lo cual no implica que tengan un objetivo, pues plantearse objetivos es constitutivo del humano, lo cual no nos autoriza a extenderlo a los demás entes.
Tampoco podemos sostener que como no hay un fin de la existencia, todo se rige por el azar, pues de ser así no podría haber la emergencia de nuevos niveles de organización, tales como el biológico o el social, pues no habría regularidades en la naturaleza. Ya hemos hablado del azar anteriormente (2.2.4), baste decir que lejos de negarlo, sostenemos que forma parte de todo fenómeno, pero sólo en tanto ocurre en espacio y tiempo contingentes, no porque evada las leyes naturales. Por ejemplo, suele pensarse que la emergencia de nuevas especies ocurre por mero azar, pero esto no es del todo cierto, pues el mero azar en un gen terminaría por destruirlo, ya que no permitiría ni un mínimo de ordenamiento molecular, por el contrario un azar circunscrito a las regularidades genéticas produce una mutación.
En pocas palabras, el sentido de la existencia que sostenemos (hacia la complejidad) no es teleológico ni caótico, pero lejos de negar tales formas de devenir las integra, ya que admite que los humanos actuamos mediante fines u objetivos y que el azar es una parte constitutiva de todo fenómeno.
En tal sentido, apoyamos la postura de que “la ciencia contemporánea reconoce cinco modos principales de devenir: el azar, la causalidad, la cooperación, el conflicto y la finalidad. Los cuatro primeros parecen obrar a todos los niveles, en tanto que el comportamiento intencional parece estar restringido a los vertebrados superiores” (Bunge, 1981:55). Dicho de otro modo, el sentido de la existencia se dirige hacia la complejidad material, éste devenir adquiere diversas formas, las cuales consisten tanto en una mera contingencia espaciotemporal (casualidad), como en una relación causa-efecto (causalidad), una sinergia entre diversos elementos o factores (cooperación), un choque o contraposición entre elementos adversos (conflicto), y un objetivo a seguir entre organismos pensantes (finalidad).
Vemos pues, que el último modo de devenir, el teleológico, es a su vez un devenir emergente, pues sólo es posible dentro de las totalidades biológicas altamente desarrolladas y por supuesto en las sociedades. Tal devenir emergió en razón de que algunos mamíferos desarrollaron funciones cerebrales, tales como la memoria, el entendimiento y la creatividad, al grado de actuar no solamente obedeciendo su instinto, sino planteándose metas concretas en función de su supervivencia, para ello requirieron de condiciones materiales específicas, tales como el medio ambiente, el desarrollo de las manos y de un lenguaje primitivo, entre otros.
Por ello, el nivel técnico es el más complejamente organizado, pues no sólo incluye artefactos hechos con objetivos determinados, sino que permiten el desarrollo de las sociedades, como en los medios de comunicación electrónicos, la diversificación del trabajo y además abre posibilidades infinitas en el arte, como ha hecho con el cine.
En ese sentido, así como los vertebrados superiores poseemos metas particulares y las sociedades tienden a enfocarse en desarrollar su propia cultura: simultáneamente contribuyen en el sentido del universo, en tanto tienden a la complejidad en diversos niveles.
Por otro lado, para nuestro autor, “la mutabilidad (o energía) es la propiedad que define la materia, ya sea física, química, viviente, social o técnica. Si se me permite acuñar una consigna ambigua: ser (material) es devenir.” (Bunge, 2006:188). Es decir que, las cosas no son lo que son por sí mismas, sino porque se mueven, son porque devienen (entendiendo devenir como el paso de ser algo a ser otra cosa), cuando algo no se mueve en absoluto es porque consiste en una mera idea y no en un objeto material. Ahora bien, para nosotros, ser y devenir no son exactamente lo mismo, sino que se implican mutuamente, pues establecer una relación de identidad implicaría que existir es lo mismo que moverse y ya hemos visto que el existir es una propiedad (3.1) y moverse una capacidad (1.1).
Ahora bien, si ser implica devenir y la realidad requiere de un sentido para “ser”, esto conlleva que el devenir posee un sentido o dirección, esto podemos apreciarlo a primera vista en la historia natural, pues primero hubo elementos atómicos, de estos se formaron compuestos químicos, de los cuales derivaron organismos vivos, sociedades y al final tecnología. Es decir que, la materia deviene hacia totalidades cada vez más complejas, por lo que el sentido de la existencia consiste en el desarrollo de la materia.
Podría objetarse que nuestra propuesta es lineal, pues nada nos garantiza que el devenir se presente absolutamente como lo proponemos. Retomando nuestra idea de que todo ocurre necesariamente, pero en espacio-tiempo contingente (2.2.4), sostenemos que pudieron no ocurrir las condiciones suficientes para que se diera la vida en la tierra, o que nuestra civilización puede autodestruirse regresando al nivel meramente biológico o algo peor.
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