lunes, enero 18, 2010

Reyertas 73: ¡Ay, Haití!

Desde varios meses atrás la elección presidencial chilena ha estado llamando la atención de analistas de todo el mundo. A unas horas de cerrada la votación, todo indica, que llegó el fin tan anunciado de los gobiernos de la Concertación por la Democracia. Sin embargo, la tragedia haitiana del pasado martes 12 obliga a realizar una reflexión sobre la situación de la nación caribeña. Por consiguiente la presente entrega la dedicaré a apuntar algunos elementos sobre Haití, dejando para mejor ocasión una reflexión sobre Chile.

Dice un refrán popular en México: Al perro más flaco se le pegan las pulgas. Con ello se alude a que las tragedias le ocurren con mayor regularidad a quién se halla en condiciones de debilidad. Algo que justamente le aconteció a Haití con el pasado terremoto que azotó a esa pequeña nación caribeña. Por cierto la más pobre de América Latina.

La historia haitiana está repleta de elementos descorazonadores. La isla de La Española (que comparten Haití y la República Dominicana) fue uno de los primeros territorios reclamados para el reino de España por Cristóbal Colón durante su primer viaje. Pocos años después los españoles comenzaron a colonizar la isla y exterminaron a los indígenas caribes que la habitaban. No obstante, el predominio español pronto comenzó a verse mermado. Las constantes invasiones de piratas ingleses y franceses hicieron que los colonos españoles se replegasen sobre el margen oriental de la isla. El abandono de la porción occidental de la isla fue aprovechado por los piratas franceses (bucaneros y filibusteros protegidos pro Luis XIII) hasta que en 1697 España reconoció la posesión francesa de dicha parte. El surgimiento de Saint Domingue significó el auge del esclavismo en la región, pues la introducción de los cultivos de tabaco y caña de azúcar demandaban una gran cantidad de mano de obra que los franceses únicamente lograron satisfacer mediante la importación de esclavos desde África. Algunos historiadores calculan que para mediados del siglo XVIII había en la colonia francesa 25 esclavos por cada persona libre.

La Revolución francesa en 1789 marcó un nuevo rumbo para la colonia de Saint Domingue. Poco antes de ésta, la penetración de las ideas enciclopedistas favoreció la creación, para 1788, de una representación de la Sociedad de Amigos de los Negros, organización que se había fundado en Francia con el objetivo de abolir la esclavitud. Con el estallido del movimiento revolucionario, tras la toma de La Bastilla, los propietarios blancos que poblaban la isla se dividieron en dos bandos: los burgueses que exigían la independencia y los realistas que deseaban mantener el control de la corona francesa. Sin embargo, pese al triunfo de la burguesía revolucionaria, la isla caribeña no se independizó en ese momento. Basándose en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la Convención Nacional declaró en 1794 la abolición de la esclavitud tanto en Francia como en todas las colonias. Mientras ello ocurría, los españoles y británicos acosaban militarmente al territorio haitiano. Ante tal situación el dirigente de los independentistas negros, otrora esclavos, François Toussaint Louverture se unió a las autoridades francesas de la isla para expulsar a los ejércitos de España e Inglaterra. Fue una guerra que duró cuatro años, pero que a final de cuentas consiguió expulsar a los invasores. Pero con lo anterior, también se reinició la guerra por la independencia.

Incluso, durante el consulado de Napoleón Bonaparte, en 1802, el movimiento encabezado por Toussaint Louverture no solamente fue combatido con lujo de violencia, sino que se reestableció la esclavitud en la isla. El gran caudillo de la liberación haitiana fue engañado y traicionado por el general al mando de las tropas francesas, un tal Charles Victor Emmanuel Leclerc (quién entre sus mayores méritos contaba con el de haberse casado con Paulina Bonaparte, la hermana menor de Napoleón). Toussaint Loverture fue enviado a Francia donde falleció en abril de 1803 a consecuencia de la mala atención médica. Mientras tanto, Leclerc no alcanzó a sobrevivir al año de 1802, sucumbió a las enfermedades tropicales de La Española.

El descabezamiento de ambas facciones abrió el camino para que Jean-Jacques Dessalines, un ex esclavo que se unió a la rebelión de Toussaint Louverture, se apoderara del control del ejército independentista y consiguiese expulsar a los franceses en 1804. Sin embargo, la historia de Haití a partir de su independencia ha sido descorazonadora. Pocas naciones han estado plagadas de tantas divisiones internas, al tiempo que padecen de severos autoritarismos. El propio Dessalines se apropió del gobierno al consumar la independencia y proclamó el Imperio de Haití, autonombrándose Jacques I. Las disputas por el poder no se hicieron esperar, a tal grado que para 1806 Dessalines fue asesinado. El complot fue elaborado por dos antiguos partidarios del primer emperador haitiano: Henri Cristophe y Alexandre Petion. Cada uno estableció su propio Estado. Cristophe en el norte con el Reino de Haití, donde se coronó como Henri I. En el sur, Petión estableció la República de Haití. Fue hasta que fallecieron ambos que Pierre Boyer tomó el gobierno y reunificó en 1820 a Haití. Además de la unificación, el período de Boyer se distinguió por la invasión a la parte oriental de La Española, con lo cuál se le arrebató a la República Dominicana su independencia por 22 años. Así también se consiguió que Francia reconociese la independencia haitiana en 1826 a cambio de 150 millones de francos-oro.

A partir del gobierno de Boyer las largas dictaduras que comienzan y terminan con Golpes de Estado han sido la constante para la nación caribeña. Quizá las primeras dictaduras fueron encabezadas por personajes que habían sido esclavos analfabetos o semianalfabetos, pero el más crudo de los gobiernos dictatoriales fue encabezado por un intelectual formado como médico tanto en la Universidad de Haití como en la Universidad de Michigan, François Duvalier. De 1957 a 1971 el llamado Papa Doc gobernó la nación caribeña haciendo uso de un discurso populista. En una entrevista realizada en marzo de 1967 para el diario Excélsior, que la revista Proceso volvió a publicar en su edición más reciente (núm. 1733, 17 de enero de 2010, p. 44-46), se traslucen algunos elementos que permiten percibir el talante autoritario de la dictadura duvalierista. Hasta la fecha, muchos analistas consideran a esa como la más brutal de las muchas dictaduras que ha padecido Haití.

La debilidad política de la pequeña nación caribeña, no solamente se traduce en que es, en la actualidad, la más pobre en América Latina; lo cuál ya es decir. También ha derivado en el hecho de permitir más ampliamente la ingerencia extranjera del imperialismo. En diversas ocasiones Estados Unidos ha intervenido en Haití quitando o colocando gobernantes. Los casos más recientes fueron en 1994 cuando los marines estadounidenses reinstalaron en la presidencia a Jean-Bertrand Aristide. Curiosamente, diez años después, en 2004 cuando se conmemoraba el bicentenario de la independencia haitiana, las tropas del Tío Sam obligaron la deposición de Aristide para colocar a Boniface Alexandre.

Las continuas crisis derivadas de la inestabilidad política se combinan comúnmente, en aquella nación, con el fracaso económico como producto del rudimentario desarrollo de las fuerzas productivas. Ello ha convertido a Haití en una de las regiones más propensas a padecer los efectos de los desastres naturales. Ya es algo constante que los huracanes azoten cada verano a la isla, nada más en el 2009 cuatro ciclones pasaron consecutivamente por esa nación, pero el pasado 12 de enero el terremoto se sumó al listado de desastres naturales que azotan a los haitianos. Una larga relación de fenómenos a la cuál los gobiernos son incapaces de responder efectivamente y prontitud.

Sin embargo, contra las ingenuas teorías del revolucionarismo pequeñoburgués, la coincidencia de las crisis políticas con las económicas no ha derivado en una revolución para Haití. Por el contrario, las condiciones de miseria han reforzado la tendencia a establecer gobiernos autoritarios y cuya institucionalidad se fundamenta en los caprichos del dictador en turno. Como respuesta ante la situación, los haitianos se han amotinado una y otra vez. Sin embargo, son levantamientos desorganizados que responden más a la motivación de satisfacer las necesidades básicas de la existencia, en el mejor de los casos. O que en su momento han derivado en una corrupción moral de muchos trabajadores, que les impide escapar de la vida característica del lumpen.

Tan grave es la situación haitiana que misión humanitaria que la ONU (Organización de las Naciones Unidas), encabezada por las tropas brasileñas, ha podido imponer algún tipo de orden en los casi seis años que lleva. Por el contrario, el terremoto que devastó la pequeña nación caribeña, no solamente descabezó a tal misión. También evidenció que los organismos internacionales no están interesados en solidarizarse con las naciones más vulnerables, su altruismo es realmente un adorno para justificar el imperialismo. Debido a tales circunstancias es menester que los trabajadores del mundo asumamos la consciencia de clase que nos corresponde. Es decir, que despleguemos el internacionalismo que le caracteriza al proletariado. No solamente para reforzar los elementos que les permitan a los trabajadores haitianos desarrollar una consciencia para sí, sino también los que le permitan hacer avanzar a sus fuerzas productivas. Es una labor bastante ardua, pero las exigencias revolucionaras lo apremian. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!

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