En las semanas anteriores he abordando el tema de las repercusiones que tiene la actual crisis, ahora devenida en depresión de la economía mundial, sobre los trabajadores en México. El tema no es menor, es una costumbre recurrente de los capitalistas hacer que sean las clases subsumidas, comenzando por el proletariado (entendido ampliamente), las que paguen los costos de la crisis. Además, los momentos negativos del ciclo económico representan para el sector hegemónico de la clase dominante, momentos de oportunidad que les permiten reconstruir la parte político-jurídica del modelo de acumulación de forma tal que, queden desarticuladas las conquistas sociales que limitan la voracidad de la libre acumulación de capital. En otras palabras, intentan aprovechar el desconcierto generalizado para ocasionar cambios que les favorezcan en la correlación de fuerzas de la lucha de clases. No es casualidad que durante los momentos en que la crisis en México comienza a convertirse en depresión que el secretario del trabajo, Javier Lozano Alarcón, sea insistente en la realización de reformas a la Ley Federal del Trabajo (LFT), incluso presentó, durante los foros sobre la situación económica del Senado en febrero, un documento en el cuál se recopilaron algunas propuestas para modificar la legislación laboral vigente con base en los deseos de los patrones.
El escenario exige la priorización del tema. Hace falta hacer una crítica profunda contra los postulados del gobierno de Felipillo I el espurio en materia laboral. Con ese fin, hasta ahora, se he referido el contexto en el cuál se desarrollan los trabajadores en México. Se presentó en entregas anteriores una panorámica sobre las condiciones para el trabajo, vinculándola con conformación de la estructura económica del país. Lo anterior nos brinda una base sólida para profundizar en las exigencias empresariales contra la clase trabajadora. Aunque antes de entrar en materia de forma extensa, es preciso señalar aún tres elementos adicionales a tener en cuenta para explicar el sentido de las añoradas reformas calderónicas.
Por un lado, es preciso desmentir la socorrida justificación del gobierno federal que le endosa todas las culpas de la crisis al exterior. Pues la interrelación que nos brinda el libre comercio internacional hace imposible que las naciones escapen tanto de las enormes bondades de la globalización como de sus pasajeros problemas inherentes. Es cierto que cuando se ingresa en la división internacional del trabajo, las cadenas productivas quedan supeditadas a que en todo el mundo se desarrollen eficientemente las fases productivas: cualquier posible contratiempo espontáneo conllevaría efectos adversos para todos los participantes en esa división internacional del trabajo. Suena insensato que los capitalistas hayan adoptado ese esquema de producción como base del modelo de acumulación neoliberal. Y lo es: ¡vaya que lo es! Pero el razonamiento empírico del que parten nada tiene que ver con la sensatez, sino con la racionalidad de la acumulación de capital. Los capitalistas suponen que la libre circulación de capital, en todas sus formas salvo el capital variable (fuerza de trabajo), coloca la presión suficiente sobre los Estados y sobre las clases subsumidas para que mantengan una relativa estabilidad social. Así, cuando las condiciones no son adecuadas, a juicio del capitalista, para producir en una determinada región o para adquirir los insumos para la producción de una nación tal, simple y sencillamente mudan sus empresas o adquieren sus insumos en cualquier nación competidora. No obstante, ese juego macabro no es ni tan unilateral ni mecánico como los teórico-dependentistas o los sistema-mundo analistas lo presentan; implica mayores complejidades que pasan por la aceptación misma de las naciones involucradas hacen para entrar en dicho juego. La decisión nacional de ingresar en la división internacional del trabajo está determinada por la correlación de fuerzas interna de cada país. En aquéllos donde la clase dominante ejerce un control más férreo de la sociedad, habrá mejores condiciones para que los imperialismos se apropien de la producción que en aquéllos donde la correlación de fuerzas está más equilibrada entre las clases sociales. En síntesis, es una cuestión interna, no de una sobrenatural fuerza externa. En México es evidente que las condiciones permiten que la burguesía endémica imponga sus orientaciones sin encontrar objeciones suficientes. Lo anterior se magnifica dada la patética mentalidad de los capitalistas mexicanos que prefieren mantener el status basando en las rentas obtenidas de sus alianzas con los capitalistas extranjeros. De ese modo han creado una estructura industrial, aniquilando la anterior, semi-capitalista (ver Reyertas 25) que desboca la escasa industria desarrollada hacia el mercado exterior, principalmente estadounidense, abandonando la generación de mercancías que satisfagan las necesidades del mercado interno. Para ejemplificar lo anterior véase que nada más la industria maquiladora realiza el 45% de las exportaciones del país, lo cual equivale al 12% del PIB, según datos del INEGI. Como se ha argumentado en anteriores entregas, al concentrar la capacidad productiva en un puñado de actividades económicas enfocadas a captar dinero del exterior, en lugar de producir lo suficiente para satisfacer las necesidades internas, conduce a importar más de lo que se vende, dilapidando así el dinero que ingreso por las exportaciones. La economía mexicana, entonces, queda expuesta por completo a las variaciones que el libre mercado mundial le dicte. Tal situación no solamente era evitable desarrollando antes que nada las fuerzas productivas del mercado interno, sino que es una circunstancia completamente reversible, claro que para ello habría que modificar profundamente las estructuras políticas. La tormenta solamente podría superarse realmente desechando el barco de gran calado por uno que sí flote.
El segundo elemento que hay que tener presente es la condición efímera de las crisis en comparación con los períodos de depresión en el ciclo económico. Las crisis no son más que el punto en el cuál se generaliza en varias ramas de la producción un descenso extraordinario de la tasa de ganancia. En cambio, durante la depresión se suceden una serie de acontecimientos que depuran las condiciones desfavorables para la acumulación de capital: aumento de la quiebra de empresas, derrumbe de los precios, incremento del desempleo, restricción de los mercados financieros, descubrimiento de grandes fraudes. Considerando esto podemos señalar que mientras las crisis suelen durar unas cuántas semanas, quizá meses, las depresiones se miden en meses y hasta en años. Además, las crisis y depresiones difícilmente se presentan de forma simultánea en todo el mundo, sincronizada sí, pero no simultánea. Esto se debe precisamente al elemento arriba señalado: la división internacional del trabajo. Las naciones que suministran materias primas y otros insumos para la producción, suelen tener un impacto retardado de las crisis en las originadas en las potencias hegemónicas, pues solamente cuando éstas comienzan la fase de depresión es cuando detienen sus importaciones de suministros para la producción.
En el caso de la depresión mundial actual, tenemos que la crisis iniciada en el sistema financiero estadounidense se convirtió en franca depresión hacia finales de agosto de 2008 y en México apenas se inició hacia mediados de octubre. Dados los indicios disponibles hasta ahora, da la impresión que antes que mejorar la depresión va para largo, pues sigue sin haber una política económica en Estados Unidos que logre reanimar su producción interna, y por los elementos que se perfilan, aún si allá se consigue adoptar las medidas adecuadas es muy posible que estén basadas en el consumo interno y no en la adquisición en el mercado mundial de los insumos necesarios para la producción. Por tanto, y en vista que las medidas de Felipillo I el breve no atienden ni los puntos esenciales ni en las proporciones adecuadas, es factible que la economía mexicana tarde todavía más tiempo en salir del periodo depresivo. Ello extenderá los consecuentes costos de la inactividad económica hacia los trabajadores, dado que los capitalistas no tienen ya el incentivo para seguir invirtiendo, por el contrario, las condiciones los motivan a convertir su capital en simple acervo de dinero: se seguirá incrementando el capital ocioso.
El tercer elemento que es preciso mantener en la memoria es el contenido ideológico en que se fundamenta la legislación laboral en México. Si bien como señaló el historiador James D. Cockcroft en su libro Precursores intelectuales de la Revolución Mexicana (México, Siglo XXI, 2002) la inclusión del artículo 123 en la Constitución de 1917 representó un triunfo de los trabajadores que influyeron en los movimientos antecedentes de la Revolución de 1910 y que participaron políticamente durante ésta con el programa del Partido Liberal Mexicano como referente. Este artículo constitucional no ha estado exento de sufrir en la práctica modificaciones que contravienen a su sentido original. No se trata nada más de las reformas que incluyeron al apartado B o las que añadieron en la fracción XX del apartado A las Juntas de Conciliación. La propia teoría del derecho laboral que se creó a partir de los años ’30 del siglo XX, en pleno cardenismo, ha contribuido a neutralizar el sentido progresista contenido en el programa magonista. Por cuestiones de espacio habrá que posponer la profundización en este aspecto para la próxima entrega. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
3 comentarios:
HOla,
No había tenido mucho tiempo de leer el blog, pero ahora que lo hago, vaya que aprendo mucho. Llama la atención la relevancia del tema frente a la poca atención que ha recibido en medios de comunicación y otros espacios...
¿Dónde está el trabajo consciente y organizado de los oprimidos para hacer frente a la reforma laboral del gobierno de Calderón?
SAludos.
Lorena.
Saludos Lorena;
Antes que nada, muchas gracias por el comentario, nos alegra que de algo le sirva a los lectores la información y los puntos de vista que se vierten en esta página.
Sobre la pregunta que nos dejas planteada. Es muy buena y quisiera tener una respuesta más halagüeña, pero me temo que la parte consciente y organizada de los oprimidos no brilla precisamente por su claridad en torno al tema de la legislación laboral. Hace falta mucha labor con los trabajadores. Comenzando porque una parte importante de ellos no se asumen como tales, las formas de trabajo actuales les impide ver su condición de trabajadores y se quedan en su horizonte más cercano, la reivindicación de sus derechos inmediatos (sean como pueblos indígenas, a la tierra, a la libre elección de vivir su sexualidad, a su ciudadanía) pero se olvidan que para vivir hay que trabajar y que el trabajo le enaltece a una o uno. Por el otro lado, la dispersión también se acentúa con la incapacidad de las organizaciones sindicales para superar las direcciones corporativas (incluyo aquí a los llamados sindicatos democráticos), es curioso pero hace unos días en un foro sobre la Ley Federal del Trabajo, el abogado Arturo Alcalde Justiniani y la investigadora Graciela Bensusán coincidían en la necesidad de una reforma laboral profunda que toque al artículo 123 constitucional en un sentido que favorezca los derechos laborales, pero que el mayor obstáculo para ello viene de los propios sindicatos, incluyendo a algunos democráticos; mantener las cosas en un estado de resistencia les permite conservar la dirección de las organizaciones gremiales. Adelanto que una de las tesis que más adelante plantearemos es la de necesidad de desarrollar en el sindicalismo una democracia cognitiva, la cual también es extensiva hacia el resto de las clases subordinadas.
Muchas gracias por tu respuesta.
Muy preocupante lo que comentas aquí y lo que has desarrollado en los siguientes post. No he tenido oportunidad de revisarlos con detenimiento, pero pronto espero poder hacerlo y comentar, pues es un tema que me interesa muchísimo.
Saludos.
Lorena.
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