Este próximo domingo 5 de julio ocurrirá una jornada electoral más en México. La peculiaridad que se ha manifestado en el actual proceso deja muy claras las posiciones que se van perfilando dentro de la lucha de clases. La reivindicación de la anulación del voto, como estrategia política, ha sido un fenómeno que ha revelado el verdadero rostro de los demócratas mexicanos. Es curioso que todos aquellos que tienen un interés electoral directo hayan denostado, con lujo de violencia verbal, a aquellos que promueven la anulación. Ni la extrema izquierda electoral ni la extrema derecha electoral tienen empacho en unir sus voces para llamar a los anulacionistas: enemigos de la democracia. De López Obrador a Martínez Cázares, pasando por toda la gama de personajes portadores de colores y emblemas partidarios, la consigna es la misma: anular a los anulacionistas. En ellos no es extraño que la intención de participar en los comicios sin elegir su mercancía, perdón: propuesta, política les resulta una ofensa inadmisible. A tal grado llega la soberbia de los militantes e intelectuales partidarios que homologan el abstencionismo con la anulación, no les pasa por un segundo que la diferencia entre ambos campos es el nivel de consciencia que se requiere para optar por una o por otra alternativa; simple y llanamente lo único que alcanzan a ver es que es gente que no opta por la política que ofrecen.
En cierto sentido, en México se ha arraigado el prejuicio de que la política ofrecida por todos los integrantes de los grupos políticos es igual de defectuosa, no es más que una mercancía chatarra. El problema es que ninguno de los partidos ha hecho cosas serias, las campañas publicitarias no bastan, para cambiar esa percepción que tiene la sociedad de ellos, por el contrario, se empeñan en profundizar la distancia social entre dirigentes partidistas y la sociedad. Ello sin duda que ha conducido a muchos mexicanos a pensar que los procesos electorales son una farsa y por tanto no vale la pena participar en ellos. No es casual que el abstencionismo venga incrementándose desde la instauración del Instituto Federal Electoral (IFE). Pero hay que decirlo con todas sus letras: el abstencionismo ha sido una respuesta visceral ante la situación. La llamo visceral porque a final de cuentas carece de mayor proceso de reflexión que, por tanto, es un alejamiento de los individuos de los asuntos que tienen que ver con la cosa pública. Recurrir al argumento fácil de: “todos son la misma porquería, por eso ni voy a votar” es desentenderse del compromiso que se tiene con la clase y con la sociedad; fomenta el individualismo enajenante.
Es cierto que la llamada democracia representativa, por sí misma, es estéril para conseguir los intereses del proletariado, pero el problema no es desecharla sino ampliar el concepto de democracia, llevándolo hacia la construcción de la dictadura del proletariado. Ojo, aquí hay que ser muy puntuales para no incurrir en las trampas ideológicas que hábilmente ha empleado el capitalismo para igualar dictadura del proletariado con totalitarismo, para lo cuál contó con la torpe complicidad del modelo soviético, cuyo pueblo y estructura política jamás fueron capaces de desarrollar verdaderos mecanismos de toma de decisiones que le permitiesen al proletariado, como clase social, ejercer realmente el poder sobre el Estado. Tanto en Rusia como en otras revoluciones socialistas del siglo XX se desarrollo acertadamente la consciencia revolucionaria entre la sociedad, pero antes de desarrollar una consciencia práctica sobre el papel central que debe jugar la democracia plena en la construcción de la sociedad socialista. A nosotros, los trabajadores del siglo XXI nos queda como tarea, a la par de fomentar la consciencia revolucionaria entre los trabajadores promover la práctica correcta de mecanismos democráticos. Pues no se deben cometer los mismos errores, provocados por el desconocimiento social de la democracia, en que cayeron el pueblo ruso al permitir el autoritarismo (disfrazado de culto a la personalidad) que comenzó a construirse (ustedes disculparan el atrevimiento, pero la realidad debe tratarse como tal aunque vaya en detrimento del buen nombre de los héroes) incluso desde la época de Lenin, por un lado. Por el otro, tampoco se debe caer en el extremo opuesto, como lo hicieron los revolucionarios alemanes del período entre guerras mundiales, que al construir la República Popular llevaron la concepción de la democracia a grados realmente absurdos; construyeron una ultrademocracia que, como no tocó las relaciones de propiedad siguió trabajando bajo los principios del capitalismo, generando a la primer crisis económica, el descontento de las masas y dejó el terreno preparado para el ascenso del nazismo.
Pero, volviendo al tema tras la larga digresión, la decisión de anular el voto implica mínimamente, al contrario de la abstención, primero la reflexión sobre la necesidad de participar en los procesos democratizadores; y segundo, un mínimo análisis, tal vez no completamente claro ni completamente consciente pero reflexionado a final de cuentas, en el cuál la conclusión crítica suele ser básicamente, e independientemente de los matices, la misma en todos los casos: “ninguna de las opciones me representa”. Sí los cuadros políticos no fuesen tan soberbios ya habrían captado el mensaje de que su mercancía no es aceptable, por más que sea la única disponible en el mercado.
Se dice también, de manera ligera por parte de los izquierdistas electorales, que no anular es “darle el voto a la (malévola) derecha”, que ella es la que gana cuando la gente no voto. Por principio de cuentas es incurrir en la misma igualación que se refirió arriba y que se demostró, no opera. Después hay que recordar que anular es una opción que tiene exactamente los mismos efectos, en términos estadísticos, que el votar por otro candidato, en efecto, no es un voto que vaya hacia la izquierda (como no lo irán los de la gente que decida votar por los partidos de esa tendencia) pero tampoco irá hacia la derecha. O visto en sentido inverso, suponiendo que un anulacionista se convenciese de los profundos argumentos democratizadores de los partidos que le exigen votar, nada garantiza que ese voto vaya, efectivamente hacia los denominados partidos de izquierda. Una vez más, el riesgo que asume alguien que ha decidido participar en la votación pero anulando su voto corre exactamente los mismos riesgos que el que decide votar por un candidato que pierda la elección.
Ahora bien, al anular el voto, al igual que el optar por cualquiera de los candidatos, es insuficiente como proceso de movilización para los trabajadores. El capitalismo restringe el uso de la democracia, lo que hace falta es que de la anulación se pase a la organización de la sociedad para obligar al capitalismo a ampliar los márgenes de la democracia. En una primera instancia las demandas tendrían que enfocarse en una verdadera reforma a la legislación electoral, no como la caricatura que aprobaron los legisladores en 2007 y que ni ellos respetan (mucho menos las televisoras). El Estado debe de dejar de mantener a los partidos y sus intereses particulares, el reconocimiento al derecho a la anulación del voto al asignarle repercusiones contra los partidos. En otro nivel, también esa organización democratizadora tendría que promover cambios que fortalezcan el parlamentarismo; centrándose antes que nada en tres aspectos, más importantes aún que la tan cacareada reelección: 1) los mecanismos para la revocación del mandato, 2) la disminución de los ingresos totales a que pueden hacerse acreedores los legisladores, teniendo cuidado de que tales disminuciones no las vayan a trasladar hacia los trabajadores del Congreso, y 3) establecimiento de mecanismos como el referéndum y la consulta popular para el caso de las reformas profundas, y no solamente a la Constitución sino también a leyes federales estratégicas.
Pero eso sí, todos los anulacionistas que decidan organizarse deben tener cuidado para no caer en las desmovilizadoras redes de los mercaderes de la política, es decir algunos intelectuales de medio pelo o primos de Felipillo I, que intentan sacar su cuota política por desactivar al movimiento.
Ahora bien, para aquellos que aún no deciden si participarán en las próximas elecciones, o que están simpatizando con la anulación pero no están completamente convencidos, sería importante que para decidirse se hiciesen unas cuantas preguntas: ¿Cómo se valora el futuro del país en los próximos tres años, siendo que los neoliberales necesitan que se aprueben varias reformas como la laboral? ¿Alguno de los programas de los partidos y/o sus candidatos han defendido los intereses de los trabajadores? ¿Vale la pena votar por el menos malo para que éste termine votando en contra de sus electores?
P.D. Solidaridad con la patria de Francisco Morazán, en esta ora negra para la democracia obrera en Latinoamérica. ¡Fuera el golpista Micheletti y sus mercenarios militares de Honduras! Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!