El pasado 14 de diciembre se celebró el 95 aniversario del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Hecho que lo ubica como el sindicato más antiguo, o al menos como uno de los más añejos, que aún mantiene su existencia. Este 95 aniversario llama la atención porque se presenta en medio de uno de los conflictos más dramáticos que han tenido que sortear los trabajadores electricistas. Pero, pese a las condiciones en que la clase obrera celebra un aniversario más del SME, el acontecimiento también debe darnos pie a reflexionar más sobre el surgimiento de las organizaciones obreras, como clase, y en específico en una de sus formas más socorridas: el sindicalismo.
Según lo que señaló el abogado Alberto Trueba Urbina en su Nuevo derecho del trabajo y que ha retomado el doctor en derecho laboral José Manuel Lastra Lastra. Las primeras organizaciones de trabajadores surgieron casi al mismo tiempo que comienza el proceso de industrialización del país, es decir cuando surgen las primeras fábricas. Ambos autores dan cuenta de la fundación, en los años finales del gobierno de Benito Juárez, de la Sociedad Particular de Socorros Mutuos. Según algunas fuentes, se señala que dicha organización fue fundada por anarquistas que llegaron de Grecia y que se habían contratado como trabajadores de la industria textil. Ya a comienzos de la presidencia de Sebastián Lerdo (1872) de Tejada se fundó la primera organización de trabajadores gremiales. Poco más tarde, al final del mismo período presidencial (1876), se fundó la Confederación de Asociaciones de Trabajadores de los Estados Unidos Mexicanos.
Con el impulso que la dictadura de Porfirio Díaz (1876-1880 y 1884-1911) y el gobierno de Manuel González (1880-1884) le dieron a la industria ferrocarrilera, la Confederación se fortaleció hacia 1890 con la creación de varias organizaciones de trabajadores ferrocarrileros. No obstante, al igual que en muchas otras partes del mundo, el derecho de los trabajadores a la organización no fue reconocido de buenas a primeras por los capitalistas ni por el gobierno. Fue un derecho cuyo reconocimiento, literalmente, costó sangre.
Las condiciones de represión constantes, unas veces abierta y en otras velada, contra la clase obrera y el pueblo que caracterizaron la dictadura de Porfirio Díaz, sentaron las bases para el surgimiento de nuevas formas organizativas del proletariado mexicano. Al mismo tiempo esclareció que el camino para los trabajadores no era el de las simples demandas inmediatas, las demandas económicas. La lucha de los trabajadores solamente podría avanzar en función de generar avances políticos grandes. Tal como la creación de un gobierno democrático.
En ese marco fue que para el año de 1901 los hermanos Flores Magón (Ricardo, Enrique y Jesús), aceptasen la invitación de Camilo Arriaga para participar en el Congreso Liberal que se celebró en la ciudad de San Luis Potosí. Evento con el que prácticamente se originó el Partido Liberal Mexicano (PLM). Cinco años más tarde, los Flores Magón tendrían una participación central en la elaboración del programa del PLM y la fundación formal de dicho partido. En poco tiempo, los contenidos programáticos se difundieron por el país y dieron vida a importantes movimientos obreros como el de los mineros en Cananea, Sonora, así como entre los trabajadores de la industria textil en Orizaba, Veracruz. En esas poblaciones se realizaron en 1906 y 1907, respectivamente, huelgas que tuvieron repercusiones muy extensas en el país. Nada más para empezar, tales sucesos le permitieron al PLM obtener experiencias valiosas que le fueron útiles para formar cuadros políticos que difundieron el pensamiento político del programa liberal.
La historiografía tradicional suele cometer el error de menospreciar el papel del proletariado durante la revolución mexicana. Durante las primeras etapas de la revolución, es cierto que la clase obrera como tal no desplegó grandes movimientos, sino que se adhirió a las movilizaciones populares. Entre el inicio de los levantamientos armados en noviembre de 1910 y el ascenso al poder de Victoriano Huerta, destacó el papel de los obreros agrícolas, al igual que el de los ferrocarrileros que hicieron posible el avance de las tropas revolucionarias en el norte del país. A lo anterior hay que añadir que, por desgracia, se suele omitir la repercusión que tuvo la inmigración de trabajadores desde Europa. Ya en pleno gobierno de Francisco I. Madero, se fundó la Casa del Obrero Mundial (COM) en julio de 1912, una de las primeras agrupaciones sindicales con inclinación anarquista. En la creación de la COM participaron dos antiguos anarcosindicalistas españoles que habían militado en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en su España natal. Me refiero a Francisco Moncaleano y Eloy Armenta. El objetivo de la COM era crear una unión federada de productores que hiciese posible una sociedad basada en la autogestión y coordinación de la producción de los trabajadores.
El proyecto de la COM fue bien recibido por el PLM, incluso algunos veteranos de dicho partido, como Antonio Díaz Soto y Gama o Manuel Sarabia, participaron activamente en la estructuración de la organización sindical.
Ya con Victoriano Huerta usurpando la presidencia de la república, la COM tuvo un papel bastante activo. A tal grado que introdujeron en 1913 la conmemoración del 1 de mayo a la memoria de los mártires de Chicago. Unos días después, el 25 de mayo se realizó un mitin en la COM que fue reprimido por la policía huertista y el encarcelamiento de los principales dirigentes. Además del arresto de los trabajadores se deportó a trabajadores de origen español que habían participado en la fundación de la Casa; José Santos Chocano, Eloy Armenta y José Collado. La creación de sindicatos auspiciada por la COM continuó su tendencia creciente, lo que motivó a Huerta a clausurar las instalaciones de la organización para finales de mayo de 1914. Lo cuál fue una medida desesperada del usurpador para recobrar el control político de la capital, pero fue demasiado tarde. Apenas un mes y medio después de la clausura de la COM se firmaron los Tratados de Teoloyucan (13 de agosto de 1914), con lo que un par de días después Victoriano Huerta debió abandonar la Ciudad de México y el país. Así, la reapertura de la COM fue posible el propio día 21 de agosto, poco menos de tres meses después de haber sido clausurada por la dictadura.
Durante el período de la Revolución marcado por el conflicto entre los Constitucionalistas y los Convencionistas, el proletariado como clase desempeñó un papel fundamental, en particular la COM. Al principio del gobierno provisional de Venustiano Carranza (1914) el estallido de huelgas en la Ciudad de México, principalmente entre los trabajadores de los tranvías de la compañía Mexico Trailways el 3 de octubre de 1914. Dicha huelga fue el origen del Sindicato de Obreros y Empleados de la Compañía de Tranvías (más tarde cambiaría su nombre a la Alianza de Tranviarios de México). Parte del éxito de los tranviarios se debió a que en aquellos meses, a la realización de huelgas de trabajadores en la capital se agregaron los ataques que la Convención de Aguascalientes comenzó en contra de los Constitucionalistas de Carranza. Hecho que desembocó en la huída del gobierno provisional carrancista hacia el puerto de Veracruz y la toma de la Ciudad de México por los ejércitos Convencionistas, que reconocían como presidente del país a Eulalio Gutiérrez.
El triunfo de los tranviarios motivó a los trabajadores electricistas de la Mexican Light and Power para que un par de meses después (el 14 de diciembre) lograran la conformación del Sindicato de Empleados y Obreros del Ramo Eléctrico. Una semana después, la organización obrera cambió su denominación a Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).
A diferencia de lo que supone la historiografía tradicional, sería un grave error concebir como fenómenos aislados a la Convención de Aguascalientes y a las huelgas obreras. Aunque en efecto, las conexiones directas fueron muy escasas el efecto combinado de ambas consiguió generar un efecto de inestabilidad lo suficientemente grande como para poner en peligro serio al gobierno de Venustiano Carranza. Tales circunstancias no fueron comprendidas por los Convencionistas, pero sí lo fueron por los carrancistas. Por eso es que rápidamente se enfocaron a atraer a las organizaciones obreras. Álvaro Obregón y Venustiano Carranza le dieron un gran apoyo a las organizaciones de trabajadores, a tal punto que para el 10 de febrero de 1915, la COM decidió participar del lado del Ejército Constitucionalista. Eso dio origen a los batallones rojos que lograron sendas victorias carrancistas en Tampico, Tamaulipas y El Ébano, San Luis Potosí, además de colaborar de manera crucial en las victorias de Obregón sobre Villa en las batallas de Celaya en abril de 1915. Es una verdadera pena que haya sido la facción revolucionaria más oportunista, la de Carranza y el grupo Sonora (Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles) la que realmente haya tenido claro el papel estratégico que tiene la fuerza revolucionaria de la clase obrera. En cambio, las facciones más avanzadas, congruentes y consecuentes, las de Francisco Villa y Emiliano Zapata, despreciaron ese potencial de los trabajadores.
No se puede argumentar que Villa y Zapata estuvieron lejos de los medios que les permitiesen comprender mejor la capacidad del movimiento obrero. Ambos tuvieron en su círculo más cercano a veteranos miembros del PLM y partidarios del floresmagonismo. Librado Rivera, Antonio Díaz Soto y Gama y Manuel Sarabia fueron los más destacados seguidores del magonismo, pero además fueron personajes de acción que estuvieron cercanos a los revolucionarios de todas las facciones. Algunos tuvieron gran influencia en el zapatismo, a tal grado que los principales objetivos del Ejército Libertador del Sur fueron desarrollados de manera clara por el magonismo. El brazo derecho de Villa, el general Felipe Ángeles, fue un personaje con bastante influencia de los magonistas. Sarabia y el propio Díaz Soto y Gama influyeron en la fracción de diputados pro-obreristas del Congreso Constituyente de 1916-1917. De hecho, el artículo 123 de la Constitución de 1917 es un gran avance del movimiento obrero al cuál los carrancistas tuvieron que ceder.
Pero incluso dentro de los constitucionalistas, el papel de los trabajadores no era igual de claro para todos. Fue precisamente el denominado grupo Sonora, encabezado por Álvaro Obregón el que tuvo más claridad. Éste caudillo fue el que apoyó con mayor intensidad a la COM. De hecho intercedió para que tal organización se transformase en 1918 en la Confederación Regional de Obreros de México (CROM) con Luis N. Morones como primer dirigente. Además, Obregón apoyó la creación del Partido Comunista Mexicano en 1919. Mientras tanto, el mismo Venustiano Carranza, al reestablecer su gobierno en la Ciudad de México en 1916, no tuvo la capacidad para sortear mejor las huelgas obreras de aquél año que reprimir a los trabajadores y perseguir a los integrantes de la COM.
Como puede inferirse de la historia del sindicalismo en México, el potencial revolucionario de la organización obrera es grande, pero depende de que tenga una dirección que realmente se guíe por las necesidades de la clase obrera. La situación de los trabajadores electricistas agrupados en el SME al conmemorarse el 95 aniversario de su fundación, debe ser motivo que nos conduzca a recuperar este tipo de objetivos.
2 comentarios:
¡Cierto!
Me caen algunos veintes, tanto de la historia del sindicalismo en nuestro país, como del proceso revolucionario.
Gracias por esta entrega :)
que interesante que en otros tiempos también había una lucha de izquierda fracturada entre obreros y campesinos, esto es para aquéllos que sueñan con el 2010 y no ven que no hemos superado las mismas contradicciones en nuestro propio bando.
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