El triunfo electoral de “el Pepe” en las elecciones presidenciales uruguayas del pasado 29 de noviembre, no puede verse como el triunfo de un solo individuo o de un pequeño grupo integrado por la cúpula del Frente Amplio (FA). Independientemente del rumbo político que decida tomar el antiguo militante de la organización guerrillera Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), sería una gran mezquindad no reconocer que el principal artífice de la victoria electoral de la izquierda uruguaya fue el propio pueblo uruguayo. Además, dentro del propio pueblo hay que recordar que su principal componente es la clase obrera, los trabajadores que, ya sea en el campo o en la ciudad, viven de ofertar su fuerza de trabajo. La esperanza que tal suceso despierta entre los uruguayos es extensiva para el resto de América Latina. Es algo que viene muy bien después del revés que las izquierdas del mundo han sufrido en Honduras.
Es completamente razonable y cierto que un personaje aislado no puede ser elevado al rango de “el gran salvador” de la clase obrera. Partir de esa idea ha ocasionado que a cada paso los revolucionarios nos topemos con la pared infranqueable de una nueva política de tendencias contrarrevolucionarias. También es cierto que en los años recientes, “el Pepe” se ha comportado políticamente como un destacado funcionario del sector agrícola en el gobierno de Tabaré Vázquez. Gobierno que, por cierto, no se distinguió por su consecuencia con las necesidades democráticas de las clases subsumidas. Sino que en muchas ocasiones se limitó a continuar la línea esbozada por las instancias promotoras del libre comercio. Por ese simple hecho, agregado a la urgencia por evitar toda sobreestimación del individuo sobre la clase, es que al “Pepe” no se le puede entregar un cheque en blanco.
Sin embargo, pese a todas las objeciones que se pueda tener sobre el presidente electo de Uruguay, tampoco sería justo tildarlo como un enemigo más. Por el contrario, si algo demostró el pueblo hondureño durante el gobierno inconcluso de Manuel Zelaya, fue que hasta los empresarios más vinculados a los intereses de la burguesía librecambista pueden, eventualmente, radicalizarse lo suficiente para defender las demandas democráticas de las clases subsumidas. Pero ese pequeño detalle solamente es posible conseguirlo gracias a la movilización organizada del pueblo. El asunto es no caer en la trampa de sentir que el trabajo ya fue hecho y que se puede descansar de la ardua tarea de la participación activa de la sociedad. ¡En lo más mínimo! Al contrario, se trata de agregarle un salto de calidad a la organización: hacer que ésta posea inteligencia e imaginación.
La fuerza que da la cohesión las clases sociales oprimidas alcanza bien para radicalizar las posiciones de cierta parte de la burguesía que tiende a las posiciones democráticas. Sin embargo, avanzar en el contexto de una lucha de clases más agudizada, cuyo antagonismo comienza a hacerse claro, implica que la clase obrera desarrolle mucha mayor astucia. Sin ese elemento, lo que ocurrirá en Uruguay será lo mismo que ha ocurrido en tantas otras partes del mundo: un gobierno de izquierda que en lugar de posibilitar el avance de las fuerzas revolucionarias, lo inhibe. Dado el pasado de José Mújica ese es justo el riesgo que se corre en Uruguay.
Al igual que ha ocurrido con otras organizaciones que comulgaban con el socialismo y el foquismo al mismo tiempo, los tupamaros han venido suavizando sus posiciones de manera radical. La desbordada pasión que les impulsaba a ser los más fieros comunistas careció, con el tiempo, de los argumentos razonados que sustenten los objetivos a largo plazo y los defiendan del acoso que implica la obstinada vida cotidiana. Esto explica porqué Mújica y sus seguidores ahora festejan con gran emoción la línea que ha desempeñado Lula en Brasil, es decir, el llevar a cabo una política de conciliación entre clases que adormece cualquier clase de consciencia revolucionaria. Es cierto que un objetivo irrenunciable de la izquierda es el fomentar el desarrollo de las fuerzas productivas en beneficio de la sociedad, no del capital. Al igual que lo es la necesidad de unificar a aquellos que son distintos. Sin embargo, una cosa es cumplir estas condiciones y otra muy distinta hacerle el juego a la burguesía librecambista al hacer ver los avances como una concesión del gran líder y no como lo que en realidad son: el producto de la lucha de las clases subsumidas. Lucha que se expresa tanto en la organización política como en la propia realización cotidiana de las tareas productivas, es decir tanto en lo más grande como en lo más pequeño de la existencia. En su artículo El ejemplo a seguir es Lula ¡Grande Lula! Uniendo a los diferentes, del 13 de abril de 2009 y publicado en su blog Pepe tal cual es, Mújica deja claro que para él la promoción del desarrollo de las fuerzas productivas deja de ser un medio que impulse la consciencia de las clases oprimidas, para volverse un fin en sí mismo. Un fin que por cierto, de manera falaz se equipara con la abolición de la pobreza.
La única manera en que el pueblo uruguayo puede evitar la reedición de un Lula que por erradicar la pobreza terminó haciéndole un favor a la burguesía neoliberal, en lugar de abonar a la construcción de un proyecto que elimine de fondo las razones de la miseria al tiempo que se liquida a los proyectos de la burguesía más regresiva y nociva para la sociedad, es que el pueblo supere esa limitación invalidante de creer que la organización es omnipotente y que por tanto puede prescindir en absoluto de la razón. La pelota está en la cancha del pueblo uruguayo, y sí hay mucho que celebrar con la derrota de Lacalle, pero la verdadera lucha de los trabajadores uruguayos apenas va a comenzar, todos los ojos del proletariado mundial deben girar hacia Uruguay para comprender lo que pase allá, sea para bien o para mal. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!
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