lunes, diciembre 28, 2009

Reyertas 70: Balance del año para México

La presente entrega es la última que se publica durante el 2009. Sin duda que ha sido un año sumamente contradictorio en términos de los avances en la lucha de clases, al menos desde la perspectiva de las clases subsumidas. Eso hace que realizar el trabajo de asimilación y comprensión teórica de los pasados 12 meses, sea una tarea demasiado ardua. En ocasiones infructuosa. Sin embargo, es indispensable hacerla.

En la entrega anterior, Reyertas 69: El año de la gran crisis, hice un balance lo más sintetizado que fue posible de las tendencias políticas que se marcaron en el plano internacional a lo largo del 2009. Por consiguiente, toca en la presente ocasión hacer lo propio con la situación nacional. Sin duda una labor bastante compleja, pero que es necesario hacer. Al menos, con estos artículos se persigue el objetivo de aportar un punto de vista a las discusiones que ya realizan las diversas expresiones de las izquierdas. Sobre todo para aquellas que comulgan con la necesidad de generar cambios revolucionarios.

En medio del panorama de crisis económica mundial, los efectos de ésta hacia la población de América Latina, y particularmente de México, son verdaderamente catastróficos para las clases subsumidas. Por principio de cuentas vale la pena referir que tan sólo en 2009, según la propia Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), la pobreza en la región creció en nueve millones de personas. Es decir, en su Informe Panorama Social de América Latina 2009 la CEPAL reconoce que en 2008 hubo 180 millones de personas en situación de pobreza. Según las mediciones del 2009, dicha cifra aumentó a 189 millones. Ese incremento es igual a la cantidad de pobladores de una ciudad como la de México. Aún no está disponible el desglose de dichas cifras, pero nada bueno augura para nuestro país ese dato, debido a que ya en el período 206-2008 la economía mexicana tuvo el orgullo de ser la única de América Latina que tuvo un incremento de la pobreza. En 2006, según la CEPAL, el 31.7% de los mexicanos vivían bajo la línea de pobreza, para 2008 se había alcanzado el 34.8% de la población. En cambio, en América Latina durante el 2006 equivalió al 34.1% de la población, dos años después había descendido hasta el 33%. Dado que en los años más recientes, México ha tenido un rendimiento inferior al promedio regional en casi todos los indicadores de crecimiento económico, es posible inferir que el incremento de pobres en América Latina, afectará mucho más a México que al resto de las naciones latinoamericanas. Son los grandes éxitos del programa Oportunidades, de la política Para Vivir Mejor y de la Guerra contra el narcotráfico. Tres grandes líneas que en lugar de fortalecer el tejido social, están acelerando su desintegración.

Para comprender de mejor manera la dura caída que está padeciendo la economía mexicana, como el piso del cuál parte la lucha de clases, es preciso atender cuatro esferas muy precisas: la destrucción de las fuerzas productivas, el debilitamiento de la fuerza de trabajo (tanto desde la disminución del salario como de los empleos disponibles), la pérdida de fuentes de ingreso alterno y el fracaso de las políticas económicas contracíclicas y asistenciales del gobierno. Desde la perspectiva de la lucha político-ideológica resaltan los procesos electorales para la LXI Legislatura. Aunque también tiene las secuelas del Terrorismo de Estado que se está implementando so pretexto de combatir al crimen organizado y la desarticulación de las garantías sociales que se está haciendo con la justificación de la crisis económica. A lo largo de la presente entrega iré desarrollando estos puntos. Aunque de entrada es preciso que el lector no pierda de vista que sin duda ha sido un año difícil para las expresiones progresistas que se alinean con las necesidades de las clases subsumidas. Mucho más que en el resto de América Latina. De hecho es posible adelantar que a México se le está convirtiendo en el laboratorio de la reacción de la burguesía librecambista para reforzar las estructuras del imperialismo estadounidense en la región.

Pese a las presunciones calderonistas sobre un navío de gran calado la realidad se presenta mucho más terca que el mismo Felipillo I, el espurio. Por desgracia para México, según las propias estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), hasta el tercer trimestre de 2009 se acumularon cinco trimestres consecutivos de caída de la economía, incluyendo cuatro en que la estadística ha sido negativa. La capacidad productiva del país permitió que todavía en el segundo trimestre de 2008 el Producto Interno Bruto (PIB) creciese a una tasa del 2.9%. El tercer trimestre del mismo año todavía se registró cierto crecimiento aunque ya solamente del 1.7%. Sin embargo, en los cuatro trimestres subsecuentes se presentaron tasas negativas que tuvieron su máximo punto en el segundo trimestre de 2009, cuando el PIB se contrajo hasta un -10.1%. El pretexto fácil que se ha esgrimido para justificar el colapso de la economía mexicana es, según el propio Calderón, que la actual ha sido la crisis más fuerte en décadas. Si bien eso no es algo falso, sí es una explicación sumamente incompleta y ni siquiera es el elemento central.

El que la marea de la crisis económica global haga estragos tan fuertes en la economía mexicana, solamente esclarece un aspecto: no se trata de un navío de gran calado sino de una minúscula balsa sin remos, vela ni timón que es incapaz de tener una dirección propia; su dirección la determina la corriente. Excepto Calderón y su gabinete de cuates, cualquier persona sabe que si una embarcación carece de los medio que le permitan navegar en vez de flotar a la deriva, es casi inservible. Desde fines de la década de los años setenta se comenzaron a desmantelar todos aquellos elementos que le daban dirección a la estructura productiva. Con la irrupción mexicana como uno de las naciones exportadoras de petróleo, durante el gobierno de José López Portillo, la economía del país comenzó a enfocarse en la obtención de divisas mediante la exportación del crudo. Ya en los años ochenta, bajo el gobierno de Miguel de la Madrid, se fomentó la expansión del sector manufacturero pero con la finalidad de exportar, casi en exclusiva, hacia los Estados Unidos. Con la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se consolidó la supeditación del sistema productivo mexicano a las necesidades del marcado imperialista estadounidense. Para muestra baste un botón: en octubre de 2009 las exportaciones mexicanas totales tuvieron un valor dinerario de 21,974 millones de dólares, de ésas 17,647 millones fueron hacia EE. UU., es decir el 80.3% de todas las exportaciones mexicanas es hacia un sólo comprador: Estados Unidos. A la burguesía librecambista que opera en territorio mexicano le preocupa sobremanera la existencia de monopolios en el mercado interno mexicano, pero le tienen sin cuidado los efectos todavía más destructivos que tiene el monopsonio al que México está sometido en el comercio exterior.

La petrolización del presupuesto del gobierno mexicano ha permitido que el régimen fiscal se relaje de forma preferencial hacia las grandes empresas. Los ingresos por la venta de petróleo y los préstamos que los organismos internacionales han entregado al país debido a la posesión de hidrocarburos posibilitaron crear grandes huecos en la legislación fiscal que solamente pueden aprovechar las grandes empresas para quedar exentas de una gran porción de los impuestos que deberían pagar. Ese simple hecho posterga uno de los objetivos que fundamentan al régimen fiscal: la redistribución del ingreso para evitar la polarización social.

Por su parte, la concentración de las industrias en la exportación hacia Estados Unidos, dado el pretexto de ser la mayor economía mundial, ha tenido el efecto de desmantelar progresivamente al mercado interno para subordinarlo a los intereses estadounidenses. Ello explica la correlación entre el desarrollo de las exportaciones no petroleras y el desarrollo industrial. No es casual que durante los catorce meses que transcurrieron entre agosto de 2008 y octubre de 2009 el índice de actividad industrial haya reportado tasas negativas consecutivas. Mientras que las exportaciones no petroleras reportaron la misma tendencia entre de octubre de 2008 a octubre de 2009. Cabe aclarar que los datos que reporta el INEGI llegan hasta octubre pasado. El que los medios de trabajo vayan quedando ociosos a la par que se reduce el comercio exterior no es ninguna casualidad, la política de libre mercado está diseñada para eso. En otras palabras, el libre comercio exige como tributo el sacrificio del mercado interno en las naciones en que el capitalismo está menos consolidado.

A la caída en las exportaciones y la actividad industrial también se agrega la pérdida de capital fijo, es decir tanto de edificaciones como de maquinaria o equipos para la producción. Una vez más, según el INEGI al cierre de octubre se registraban doce meses consecutivos con tasas negativas en inversión en capital fijo. Tomando en consideración que los efectos que tal tipo de inversión no tienen un efecto inmediato en la economía sino que se reflejan en el incremento de la producción hacia seis meses o un año, dependiendo del sector económico del cuál se trate, el resultado será que al menos hasta abril del 2010, cuando menos, no será un factor que potencie la expansión de la producción. Adicionalmente, la reducción de las tasas de inversión en capital fijo significa que los capitalistas perciben que la tasa de ganancias es demasiado baja como para arriesgar en la expansión de la capacidad productiva de sus empresas.

La ralentización de la economía mexicana se hace todavía más evidente cuando se habla del capital variable, es decir de la fuerza de trabajo. En ese sentido, la sociedad mexicana, desde hace varios años arrastra una terrible desigualdad. Solamente la cuarta parte de la sociedad es creadora de valor. Todavía para el año que termina, durante los tres primeros trimestres había poco más de 28.6 millones de asalariados en el país, que representan el 26.67% de la población absoluta. Eso no significa que el 73.33% restante de la población pertenezca a la clase capitalista. De entrada, hasta el propio INEGI reconoce que más del 40.39% de la población permanece en el ejército industrial de reserva. Sobreviviendo gracias a la solidaridad familiar o de clase. De tal manera que nos encontramos con que más del 67% de los mexicanos requiere de vender su fuerza de trabajo para subsistir. Sin embargo, a ese porcentaje hay que añadirle dos conceptos que ocasionan muchas confusiones en las estadísticas oficiales: el de trabajadores por cuenta propia y el de trabajadores informales. En esas categorías se confunde a muchos trabajadores que para poder vender su fuerza de trabajo, se les obliga a darse de alta ante la autoridad fiscal bajo regímenes similares al de un capitalista. Eso reduce considerablemente la porción de la población en la cuál se encuentran los capitalistas.

Para colmo de males, gracias a las errantes políticas económicas que ha seguido (o mejor dicho, continuado) Felipillo I, el breve, la crisis se ha traducido en el crecimiento de la tasa de desempleo a escala nacional. Cuando inició el sexenio la ficticia tasa de desempleo que publica periódicamente el INEGI, rondaba el 3.6%. En cambio, al cierre del tercer trimestre de 2009 la cifra reconocida por el gobierno como desempleo abierto alcanzó el 5.5% de la Población Económicamente Activa (PEA). Ya en varias entregas anteriores me he referido a lo tramposo que es la forma de medir ese dato por parte del INEGI, pero basta con decir que hasta en las estadísticas manejadas por el gobierno federal demuestran que durante los primeros tres años de Felipillo I, el mocho, se redujo la utilización de la fuerza de trabajo. Pero no solamente se tiene ese problema. El mismo valor dinerario que los capitalistas pagan por adquirir la fuerza de trabajo del proletariado ha decaído. En términos nominales, es decir solamente en la apariencia, el valor de la fuerza de trabajo, el salario medio que perciben los trabajadores mexicanos, creció en tres años 10.55%. Pero al descontar el efecto depreciador que tiene la inflación, o sea el crecimiento de los precios de la canasta básica, se tiene que en realidad la fuerza de trabajo tiene actualmente un valor dinerario 7.17% menor que en diciembre de 2006. Esto es, cuando Calderón tomó posesión de la presidencia el salario promedio de los trabajadores por cada hora laborada era de $26.49, para septiembre de 2009 esa cifra ha subido hasta alcanzar los $28.43. Sin embargo, al descontar los incrementos de precios que ha sufrido la canasta básica en estos tres años de calderonato, se tiene que esos 28.43 pesos de 2009 alcanzan para comprar la misma cantidad de productos básicos que se adquirían en diciembre de 2006 con $24.59. El valor dinerario de la fuerza de trabajo es, por tanto, -7.17% menor que en diciembre de 2006. ¡Vaya milagro de quien se proclama presidente del empleo!

El resultado inmediato de la pérdida de empleos, aunado a la disminución de la desvalorización de la fuerza de trabajo, tiene como consecuencia el incremento de la pobreza. Bajo el capitalismo las instancias nacionales e internacionales dedicadas a estudiar el desarrollo social, conceptualizan a la pobreza como la limitación de una persona para solventar sus necesidades alimenticias pero en crudo. Es decir, la concepción es que no importan las necesidades de la gente para vivir en forma plena, con que tengan qué comer aunque no tengan la capacidad para adquirir los medios de preparación y cocción de esos alimentos basta. En ese sentido, el propio Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) señala, en su Evaluación de la pobreza en México, 2009, que para 2008 hubo en el país 50.6 millones de pobres. Más aún, según ese mismo reporte, la pobreza se está incrementando en el país desde el año 2006 de manera constante, lo cuál está en completa concordancia con los datos de la CEPAL que cité al inicio de la presente entrega. Para colmo, las estimaciones de organismos internacionales como el Banco Mundial o la misma CEPAL sugieren que en México, durante 2009 entre cuatro y cinco millones de mexicanos cayeron en pobreza. En esas condiciones se alcanzaría la honrosa cifra de 54.8 millones de pobres hasta 2009, lo cuál significaría que en tan solo tres años el presidente del empleo consiguió que haya poco más de diez millones de nuevos pobres en el país. Con tales resultados cabe preguntarse ¿si mantener las políticas neoliberales, como lo ha hecho Calderón, no es el verdadero peligro para México?

En una gran cantidad de hogares la miseria es compensada con las remesas de dólares que los migrantes mexicanos en Estados Unidos envían a sus familiares en México. Tal situación ha convertido al país en la tercera nación, a escala mundial, y la primera en América que mayor flujo de divisas recibe por tal concepto. Incluso, en 2007 el país alcanzó su mejor registro al captar poco más de 26 mil millones de dólares. Sin embargo, desde ese momento hasta la fecha el flujo de remesas ha ido disminuyendo en forma consistente. Según el estudio La captación del flujo de REMESAS en México para el periodo de enero-octubre del 2009, elaborado por el Centro de Documentación, Información y Análisis de la Cámara de Diputados, en el 2009 solamente se habían captado hasta octubre poco más de 18 mil millones de dólares. Una tendencia que de mantenerse implicaría una reducción igual durante los últimos dos meses del año sería una disminución del 16.13% del flujo de divisas. Lo que está provocando la contracción de las remesas es evidenciar el fracaso de la política asistencial del programa Oportunidades. Junto a la promoción del militarismo que conlleva la guerra contra el narcotráfico, que continuamente está abriendo puestos de trabajo para convertirse en la única fuente capaz de absorber a la mano de obra desempleada, son lo más parecido a una política de desarrollo económico que ha implementado Felipillo I, el espurio. Cualquier política asistencial que venga del gobierno implica la claudicación de la responsabilidad por estructurar un mercado interno, pues significa equiparar a las instituciones de dirección del Estado con cualquier particular. El gobierno está para generar garantizar el bienestar social, no para administrar las limosnas. Pero cuando la política asistencial del gobierno fracasa, lo cuál es inevitable, lo único que queda claro es la urgencia por transformar el Proyecto de Nación. Tal como lo comentó el director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, Luis Arriaga, para la revista Contralínea el asistencialismo con el cuál enfrenta el Estado mexicano la miseria de millones de sus pobladores es el resultado de políticas de apertura comercial indiscriminada y de la insensibilidad oficial para conseguir la integración económica del país (Luis Arriaga Valenzuela, “Estado Mexicano, el responsable”, Contralínea, núm. 161, 13 de diciembre de 2009, p. 36-39). El colmo, es que en muchas comunidades las organizaciones del narcotráfico le han restringido el acceso a los funcionarios encargados de implementar los programas asistenciales e incluso a los educadores, tal como lo consignó la reportera Marcela Turiati (Proceso, núm. 1727, 6 de diciembre de 2009, p. 28-31). No es posible integrar un mercado interno cuando se excluye a gran parte de las comunidades rurales como consecuencia de su origen étnico y sus costumbres. Se requiere de encontrar mejores estrategias que la imposición de proyectos a las comunidades, pero que tampoco caigan en solapar el rezago so pretexto de respetar su autonomía. La autonomía debe ser ejercida por los pueblos en todos los rubros posibles, pero tomando en consideración las necesidades del conjunto nacional. Es decir, una autonomía que parta de los principios tanto de solidaridad como de responsabilidad de la comunidad local hacia la comunidad nacional.

En el campo político de la lucha de clases, sin duda que también fue un mal año para la clase obrera. Los pocos avances que se habían logrado en años anteriores, se han comenzado a desmoronar. Pese a todas sus deficiencias como personaje, la candidatura a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, fue un elemento que logró agrupar a una buena cantidad de militantes de las diversas izquierdas. Durante el 2009 las fracturas al interior del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el ahondamiento de las rupturas con el resto de los partidos de izquierda con participación electoral (Convergencia, Partido del Trabajo y Partido Socialdemócrata), han sido el sepulcro del lopezobradorismo. Cabe hacer un pequeño paréntesis para recordar que uno de los grandes errores de las izquierdas revolucionarias en México fue el de respaldar la candidatura de Andrés Manuel López Obrador en el 2006, dado que su forma de proceder no lo distingue de otros cuadros profesionales de la política. Aunque hay que reconocer que tanto la participación de 2005 en contra del desafuero y la unidad en el 2006 fueron buenos avances. Esto es, en las elecciones de 2006 fue un acierto de los revolucionarios el aliarse con el resto de las izquierdas, el error fue que esa unidad se diese en torno a un personaje que antes de favorecer las condiciones para el desarrollo de las organizaciones revolucionarias, inhibiría la participación popular. El tiempo, por desgracia, ha demostrado que el argumento tenía suficiente terrenalidad. Aun sin haber conseguido la presidencia de la república el lopezobradorismo ha sido uno de los factores, aunque ciertamente no el más importante, que desmovilizan y desalientan la participación de la sociedad en los procesos electorales. Es decir, en el perfeccionamiento de la democracia capitalista.

Lo anterior viene a colación debido a que la gran perdedora de las elecciones parlamentarias del 2009 fueron las expresiones de las izquierdas en México. Ni se hizo un buen trabajo durante las campañas de precandidatura, ni en las candidaturas, ni se avanzó en la consolidación de redes sociales que realmente estén en condiciones de enfrentar a la burguesía de libre mercado. El colapso de la izquierda electoral comenzó con dos eventos, la toma por asalto del PRD por los chuchos y las modificaciones a la ley electoral que restringen a las coaliciones entre partidos, puñalada en contra de la clase trabajadora que avalaron las huestes de Jesús Ortega y Jesús Zambrano. La primera le entregó el partido a la facción que más oportunismo ha demostrado en la historia, cosa que no han tardado en demostrar. Desde el 2008 Nueva Izquierda se ha empeñado en complacer al gobierno federal, aún en contra de los estatutos del PRD, para obtener pequeños espacios de dominio político. Victorias pírricas que encumbran a los dirigentes chuchos pero debilitan por completo al partido y, pero aún, la vía de la lucha electoral desde la perspectiva de clase. El segundo hecho, las restricciones a las coaliciones, fue una reforma que se impulsó desde las cúpulas de la oligarquía rentista para reforzar las divisiones entre las izquierdas. Cosa que hasta ahora ha funcionado perfectamente, pues en el proceso electoral de julio de 2009 los candidatos de los tres partidos de izquierda perdieron la mayoría de las elecciones. Para colmo tanto el Partido del Trabajo (PT) como Convergencia se vieron forzados a buscar sus propias vías de desarrollo, pues la dirección actual del PRD está empeñada en imponer su voluntad.

Para el partido oficialista tampoco fue un proceso electoral favorable, pues el Partido Acción Nacional (PAN) perdió la mayoría relativa que había conseguido en la Cámara de Diputados tras las elecciones del 2006. Sin embargo, desde una perspectiva de clase fue lo mejor que le pudo haber ocurrido a la burguesía librecambista que actúa en México. Al conseguir la mayoría absoluta, la coalición entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) se ha revitalizado la iniciativa de la facción hegemónica de los capitalistas. Ello se debe a que, ante su posición minoritaria en el Congreso, ahora el gobierno de Calderón está obligado a hacer concesiones más importantes para quedar bien con la fuerza mayoritaria de la oposición. En retribución a dichas concesiones el priismo ha puesto de su parte toda la experiencia y capacidad de negociación para sacar a flote la parte fundamental de las propuestas del ejecutivo. En esas condiciones, en la práctica, se percibe la conformación de un bloque inamovible entre el PRI y el PAN que es capaz de cerrarle cualquier resquicio a la oposición. Así, las alternativas de las izquierdas electorales son dos: o realizar un arduo trabajo de apertura de espacios para el debate o capitular la lucha parlamentaria para entregarse en brazos del bloque legislativo del PRI y el PAN. Ambos caminos tienen su costo político, en el primer caso se trata de la resignación a que las posiciones democratizadoras están perdidas de ante mano, a cambio de ganar cierta autoridad moral entre la sociedad que será útil para reorganizar la lucha electoral. En el segundo caso, el costo es la aniquilación de cualquier autoridad moral y, por ende, la evaporación de cualquier posibilidad real por ganar posiciones electorales en un futuro próximo, a cambio se podría ganar la posibilidad de hacer que se acepten en el Congreso algunas reformas insignificantes.

La descomposición de las organizaciones de izquierda que priorizan los métodos institucionales de lucha política es preocupante, porque le abren la posibilidad a la burguesía librecambista de profundizar el autoritarismo. Por una parte esto se demuestra en la serie de propuestas que Felipillo I, el mocho, presentó en fechas recientes al Congreso con la intención de modificar el funcionamiento del gobierno federal al reformar aspectos importantes de los tres poderes de la Unión. Sin embargo, al ser un proyecto de ley que se aprovecha de una necesidad real del país, el asunto de la propuesta de reforma política que plantea Calderón lo dejaré para la próxima entrega, pues en ella abordaré algunas líneas de acción en las que la clase obrera necesita avanzar en lo inmediato. Baste aquí con señalar que la misma presentación de dichas reformas es posible gracias a los avances que en el frente de la política institucional ha hecho el capitalismo de libre mercado. Sin duda que, debido a ello, en 2009 se marcó con mayor claridad la tendencia del capital hegemónico a la implementación de un régimen autoritario. La famosa lucha contra el narcotráfico es el mejor ejemplo de lo que podría pasar. En realidad hasta antes del llamativo operativo del pasado 16 de diciembre en que cayó asesinado el capo del narcotráfico, Arturo Beltrán Leyva (alías el Jefe de jefes), los operativos del gobierno federal habían demostrado que su intención no está tan centrada en combatir realmente al narcotráfico, sino en fortalecer a las fuerzas armadas del país. Por una parte se refuerza la capacidad de fuego, se rearticula al aparato de inteligencia mediante el famoso Plan Mérida y se expande el número de efectivos que conforman tanto al ejército como a la marina, a la fuerza aérea y a determinadas corporaciones policíacas. Por la otra parte, se generan condiciones de violencia en la sociedad, mediante brutales provocaciones al crimen organizado. De esa manera se obliga a dichas las organizaciones de capitalistas fuera de la ley a incrementar su arsenal, con ello se crean condiciones propicias para justificar cualquier acto de exceso de violencia por parte del gobierno, tal como ocurrió con la ejecución extrajudicial de Beltrán Leyva. Ahora, el uso excesivo de la fuerza se está implementando con mayor frecuencia en contra de los cárteles de narcotraficantes, incluso ya hay indicios de la formación de escuadrones de la muerte y otra serie de cuerpos paramilitares. Pero nada garantiza que esos mismos instrumentos queden sin emplear cuando se trate de someter a las disidencias sociales. Es un hecho que desde hace más de una década el descontento social va creciendo de manera constante, aunque sin desarrollar una capacidad organizativa que realmente ponga en aprietos al Estado. Sin embargo, a la burguesía le es necesario desarticular ese descontento mucho antes de que realmente cuajen las organizaciones amplias, y para ello está dispuesta a recurrir a cualquier medio. Por ello es que de ser cierta la existencia de escuadrones de la muerte y grupos paramilitares auspiciados por el gobierno federal, son una grave amenaza para el desarrollo de las luchas populares.

Por su parte, al igual que las organizaciones electorales, las distintas expresiones de la izquierda que actúan en las más variadas instancias de lucha se están desgastando sin encontrar una verdadera cohesión que permita avances políticos desde la perspectiva de la clase trabajadora. Hasta este 2009 había tres grandes instancias que permitían darle cierto desarrollo a los movimientos sociales. Por un lado, el lopezobradorismo, por el otro el neozapatismo y por otro el sindicalismo independiente encabezado por el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). De esas tres expresiones, el neozapatismo es el único que no reportó números rojos durante el año. Los otros dos reportan un saldo más que lamentable. El lopezobradorismo ha conseguido afiliar a poco más de dos millones de mexicanos a su movimiento, pero con la grave deficiencia de no generar una verdadera militancia. Al igual que al interior del PRD, el lopezobradorismo no hace intentos serios ni tenaces por darle a sus partidarios una verdadera formación política que les permita ser militantes. Es decir, reproduce la vieja práctica priista e la creación de clientelas. Son más bien esporádicas las brigadas lopezobradoristas que realmente se han preocupado por preparar a sus integrantes para una lucha política más seria. En el caso del SME, éste sindicato tenía muchos años de ser la cabeza más visible del sindicalismo, e incluso del movimiento obrero, pero con la liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, está en riesgo la posibilidad de coordinación de las expresiones sociales que estaban alrededor del sindicato de electricistas. Es cierto, que la primera reacción contra el cierre de la empresa fue la intensificación de las movilizaciones, no solamente del sindicato, sino también de otras organizaciones populares que se solidarizaron, inclusive se vivió una revitalización del movimiento lopezobradorista cuando éstos se adhirieron a las movilizaciones de los electricistas. Pero la burguesía le apuesta a que el desgaste acabará con el SME, el cuál no podrá recuperarse debido a la falta de una normalidad institucional que le dé continuidad a la vida interna de la organización. Ante la falta de reacción de los sindicatos agrupados en la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) y la debilidad de los que integran el Frente Sindical Mexicano (FSM), es muy poco probable que se consiga llegar a la huelga nacional. La única alternativa, por ese lado para el movimiento obrero es que la propia base del SME asuma las riendas del movimiento de la mano de las organizaciones sociales que tienen estrecha relación con el sindicato y logren rebasar a la actual dirigencia, que además de su poca imaginación política también es presa de su ineficiencia para resolver las contradicciones que surgen en su propia cúpula. La tercera de las organizaciones sociales que aglutina a una cantidad importante de movimientos es el neozapatismo. De alguna manera la oleada actual de movimientos populares a escala mundial, tiene una gran deuda con el EZLN, sentó las bases ideológicas que la reanimaron. Sin embargo, desde el fracaso de la Sexta Declaración con todo y su Otra campaña los neozapatistas no fueron capaces de rearticular su estrategia ni de corregir su propio análisis tras el encumbramiento de Felipillo I, el espurio, como presidente de México. Esa falta de autocrítica es la que tiene sumido al EZLN y sus organizaciones de apoyo en un marasmo. En Chiapas, los gobiernos autónomos, los llamados Caracoles, han ido cumpliendo muchos de los objetivos que se planteaban en su creación. Eso hace que en sus territorios de influencia el zapatismo tenga una solidez relativa, pues no dejan de existir las amenazas de grupos paramilitares financiados por los caciques locales en alianza con los partidos electorales de la región. No obstante, al tiempo que se consolidan internamente los Caracoles hacia el exterior, es decir en función de la lucha de clases en México y el mundo, los zapatistas se están aislando cada vez más. Cuidado, esto no quiere decir que pierdan contacto con el mundo, tienen sus mecanismos para relacionarse con el resto de la humanidad gracias a las organizaciones asistenciales que le brindan solidaridad tanto en el país como en muchas naciones de Europa. El problema del neozapatismo es que ha renunciado por completo a participar en la construcción de un proyecto de sociedad distinto al capitalista, más allá de Chiapas. Por desgracia, lo que es válido para las comunidades indígenas de esa región, no es viable en muchas otras regiones. Al aislarse de esa participación, la construcción de su proyecto es bastante unilateral y no se garantiza que sea algo integrador. En cambio la estructura de asistencialismo externo que se ha formado entorno al zapatismo, pocos méritos puede adjudicarse; no es ni una generadora de organización ni de consciencia revolucionaria. Por el contrario, resulta más una válvula de escape que permite canalizar de manera inocua para el capital el aventurerismo revolucionario de la pequeña-burguesía radicalizada, tanto en las ciudades mexicanas como en el extranjero. Muchos de los simpatizantes con el neozapatismo, que se denominan a sí mismos adherentes a la Sexta Declaración de la Selva cometen el error de reducir la problema de la lucha de clases a un simple dilema de sensibilidad en sus vertientes ética y cultural. Es cierto que a partir de la irrupción del neozapatismo el 1 de enero de 1994 se ha presentado un cambio cultural profundo en las comunidades indígenas, el cuál es un hecho de suma importancia, pero el asistencialismo pro zapatista intenta reproducir esos cambios como si fuesen lo más trascendental de la experiencia del EZLN. En realidad, la imaginación y creatividad política ha sido lo más relevante del neozapatismo, pues a partir de ella la organización social consiguió avances, condiciones, para el surgimiento de esa nueva cultura. Por cierto, es necesario retomar el respaldo hacia el EZLN debido a que los cuadros políticos que participan desde la irrupción de 1994 ya se hallan sumamente desgastados y los nuevos cuadros tienen el agregado de haber sido gente forjada con una concepción muy otra del mundo, pero que poco tiene de relación con el resto del mundo globalizado, lo que hace difícil que desarrolle esa habilidad para dar las alternativas innovadoras que hagan el cambio cualitativo en la lucha de clases. Mientras tanto, el asistencialismo neozapatista ha entrado en un proceso de descomposición similar al que padecieron los Aguascalientes hace poco más de un lustro. Su inacción, o cuando menos bajo perfil, frente a la situación de crisis que padeció el país en este 2009 demostró que como opción organizativa a la clase trabajadora poco le sirve el aislamiento de los caracoles y de nada las condiciones en que actualmente opera el asistencialismo pro zapatista.

Dado el negro panorama que se ha esbozado como balance del año por concluir, es importante desecharla tesis de la insurrección cíclicamente centenaria. Las condiciones para el incremento del descontento popular están dadas y seguirán incrementándose, pero no hay visos, aún, de capacidad organizativa que nos permitan cifran las esperanzas en un cercano movimiento transformador que cimbre al país hasta sus mismas raíces. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!

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