La Nada
Dialéctica de la fealdad, la falsedad y la maldad
(Primera de tres partes)
Por: Sagandhimeo
Para Lalo y Ligia,
Por su apoyo.
INTRODUCCIÓN
Comúnmente los filósofos se ocupan de problemas positivos, es decir, de clarificar aspectos que disfrutan cierta autonomía, tales como la belleza, el amor, la verdad, la bondad, la felicidad y el ser. En esta obra se hace lo opuesto, pues considero que hablar de tales temas tiende a cierto esquematismo y estatismo. Por el contrario, hablar de cada aspecto relacionándolo con su opuesto nos brinda un espectro más amplio de discusión.
En tal sentido, para que cada concepto se acerque a la realidad, optaremos por el método dialéctico, donde cada cual forma una unidad con su opuesto. Pero no deseo encajar tales elementos en una dialéctica a priori, por lo que empezaré por analizarlos conceptualmente y proseguiré estudiándolos tal como se presentan en la realidad, sea ésta cotidiana, biológica o social.
Por último propondré una síntesis de la investigación, donde el concepto de la nada será central, pues por consistir en lo opuesto de “el ser”, se constituye como la idea negativa por excelencia.
1. La fealdad
Para empezar la fealdad no es un objeto, sino un juicio. Siempre hablamos de que algo es feo, pero no de que la fealdad sea algo por sí misma. Es decir, para que la fealdad exista, requiere de un sujeto que se la atribuya a algo. Por eso mismo no puede existir la fealdad absoluta. Nada puede ser feo en ausencia de alguien que lo juzgue así. Tanto lo feo como lo bello son juicios estéticos.
Ahora bien, ¿Qué queremos decir cuando juzgamos que algo es feo? En primera instancia estamos rechazando tal objeto, ya sea porque no nos atrae o porque nos causa repugnancia o simplemente porque no lo consideramos bello. Pero no encontraremos un criterio para delimitar a todos los objetos bellos o a todos los que sean feos, pues cada persona tendrá su propio juicio personal, por lo que la fealdad siempre será una cuestión de perspectiva.
Sin embargo, el problema no acaba allí, pues las personas no poseen juicios estéticos totalmente arbitrarios, sino que hay ciertos patrones determinantes. En el plano biológico, solamente los humanos (y tal vez otros primates) podemos hacer juicios estéticos los cuales poseen un origen psicológico, en tanto todo juicio es un proceso mental, el cual sólo se da dentro de un cerebro altamente desarrollado. En ese sentido, la fealdad se derivó del instinto de supervivencia, donde empezamos a juzgar como feos a aquéllos elementos distintos a nosotros o que pudieran perjudicarnos. Esto es muy claro cuando se juzga qué animales consideramos bellos y cuáles feos. Aunque no sea una generalidad sino sólo una tendencia, repudiamos aquéllos animales que son lo menos parecido al ser humano, como las arañas , las serpientes y la mayoría de los insectos, a su vez consideramos bellos aquéllos animales que más se asemejan a nosotros, como los perros, los gatos o los monos. Esto ocurre porque el patrón de belleza, así como cualquier otro patrón humano (patrones de medida, juicios de valor, etc.) parten de nosotros mismos.
En el caso de la belleza humana, el factor sexual funge un factor determinante. Tendemos a considerar más bella a una persona que posea características convenientes para la reproducción, tales como la juventud, la fortaleza física, un buen desarrollo hormonal (en los hombres cierta musculatura y en las mujeres cierto volumen) y un rostro bien proporcionado, entre otros. Todos estos factores obedecen a dos patrones, que nuestros genes tienden a buscar un mejoramiento de la especie (sobre la función de los genes véase mi obra EL SER) y que como nuestro patrón de medida somos nosotros mismos: buscaremos una pareja que sea igual o más atractiva que uno mismo. Esto explica el antiguo dicho “nunca falta un roto para un descosido”, en donde los patrones de belleza de cada miembro de la pareja parten de ellos mismos, por lo que se consideran mutuamente bellos, aunque sea posible que nadie más piense lo mismo. Por el contrario, personas que posean mucha belleza en el sentido de características convenientes para la reproducción, tenderán a poseer patrones de belleza sumamente restringidos y aunque se tiende a pensar que las personas más bellas tienen más relaciones sexuales, el Informe Hide muestra que la mayor actividad sexual la poseen las mujeres menos atractivas. A su vez algunas estrellas porno han afirmado que tienen menos relaciones sexuales que la mujer común.
En otras palabras, la fealdad se origina biológicamente en lo ajeno a uno mismo, incluso lo asociamos a lo que puede dañarnos. Y en el plano sexual determina nuestros patrones de belleza, al grado de propiciar una mayor actividad sexual en la gente poco atractiva y viceversa.
No solamente los factores biológicos determinan nuestro juicio sobre la fealdad, pues debido a que el ser humano es un ente biopsicosocial, también existen factores económicos y culturales, entre otros. En ese sentido, tendemos a considerar feas a las personas que pertenecen a un grupo social económicamente inferior, como los “negros” o los “nacos”, cuyos referentes son los esclavos de áfrica y los indígenas (totonacos). Es decir, mientras el origen de lo feo se remonta a nuestras primeras cosmovisiones (como lo que nos es ajeno), dentro de nuestro desarrollo histórico-social hemos generado nuevos estereotipos de fealdad, todos ellos condicionados por el modo en que nos relacionamos con nuestros semejantes.
Por ejemplo, aun cuando sintamos atracción sexual por razones biológicas, el tipo de personas que nos parezcan bellas varía en razón de condiciones históricas. Por ejemplo, hubo culturas como la china que consideraban bella a la obesidad porque eso simbolizaba abundancia. Se podría argumentar que esto representa una desviación con respecto al equilibrio que se busca para la reproducción, pero sería igualmente desequilibrado considerar bellas a las modelos actuales, pues su delgadez raya en lo patológico. Es decir, aun cuando nuestra percepción estética posea un origen biológico, también forma parte de un desarrollo histórico, donde la posición social y las tradiciones determinan en gran medida nuestro juicio.
Por otra parte, los juicios estéticos adquieren una nueva dimensión en el arte (sobre qué es el arte véase mi obra LA EPISTEME). Pues en tal disciplina no se muestran los objetos tal como son en la realidad, sino imitativamente, por lo que las cosas que se inscriben en una obra artística no pueden juzgarse como llanamente feos o bellos, en tanto forman parte de una totalidad, la cual es creada por el artista (Schiller). En ese sentido, podemos apreciar elementos bellos y feos en el arte (los cuales pueden entenderse como armoniosos y desarmoniosos, equilibrados y desequilibrados, rítmicos y arítmicos o, grotescos y serios, según la apreciación), pero éstos poseen un valor estético superior a los objetos cotidianos, en razón de que contribuyen al sentido de la obra. Sin embargo, tendemos a catalogar como feos aquellos géneros artísticos que no alcanzamos a comprender o que son sumamente distintos a lo que estamos acostumbrados, así por ejemplo la música del siglo XXI le puede parece grotesca a la gente que nació 50 años antes, pues los estilos son muy distintos a los de su época y lo mismo sucede con los jóvenes en relación con la música del siglo pasado, incluyéndome. Por lo regular se afirma que tales géneros suenan “siempre igual”, con lo que se evidencia la falta de sensibilidad para los mismos.
Por todo esto, dejarnos llevar por los estereotipos sociales de fealdad limita nuestra percepción sensible sobre el mundo, pues si optamos por una actitud en la que busquemos siempre elementos armoniosos en lugar de prejuzgar la realidad y al arte: lograremos un mejor desarrollo de nuestra sensibilidad. En ese sentido, tanto nuestros gustos sexuales, como sociales y nuestras apreciaciones artísticas tendrán un espectro más amplio y enriquecido si somos capaces de valorar lo que es bello dentro de lo que otros juzgan como feo. Así, tendremos más oportunidades sexo-sentimentales, una mayor convivencia social y un mayor deleite artístico. Por la misma línea, las grandes innovaciones en el arte han ocurrido en razón de que el genio artístico es capaz de crear de maneras que en primera instancia pueden juzgarse como grotescas, de esto tenemos un ejemplo en la obra de Picasso.